PURIFICACION 2 5. María renovó a cada instante la entrega de su - TopicsExpress



          

PURIFICACION 2 5. María renovó a cada instante la entrega de su Hijo No concluyó aquí el dolor de esta ofrenda, ya que, desde el primer momento y durante toda la vida de su Hijo, María tuvo ante sus ojos la muerte y todos los sufrimientos que debían acompañarle, y cuanto más iba descubriendo en él lo hermoso, lleno de gracia y amable que era, más se acrecentaba la angustia de su corazón... Madre dolorosa, si hubieras amado menos a tu Hijo y ese tu Hijo hubiera sido menos digno de amor o no te hubiera amado tanto, menor hubiera sido tu dolor al ofrecerlo en sacrificio. Pero ni hubo ni habrá madre que ame a su hijo tanto como tú, porque ni hubo ni habrá hijo más amable y que más quisiera a su madre que tu hijo Jesús. Oh Señor, si nosotros hubiéramos conocido la hermosura, la majestad del semblante de aquel divino niño, ¿hubiéramos tenido valor para sacrificar su vida por nuestra salvación? Y tú, oh María, que eres su madre, y madre que tanto lo amas, ¿cómo es que pudiste ofrecer a tu hijo inocente por la salvación de los hombres y ofrecerlo a una muerte la más dolorosa y cruel que hubiera podido padecer un hombre en la tierra? ¡Qué cuadro tan desolador desde aquel día le representaría ante los ojos de María el amor que profesaba a su Hijo! ¡Presentir aquellos escarnios y desprecios que había de sufrir su pobre Hijo! El amor se lo representaría ya agonizante en el huerto, ya lacerado por los azotes o coronado de espinas en el pretorio y, sobre todo, viéndolo clavado en un leño ignominioso en el calvario. Mira, oh Madre, parece que le dijera su amor; mira al Hijo tan amable e inocente que ofreces a tantas penas y a muerte tan horrible. ¿De qué te servirá librarlo de las manos de Herodes si lo guardas para un fin tan lastimoso? De modo que María no ofreció en el templo tan sólo a su Hijo a la muerte, sino que lo ofreció a cada instante, como le reveló a santa Brígida, que este dolor que le anunció el anciano Simeón no se apartó de su corazón hasta su asunción en el cielo. Por eso le dice san Anselmo: “Señora, yo no puedo creer que hubieras podido sobrevivir con tal dolor ni un solo momento si el mismo Dios, dador de vida, no te hubiera sostenido con su fuerza todopoderosa”. Mas hablando san Bernardo de esa extrema aflicción que se apoderó de María en esta fecha, dice que desde entonces vivía muriendo a cada instante, pues a cada momento le asaltaba el dolor de la muerte de su amado Jesús, que era dolor más cruel que la misma muerte. 6. María asume la función de corredentora San Agustín, al considerar los grandes méritos de la Madre de Dios al ofrecer este gran sacrificio al Señor por la salvación del mundo, la llama con toda razón “la reparadora del género humano”; san Efrén le dice que es “la redentora de los cautivos”; san Ildefonso, que es “la reparadora del mundo perdido”; san Germán, “el remedio de nuestras miserias”; san Ambrosio, “la madre de todos los fieles”; san Agustín, “la madre de los vivientes”; san Andrés Cretense, “la madre de la vida”. Porque dice san Arnoldo de Chartres: “Estaban del todo identificadas la voluntad de Cristo y la de María, y ambos ofrecían un mismo holocausto; por eso consiguieron ambos el mismo efecto de salvar al mundo”. Al morir Jesús, María unió su voluntad con la de su Hijo de tal manera que ambos ofrecieron un mismo sacrificio, y por eso dice el mismo santo abad que así es como el Hijo y la Madre realizando la redención humana obtuvieron la salvación de los hombres; Jesús, satisfaciendo por nuestros pecados; María, impetrando que se nos aplicara semejante satisfacción. Por eso, con razón afirma Dionisio Cartujano que la Madre de Dios puede ser llamada “salvadora del mundo”, pues con el sufrimiento soportado compadeciendo a su Hijo –y que ofreció voluntariamente a la divina justicia– mereció que se comunicaran a los hombres los méritos del Redentor. Siendo María por los méritos de sus sufrimientos y del ofrecimiento de su Hijo madre de todos los remedios, se ha de creer que sólo por ella se otorga la leche de las divinas gracias, que son los méritos de Jesucristo, y los medios para conseguir la vida eterna. A esto se refiere san Bernardo al decir que Dios ha puesto en manos de María el precio de nuestra redención. Con lo que el santo nos da a entender que por la intercesión de la Virgen santísima se aplican a las almas los méritos del Redentor y que por sus manos se dispensan las gracias, que son precisamente el precio de los méritos de Jesús. Si tanto agradó a Dios el sacrificio de Abrahán al ofrecerle a su hijo que se obligó para premiarlo a multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo: “Porque hiciste esto y no perdonaste a tu hijo único por amor a mí, te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo” (Gn 22, 16; 17), debemos creer con toda firmeza que inmensamente más agradable fue para el Señor, por ser infinitamente más noble el sacrificio de la excelsa Madre al ofrecerle a su Jesús. Por eso se le ha concedido que gracias a sus plegarias se multiplique el número de los elegidos y, por tanto, de sus devotos. El santo anciano Simeón había recibido de Dios la promesa de que no moriría sin ver nacido al Mesías (Lc 2, 26). Pues esta misma gracia no la recibirá sino por medio de María. Por lo que quien desea encontrar a Jesús no lo encontrará sino por medio de María. Vayamos a esta divina Madre si queremos encontrar a Jesús, y vayamos con plena confianza. Dijo María a su sierva Prudenciana Zangoni que todos los años, en esta fiesta, se otorgaba una extraordinaria misericordia a un pecador. ¿No puede ser alguno de nosotros ese afortunado? Si grandes son nuestros pecados, mayor es la misericordia de María. Nada quiere negar el Hijo a esta Madre. “Cierto que este Hijo siempre escucha a su Madre”, dice san Bernardo. Si Jesús está indignado contra nosotros, pronto lo aplaca María. Cuenta Plutarco que Antipasto escribió a Alejandro Magno un largo panfleto de acusaciones contra su madre Olimpia. Habiéndolo leído, respondió: ¿No sabe Antipasto que una lágrima de mi madre basta y sobra para borrar incontables cartas acusatorias? Cuando María ruega por nosotros, pensemos también que Jesús responde a las acusaciones que le presenta contra nosotros el demonio: “¿No sabe Lucifer que una oración de la Madre mía en favor de un pecador basta para hacerme olvidar todas las acusaciones de los pecados cometidos?” Veamos como demostración el siguiente ejemplo. EJEMPLO Un convertido por su devoción a los dolores de María Este ejemplo no está en los libros, sino que me lo ha referido un sacerdote compañero mío como acaecido a él mismo. Mientras este sacerdote estaba confesando en una iglesia –no se dice la ciudad por prudencia, aunque el penitente dio licencia para publicar su caso– se colocó al frente de él un joven que parecía titubear entre confesarse y no confesarse. Mirándolo el padre varias veces, al fin lo llamó y le preguntó si deseaba confesarse. Respondió que sí, pero como la confesión parecía que iba a ser larga, el confesor se fue con él a una habitación aislada. El penitente comenzó por decirle que era un noble forastero y que no comprendía cómo Dios le podía perdonar con la vida que había llevado. Además de los incontables pecados deshonestos, homicidios y demás, le dijo que habiendo desesperado de su salvación se había dedicado a pecar, no tanto por satisfacción cuanto por desprecio a Dios y por el odio que le tenía. Dijo que poco antes, esa misma mañana, había ido a comulgar; pero ¿para qué? Para pisotear la hostia consagrada. Y que, en efecto, habiendo comulgado, iba a ejecutar su horrendo pensamiento, pero no pudo hacerlo porque le veía la gente. Y en ese momento entregó al sacerdote la santa hostia envuelta en un papel. Le contó después que pasando por delante de aquella iglesia había sentido un impulso muy grande de entrar, y que no pudiendo resistir había entrado. Después le había acometido un gran remordimiento de conciencia con un deseo confuso de confesarse, que por eso se había puesto ante el confesionario; pero estando allí era tanta su confusión y desconfianza que quería marcharse, pero parecía como si alguien le retuviera a la fuerza; hasta que usted, padre, me llamó. Ahora me encuentro aquí para confesarme, pero no sé cómo. El padre le preguntó si había tenido alguna devoción a la Virgen María durante ese tiempo, porque tales golpes de conversión no suceden sino por las poderosas manos de María. “¿Qué devoción podía tener? Nada, padre; yo estaba condenado”. Pero metiendo la mano en el pecho, notó que tenía el escapulario de la Virgen Dolorosa. “Hijo –continuó el confesor–, ¿no ves que la Virgen es la que te ha otorgado esta gracia? Y has de saber que esta iglesia está consagrada a la Virgen”. Al oír esto el joven se enterneció, comenzó a compungirse y a llorar. Mientras manifestaba sus pecados creció a tal punto su compunción y llanto, que se desmayó. El padre lo reanimó y finalmente acabó la confesión, lo absolvió con gran consuelo, y del todo contrito y resuelto a cambiar de vida se despidió para volver a su patria, dando licencia al confesor para anunciar públicamente la gran misericordia que con él había tenido María. ORACIÓN DE OFRECIMIENTO A DIOS Santa Madre de Dios y Madre mía, María. ¿Tanto te interesaste por mi salvación que llegaste a ofrecer al sacrificio lo más querido para tu corazón, a tu adorado Jesús? Si tanto deseas que me salve, con razón pongo en ti mi confianza después de colocarla en Dios. Virgen bendita, en ti confío del todo. Por el mérito del gran sacrificio que en este día ofreciste a Dios al entregarle la vida de tu Hijo, ruégale que tenga piedad de mi alma por la que este cordero inmaculado quiso morir en la cruz. Quisiera, Reina mía, en este día, a semejanza tuya, ofrecer a Dios mi pobre corazón; mas temo que lo rechace al verlo tan enfangado y sucio. Pero si tú se lo ofreces no lo rehusará, pues las ofrendas que le llegan en tus manos, todas las recibe y agradece. Me presento, María, para consagrarme a ti; ofréceme al eterno Padre, junto con Jesús, como algo que te pertenece; y ruégale que por los méritos de tu Hijo y en consideración a ti, me acepte y me tome por suyo. Madre mía dulcísima, por el amor de tu Hijo sacrificado ayúdame siempre y no me abandones. No permitas que a mi Redentor tan amable, y por ti ofrecido, lo vaya a perder por mis pecados. Dile que soy tu siervo; dile que en ti tengo depositada mi esperanza; dile, en fin, que quieres mi salvación; que él seguro te habrá de escuchar. Amén.
Posted on: Fri, 30 Aug 2013 10:02:01 +0000

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