Para todos mis queridos Aragüeños, una anécdota de nuestra - TopicsExpress



          

Para todos mis queridos Aragüeños, una anécdota de nuestra querida Aragua de Barcelona. Adolfo Gabriel, en honor a tus bellas y acertadas anécdotas, te dedico ésta: Los regañó el “palo” En el cruce de las calles Anzoátegui y Amparan, en la esquina Nor-Oeste, estaba ubicada la bodega de Ramón “El renco” Milano, ejemplar Ciudadano casado con Doña María Trinidad Solórzano de Milano. Su Hijo preferido, Ramón “Mon” Milano, es hoy un respetable Señor de su hogar; cuando joven, no perdía oportunidad para escaparse, tomarse unos tragos, vivir aventuras amorosas y divertirse como cualquier sibarita. Sus travesuras hedonísticas provocaron más de un desasosiego a sus Padres. Cuando estaba corto de dinero porque se le disminuía o acababa su mesada, procuraba ayudar a despachar en la bodega con la finalidad de guardarse unos medios, reales, bolívares y hasta una peseta de a dos, en un descuido del vigilante Padre. Don Ramón Milano vendía todo tipo de mercancías y, entre ellas, el apetitoso ron blanco “Aguardiente Los Cocos”, fabricado en Aragua de Barcelona. Él vendía por garrafas, litros, botellas (750 cc), mulas (334 cc), carterita (150 cc) y, en los envases fabricados por el Señor Paiva “El Negro Paiva”: pequeños cilindros de hojalata, con asa y fondo de apoyo los cuales medían dos onzas, una onza y media onza; a éstos se les puso los respectivos nombres de: doble lata, una lata y media lata. Los caballeros, discípulos del Dios Baco, pedían sus tragos: ¡Don Ramón, déme una lata! o, lo más común, ¡déme media lata! y estas latas se las tomaban de un solo trago, cual vaqueros del lejano Oeste. La media lata tenía un costo de un medio real, la lata un real y la doble lata un bolívar, esta última casi nadie la pedía. El trago de ron, para servir al detal, se trasegaba desde garrafas llenas de aguardiente. En una oportunidad en la cual Mon Milano estaba “limpio”, se ofreció a ayudar a su Padre en la bodega y en ese momento llegaron a la bodega los inseparables compañeros de libar: Guarache, Guachito y Juan Cabeza. Ansiosos por ingerir la sabrosa y embriagante bebida, le gritaron: ¡Oye Mon, sírvenos media lata a cada uno!; Mon, muy diligente y atento, les dijo: ¡Ya les sirvo, pero no griten!, y aprovechando que Don Ramón fue al depósito a buscar una mano de cambur para Doña Teresa Tovar, con gran apuro agarró la primera garrafa que tanteó, sin ver, debajo del mostrador y sirvió los tres tragos. Los matarifes lo ingirieron de un solo golpe; los tres fruncieron el seño, tosieron y expresaron: ¡Caray, Mon, este palo nos regañó, sírvenos el otro!, Mon, apurado para cobrar y embolsillarse el dinero, antes que viniera Don Ramón, les sirvió de nuevo y los eternos cófrades de tragos se los tomaron igual –de un solo golpe, en esta ocasión los tres cayeron al suelo fulminados; entonces Mon expresó: ¡Cónchale, estos borrachos no aguantan nada, voy a esperar para que me paguen mi real y medio! –ya se había agarrado el anterior pago. Al ver que los Amigos no reaccionaban, Doña Teresa empezó a pedir auxilio, alertando a Don Ramón, a Doña María y a algunos vecinos que transitaban por la calle Anzoátegui, la bodega se llenó, la alarma cundió y todo el mundo se encontró gritando: ¡Se murieron rascados los matarifes!. Salvador Tovar pasaba por la calle y, al ver el alboroto, se estacionó para curiosear. Al percatarse de lo que sucedía pidió ayuda para embarcar en el carro a los intoxicados y llevarlos hasta el Hospital Rafael Rangel, ubicado a tres cuadras de la bodega. Al llegar, Francisco “Kirikire” Andrade y Simón Vivas ayudaron a sacarlos y llevarlos a la sala de emergencias. Inmediatamente, el Doctor Edgar Calatrava Gago, el Doctor Felipe Arreaza y las Enfermeras Mimina, Yiya y la Polaca, les atendieron haciéndoles un lavado estomacal. Cuando les sacaron, de los respectivos estómagos, el contenido de líquidos intoxicantes, el Doctor Calatrava envasó dos muestras, guardó una y la otra la llevó a la bodega de Don Milano para investigar el hecho. Aún estaban muchos curiosos preguntando qué había sucedido porque no se explicaban cómo unos hombres acostumbrados a tomar hasta dos garrafas de ron, diariamente, cayeran fulminados con solo dos palos. El Doctor Edgar reunió a todos e interrogó a Mon Milano: ¡Mon, qué le diste a Guachito, Juan Cabeza y Guarache?, ¡Bueno, Doctor, yo les dí dos medias latas de ron a cada uno! –contestó Mon, ¡Muéstrame la garrafa, Mon! y, solícitamente, Mon sacó la garrafa, ¡Ésta es Doctor!, el buen Médico examinó la garrafa y, en vez de tener la etiqueta de “Aguardiente Los Cocos” - Hecho en Aragua de Barcelona, decía “Cloro blanqueador”. José Tomás Pérez Rodríguez Desde El Arroyo
Posted on: Fri, 29 Nov 2013 02:07:06 +0000

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