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PROLOGO DE UNA HISTORIA Enrique Sandoval era un muchacho, de noble y distinguido continente; un sedoso mostacho daba sombra á su boca juguetona, sirviendo de corona a su espaciosa frente, un bosque de cabellos ondeados con desaliño artístico peinados; sus ojos eran grandes y rasgados, teniendo una mirada magnética, profunda, apasionada; era uno de esos seres que inspiraba profunda simpatía con especialidad a las mujeres. Era una de esas almas bien templadas; ávida de violentas emociones, que en una ocasión dada, saben jugar el todo por el todo, diciendo con desdén: «La vida es nada». Pasó las horas de su dulce infancia de un pueblo en la pacífica ignorancia; pero llegó a esa edad en que el hombre sueña, y so dijo a si mismo estas razones: Estos pueblos, ¿ qué son? humildes nidos, o en lenguaje vulgar, tristes rincones, donde los hombres viven confundidos, sin gloria, sin poder ni aspiraciones, para mirar como las aves vuelan, y como abren sus pétalos las flores. No habrá formado Dios a tantos seres. Y deben existir, sin duda, alguno, tormentos y delirios y placeres. ¿Por qué no he de buscar, la cual buscan otros, la pompa, la riqueza y los honores, si querer es poder? Voy a la corte y allá veremos si me voy a fondo o encuentro estrella que me fije norte. Llegó Enrique a Madrid cual llegan muchos, esperando encontrar una fortuna; siendo la base de esta algún empleo o escribir gacetillas, siguiendo la tendencia y el deseo del favorito que en la corte brilla. Supo cumplir tan bien su cometido, que al poco tiempo era el galán más querido de las damas; buscó duelos, reyertas y quimeras, y entre varias que dio, dio una estocada que dejó a su contrario en estado tan triste y lastimoso, que sólo en el sepulcro solitario pudo encontrar para su mal reposo. ¿Enrique era feliz? De todo había, pues por ley natural, ambicionaba mucha más que la suerte 1e ofrecía. Adquirió con trabajo un gran destino, pues era de un ministro secretario, y aunque es harto escabroso ese camino, por su aplomo y su acierto extraordinario, llegó a ser accesorio indispensable, y el que consigue hacerse necesario en una sociedad en que tanto sobra; puede decir, cual César dijo un día: Yo vine, vi y vencí : esta es mi obra. Por suerte o por desgracia para Enrique, un carnaval llegó con sus disfraces, con sus bailes, sus galas, su ruido, y sus ensueños breves y fugaces. Corno natural; tomó en la fiesta la parte que a su edad, correspondía; mucho más que en festines y en saraos, era donde su ingenio más lucia. En un baile de trajes de gran tono, se hallaba Enrique lleno de ilusiones, criando vio ante sus ojos una dama bella cual la soñaron los amores. Era alta, esbelta, pálida y graciosa, de perfecciones mil rico tesoro, dejó en sus labios su carmín la rosa, y en sus cabellos su esplendor el oro. Era uno de esos seres ideales que miran los poeta en las brumas, una de esas Ondinas Celestiales que nacen del vapor de las espumas. Enrique la miró magnetizado y exclamó con acento tembloroso: -No os apartéis, señora, de mi lado y dejad que un momento sea dichoso. ¡Un vals ardiente, rápido, excitante, nos brinda su dulcísima armonía; hay en sus notas algo delirante que responde a mi afán, hermosa mía¡ Venid, venid y os llevaré en mis brazos aunque sienta que el orbe se derrumba, y feliz yo; si tan hermosos lazos no los deshace ni la misma tumba,, Ciño su brazo la gentil cintura de aquel ángel de amor, que sonriente, un mundo de placer y de ventura llevaba escrito en su marmórea frente. Si hay algo que al amor le preste alas y haga olvidar la prosa de la vida, es sin duda esa música inspirada que a un goce delirante nos convida. ¡Bailar un vals con el objeto amado, sentir latir un corazón de fuego, y aspirar un aliento perfumado, es confundir la tierra con el cielo! ¡Se siente una emoción tan poderosa, es un placer tan grande y tan profundo, es una sensación tan deliciosa... que no tiene rival en este mundo! Enrique se entregó con alma y vida a gozar de esa dicha pasajera que nos ofrece una mujer hermosa cuando la vemos por la vez primera. Mas como todo acaba aquí en la tierra, paso del vals la dulce melodía, y Enrique dijo con sentido acento: -Siento por vos extraña simpatía. Decidme por piedad, ¿,quién sois, señora?, necesito saber si sois casada, late mi corazón, llegó mi hora de encontrar lo que tanto ambicionaba-; si sois libre os daré mi amor, mi nombre; si tenéis por mi mal antiguos lazos, de mi camino apartaré a ese hombre y os arrebataré de entre sus brazos. Habladme, yo os lo ruego, yo os lo imploro por lo que más améis en vuestra vida, ¿cómo os llamáis, decid? --Me llamo Sara y me encuentro era la tierra algo aburrida. Soy uno de esos seres que el destino arroja en este mundo a la ventura; hoy alfombran las flores mi camino, porque admiran los hombres mi hermosura; me han dicho que el amor es sombra vana y que el oro es la fuente de placeres; que me olvide del ayer y del mañana, que el hoy es el edén de las mujeres. Vos me pintáis entusiasmado y loco de vuestro amor naciente los albores, y yo os debo decir que tengo en poco la dicha cimentada en los amores. Positivista por costumbre, os digo, que mi plan en la vida lo he formado, y la senda trazada que yo sigo, el amor delirante lo echo a un lado. Dejo a Cupido con sus blancas alas y su eterno estribillo ¡yo te adoro! y prefiero lucir trajes y galas que sólo se consiguen con el oro. El oro es el monarca de la tierra; todo cede a su inmenso poderío, en él la dicha y el placer se encierra y la vida sin él produce hastío. Así, pues, olvidad vuestros antojos y sigamos los dos nuestra jornada. ¡Yo no podré vivir sin vuestros ojo la existencia sin vos la tengo en nada! Quiero que como yo tengáis creencia que en el amor la dicha se asegura, que no nace el placer de la opulencia, que estáis en un error y una locura. Dadme un año de plazo y os prometo ofreceros riquezas sin medida, y mostraros después el gran secreto que embellece la, horas de la vida. -Tan bien sabéis pintar vuestro desvelo que acepto la ilusión de sus amores, y esperaré que vuestro amante anhelo ciña mi frente con hermosas flores. ¡Oh¡ Sara de mi amor, tened presente que cual nuevo Colon, solo ambiciono hacer brotar un mundo de mi mente, y ofreceros en él radiante trono.­ Como era natural, la conferencia de Sara y del doncel fue terminada, ¿Tuvo este encuentro alguna consecuencia? ¿Nació una historia o se extinguió en la nada? Nada de fijo asegurar podemos, porque sólo sabemos que Enrique trabajaba, y que afanoso, sin llegar a ir a Méjico, encontraba de una mina el filón maravilloso. En árabe corcel se presentaba luciendo su apostura y gallardía, y otras en coche propio paseaba mirando con desdén y altanería. Gran casa, mucho tren, mucho boato, lujosa ostentación: ¡era dichoso! Ahora falta saber si su existencia tenia horas de quietud y de reposo. Prematuras arrugas en su frente, y sus ojos hundidos, revelaban que un algo misterioso había en su mente y que su juventud se marchitaba. Pero febril y delirante y loco, seguía siempre con tenaz empeño, diciendo para si:aún tengo poco, aún no he llegado a realizar mi sueño. Un día antes de cumplirse el año del plazo que él fijara a sus amores, Enrique se perdió, como se pierden las hojas secas de agostadas flores. Lógicamente hicieron comentarios todos aquellos que a él le conocían; los unos le acusaron de falsario, otros de usurpador, y se decían tantas historias y mentiras tantas... que la verdad ninguno la sabía. Lo cierto, lo real y lo evidente, es que selló su casa la justicia. Mas ¿dónde se ocultaba el delincuente? ¿Le fue la suerte por su bien propicia? ¿Y allá en el Reino unido, fue a salvarse de una prisión sin duda merecida? ¿O en triste calabozo vio alejarse la breve gloria de su pobre vida? Nada de cierto colegirse pudo: la sociedad le concedió su olvido al hombre audaz que le sirvió de escudo su ingenio miserable y atrevido. Ídolo que adoraron un instante mientras él mismo, incienso se quemaba: pero que hundido, no hay piedad bastante para darle al vencido una mirada. Únicamente las mujeres saben conservar un recuerdo de ternura; Enrique, que era en esto afortunado, quizás porque él no quiso más que a una, mucho tiempo después de lo ocurrido, mas de una hermosa sin cesar decía: ¿Qué habrá sido de Enrique? ¡Era tan guapos¡ ¡Y me inspiraba tanta simpatía...! murmuraban así las niñas bellas; y Sara, ¿qué decía? ¿Seguía de Enrique las perdidas huellas? ¿Su triste paradero lo sabía? Ciertamente que no; ella ignoraba lo que a su fiel amante había ocurrido; pero su corazón no se inquietaba, porque era un corazón envilecido. Era uno de esos seres desgraciados, abortos del fatal positivismo, en su misma abyección encenagados sin querer levantarse de su abismo. Y de un amor tan grande y tan profundo como el que, el pobre Enrique le rendía, sólo obtuvo por premio en este mundo, que Sara murmurara: --«Es tontería el hacer sacrificios por amores. No merecen los hombres ni un suspiro; perdí uno de mis tiernos amadores, ¡y qué le hemos de hacer, si se ha perdido! Buena era su intención, sin duda alguna, mas después de los hechos consumados, ¿tienen éstos acción retrospectiva? No la tienen; asunto terminado». Pasaron años, y la hermosa Sara seguía el vaivén de su agitada vida; cuando una tarde recibió una carta que la tomó con mano estremecida, porque en su letra fina y delicada recordó Sara a un ser que había olvidado: «¡Esta letra es de Enrique... ! » Y azorada rompió el sobre pequeño y perfumado, y con acento, al parecer tranquilo, leyó su contenido, sin que por sus mejillas resbalara una lágrima ardiente, ni de sus labios de carmín brotara un suspiro elocuente. Una vez la leyó, maquinalmente volvió a coger la carta y a leerla; se fue anublando su serena frente, y su mirada fue mucho mas tierna. Pasó una hora y Sara proseguía leyendo aquella carta; ¿qué diría que tanto al parecer la interesaba y a su pesar su pecho conmovía? Estas tristes palabras contenía aquel pliego que Sara contemplaba: -«Oídme Sara, por la vez postrera. Voy a pasar a nuevos continentes, la muerte o la victoria allí me espera y ambas cosas me son indiferentes. Yo os amé con delirio, con locura, con frenesí, con ciega idolatría. ¡Admiré vuestra espléndida hermosura, siendo todo mi afán llamaros mías¡ Vos me dijisteis, con desdén profundo, «sois pobre para mi, dejadme, Enrique», Desde entonces hallé pequeño el mundo, y para mi ambición no tuve dique. No tuve más afán ni más anhelo que adquirir de, riquezas un tesoro; olvidé que había un Dios allá en el cielo y el crimen me ofreció montes de oro, Y en el instante que contento, ufano, iba a deciros yo con alborozo: ¡ Mío es el porvenir!¡Ensueño vano! Desperté en un oscuro calabozo. La sociedad se alzó con mano airada y castigó mi falta; ¡justo era! ¡Y nadie fue a lanzarme una mirada! ¡Nadie me fue a decir, sufre y espera¡ Pasaron meses, transcurrieron años, y el tiempo, se cumplió de mi clausura: ¡volví a mirar la luz!, seres extraños miraron con desdén mi desventura. Y una noche, que vive en mi memoria, de un ministro de Dios el dulce acento escuché, que contaba triste historia, ¡tan triste como el eco de un lamento! Y dijo que era Dios todo ternura, y que el perdón al hombre concedía, sí este olvidaba su fatal locura y en su infinito amor la luz veía. Aquella voz que resonó en mi oído era una voz tan pura, tan vibrante, que hizo latir mi corazón dormido y esperar y creer; ¡feliz instantes! ¿Por qué he pasado mis mejores días sin conocer de Dios la omnipotencia? ¿Por qué han sido mis noches tan sombrías? ¿Por qué fue tan amarga mi existencia? ¿Sabéis Sara por qué? Porque he olvidado que sólo en Dios se encuentra ese camino, en donde el hombre, por el bien guiado, engrandece en la tierra su destino. El arrepentimiento más profundo me hace tener vergüenza de mi mismo ¡Adiós, España! Adiós, ¡Oh, viejo mundo! Adiós con tu fatal positivismo. ¡Adiós, Sara! Pensad que hay otra vida.; y ese amor que consume y que no quema, consagradle al Señor, pedidle égida.. y él os dará la salvación, suprema. Siempre, un recuerdo os guardaré en mi mente: no abrigo contra, vos ningún encono; y a Dios !e pido en mi oración ferviente, ¡que él os perdone, como yo os perdono!. ¿Qué sintió Sara? Dios tan sólo puede adivinar misterio tan profundo: porque es el corazón de las mujeres el problema más grande de este mundo. Sólo sabemos que dejó la corte y que el centro galante en que vivía le consagró un recuerdo a su elegancia y al gusto sin rival que ella tenía.. ¿Dónde se fue?, ¡quién sabe!, quizá un día sepamos el final de su existencia; que el asunto nos dé para una historia donde el lector encuentre un episodio de abnegación, de juventud y gloria. Y lloré a la memoria de una de esas mujeres que guardan ricos dones de amor, de sentimiento y de ternura; que al saber explotar esos filones puedan brotar inmensas sensaciones que conviertan en ángel la criatura y hacer que una mujer sea en sus pasiones un alma grande, enamorada y pura. 1873 Ramos de Violetas Amalia Domingo Soler
Posted on: Fri, 20 Sep 2013 14:47:43 +0000

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