Me fascina Ikea. Me horroriza Ikea. Ikea no es posible sin la - TopicsExpress



          

Me fascina Ikea. Me horroriza Ikea. Ikea no es posible sin la caída del muro de Berlín, no tiene el menor sentido en un mundo ordenado donde el comunismo y el capitalismo estén bien separados. Pero claro, se rompe el muro y por entre las piedras se mezclan dos mares, uno salobre y frío, otro dulce y pegajoso. Estuvimos en Ikea comprando muebles y conseguimos coger solamente lo que buscábamos: una cama y un armario. Ikea está diseñado como el laberinto de Minos y tienes que pasar por todas partes, y todo está fenomenal. Me di cuenta de que la luz cambia para cada zona: más tenue en dormitorios que en salones, más brillante en cocina que en despacho; y me imaginé a unos científicos viéndonos, al otro lado de cada espejo a la venta, en oscuros laboratorios, los mismos donde producen las albóndigas sacrificando caballos. Nos miraban convertidos en ratas de laboratorio, en busca del queso, pero no quería hablar de esto. En Ikea se une el comunismo y el capitalismo con lo peor de los dos mundos. Comunismo dice: precios para el pueblo y materiales baratos, y el mandato soviético de que el ciudadano se las componga arreglándose el mueble. Capitalismo dice: precios competitivos y mala calidad, que tengan que volver, y el mandato de comprar todo lo que uno pueda a lo largo de laberintos de deseo. En Ikea todo es apetecible y despierta necesidades desconocidas para uno mismo. Ponen trampas con forma de parquecito infantil y de restaurante y convierten su mierda de comida en algo popular, en una reminiscencia que llega fuera de sus muros. Estas tiendas hunden a la industria del mueble todos los países con sus precios locos y están construidas sobre la inteligencia total. ¿Os imagináis al ingeniero que diseñó mi armario? Le dijeron: haz un mueble y deshazlo, paso a paso, de manera que pueda empaquetarse por partes y fácilmente, y que con unos dibujos internacionales cualquier idiota lo pueda montar. Mientras construía el armario que arranqué de esas catacumbas me fascinaba con este asunto. Yo, inútil total, seguía los pasos del manual y, con ayuda de mi novia, convertí un montón de madera y tornillos en un armario de apariencia sólida y limpia. Lo más diabólico de Ikea es que después de pagar y montar yo mismo el mueble me sentía feliz, mirándolo. Costó más de cuatro horas y cuando lo terminamos yo esperaba que abriera sus puertas correderas y me llamase padre. Habíamos vencido a la hidra capitalista, saliendo del laberinto con lo estrictamente necesario (nos salvó una planificación comunista de los productos que queríamos) y vencimos también a la hidra comunista trabajando con nuestras propias manos en contra de la tradición burguesa a la que pertenecemos. Aún con todo, cuando pienso en esta aventura me siento poca cosa. Ikea sigue devorando fábricas españolas y consumidores caprichosos, y creo que las famosas albóndigas están hechas con la carne de toda la gente que ese elefante manda a la cola del paro. ¡Puto infierno de sitio!
Posted on: Tue, 13 Aug 2013 18:21:12 +0000

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