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NUESTRO QUERIDO AMIGO GUILLE BRENES PUBLICO LO SIGUIENTE, 11 de agosto de 2013 9:41 LA MALOGRADA JURA DE DON AGUSTÍN I EN LA CARTAGO DE 1823 GUILLERMO BRENES TENCIO La ciudad de Cartago se declaró como la más ferviente partidaria del Imperio Mexicano de don Agustín de Iturbide y Aramburu (1783 -1824). Por ello, no extraña que habiendo recibido un oficio de la Junta Superior Gubernativa de Costa Rica relativo al juramento de sumisión al emperador; el aristocrático y conservador Cabildo de Cartago –presidido por don Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad- decidiera en sesión extraordinaria N° 5 del 25 de enero de 1823, fijar el día viernes 31 de enero de ese año para el juramento y proclamación solemne del libertador y monarca de México. Confiado en las muestras de fidelidad y “sumo amor” del pueblo hacia el nuevo orden de cosas, el Muy Noble y Leal Ayuntamiento de Cartago elaboró un espléndido programa. El juramento de fidelidad definitiva al Imperio se efectuaría en la polvorienta Plaza Mayor de la ciudad, con el concurso de todas las autoridades, tanto civiles y militares como eclesiásticas y, el 26 de enero de 1823, mandó publicar la orden de que todos los pueblos asistiesen con diversos instrumentos musicales para dar la mayor solemnidad a un acto “tan augusto y respetable”. Igual prevención se hizo a los habitantes de los lugares más lejanos “para que presten su asistencia dicho día cooperando con demostraciones de alegría, á la solemnidad del acto”. Se invitó también al señor cura para que celebrase una misa solemne al Todopoderoso como acción de gracias en la Santa Iglesia Parroquial del Apóstol Santiago o Vicaría de Cartago, se suplicó a la población la asistencia tanto a la misa como al juramento e impartieron órdenes a las milicias para que “diesen las debidas salvas de artillería y fusilería, bandera trigarante y demás conducente a la solemnidad del acto”. Se dispuso que los días martes, jueves y viernes hubiera iluminación general en todas las casas y en el Cabildo y Sala Consistorial, así como música por la noche, el día viernes en la Sala de la Excelentísima Junta de Gobierno.“Hasta dos reyes de armas se nombraron para que acompañasen al señor Jefe Político en el momento de tomar el juramento”. Mas, como todo eso demandaba gastos extraordinarios, el Cabildo de Cartago ordenó que: En razón de que los propios de esta ciudad se hayan tan exhaustos, que aún no tienen para las erogaciones indispensables y necesarias, y para los gastos de las obras que se están reedificando; y en la de que este Ayuntamiento no puede por sí solo desahogar el entusiasmo de gozo en la solemnidad de aquel acto, y estando persuadido que los señores eclesiásticos, oficialidad y demás vecinos honrados desean manifestar á su Majestad Imperial el acendrado amor que le profesan: se excitará hoy mismo por oficio al Señor Vicario y al Comandante local, para que sirviéndose hacer una suscripción voluntaria imperial en sus respectivos Cuerpos, se formen listas de lo que cada uno dé, conforme á su celo…Al tenor de lo acordado, se comisionó al vicario de Cartago, don Pedro José de Alvarado, a don Joaquín de Oreamuno y al regidor Antolino Ramírez. El primero recibiría los aportes de los sacerdotes, el segundo los de los militares y el tercero los del vecindario. Los dos primeros eran reconocidos por su monarquismo y enorme influencia en Cartago; sin duda contribuirían con generosidad a los gastos de la jura del distante emperador y servirían de ejemplo para que otros vecinos principales abrieran sus cofres. Sin embargo, como dice la sabiduría popular, no se puede hacer chocolate sin cacao, y resulta que según nota enviada por la alta jerarquía eclesiástica de Cartago, se reunieron apenas cuatro pesos entre los ciudadanos de campanillas, sólo el Señor Vicario dio dos pesos, el resto cuatro reales unos y dos reales otros, hasta sumar los cuatro pesos. Aun entre el mismo ayuntamiento, de cuyos prominentes miembros se esperaba el ejemplo, el fracaso fue rotundo: cinco pesos y un real fue lo que contabilizó la colecta, además de cuatro reales donados por don Manuel García Escalante, cuatro reales de don Manuel María de Peralta y López del Corral, dos reales de don Vicente Fábrega y Arroche, y un real de don Pedro Mayorga y González de Villalón. Don Nicolás Carazo y Alvarado, y don Juan José Bonilla y Herdocia no aportaron nada. De las simples gentes del común no se obtuvo ni un real. En una lacónica misiva del 27 de enero de 1823, don Antolino Ramírez se lamentaba: “Me constituí á varias casas del paisanaje de este vecindario no se me dio cosa alguna’’. Y así como los clérigos y los notables de la ciudad de Cartago, los militares anduvieron por el mismo camino: solo dos pesos de plata y seis reales donaron entre todos, además de ocho limetas de aguardiente de caña, obsequiadas por el Teniente don Manuel José Sáenz y Alvarado. Es decir, que por “mucho amor’’ que se le tuviera a Su Majestad Imperial en Cartago, su jura sería escueta y sencilla. Desilusionado el Cabildo de una colecta que sólo ascendió a ocho pesos y un real, dispuso consultar a la Junta Gubernativa, pidiéndole aplazar la fecha del juramento para “…por lo menos preparar una solemnidad mediocre y no irrisoria, como la que se haría con la suscripción indicada, que acaso cedería en desdoro de la Majestad y crítica contra este Cuerpo, máxime cuando están convidadas autoridades respetables”. Don José Santos Lombardo – ferviente partidario de la anexión a México- objetó el día 28 de febrero de 1823, en representación de la Junta, lo siguiente: No ha podido ver este Gobierno con indiferencia y sin desagrado, la inesperada mezquindad y vergonzosa contribución indicada, incompatible con el entusiasmo y generosa adhesión al Imperio Mexicano de este vecindario que debía dar el ejemplo para solemnizar el acto más augusto y satisfactorio que jamás se ha presentado, cual es el de poner el sello á la libertad, que se debe al mejor de los héroes, el señor don Agustín I… En la sesión del 3 de febrero de 1823, se acordó devolver las sumas recaudadas y el Licenciado don Rafael Barroeta Baca, acaudalado comerciante y empresario y de exaltado celo monárquico, en un gesto más rayano en la soberbia que de esplendidez, sacó de su bolsillo, la crecida suma de cuarenta y dos pesos para efectuar la jura a como hubiese lugar, actitud que el Cabildo de Cartago calificó como “…la única manifestación que con arreglo á los votos comunes se ha hecho a favor del grande héroe del Anahuac”. Se transfirió la fecha de la jura para el 25 de marzo, fecha elegida simbólicamente por ser la celebración de la Encarnación de Jesucristo, fútil disposición porque el 19 de ese mismo mes Iturbide fue derrocado en la ciudad de México -ante el avance y la determinación de los que clamaban para que México tuviera un gobierno republicano-, y con su posterior fusilamiento en Padilla, Tamaulipas, se acabó su efímero Imperio. Todo lo cual no fue óbice para que estallara una corta batalla en el pantanoso sitio conocido como las Lagunas (o Guerra de Ochomogo) en la brumosa mañana del sábado 5 de abril de 1823, la cual consolidó la victoria de la causa republicana y el triunfo del espíritu innovador, progresista y liberal del sector agrocomercial que se había asentado en San José y Alajuela. A raíz de ese clamoroso triunfo, la capital se trasladó de Cartago a San José. Las ideas republicanas prevalecientes en los ayuntamientos de San José y Alajuela habían triunfado, aun antes de saberse que Iturbide había caído de su trono imperial. Así fue como la jura a don Agustín de Iturbide no pudo realizarse nunca. Y la derrotada Cartago debió tragarse su orgullo y proclamar su lealtad al nuevo Estatuto Político promulgado por la Asamblea convocada por don Gregorio José Ramírez y Castro (1796 –1823), excapitán de barco, reconocido por sus acendrados principios republicanos y su don de mando. Sus abatidos habitantes debieron jurar el estatuto el 22 de junio de 1823, no sin amagos de resistencia, en especial por el traslado de la capital a la republicana San José. Hubo solemne repique a vuelo en todas las iglesias de la ciudad, cenas, bebidas espirituosas, salvas de artillería, juegos de pólvora, corridas de toros bravíos, bailes y otras diversiones públicas con la asistencia de todo el vecindario. Entre los preparativos, se dispuso también la limpieza, el encalado y el adorno de las calles con arcos llenos de ramas y flores, gallardetes y demás colgaduras al gusto de los vecinos. En la Santa Iglesia Parroquial, el presbítero don Miguel de Bonilla y Laya-Bolívar, pronunció un sermón. De allí todos los cuerpos de la ciudad “se trasladaron a un lujoso tablado”, en cuyo centro había un crucifijo con dos evangelios. Se tomó el juramento en nombre de Dios Nuestro Señor, hubo Te Deum cantado por Fray Bruno Masís y luego se”… ofreció un opíparo brindis en obsequio de la Patria”. Rituales cívicos y religiosos que anunciaban, entre el júbilo, el regocijo y la alegría, los nuevos tiempos de la política y la nación moderna en Costa Rica.
Posted on: Tue, 13 Aug 2013 03:28:40 +0000

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