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Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION Ver perfil . inShare. . Un director con viejas simpatías por el peronismo, alguien que no es kirchnerista ni todo lo contrario, un espíritu anarco y libre al que sólo le interesa hacer películas, pone un día excusas para no asistir a un acto en la Casa Rosada. Luego ve por televisión que habla al país Cristina Kirchner y que el auditorio está lleno de actores, actrices, cineastas y celebridades. Todos ellos son largamente retratados por las cámaras. La idea es demostrar que esos ídolos apoyan las acciones del movimiento nacional y popular. Es una propaganda electoral formidable, y el director siente una fuerte ambigüedad: por un lado, se alegra de no tener que poner la cara y, por el otro, se pregunta si su deserción tendrá consecuencias. Un año después presenta su película, que trata sobre la marginalidad y la pobreza, y un alto funcionario le desliza sin emoción una frase memorable: "Esto no es lo que queríamos mostrar". Al director le da un escalofrío. No tardan en caerle a su productora algunos inspectores y tampoco tarda mucho en comprobar que ahora los créditos se traban en oscuras oficinas burocráticas. Lo que más le duele, sin embargo, es que no puede denunciar a nadie, y que, además, resulta imposible conseguir solidaridad en un medio que ha sido cooptado política y económicamente por el kirchnerismo. ¿Hace falta explicar por qué no damos su nombre? Pocos miembros de esa colonia afamada, que la Presidenta incorporó hábilmente a su política de escudos humanos, se comunicaron esta semana con otro talentoso, el director teatral Carlos Rivas, para manifestarle su afecto y comprensión, o por lo menos su amable desacuerdo, tras haber publicado una carta en la que expresaba dolor frente a la asombrosa e indefendible conversión de Abuelas de Plaza de Mayo, que pasó de organización ecuménica y abierta a ser un simple apéndice del Frente para la Victoria. El acompañamiento de Estela de Carlotto en los actos de barricada no sólo degrada su mítica figura, sino a quienes la utilizan sin escrúpulos. Estela se ha transformado en el escudo humano más importante que tiene el kirchnerismo para protegerse de las críticas y legitimar sus medidas más cuestionables. Resulta un verdadero escándalo que quienes han defendido esa causa sagrada (la recuperación de chicos robados durante la dictadura) no alcen la voz contra este manoseo. Rivas lo hizo, y el hecho de que se haya ganado la primera plana del diario demuestra la relevancia de su carta y la dramática soledad en que fue escrita. Entre quienes lo felicitaron está una actriz legendaria, una amiga personal que comparte sus angustias políticas. "En este ambiente ya no podemos hablar con nadie -le dijo. Estamos rodeados de gente fanatizada." ¿A quiénes se refería? Principalmente a sus colegas, que se dividen entre los politizados que hoy abrazan honestamente el dogma kirchnerista, los conversos que giraron por conveniencia sectorial y todo lo perdonan en virtud de la bonanza de sus bolsillos, y muchos novios tardíos, analfabetos ideológicos que sintieron el súbito despertar de la política y que suelen hablar con una conmovedora superficialidad acerca del país. Un ejército de portavoces y predicadores de la buena nueva, que en las entrevistas periodísticas venden sus obras y de paso contrabandean loas al modelo. ¿Cuánto vale esa campaña incesante? Mucho dinero. Y el Estado, con su recaudación caudalosa, no ha reparado en gastos. El Poder Ejecutivo desarrolló durante la "década ganada" un astuto clientelismo artístico. Y lo hizo siguiendo los axiomas de Raúl Apold, que durante el primer peronismo se propuso conquistar a los ídolos populares para que acompañaran acríticamente el proyecto e infundir miedo entre los disidentes para que no pusieran reparos. Por supuesto, el agua baja mezclada. Cristina realmente tomó muchas
Posted on: Sun, 04 Aug 2013 14:14:41 +0000

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