Por estas horas de aquellos entonces, mi montoncito ya estaba - TopicsExpress



          

Por estas horas de aquellos entonces, mi montoncito ya estaba listo para quemar. Unos cuantos días antes, nos afanábamos, sobre todo los más jóvenes de las familias en juntar la leña. Se intentaba conseguir la más vistosa y se hacía todo lo posible, porque fueran de un lado y otro del barranco una honrosa representación. Pero mi hoguera, como desde muy pronto fui la única menor del barrio, era la más pequeña y la primera en arder, como decían ellos, “era el aviso”. Las tardes previas a San Juan, me dedicaba a ir trayendo a un llano junto a mi casa, mis "jachitos" de leñas, ramas y todo lo combustible que encontrara a mi alcance. No faltaba uno o dos troncos más gruesos, varios viajes con jaras, leña de higuera, tuneras secas, cerrillo, vara de almendrero, "talajagues", pencas u hojas de palmas secas para rematar la pira, ropas viejas y hasta un bote de aerosol, para provocar una pequeña explosión que amenizara la entrada de la noche. En una de estas apañadas de leña recuerdo que sufrí la picadura de una avispa, que bien pudo acabar con mi afán sanjuanero. No había yo experimentado dolor tan desagradable como el de aquel bicho que anidaba debajo de unos troncos, me di cuenta de lo que se trataba al ver su reseco panal, porque de la avispa, además de irse de rositas, no quise saber nada más. Nuestras hogueras eran vistas desde las asomadas y debía ser un bonito espectáculo, contemplar decenas de fuegos en la lejanía, sin más contaminación lumínica que la del cielo y el reflejo de la hoguera en las laderas. Así lo contaban los que desde las afueras, en las orillas, se paraban en sus coches a mirar el barranco y contemplar. Era además de una noche mágica, donde las muchachas hacíamos nuestros rituales y pedíamos (bueno yo era muy chica...) para conseguir un pretendiente, para tener salud, fortuna y cosas buenas; momento para al calor de la lumbre comernos unas papas asadas y probar las primeras piñas a fuego vivo. Momento para contar historias y al son del caloreo pasar una noche diferente, que siendo aquel un lugar donde la monotonía podía ser un karma, uno lo agradecía de buena gana. Esos días también tocaba amasar, así que mi madre era la encargada de preparar el reciento y esa tarde recién sacados del horno, merendábamos pan con aceite o manteca y tortas de cuajada que nos antojaba el mejor de los manjares. Hacíamos cuanto nos contaban, con las papas debajo de la almohada, con los papelitos con nombres, quemando algo viejo y había un ritual que mi padre siempre repetía la mañana de San Juan, al traer la talla llena de agua de la fuente como de costumbre, nos decía que debíamos mirarnos en el líquido y observar el reflejo, si era nítido, llegaríamos a la próxima celebración. Supongo que en algún momento su imagen aparecía borrosa. Era esa fiesta más pagana que religiosa (aunque una vez más la iglesia haya transformado y utilizado el fervor), la del inicio del solsticio la que nos introducía de lleno en el verano, en la recogida de cosechas, en las noches a la intemperie, en las veladas de historias a la luz del farol, aquellas de las que tantas cosas escuché de boca de los mayores. Pero era una celebración con la rememorábamos, sin saberlo entonces, costumbres, cultura y creencias; espiritualidad ancestral que aunque desvirtuada, no dejaba de tener un sentido de renovación, de cambio de ciclo. Un culto a la luz, al sol y al fuego que regenera y retroalimenta. Con la esperanza que el fuego se llevaba todo lo malo y de las cenizas renacer limpios, nosotros prendíamos las hogueras y yo no tengo consciencia de que todo aquello tuviera otra significación.
Posted on: Sun, 23 Jun 2013 19:41:05 +0000

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