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MI CRÓNICA PUBLICADA EL DÍA DE HOY EN EL EXPRESO, TRATA LA HISTORIA DE ISAIAS CRÓNICA DE LA CALLE Por Rigoberto Hernández Guevara Hace años, cuando el plomero Isaías Chiquito se casó con Esther eran bien felices según ellos. Los domingos se les veía salir tomados de la mano, e ir al cine, para envidia de los vecinos, para simular ser una familia perfecta. Era hasta una pena que el resto de los mortales, con quienes no les quedó de otra más que convivir, no fueran iguales a ellos. En la mañana veían salir a la señora muy dueña de sí misma, mascando chicle y haciendo un mohín de “aquí apesta bien gacho”, pasar sin dar ni pedir cuartel enfrente de todas las que en ese momento se congregan a depurar sus almas inocentes en el lavadero. Isaías y Esther, así se leía, aquella tarde en que se casaron, en medio de un corazón hecho con popote encerado, aquella vez en la Terraza Santa Cecilia, el “Tropical del Bravo” emergía chicho de un minicomponente quebrado justo en esa tecla que sirve para apagarle al “Tao Tao, de medio lao”. Me acuerdo que esa vez a mi amigo que estaba parado a mi lado le encargaron un cuchillo que fue y se le ensartó en el corazón. Vi cómo cayó el vato y le puse porque luego llegó la tira agarrando parejo. Alguien le dio una pedrada al aparato y se apagó solo. Luego la familia Chiquito creció con singular alegría, huerquillos trompudos que eran las delicias de propios y extraños; él cumplía cabalmente con sus deberes y obligaciones: como lavar la ropa los fines de semana y los trastes del diario; mientras que ella organizaba el resto: como el mantener bien informada a la familia viendo a Loret de Mola en la Tele y acudir puntualmente a la privada para sacar el chisme del momento, con pluma y libreta para la reporteada. De cualquier modo lo que a ella le cayó bien garras, ya hablando al chile pelón, es que a los dos días de casados él haya dejado los buenos modales y costumbres sanitarias como lavarse la boca y las manos, secarse las axilas y no dejar tirados los calzones medio cajeteados donde quiera. Tampoco era de recién casados, aunque lo sospechó desde un principio, el pedote que después fue su marido, y por lo que se sabe desde ese entonces anda en el agua y así ha vivido. Son varias ya las veces en que los vecinos salen a corretearlo, a petición de su distinguida esposa, cuyo nombre aquí omitimos para librarla de otra madrina o del escarnio popular en que se convierten estas broncas en la Echeverría de donde son originarios. Los vecinos también ya piden una tregua para los fines de semana, otros dicen que hay que mocharse con la señora cada que hay batalla campal, y cobrar la entrada, de plano, ya que durante las peleas cuerpo a cuerpo hasta las vecinas ajenas se entrometen y en una llave o en un nudo ciego ya trenzados no saben quienes son las metiches en un sitio donde todos metieron mano. Ya en la zacapela las viejas del barrio comienzan a tirar botellazos por si las dudas, caiga quien caiga y luego salen a ver quiénes fueron los heridos, terceros perjudicados, quienes se la rifaron y quiénes nomás se andaban haciendo. Hay güeyes muy valientes que a la hora de la hora le sacan al parche. No les importa rajarse abiertamente cuando ven del otro bando un bato que le atora, uno de esos troncos que les pegas y no se mueven. Tengo amigos, sin ofender, que han llegado a pedir perdón en uno de esos casos, son de esos que no van a la guerra. Otros le ponen, le corren, se pelan gacho, de lejos se ve lo cabrón que es el miedo. Eso fue lo que hizo Isaías, antes de lo cual agarró una corta feria, calculó dos burras, las imagino heridas de muerte, sudando para darle unos tragotes, y le puso entre el monte de la Echeverría y por la orilla del río, por donde pasan los micros morados, hasta que perdió toda razón de ser cualquier persecución, a los cinco años que hubieron pasado, creo yo. Los vecinos no quieren que vuelva, pero con el tiempo ella lo sigue buscando, pues de algún modo lo extraña, ella dice en voz baja que todavía quiere vengarse, pero eso no es buscar venganza. Muchas veces funcionó meterlo al bote por delitos contra la familia y él regresaba bien pajita, haciéndoselo todos los días. Hasta que se dio color de por dónde mascaba la Iguana y se negó rotundamente, ni con pistola, a hacerle el amor. Los vecinos están seguros de que si vuelve, ella lo acepta, y les apura, les hace falta el plomero, ya hay fugas de drenaje por el patio, por donde nadie sabe, apesta bien gacho. HASTA PRONTO
Posted on: Fri, 05 Jul 2013 23:27:42 +0000

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