Macondo - (9) - Apenas Vivian lo dejó aparecieron varios autos - TopicsExpress



          

Macondo - (9) - Apenas Vivian lo dejó aparecieron varios autos de lujo conducidos por los padres de los muchachos, y también se detuvo otro vehículo -una camioneta con lunas polarizadas y placa oficial que se cuadró a pocos metros de la comisaria- de la cual salieron dos hombres enternados que caminaban de prisa. De los dos hombres, el que marchaba más un paso atrás parecía cuidar al otro. Los recibió el mismo jefe de la estación, un mayor alto y con bigote negro, quien los condujo a su despacho, donde cerraron la puerta y debatieron durante unos cinco minutos. La conversación giró en torno al accidente de los muchachos. No hace falta explicar qué sucedió dentro de la oficina pues los jóvenes fueron enviados a sus casas tras concluir la reunión. Los dos hombres y el mayor se despidieron estrechando fuertemente sus manos y retornaron al vehículo, donde un tercer hombre al volante los sacó del estacionamiento en pocos segundos. Vivian regresó con su hijo a la entrada donde aguardaba su viejo amigo. Este último la recordaba de otra manera, de una forma un tanto idealizada. Ella había sido perfecta en todo sentido, pero ya no lo era, y lo sabía. Esa imagen almacenada en su memoria adolescente fue hecha añicos cuando la vio. Se arruinó por completo porque acababa de ser reemplazada por la imagen del presente, de la triste realidad de Vivian. Sintió pena por ella porque había sido muy linda, casi angelical. Su cuerpo lucía bien, con todo en su sitio gracias a su disciplinada rutina semanal en el gimnasio y a los cirujanos plásticos. Su cuerpo le pareció mejor que el que tenía a los catorce años por su firmeza y tonicidad; antes tenía partes flácidas producto del ocio –en especial sus brazos- y la alimentación desbalanceada de su niñez. Durante su adolescencia recibió clases particulares de tenis, el deporte preferido para la gente como ella, la GSU o gente como uno, es decir, los que son iguales dentro de un mismo rango o nivel social. Además practicó ballet clásico, pero lo abandonó porque le costó mucho elongar sus piernas. Pensaba que el ballet terminaría deformando sus pies, logrando convencer a sus padres de no acudir a más lecciones. Su hijo Tiago la acompañaba del brazo. Vivian no estaba molesta por su comportamiento sino por haber difundido imágenes del accidente. “Si tu abuelo te viera te daría una tanda por andar en esas fachas y manchar el apellido”, le dijo. “Ya no sé qué hacer con este muchacho -le dijo a su amigo- disculpa por haberte hecho esperar, seguro estás muy cansado”. “No te preocupes, Vivi, estoy bien”, le dijo él. “Ay, qué mala educación… te presento a Tiago, el responsable de mis canas verdes”, le dijo. “Anda, saluda al señor, que fue bien amigo de tu tío Roberto (hermano de Vivian)”, le dijo Vivian a su hijo. Ambos apretaron sus manos y permanecieron en silencio. El amigo de Vivian no tenía interés en conocer a ese joven perdido. Tiago le parecía arruinado, dañado por la mala educación que recibió en casa y por el ambiente social. En seguida pensó que Macondo no era un buen lugar para criar hijos, y que las madres macondianas tenían gran parte de culpa de lo mal que estaba el país. El hombre no se sintió a gusto en compañía de Vivian y su hijo. Pero no podía escapar de la situación. Se sintió hipócrita consigo mismo porque no quería estar con ellos, sino solo y lejos, lo más lejos posible. Ella no le interesaba como antes y la había olvidado hasta que la reencontró de casualidad. Además la odiaba un poco por matar ese antiguo recuerdo suyo. Ahora la imagen juvenil de Vivian había desaparecido y solo quedaba su presente de carne afectada por los años y la gravedad. Vivian era una “Susan Linda” que practicaba Pilates, Tae Bo y un poco de kickboxing. Ella debía realizar mucho ejercicio, hidratarse constantemente y usar un sinfín de cremas que cubrían cada centímetro de su tocador y su piel. Los ungüentos o pomadas también yacían dentro del gabinete del baño de su cuarto y sobre su mesa de noche. Tenía a su disposición una gran colección de estos para cada momento del día, y para atacar cada súbita aparición de arrugas, sequedad, espinillas, manchas, irritaciones, eccemas. Vivian era propietaria de una camioneta BMW de color azul. Estaba muy de moda manejar ese tipo de vehículos en Lima. Se los podía ver a toda hora bajo varios modelos, colores y marcas. Con el ‘boom’ económico los macondianos de clase media adquirieron a crédito nuevas 4x4. Los tiempos boyantes lo permitían. Estos decidieron imitar a los ricos para no sentirse menos. Quien poseía una 4x4, y no un auto cualquiera, indicaba que lo había logrado, que la había hecho linda en la vida, esto es, pertenecía al sistema. Estaba dentro, estaba ‘in’ y ‘no’ out como la gran mayoría. Ser del sistema o del mercado lo era todo. Representaba lo máximo que un macondiano con medianas aspiraciones podía alcanzar. Eso implicaba calificar positivamente para el otorgamiento de créditos inmobiliarios, automotrices, educativos y de consumo. Vivian siempre perteneció al sistema, y mucho antes de nacer, desde antes de salir del vientre ella tenía los dos pies adentro, con todos los beneficios, derechos y títulos que eso significaba, además de algunas obligaciones menores. Ella había nacido dentro de una familia conservadora de buena posición; y tenía prácticamente todo asegurado, todo menos la felicidad. Ser feliz estaba, como siempre lo está, en manos de uno, de lo que uno hiciera consigo mismo dependía la propia felicidad. Menuda tarea para Vivian y las mujeres como ella que estaban acostumbradas a una existencia aparentemente soñada, pero prefabricada. Desde sus primeros años sabía que se casaría con algún niño macondiano de su círculo o un extranjero de posición similar. No podía aceptar menos. Ella estaba destinada a casarse bien, como en las telenovelas de época de Televisa. Se casó bien como había sido previsto por su familia. Y desde luego fue con alguien de su entorno. Estuvo casada con un sujeto al que conoció en su infancia en el Club Regatas. Si no hubiera sido con este seguramente se hubiera unido a alguno de los chicos que conoció en bailes y eventos sociales en su adolescencia, o los que luego conocería en la universidad privada a la que asistió. Su mundo era cerrado, tan cerrado que para tener alguna chance con ella, el pretendiente debía estar ‘in’, pero muy ‘in’; es decir bien conectado y relacionado, poseer magníficas referencias personales, pero sobre todo disponer de una cuenta bancaria lo suficientemente grande para hacerse de la mejor mercancía producida por la clase alta macondiana: sus bellas y refinadas mujeres. Luego de la presentación, Vivian le ordenó a Tiago que ayudara a su amigo a guardar el equipaje de dentro de la camioneta. Tiago accedió a regañadientes. El amigo se Vivian se ubicó en la parte posterior y Tiago ocupó el asiento del copiloto. El joven se dedicó a revisar y enviar mensajes sin decir una palabra durante el viaje. Vivian le preguntó en seguida dónde iba a quedarse para dejarlo. “Me quedo en casa de mi hermano… vive en Chacarilla del Estanque en la calle…”, le dijo. “Oh sí, conozco; es más, nos queda de camino a nosotros -dijo Vivian. Bueno, no exactamente, pero relativamente cerca. Creo que primero te mostraré la casa para que sepas donde vivo… y luego te llevo donde tu hermano, ¿te parece? Solo tomará unos minutitos”. “Está bien”, asintió su amigo. Ante su insistencia no pudo decir o hacer otra cosa. Cuando abandonaron Miraflores, un distrito del que tenía muchos recuerdos, fueron avanzando por calles casi totalmente desconocidas para él. Lima se había expandido muy rápido. En la zona hacia donde se dirigían las casas eran mucho más grandes y ostentosas. Parecían auténticas fortalezas con sus altos muros perimétricos, cercos eléctricos, alarmas ensordecedoras, vigilantes apostados en casetas, rejas metálicas que sellaban las entradas de algunas calles, perros bien entrenados, sensores para detectar el mínimo movimiento y cámaras ubicadas en las esquinas para registrar cualquier incidente. Semejantes sistemas seguridad reflejaban el temor del blanco o miembro de la clase alta al cholo o cobrizo. Este tipo de miedo siempre estuvo latente, pero ahora emergía y se manifestaba por medio de algo más ordinario como la delincuencia. “Esta es mi casa” –dijo Vivian, apuntando con su dedo índice a un residencia de dos pisos de color blanco –que pensaba cambiar porque lo había elegido su marido-, amplio jardín interior, piscina, sauna y una serie de comodidades propias de alguien de su clase. Vivian orilló el BMW en la entrada de una de las dos puertas levadizas del garaje. “¿Qué te parece si entramos un momento para que la conozcas y de paso tomamos un cafecito?”, propuso Vivian. “Claro, ya que estamos aquí…”, dijo su amigo. Vivian quería enseñarle la casa como si ella fuera la princesa de un gran castillo sin príncipe ni rey. Pero lo que ella realmente quería saber es si este hombre encajaría en la residencia. Y para este fin necesitaba visualizarlo primero. Deseaba ver al hombre dentro de la casa, y ella con el medio, para descubrir si los tres producían una imagen perfecta. Su amigo tenía buen aspecto y potencial, por eso lo invitó a recorrerla. Ella también deseaba que él imaginara cómo sería la probable convivencia, especialmente durante los momentos íntimos sobre la cama de agua o el jacuzzi. Luego de visitar la mayoría de ambientes fueron a la cocina. Tiago, quien los acompañó en el corto recorrido, se despidió de ambos para dejarlos solos. “En la mañana hablaremos de tu comportamiento”, le advirtió Vivian a su hijo. “¿Sabes qué? –le dijo Vivian a su amigo- creo que mejor te llevo porque se te nota muy cansado. ¡Pobrecito! Y yo toda una tonta haciéndote caminar más y quitándote tu tiempo. ¿Te parece si dejamos el café para otro día?” “Sí, no hay problema”, dijo su amigo con ojos adormecidos. “¿Qué te pareció la casa? Estoy pensando remodelarla dentro de algunas semanas. Tal vez me puedas dar ideas… recuerdo que te gustaba dibujar edificios de niño y querías ser arquitecto. Eras muy tierno”, dijo Vivian. Su amigo se sonrojó. “Bueno, todavía dibujo un poco”, dijo él. Luego ingresaron a la camioneta y emprendieron la marcha; pero antes de abandonar la manzana donde estaba la casa, una ráfaga incesante de balas se interpuso en su camino. Los proyectiles iban y venía de un extremo al otro de la calle. Lo que vieron, antes agachar sus cabezas, fue a unos agentes detrás de un patrullero repeliendo el ataque de tres o cuatro asaltantes que portaban fusiles semiautomáticos. Los delincuentes se encontraban a bordo de un carro negro con lunas polarizadas. El tiroteo duró unos cuantos segundos. Vivian lloró cuando algunas balas rozaron la camioneta. El infierno se había desatado a pocos metros de su vivienda. En seguida empezó a llamar a Tiago en voz alta. “¡Mi Tiago! ¡Tiago!”, gritó con la cabeza entre sus piernas. Al rato su amigo echó un vistazo cuando cesaron los disparos. “¡No subas la cabeza! ¡Estás loco!”, le imploró Vivian. Pero él de todos modos quería cerciorarse de que el ataque había terminado. A dos casas de la de Vivian se encontraba la residencia del ministro del Interior, cuyo personal de seguridad, cumplió con detener el asalto. Al parecer los criminales pretendían secuestrar a un empresario textil que vivía en la misma calle, pero ignoraron a la presencia del destacamento de seguridad del ministro. Por las manchas de sangre halladas en la pista, al menos uno de los asaltantes resultó herido. Estos lograron huir a toda velocidad en sentido contrario a la dirección que tomó la camioneta de Vivian. Ella ingresó a su casa con ayuda de su amigo, quien la sujetó del talle pues todo su cuerpo tambaleaba por el susto. Vivian volvió para buscar a Tiago; temía que estuviera herido por esquirlas de las balas perdidas. Primero lo buscó en su habitación, pero no lo encontró ahí, tampoco en sala de juegos ni en la de estar. Luego fue a la cocina y lo halló debajo de la mesa de diario, donde suelen tomar desayuno, especialmente los domingos. Tiago estaba en cuclillas y con las manos sobre su cabeza. Encima de él estaba el tablero de la mesa y un plato con fideos envueltos alrededor de un tenedor que abandonó por miedo.
Posted on: Mon, 19 Aug 2013 00:09:53 +0000

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