QUERER ES PODER Makeda recorría los jardines del palacio. La - TopicsExpress



          

QUERER ES PODER Makeda recorría los jardines del palacio. La brisa del atardecer resultaba muy placentera luego de las elevadas temperaturas de la jornada. Este paseo le esclarecía los pensamientos al terminar un día abarrotado de responsabilidades y decisiones comerciales. Su reino se encontraba en un buen momento económico, pero esto significaba que cada vez existían más asuntos que considerar, más personas que escuchar y gobernar, más negocios que contabilizar, más problemas y nuevas oportunidades de expansión. Desde hacía tiempo una noticia la tenía algo inquieta. El rey Salomón, que no cesaba de dilatar sus territorios, había construido una flota naviera en Ezión Guéber, en el cabo norte del golfo de Aqaba. Este era un punto estratégico ya que separaba la península de Sinaí de la península arábiga, cuyas aguas comunicaban con el Mar Rojo. Hasta ese momento los israelitas no tenían tradición marítima pero, de pronto, este emprendimiento los convertía en intermediarios comerciales con otros países. De alguna manera esto afectaba a su reino, Sabá, un conocido emporio comercial ubicado al oeste de Arabia. Mientras caminaba a paso lento, su mente desvariaba por la infinidad de negocios y viajes que tenía entre manos. Comerciaban en el mar de la India y África transportando objetos de lujo que ascendían a sumas exorbitantes, y por tierra llegaban a Damasco y a Gaza a través de caravanas por medio de rutas en el desierto de Arabia. Se preguntaba una y otra vez si la empresa naviera de Salomón amenazaría sus asuntos de intercambio comercial. Todo esto la llevó a hacer averiguaciones a través de sus hombres de confianza. Las novedades que le suministraban la dejaban más azorada aun. De él se decía que su sabiduría era imposible de concebir, que su palacio no tenía parangón y lo más intrigante era su religión, ya que en contraposición con todos sus vecinos adoraba a un solo dios. Una curiosidad imposible de contener invadía a Makeda de ansiedad, nerviosismo, inestabilidad emocional. ¡Tenía que verlo con sus propios ojos! Debía averiguar si toda esa descripción que había llegado a sus oídos era cierta, cuál era el secreto del esplendor de este reino del cual hacía tan poco tiempo se escuchaba hablar. Ella se consideraba una mujer muy inteligente, fuera de lo común para su tiempo. Sus capacidades lógicas y administrativas superaban a la mayoría de los hombres de su reino, por eso nadie había dudado a la hora de que ella ocupase el trono. Convocó a un séquito de camelleros con el fin de organizar una expedición a Jerusalén. La distancia estimada superaba los dos mil quinientos kilómetros. Con suerte podrían recorrer alrededor de cuarenta kilómetros diarios. Esto significaba que el viaje demoraría por lo menos dos largos meses de travesía por el desierto. Los hombres no tenían ningún problema en realizar ese itinerario. Lo que no les resultaba para nada aceptable era que una mujer, y nada menos que su reina, se expusiera a semejante derrotero. Los días eran sofocantes por el sol que bajo ningún aspecto mitigaba sus máximas energías. Las noches eran escalofriantes. El viento solía ensañarse con los viajeros, lastimándole la piel y los ojos. Había que abastecerse de abultadas provisiones para alimentar a tanta gente, y ni qué hablar del agua. Los expertos intentaron convencer a Makeda de sus delirios turísticos. Pero así como era de inteligente, también era de obstinada cuando alguna cuestión la inquietaba. El día fijado, muy de mañana, la comitiva se lanzó al desierto. Además de lo necesario para subsistir todo ese tiempo, los camellos cargaban litros de perfumes exquisitos y kilos y kilos de oro y piedras preciosas. Una fortuna codiciable se desplazaba por las arenas infinitas. En esos meses la reina repasaba en su mente cada una de las preguntas que pensaba formularle al rey Salomón. Algunas eran enigmas que ella conocía y las usaría para probar la supuesta sabiduría del monarca. Otras respondían a problemas de gobierno a los cuales nadie le encontraba solución. No faltaban aquellas que se referían a ciencia o al comercio. Tendría tanto para conversar. Esperaba que el rey fuese hospitalario y se mostrara abierto ante su interrogatorio. Tanto ella como sus doncellas habían escuchado muchísimos relatos de los viajes por el desierto, pero nunca pensaron que este fuera tan extenso, tan inhóspito, tan interminable y agobiante. Todo se complicaba: comer, beber, qué ropa ponerse para soportar el calor o el frío extremo, hacer sus necesidades, soportar los dolores menstruales, dormir. El montar y desmontar a sus camellos ya les resultaba aburrido e irritante. No faltaba quién preguntara cómo hacían los guías para orientarse. ¿No estarían dando vueltas en círculo por eso no llegaban nunca? Pero, cuando la tolerancia ya se había extinguido, por fin descubrieron Jerusalén. El corazón de Makeda palpitaba de satisfacción. Antes de llegar al palacio se cambió la ropa, arregló su cabello, se untó el rostro con un aceite para suavizar la agresión del desierto, se perfumó con uno de los aromas que ella prefería, se colocó las joyas que mejor combinaban con su vestido, y se sintió satisfecha consigo misma. La reina de Sabá quedó atónita al ver el palacio de Salomón. El buen gusto, los detalles de cada rincón, los colores empleados, las texturas de las piedras, de las telas, las maderas, las columnas, el techo, los pisos de un brillo inigualable. Nunca había visto un lugar tan lujoso. El rey en persona la recibió con una gentileza que ella no esperaba. Makeda no sabía por dónde empezar con sus preguntas y qué comentarios realizar. Las palabras del primer encuentro se vieron interrumpidas por el suntuoso banquete que se había servido para agasajar a las visitas. Las comidas que cautivaban con sus colores y fragancias sorprendían a los comensales por ese sabor tan único y novedoso. Las bebidas frescas eran una delicia después de tantos días de desierto. Los sirvientes desplegaban sus atenciones con exuberancia. La joven reina sentía que todos sus sentidos eran cautivados por una fascinación que nunca había experimentado. Esa noche su cuerpo extenuado acarició la cama mullida y perfumada. Mientras sonreía recordando lo vivido ese día se quedó dormida. Luego del desayuno generoso, Salomón le anunció que irían al templo a ofrecer sacrificios. Le explicó detalles de sus ceremonias, de su ley, de su historia, de su fe en ese Dios único que regía la historia. Makeda otra vez se vio sorprendida. El resplandor que toda la construcción reflejaba parecía opacar la luz del sol. Cada día de su estadía en Jerusalén le deparaba nuevas sorpresas. Lamentablemente llegó el momento de regresar a sus obligaciones. Con una humildad que a ella misma le asombró, se acercó a Salomón y le dijo: ‒¡Todo lo que escuché en mi país acerca de tus triunfos y de tu sabiduría es cierto! No podía creer nada de eso hasta que vine y lo vi con mis propios ojos. Pero en realidad, ¡no me habían contado ni siquiera la mitad! Tanto en sabiduría como en riqueza, superas todo lo que había oído decir. ¡Dichosos tus súbditos! ¡Dichosos estos servidores tuyos, que constantemente están en tu presencia bebiendo de tu sabiduría! Salomón la miraba en silencio. La mujer hizo una pausa y, haciendo un esfuerzo, sabiendo que estaba por decir algo que traicionaba sus mismas raíces, su identidad, sus creencias, exclamó: ‒¡Alabado sea el Señor tu Dios, que se ha deleitado en ti y te ha puesto en el trono de Israel! En su eterno amor por Israel, el Señor te ha hecho rey para que gobiernes con justicia y rectitud, pues él quiere consolidar a su pueblo para siempre. Inmediatamente dio órdenes a sus sirvientes para que le obsequiaran al rey las riquezas que habían transportado desde sus tierras. Los hombres no terminaban de acarrear bultos y más bultos. Casi cuatro mil kilos de regalos en oro, piedras preciosas y perfumes. Salomón se paseaba asombrado entre tantos aromas exóticos. Él sabía que todo esto representaba una fortuna incalculable. Nunca había visto tantas fragancias tan exquisitas. La caravana emprendió el regreso con sus camellos aligerados de carga. Ahora podían desplazarse con más rapidez y energía. Parecía que el regreso a casa agilizaba sus patas en una carrera que se aceleraba cada vez más. A Makeda se le pasaron muy rápidos los días. Tenía tanto en qué pensar. Nunca lamentaría la locura de ese viaje. La pasión que la había dominado, los esfuerzos realizados, los padecimientos que el desierto había ejercido sobre su cuerpo y su piel habían sido la mejor inversión de su vida. Muchos siglos después Jesús mencionó a esta mujer en una conversación con los dirigentes religiosos de su tiempo: ‒La reina del Sur se levantará en el día del juicio y condenará a esta generación; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón .
Posted on: Mon, 04 Nov 2013 01:47:55 +0000

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