PEDRO OLAYA EN RUTA 66 y PASTE (engish language) BOB DYLAN UN SIMPLE GIRO DEL DESTINO He escrito tanto sobre Bob (Routa 66, Paste, No Depression, yo qué sé…), que ya es todo irrelevante. Pero creo que ha llegado la hora de decir la verdad sobre un ser que es una caricatura de si mismo. Ya esta bien Bob, déjalo. Para mi Bob murió musicalmente en “Infidels” (1983), a partir de entonces álbumes horrosos, conciertos tacaños…. (no sé que destello ven en Oh Mercy, 1990?? Time out of Mind 1997? Es pura ignorancia. No saben inglés, no saben. El fanatismo es una enfermedad incurable. Sus últimos discos son horribles y sus conciertos son malos, malos, malos, terribles. Y, la gente traga, pero no se dan cuenta que ya está “haciendo caja”… dos divorcios (uno oculto)… viven unas cien personas de él. Le descubrí a los 14 años, y me quedé estupefacto. Qué barbaridad de letras, que forma de tocar la harmónica, que voz amasada a base de Malboros….increíble…. qué LP´s Blood On The Tracks… etc… A veces escucho Baby Please Stop Crying y me hace llorar… Y, sobre todo, qué entretainer, qué manera de ponerse en trance cuando interpreta, es un temporal, sus músicos no saben qué va a pasar: acabará, seguirá, le miran asustados…jamás he presenciado nada igual…nada!!!!!!!!!! Yo fui de las primeras personas que le vi en su primera visita a España, 1984!!!!!!! En un gran show, muy duro, con Mike Taylor de lead guitar!!!. A nadie, salvo a mí, me duele verle en este estado lamentable. Discos malos, pero malos, voz impresentable. Un esperpento. Y la gente no entiende nada. Ya he dado mis referencias bibliográficas sobre él. Tuve la suerte de hablar con él –acababa de dar un pésimo concierto en Madrid, 1990. Y, tuve la sensación de que era una persona que había perdido totalmente el contacto con su público, la fe en si mismo. Estaba perdido. Rodeado de sus perros, con sus uñas enormes atestadas de nicotina… De ahí que suplicó a The Grateful Dead entrar en su banda! Jerry Garcia le dijo que no procedía…hay cuantas cosas por hablar del misterio Bob Dylan… cuántas… MI ÚLTIMO TEXTO PUBLICADO SOBRE ÉL Cuando el océano es demasiado vasto y no se vislumbra la otra orilla, hay que que beberlo a sorbos. En el caso de Dylan, figura seminal y monstruo indefinible ocurre algo parecido. Aunque desde la perspectiva histórica el periodo que va desde “Bringin´ It All Back Home” hasta “Blonde on Blonde” se considera su cumbre artística (??), hay otras etapas que, desde mi punto de vista son mucho más interesantes y creativas. La reciente entrega de otro ínsipido recopilatorio (The Essential Bob Dylan) añade oportunidad a estas palabras y a la sempiterna paradoja: Dylan resumido en treinta y seis canciones (¿#!). Dylan no hay más que uno, y sin embargo –todo dylaniano lo sabe– hay muchos dylans diferentes, porque la esencia de la que emana y a la que nos conduce la obra de los músicos realmente grandes es plural. Por diversas razones que no vienen al caso, todo el mundo ha insistido en la importancia del dylan 64/66, el Rimbaud de nuestra era, desafiante, visionario, lanzando indirectas hacia el espacio en declive. El hombre que cambió de manera inapelable el rostro del arte más popular de la segunda mitad del siglo veinte. No tengo nada que objetar a los partidarios de esa tendencia, pero de las multiples máscaras detrás de las que se ha escondido Robert Zimmerman, el que prefiero después de tantos años juntos, es el de “Blood on the Tracks” y The Rolling Thunder Revue; un Dylan especialmente íntimo, maduro, muy poco llamativo para un público adolescente, sin el aura y pretenciosidad de los 60´s, pero con el vulnerable perfil de un cerebro peligroso, bello e intenso. Mi Dylan no es el de Visions of Johanna o Memphis Blues (extraordinarias canciones, que duda cabe), sino el de Shelter from the Storm o Tangled up in Blue. Su voz en esos tiempos, su forma de hacer gozosamente imperfecta, te recuerda –una vez más–, donde está la verdadera vida, esa que se disfruta a solas con uno mismo, lejos del ruido y la gente. Claro está que esto al eterno solitario que es dylan le trae sin cuidado, con ese proverbial escepticismo, teñido a partes iguales de melancolía y desencanto; Dylan ponía el dedo en la llaga en 1978 cuando se dió cuenta que su profecía de los tiempos cambiantes era una realidad. Declaraba por entones, entre otras cosas –y Dylan rara vez concede entrevistas–: “Las verdaderas, las grandes canciones se han acabado para siempre”. Adivinó que la mayoría de los compositores, escriben seis canciones en toda su vida, el resto son variaciones de esas seis ideas. Dylan será siempre un ser que se desvanecerá al aproximarnos a él, un espectro en la lejanía, visceral, contradictorio, misterioso, turbio, esquivo, anacoreta, ¿genial? Dylan, un ser bicéfalo e inasequible; pura invención creada hace una eternidad por un desgarbado muchacho de Minnesota, que además de sus canciones (una docena ya universales), y por encima del mito que trasciende a su propio misterio y enigma; por lo que más ha fascinado este hombre ha sido por el personaje mismo. La huraña, distante, pequeña e inquietante figura que sube al escenario, sin apenas hablar con nadie, que tozudamente se empeña en seguir con su gira interminable. El privado, inasequible, evasivo creador y pensador que vive en una íntima dimensión alejado de los círculos sociales del mundo del espectáculo, siempre crítico e insobornable. Empeñado en una busqueda espiritual, que va adquiriendo visos de nunca acabar. Una voz más allá a la que dirigirse en épocas tormentosas. En cierto modo, y después de tantos años escuchándole, a veces me pregunto: ¿Existe realmente Bob Dylan? El día que tenga la respuesta se acabará Bob Dylan y estaremos ante otra repugnante celebridad rock al uso: Vanidad, entrevistas e idioteces para el consumo público. Entre otras muchas cosas, eso confirma la monstruosidad de Dylan, que Dylan ya no es real, que ha logrado ser ya invisible. Dios santo: ¿Qué creó Robert Zimmerman?
Posted on: Sat, 06 Jul 2013 10:39:42 +0000