Lunes 2 de Diciembre de 2013 “Intimidad Divina” Llamados - TopicsExpress



          

Lunes 2 de Diciembre de 2013 “Intimidad Divina” Llamados a ser santos Con la caída de Adán, el pecado desbarató el plan divino para la santificación del hombre. Nuestros primeros padres, criados a imagen y semejanza de Dios, colocados en un estado de gracia y de justicia, elevados a la dignidad de hijos de Dios, se hundieron en un abismo de miseria, arrastrando consigo a todo el género humano. Durante largos siglos gime el hombre en su pecado, que ha abierto entre él y Dios una sima infranqueable. Al otro lado yace el hombre, absolutamente incapaz de levantarse. Para llevar a cabo eso que el hombre no puede realizar, o sea, la destrucción del pecado y la restitución de la gracia al linaje humano, dios nos promete un Salvador. La promesa hecha y renovada a través de los siglos, no se limita al pueblo de Israel, sino que interesa a la humanidad entera… Jesús ha venido a salvar a todos los pueblos y a llevarlos a la mesa de su Padre en el reino de los cielos. Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4), y para que todos se salven ha dado “a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16). Escribiendo a los cristianos de Corinto, San Pablo pone así la dirección de su carta: “A los santificados de Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar” (1 Cr 1, 2). Todos los que creen en Cristo, a cualquier pueblo o raza que pertenezcan, son en efecto “llamados a ser santos”, lo que significa sobre todo en el lenguaje del Apóstol pertenecer y estar consagrados a Dios por el bautismo y consiguientemente y en fuerza de esta consagración hacerse santos personalmente. También la santidad, lo mismo que la salvación, es ofrecida a todos los hombres. “Os santificaréis y seréis santos, porque yo soy santo” (Lv 11, 44), había dicho ya Dios al pueblo de Israel; y Jesús puntualizó: “Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). Jesús no dirigió estas palabras a un grupo escogido de personas, ni las reservó a sus apóstoles y a sus íntimos, sino que las proclamó ante la multitud que le seguía. Siendo él el Santo por excelencia, vino para santificarnos a todos y ofrecer a todos los hombres no sólo los medios necesarios de salvación, sino también de santificación. La Iglesia no se cansa de repetir e inculcar estas enseñanzas del Señor: “Nadie crea que… [la santidad] incumbe únicamente a unos pocos hombres escogidos entre muchos, y que los demás pueden limitarse a un grado inferior de virtud… Todos absolutamente… se hallan comprendidos sin excepción alguna en esta ley” (Pío X). De esta manera particular, el Concilio Vaticano II ha proclamado de nuevo este llamamiento personal a la santidad: “Todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad… El Señor Jesús, divino Maestro y modelo de toda perfección, predicó la santidad de vida, de la que él es autor y consumador, a todos y cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen” (LG 39, 40). El hombre no puede encontrar en sí mismo recursos y fuerzas que lo santifiquen: sólo Dios es santo y Dios sólo puede santificarlo. Más aun, Dios mismo quiere ser el santificador de sus criaturas y en Jesús bendito nos ofrece a todos a manos llenas los medios para santificarnos. “¡Oh Señor mío, cómo se os parece que sois poderoso! No es menester buscar razones para lo que Vos queréis, porque sobre toda razón natural hacéis las cosas tan posibles que dais a entender bien que no es menester más de amaros de veras y dejarlo de veras todo por Vos, para que Vos, Señor mío, lo hagáis todo fácil. Bien viene aquí decir que fingís trabajo en vuestra ley; porque yo no lo veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que lleva a Vos. Camino real veo que es, que no senda; camino que quien de verdad se pone en él, va más seguro. Muy lejos están los puertos y rocas para caer, porque lo están de las ocasiones. Senda llamo yo, y ruin senda y angosto camino, el que de una parte está un valle muy hondo adonde caer y de la otra un despeñadero: no se han descuidado, cuando se despeñan y se hacen pedazos… El Señor, por quien es, nos dé a entender cuán mala es la seguridad en tan manifiestos peligros como hay en andar con el hilo de la gente, y cómo está la verdadera seguridad en procurar en ir muy adelante en el camino de Dios. (Santa Teresa de Jesús, Vida) P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Posted on: Mon, 02 Dec 2013 14:04:32 +0000

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