Nostalgia del futuro Gerardo Galarza 11/08/2013 00:07 Nostalgia - TopicsExpress



          

Nostalgia del futuro Gerardo Galarza 11/08/2013 00:07 Nostalgia del futuro Para los de Juventud 71 y Pueblo, por las locuras compartidas. Gracias. El escribidor tiene la certeza de que algún mal día los actuales periódicos de papel desaparecerán. También tiene la ilusión de que, por lo menos en México, falta mucho tiempo para que ese mal día ocurra, porque sueña con vivir muchos años todavía, y la vida sin el olor a papel y a tinta sería menos vivible. La sorpresiva y sorprendente compra del diario The Washington Post por el millonario Jeff Bezos, cuya fortuna fue hecha principalmente mediante la venta de todo tipo de mercancías (entre ellas libros digitales) a través de la conocida empresa electrónica Amazon, ha provocado el regreso del anuncio de la muerte de los medios de información impresos, al parecer el último reducto de la resistencia al pretendido imperio de la web. Algunos hacen y gozan ese anuncio entre la algarabía y las trompetas de la creencia de ser testigos de un hecho histórico, el cambio de una era en la historia de la humanidad. Unos más lo lamentan como si la civilización fuese a terminar. Otros más, como el autor de la columna, ni celebran ni lamentan: ven pasar el carrusel de la vida y se trepan a él, sin dejar de añorar lo que se fue ni menospreciar lo que se será. (El escribidor no reniega de la tecnología: esta columna se redactó en un iPad y se transmitió a la redacción mediante una conexión wi-fi de un iPhone. Pero antes, tuvo su origen en algunos garrapatos hechos con bolígrafo en una libreta de papel, producto de subrayados en las páginas de este periódico. Sabe que quienes la lean lo harán en la edición impresa de Excélsior, que nada más tiene 95 años de circular, o en la página electrónica del mismo. No hay disputa). The Washington Post es, será, el buque insignia de la flota del viejo oficio del perioidismo. Es la representación auténtica de lo que alguna vez se llamó el cuarto poder. Es el periódico que con sus informaciones tiró el Presidente del país más poderoso del mundo. No hay reportero en el mundo que alguna vez no haya soñado en haber sido Bob Woodward, Carl Bernstein, ni director que al menos un día se haya sentido Ben C. Bradlee, o dueño que haya querido estar en los tacones de doña Katharine Graham... vamos, siquiera pisar y presumir una fotografía en la mítica redacción del WaPo. Porque déjeme contarle que año y medio antes de la primera nota sobre Watergate (junio de 1972), un grupo de preparatorianos y secundarianos decidimos volvernos periodistas y fundamos un periódico quincenal. Lo hicimos todo, desde planearlo, reportearlo, escribirlo, imprimirlo en mimeógrafo, doblarlo, compaginarlo, hasta llegar a la insensatez de salir a la calle a venderlo. En pocas palabras, cuando en el WaPo Woodward y Bernstein escribían sobre las transas de Richard Nixon y el Partido Republicano, fue porque eran nuestros colegas. Eso creíamos, soñábamos. Algunos rectificaron —no renunciaron nunca— a tiempo: hoy son médicos, abogados, ingenieros, diplomáticos, administradores de empresas, otros, migrantes legales e ilegales... hombres de bien, pues. Desde entonces, los cuerdos y los locos aprendimos que para hacer periodismo se necesita dinero. Supimos cada 15 días que producir información cuesta y producir buena información cuesta mucho más. Nadie nos regalaba el papel ni la tinta ni los esténciles ni los cientos de cigarros que consumíamos como todo periodista que se preciara de serlo lo hacía. Aprendimos a vender publicidad y a que deberíamos salir a la calle a vender la edición para lograr imprimir la nueva. No es por presumir, pero todas las ediciones se agotaron. Sí, apenas eran de 500 ejemplares y cada uno costaba 50 centavos: 250 pesos era la venta total. No pude evitar sonreír, sin que nadie en la junta editorial de Excélsior del lunes pasado se diera cuenta de ello, cuando oí esa cifra al darse la noticia de la venta del The Washington Post, así fuera en millones de dólares. Cuando se habla de la crisis de todos los medios, incluidos los digitales, de inmediato surge una solución mágica, ya lugar común: lo que falta son contenidos; hay que contar historias, se propone. Pues sí, ¿no?, diría un sabio señor llamado Perogrullo. Digo, a eso deberían dedicarse los señores periodistas. Eso no está a discusión. Algunos más reflexivos dirán: hay que rescatar la credibilidad; la banalización de la inmediatez nos está matando. Sí, y la información y el talento para producirla cuesta, y cuesta mucho. La gratuidad de los sitios de internet sólo ha producido uniformidad, ha apagado la sorpresa: lo que se lee aquí se puede leer igual allá, el copy and paste industrial. La información creíble produce sorpresa, admiración, envidia, respeto. Dicen que los medios impresos están en crisis, que van a desaparecer, así como dejaron de producirse los libros escritos a mano por los monjes medievales, que son una reliquia para los museos. No hay discusión. El escribidor está seguro de que los periódicos de hoy no serán los de mañana, pero de eso a que están en el museo, no lo creo. Los viejos de la comarca decían que algo debe tener el agua si es que la bendicen. De no ser así, es inexplicable que los nuevos millonarios, los que obtuvieron dinero del manantial de la revolución de la tecnología, compren los periódicos impresos supuestamente fracasados para sumarlos a las joyas de su corona. ¿Será que los nuevos empresarios de la tecnología necesitan credibilidad, que necesitan el respeto del mundo? ¿La credibilidad que da un papel? ¿El respeto que se ganaron los reporteros del mundo a punta de tocar puertas, para usar la imagen de aquella película en la que todos los reporteros sin adjetivos fueron encarnados por Robert Redford y Dustin Hoffman? El escribidor no lo sabe. Sabe que a los reporteros y a los medios de información de hoy, cualquiera que sea la plataforma que usen, les hace falta mucha calle y menos Google. Que producir información cuesta; que el dueño de la fábrica de mermelada de fresa sabe bien que tiene que producir o comprar fresas para poder hacer su producto o tendrá que cerrar su fábrica. Si el escribidor está equivocado, pues entonces tiene que decir que está cierto de que no habrá aguacate o papaya que puedan madurar envueltas en un iPad o en un kindle... porque ya lo intentó.
Posted on: Sun, 11 Aug 2013 15:01:06 +0000

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