Partido aparte Lunes 09 de septiembre del 2013 | 00:56 Hemos - TopicsExpress



          

Partido aparte Lunes 09 de septiembre del 2013 | 00:56 Hemos decidido ver el partido de fútbol. Teníamos que ir a la televisión, pero hemos cancelado el programa para ver el partido. Le he dicho al gerente que estoy mal de salud. Qué tienes, me ha preguntado. El hígado, le he dicho secamente, sin dar detalles. Lo más probable es que el gerente sospeche que estoy exagerando. Me da igual. No queremos perdernos el partido. Hemos acordado tomar cerveza durante el partido. Tal vez nos permita mirarlo con otra intensidad y evocar los tiempos en que éramos chicos y cifrábamos nuestra felicidad en que ganasen los nuestros. Tenemos hierba fina pero no provoca fumarla porque luego nos dará sueño y el partido nos parecerá aburrido y nos quedaremos dormidos. Queremos disfrutar del partido con la inocencia o el candor que teníamos cuando éramos chicos y sentíamos que todo dependía de que ganaran los nuestros. Ella se ha encargado de organizar las cosas, como de costumbre. Ha encontrado el canal en el que pasarán el partido (426 en el televisor de su cuarto, en mi cuarto no tenemos ese canal), ha encontrado el canal en el cuarto de la nana (621), ha puesto a helar las cervezas mexicanas, ha comprado hamburguesas de salmón, tequeños y cachapas, ha colocado las almohadas duras ortopédicas (tres para cada uno) en su cama. Nuestra hija se ha dormido mientras yo leía despanzurrado en el sillón de lectura. Hacia las diez de la noche he llevado cuidadosamente mi barriga al cuarto de mi esposa, me he tendido en la cama y le he dicho: apostemos. Ella, resabida, ha apostado que ganarán los otros. Yo, tratando de ser el niño optimista que confiaba siempre en el triunfo improbable de los nuestros, he apostado que ganaremos apretadamente, remontando un marcador adverso. Ella se ha reído de mi efusión tardía de patriotismo. Nos van a ganar, no te engañes, ha dicho. Tengo una mala premonición, ha añadido, y yo, al escuchar esa palabra, premonición, he recordado que ella no suele equivocarse con sus premoniciones: cuando ve una cosa, ocurre. Cómo es tu premonición, he preguntado, temeroso de que ocurra lo peor. He visto que nos van a meter varios goles, ha dicho ella. Imposible, he dicho, esta noche nos toca ganar, ganaremos como sea, con un penal regalado, con un gol con la mano, con gol en posición adelantada, pero ganaremos. El que pierda, hemos apostado, se ocupará de hacerle un regalo al ganador, un regalo que no implique transacción monetaria alguna, solo un momento que reúna paciencia, afecto y concentración. Apenas comienza el partido nos entregamos a la bebida. Todo será más tolerable, la victoria o la derrota o el empate pusilánime, si estamos levemente embriagados. Hacía mucho no sentía la frescura de la cerveza helada remojando el desespero. Tomamos del pico de la botella, echados en la cama, incorporándonos apenas para que baje la cerveza sin atragantarnos. No se habla, no se comenta nada, se observa el partido con seriedad religiosa, respirando la pesadez del aire, sabiendo que esos hombres uniformados nos representan y van a jugar imprudentemente con nuestro estado de ánimo. Si ganan, habremos ganado nosotros, más nosotros que ellos; si pierden, habrán perdido ellos, los malos de siempre. En cualquier caso, un poco de cerveza suaviza la tensión, afina el espíritu. Ella toma más rápidamente que yo. Ella toma como hombre, yo como la chica. Al minuto quince ella va por la segunda botella y yo he tomado cuatro traguitos ridículos que no representan siquiera la octava parte de la botella. Es así, incluso cuando jugamos fútbol es así: ella es el hombre, yo soy la señora, por eso nos queremos tanto, nadie trata de ser lo que no es, ella chupa como machito cantinero, yo bebo como vieja gorda en el exilio. No se abren las cajitas con la comida, el acuerdo es que comeremos en el entretiempo. Estos huevones solo son buenos para hacerse tatuajes y cortes de pelo ridículos, digo, furioso porque ya se han fallado tres goles, uno en clara posición adelantada que el árbitro no cobró, el otro porque el zángano con aspecto de anguila se aturdió y la tiró a diez metros del arco, el tercero porque el maniquí que ahora sonríe no se esmeró lo suficiente y saltó para la foto: van tres y no la meten, lo de siempre, digo, ¿de qué se ríe este bobalicón si ya se ha perdido dos goles, por qué está tan contento, por su flamante corte de pelo? Ella toma cerveza, achina los ojos, cruza las piernas, se toma muy en serio ese momento. Tendríamos que estar trabajando pero estamos desparramados, chorreando, alicorados, puteando a los nuestros, rumiando para que metan un gol, la concha de la lora, un solo gol aunque sea con la mano o en posición adelantada, un gol que nos devuelva la ilusión que perdimos hace más de treinta años, cuando vinieron los polacos y nos metieron media decena, una ilusión que ya habíamos comenzado a perder hace treinta y cinco años, cuando vinieron los argentinos y nos metieron media docena. Luego ocurre la debacle: cobran un penal a favor de ellos, se ponen en ventaja, expulsan a uno de los nuestros por soliviantarse como cuy de feria recién sacado de caja de leche y entonces, estaba escrito, ella tenía razón, todo se va al carajo, los nuestros capitulan, se entregan, y ellos mandan, se enseñorean, se dan un paseo, cada ataque de los forasteros está preñado de un veneno letal, los nuestros se desdibujan a medida que ellos se afirman y remarcan sus intenciones pendencieras y prevalecen con aire sobrador, es sólo cuestión de tiempo para que nos metan un gol y acaso varios más. Qué debacle, qué humillación, qué dolor, no puede ser que siendo ya un viejo cínico y sabiendo que somos malos sin remedio me haya ilusionado puerilmente pensando que ganaríamos y ahora esté sufriendo esa misma amargura densa que me embargó cuando los argentinos nos metieron seis y los polacos cinco. Ahora la expectativa no es que los nuestros metan un gol como sea sino que los otros no nos metan dos o tres más y que el tiempo pase deprisa y el partido acabe ya mismo, no puede ser que nos estén dando un baile en nuestra propia casa y ante estadio lleno, es mejor que todo acabe pronto y pague la apuesta perdida. Comemos las hamburguesitas de salmón, los tequeños, las cachapas con queso derretido, todo lo que esté a nuestro alcance para disimular el desánimo que nos ha invadido. Comemos sin hambre, para no hablar, para llenarnos de una felicidad tangible, que dependa de nosotros, no de los nuestros, esos hijos de la desdicha que prometen tantas alegrías y no saben cumplir una sola. Comemos y tomamos y yo siento que estoy pasado de borracho y miro la botella y no he tomado siquiera la mitad pero ya estoy achispado, agraciado, alicorado, ella en cambio va por la tercera botella y preserva el aplomo y me mira como diciéndome yo te dije, mis premoniciones no fallan, si serás tonto cuando te vuelves el más patriota. Cuando termina el partido dejo el televisor prendido, bajo el volumen a cero, me aseguro de que la puerta esté cerrada con llave y le digo tú ganas, la casa paga, es mi turno de jugar. Luego me inclino reverente, retiro las prendas que me impiden acometer correctamente la tarea y llevo mi lengua rencorosa al lugar donde ella espera. Comienza entonces un partido aparte cuyo resultado solo dependerá de todo el amor que cabe en mi lengua. No habrá perdedores en ese partido.
Posted on: Thu, 12 Sep 2013 03:15:22 +0000

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