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Por The New York Times: EL TRÁFICO Y LA IRA EN LA CIUDAD DE MEXICO Desde la cima de un alto edificio en una noche despejada, el tráfico aquí parece un arroyo de luz: blanco brillante fluyendo en un sentido, rojo rubí en el otro. En tierra, sin embargo, es dolorosamente obvio que lo contrario es cierto: casi todos están atascados. Cuán atascados varía, pero aquí en una atestada ciudad de 20 millones de personas y aproximadamente 4 millones de automóviles, no son infrecuentes los recorridos de seis horas. Algunas recepciones de bodas terminan antes del tiempo que toma conducir 20 kilómetros a las 6 pm. La gente de otros lugares fuera de la ciudad tiende a quedar pasmada. En YouTube, docenas de videos muestran a visitantes maravillándose ante largas filas de automóviles tan inmóviles como un cadáver, o motoristas desvergonzadamente haciendo caso omiso de semáforos en rojo bajo la mirada de oficiales de tránsito. Residentes locales también se quejan, por supuesto. Sin embargo, ellos sólo lo resisten. Los autos siguen siendo símbolos de estatus aquí, preferidos incluso cuando el transporte público es más rápido, y los motoristas generalmente han llegado aceptar el tiempo perdido y aire más sucio generado por demasiados automóviles en caminos congestionados. “Prevalece la resignación cuando se trata del tráfico”, dijo Bernardo Baranda Sepúlveda, director de Latinoamérica del Instituto de Política de Transportación y Desarrollo, organización internacional sin fines de lucro que promueve el tránsito sustentable. “En una forma es bueno porque, de lo contrario, estaríamos matándonos mutuamente, pero también es frustrante porque la gente aquí no está quejándose y exigiendo mejores opciones”. En vez de actuar como conductos, muchas calles y carreteras se han metamorfoseado en estanques de retención humana. Los expertos dicen que los motoristas han ido quedando cada vez más atrapados en un mar de automóviles sin moverse, mientras la clase media ha crecido y entrado de lleno a conducir, y conforme la construcción gubernamental en un segundo piso a la principal vía periférica crea caos. Agréguese protestas en las calles con regularidad –incluidas marchas recientes de miles de maestros que intentan obstruir una reforma educativa– y no causa sorpresa que hayan surgido extrañas escenas en cada lugar donde se pueda encontrar tráfico enloquecedor. En las ubicaciones donde caminar es más rápido que manejar (incluyendo carreteras), un ecosistema de clase, creatividad y comercio ha evolucionado. Músicos callejeros y vendedores ambulantes promueven una diversidad siempre creciente de productos, desde matamoscas hasta cachorros de perro, que pueden encontrarse al lado de delincuentes que se asoman en ventanillas abiertas. También hay recién llegados, como mujeres con ajustados uniformes distribuyendo muestras de la bebida deportiva más reciente, o sosteniendo gigantescas pancartas que promueven teléfonos celulares o televisores. Al centro de todo esto, pese al aumento en el uso de la bicicleta, sigue estando el conductor. “Un auto es una burbuja”, notó Baranda, y en su interior millones combaten el aburrimiento de estar atascado. Eso a menudo tiene que ver con la tecnología. A la hora pico en muchos barrios, tener correo electrónico en un teléfono es un frustrante juego de probabilidades debido a la abrumadora demanda. Una ley de la ciudad prohíbe hablar por teléfono mientras se conduce, pero se ignora ampliamente. En una reciente mañana, en la intersección de Paseo de la Reforma con Avenida Hidalgo, un agente de policía se detuvo frente al semáforo en un vehículo hatchback plateado, con un teléfono pegado al oído. Cada luz roja revelaba casi lo mismo: Conducción distraída en medio del caos. En un punto dado, una mujer que pelaba una naranja llegó a una luz en rojo, y otro motorista estaba enviando un mensaje de texto mientras un hombre con una cresta por peinado apresuró a su perro salchicha al atravesar el cruce. Aproximadamente 400 metros atrás, una patrulla de policía intentó abrirse paso entre los anudados automóviles, su sirena compitiendo con cláxones e himnos católicos fluyendo de una iglesia en la esquina. Desafiando todo, un hombre indigente dormía en el camellón. Unas cuantas luces más tarde, un taxi se descompuso en el carril derecho, complicando incluso más el caos. Un hombre que vendía goma de mascar empujó al vehículo fuera de la vía, aunque tomó un buen rato debido al tráfico. “Los extranjeros siempre me están pidiendo que vaya más rápido”, dijo el chofer, Roberto García, de 40 años. “Sencillamente no es posible”. Dijo que acababa de regresar de Aragón, delegación aproximadamente a 8 kilómetros de ahí, aunque él insistía en que debía ser el triple de esa distancia: “Me tomó 40 minutos llegar aquí”, dijo. “Deberían haber sido 10”. Cuando le preguntaron que hacen los choferes de taxi cuando se quedan atorados en el tráfico, García dijo que ellos simplemente buscan pasajeros. Sin embargo, muchos otros se ven a sí mismos. Instagram está lleno de autorretratos, o “selfies” de personas atascadas en tráfico de la Ciudad de México. Vimeo y YouTube revelan signos mayores de creatividad. El humor es inevitable –por ejemplo, la caricatura de un hombre intentando convencerse de que está progresando en el tráfico detenido; pero hay también música, una parte de ella buena. De hecho, si existe un beneficio de la impotencia del congestionamiento vial aquí, pudiera ser el clip de Jenny y los Mexicats tocando en su van hace unos cuantos meses atrás. Traffic Congestion Solutions for Mexico City – IBM from IBM Transportation on Vimeo. ¿Dónde está la policía de tránsito, pudiera uno preguntar? Ausente, en su mayoría. Si casualmente están en alguna intersección, rara vez son obedecidos. En entrevistas, algunos dicen que sus jefes no les dan boletas de infracciones para repartir. Unos cuantos chilangos hartos, como se llama a los residentes de la Ciudad de México, han empezado a llenar el vacío. Estudiantes de preparatoria y universidad por la Secretaría de la Juventud de México a veces conducen el tráfico vestidos de mimos, siguiendo el ejemplo de un creativo enfoque seguido en otra época en Bogotá, Colombia. A la vuelta de Reforma, un hombre joven con una máscara de luchador, haciéndose llamar Peatónito también puede ser hallado empujando a automóviles fuera del área peatonal en un esfuerzo personal por mejorar la seguridad pública. (Aproximadamente 1,300 personas mueren anualmente en accidentes viales en Ciudad de México; más de la mitad son peatones y ciclistas). Sin embargo, la mayoría del trabajo de recordarles a los motoristas que presten atención recae en aquellos que intentan sacar dinero de ventanillas que van abajo. Aproximadamente seis de cada 10 trabajadores en México trabaja arduamente en la economía informal, con base en cifras del gobierno, al tiempo que algunos expertos dicen que a medida que ha aumentado el número de propietarios de automóviles y el tráfico, más personas han salido a las calles para ganarse la vida de aquellos que están atascados. Cuando menos, dicen vendedores y motoristas, ha crecido la variedad de lo que se vende. En una lista incompleta ahora incluye: guitarras, hierbas, mapamundis, cargadores de celular, agua, tamales, tacos, rosas, diarios, sombrillas, charolas de desayuno figuras de acción del Hombre Araña que dan a la altura de la cintura, cigarrillos sueltos, cobijas y hamacas. Los delincuentes también han entrado vigorosamente, robando a personas atrapadas en el tráfico, y también lo han hecho grandes negocios, incluido Samsung, con atractivos hombres y mujeres distribuyendo volantes de ventas o sosteniendo banderines en concurridos cruceros. Y, lo cual no causa sorpresa, funciona. Para aquellos que no tienen nada mejor que hacer, un brillante panfleto y un poquito de interacción humana al parecer son bienvenidos. Después de todo, ellos no van a ninguna parte pronto.
Posted on: Tue, 10 Sep 2013 18:49:09 +0000

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