ROSA DE LEON Sobre el lienzo del recuadro comenzaba a distinguirse - TopicsExpress



          

ROSA DE LEON Sobre el lienzo del recuadro comenzaba a distinguirse el rostro de una mujer joven, trigueña, hermosamente serena; sus ojos profundos irradian una mirada de paz, de entereza, de candidez imposible de disipar. Su cabello castaño, corto hasta los hombros y sobre su cabeza reposa los trazos de una corona formada con los tallos de un rosal cuyas flores empezaban a ser teñidos del color rosado por las manos de su pintora. Las horas corrían sin sentir para Laura quien había estado trabajando en la pintura al oleo afanosamente desde hacía varias semanas con la intención de terminar el retrato de su mejor amiga y podérselo llevar en su próxima visita a la ciudad de León, en Guanajuato, México, donde Francisca, su amiga y personaje del retrato, vivía y era originaria. ¿Cómo entender que Francisca a quien le llamada con cariño “Pachita”, viajera por naturaleza y lectora por devoción, estuviera hacinada en su casa desde hacía casi tres años, luego de un coma diabético que fue minando rápidamente su salud? A Pachita le descubrieron la enfermedad llamada diabetes melitus tipo 1 a los veintiséis años; la noticia fue devastadora, no solo para ella sino para todos los que la conocían y amaban. Desde entonces, la batalla por su vida comenzó a ser más ardua y como toda persona, al principio la confusión y la resistencia para asimilar la noticia de tan demoledora enfermedad, para aceptarla y para aprender a vivir con ella fueron cruciales; su cuerpo pequeño y frágil mostraba las secuelas de las inyecciones diarias de insulina que ella misma había aprendido a suministrarse durante años; sus brazos, piernas, estómago, nalgas y hombros eran testigos del largo camino de lucha por detener las consecuencias de un páncreas con células incapaces de producir insulina; sus débiles y ondulados músculos tenían las marcas que fueron dejando los innumerables pinchazos durante más de quince años. Pachita estuvo visitando a la pintora por más de veintidós años, viajaba por tren, por avión o por autobús de la ciudad de León a ciudad Juárez para estar juntas y platicarse lo sucedido en sus vidas, aunque ya se lo hubiesen dicho todo por carta, era importante conservar, re-encontrarse y seguir estrechando esos lazos de hermandad surgida del cariño de amigas, ese seguir escribiendo sus propias biografías con la tinta cariñosa y amistosa de la otra. Francisca y su familia dejaron la ciudad de León para establecerse en ciudad Juárez, llegaron huyendo del padre alcohólico y de las vicisitudes de una familia sin recursos suficientes para vivir siquiera modestamente. La madre le asignó a Francisca la enorme responsabilidad de atender a sus hermanos mientras ella cosía ajeno y trabajaba como empleada doméstica en la casa de algunas familias de la vecindad y del sector donde vivían. No existía otra opción ni para donde hacerse realmente, así que la joven tuvo que combinar sus estudios con las responsabilidades de una familia; aun así, se las ingeniaba para participar en los concursos de oratoria de la secundaria y lo hacía muy bien, también formó parte del grupo de Teatro y de poesía coral; allí fue donde Laura y Francisca se hicieron amigas. Cuando el padre finalmente muere, la madre decide regresar a León con sus hijos y deja a Pachita en casa de Laura, previa autorización de Doña Irene, madre de Laura, quien generosamente la acogió y supo querer profundamente como si fuese una de sus hijas. Enviarle recursos económicos a su madre no era suficiente para Pachita, extrañaba hondamente a sus hermanos y a su madre por ello, en cuanto se graduó como Secretaria Ejecutiva Bilingüe, tomó la decisión de reunirse con su familia en la ciudad de León. “Te prometo que voy a regresar a verlos cada año”, fue su consigna antes del regreso a su terruño, y bien que lo cumplió hasta que la enfermedad se lo permitió. Los viajes y los libros eran su pasión, seguía pie juntillas el slogan de un anuncio comercial de tarjetas de crédito, “viaje ahora y pague después”. Pachita amaba la vida y a su familia; tan pronto como regresó a León, consiguió dos empleos como asistente administrativa. Desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde laboraba en una de las clínicas más grandes del Instituto Mexicano de Seguro Social en la región del bajío y por las tardes era secretaria en un Despacho Jurídico, por cierto localizado a unas cuadras de la clínica; esto le permitía trasladarse caminando de un lugar al otro. La gente en el centro y sur de México son muy religiosos y especialmente Francisca quien había adquirido de su abuela Josefa la devoción a Dios y la práctica religiosa de la fe católica; de hecho rezaba todos los días el rosario, su amor a Dios era sorprendente. Aunque su fe en Dios fue puesta a prueba al descubrir su enfermedad, ciertamente nunca disminuyó, al contrario, Pachita se mantenía piadosa y actuando con misericordia y benevolencia, lo demostraba su entrega y dedicación a los suyos quienes por cierto, no supieron descubrir a tiempo su alma blanca, su fortaleza de espíritu, su capacidad de entrega; muy por el contrario, la juzgaban como suele juzgar el mundo que confunde la humildad y sencillez con simpleza y sumisión. En su penúltima visita a la ciudad fronteriza de Juárez, Francisca llegó en terrible condición física y emocional; su delgadez y quebranto físico eran notorios pero lo alarmante fue la profusa hemorragia que traía por la nariz. Sin perder tiempo Laura la internó en el hospital temiendo con verdadera razón que la joven sufriera un colapso. En efecto, el médico a cargo ordenó de inmediato dos transfusiones de sangre con el fin de equilibrar y nutrir su organismo. La recomendación médica fue que comenzara con los procedimientos de diálisis peritoneal para filtrar de forma artificial su sangre. Pachita había perdido el noventa por ciento de su función renal, no había otra opción para salvar su vida; sin embargo, para la joven de treinta y seis años de edad no fue sencillo aceptar que tendría que recibir una membrana sobre la cavidad de su abdomen para someterse tres veces al día a la absorción de soluciones medicinales que debían contribuir con la eliminación de las toxinas para luego de un tiempo corto, drenarlas. Prácticamente estaría dedicada durante el resto de su vida a este procedimiento. Las amigas se despidieron en la central de autobuses, Laura se sentía intranquila por la actitud de resistencia de su amiga para aceptar el tratamiento que podía mantenerla con vida. Pachita estaba sumida en una tristeza que pocas veces había mostrado antes. Esa noche probablemente ninguna de las dos logró descansar, mientras la una viajaba durante veinte horas para regresar a su casa en León, la otra despertó sobresaltada del sueño donde Francisca le aconsejó leer la vida de Santa Rosa de Lima a la pregunta inquietante que le hizo en el sueño: – ¿Dime Pachita, dime por Dios qué va a pasar contigo? Azorada de aquella respuesta, dejó al instante la cama, se vistió y buscó consejo ya que ignoraba totalmente la existencia de la santa y por ende el significado del sueño. - ¡Sí existe esa Santa, es originaria de Lima, Perú! - le contestó su hermana por el teléfono y no solo eso, le aconsejó que fuese a buscar el libro de la vida de los santos a casa de una amiga. Impaciente buscó en aquel grueso libro la biografía de Santa Rosa de Lima; asombrada leyó la historia de esa joven mujer que nunca se caso, que tuvo que apoyar a su madre en la crianza de sus hermanos al morir su padre, que sufría de una enfermedad desde muy joven, que aunque la madre no la dejó entrar a ninguna orden religiosa como tanto deseaba, ella se enclaustró en una pequeña habitación ubicada en el patio de la casa de su madre vistiendo un habito de religiosa. Al igual que Pachita, la santa ofrecía su sufrimiento a Dios por los demás, igual que Pachita ella había ayudado a su madre para crear a sus hermanos, igual que Pachita, la santa no había tenido ninguna relación amorosa con algún hombre… pero lo que llenó de tristeza el corazón de Laura fue enterarse de que tres años después de una crisis de salud a causa de su enfermedad, Santa Rosa había muerto. ¿Qué significaba aquel sueño, por qué tanta coincidencia, qué quería Dios revelarle? La pintura del rostro de Pachita estaba terminada y también, al igual que la imagen de Santa Rosa, Laura le había pintado una corona de rosas sobre su cabeza. Empacó con mucho cuidado el cuadro y viajó a León para visitar a su amiga del alma. La encontró muy desmejorada y por primera vez supo la razón que Pachita tenía para evitar el tratamiento de diálisis, ¡era terrible verla sufrir de esa manera! Estuvo solo unos días con ella pues era evidente que la joven no estaba en condiciones de atender a nadie ya que por instrucción médica no debía salir a la calle para evitarle cualquier infección. Antes de despedirse y tratando de que su amiga no la viera, le dejó una carta debajo de la almohada, ambas se abrazaron con mucho cariño esperando volver a verse pronto. Estando en la soledad de su cuarto, Pachita descubrió el sobre que su amiga Laura había dejado, desplegó la hoja y leyó: SUEÑO PARA TI En este tiempo de espera mi ser le implora a tu ser, Le pide que dócilmente se deje por mí querer; Te extiendo mi mano amiga como antes y por siempre, Quiero que juntas vayamos al mundo de la ilusión, Cerremos ambas los ojos y abramos el corazón, ¡Soñemos que como nunca, los sueños muy nuestros son! En el sueño encontrarás un horizonte muy amplio, El mar bajo un nuevo sol, Una gaviota volando con el viento a su favor; Son suyos los espacios, las dimensiones y el tiempo, Despliega pronto sus alas y alcanza su latitud, ¡Eres libre, libre amiga, esa gaviota eres tú! Cierra los ojos amiga, sueña que no hay invierno, No esperes más por favor, el temor ya se ha alejado ¡Hoy es eterno mi amiga, hoy el amor ha llegado, Te abraza, te besa, mira... te dice cuánto te ha amado! Hoy te sonríe la vida, puedes seguir bailando, Y giras, girando sueñas que por el mundo has viajado, Recorriendo los caminos que los libros han guardado. ¡Escoge mi amiga, escoge, hay muchos destinos, tantos! ¿Cuál quieres amiga? ¡Dime que en el sueño será dado! Cierra los ojos amiga, sueña que no hay dolor, Ni tristezas ni congojas, no necesitas doctor. ¡Anda amiga sueña, éste tiempo es para ti, Los problemas de los otros ya jamás han de venir, Se han cumplido tus deseos, ellos saben convivir! Solo hay algo mi buena amiga que no necesitas soñar, Nuestra amistad ha existido y nunca terminará; Perdona a esta amiga loca que la quiso "hacer de dios" Y pensó influenciar tu vida, pretendiéndola "mejor" ¡Qué ciega y necia he estado, tu vida es una excepción! Le doy gracias a Dios por haberte conocido Porque al tenerte en mi vida he respirado lealtad, Admirado la cordura y deseado la humildad; Porque has sido tú en mi vida como la brisa del mar, Suave como caricia en mi cansado andar. Le has dado con tu presencia, alegría a mi corazón, ¡Saberme por ti querida, no hay un regalo mejor! Esa noche Francisca lloró como cuando niña, comprendió que la amistad entre ella y Laura era cosa de Dios y solo de Dios. Cada día desde entonces, Pachita comenzó a recibir una rosa diaria de parte de Laura quien pretendía hacerle el tiempo menos difícil con algunos detalles de afecto; con frecuencia se comunicaban por carta y por teléfono, especialmente cuando Pachita sufría intensos dolores en su abdomen que la hacían llorar, solía llamarle para desahogarse y mientras lo hacía, Laura oraba en silencio frente al crucifijo que tenía en su recámara. Ambas amigas habían pasado juntas distintas temporadas, tiempos de espera, de encuentro, tiempo donde sembraron su amistad y ahora era el tiempo de cosechar del cariño mutuo que se tenían, tiempo donde se cansaron de reír y ahora, ahora era el tiempo más duro, el tiempo de llorar. Laura siempre insistió en que le vendría muy bien un novio y en cuanto conocía a un buen hombre, buscaba la forma de presentarlos pero la esencia de Francisca viajaba por dimensiones mayormente espirituales y aunque el baile era una de sus grandes aficiones, nunca se encontró con ese “alguien” que su buena amiga pensaba la podría haría feliz. Ella cuestionaba a Dios sobre la razón que tenía para haber permitido que su querida amiga pasara por tanto problema, por tantos sinsabores, por tanta falta de afecto; por más que lo intentaba, no alcanzaba a comprender los motivos de Dios para permitirle una vida así, así de difícil, así, así de insufrible. Luego, con el paso de los años, Laura se olvidó de aquella querella con Dios, ahora le preocupaba mucho la salud de Pachita, rogaba al cielo por que se recuperara de aquella terrible enfermedad, después cambió su postura al saber que no tendría cura y que Francisca estaba sufriendo demasiado; fue entonces que rogó a Dios para que se la llevara, porque se la llevara aunque le partiera el corazón. En el tercer año de tratamiento, Pachita tomó la decisión de regresar a Juárez. ¡Por supuesto que a nadie de su familia le pareció buena idea! ¡Viajar por veinte horas en el camión, estando tan enferma como estaba, eso era una barbaridad! Por otro lado, el esposo de Laura opinaba lo mismo. - ¡Escúchame, si realmente fuera tu amiga, le dirías que no viniera pues está exponiendo su vida! – Lo sé, pero si supiera que Pachita se pudiera sanar le diría que no, que no viniera hasta que la diera de alta el médico, pero su mal es incurable y ella desea regresar ahora y yo la voy a apoyar -. Y sí, ambas se salieron con la suya; Pachita viajó con el apoyo de su amiga Guadalupe quien fue su compañera por años en el Instituto del Seguro Social, cuando Pachita trabajaba en las oficinas administrativas, Lupita lo hacía en el área de terapia intensiva como asistente médico. No fue nada fácil convencer al Director del Instituto Mexicano del Seguro Social de ciudad Juárez de que surtiera la receta que el médico de León le había extendido a Francisca; por supuesto que luego de una cantaleta que duró casi una hora finalmente accedió El médico tenía razón había sido casi un disparate el viajar desde tan lejos con una enfermedad como esa. - ¡Es verdaderamente una locura, una irresponsabilidad médica este traslado!, No puedo concebir que alguien con una pizca de sentido común pudiese haber autorizado esta orden de atención médica a una paciente desahuciada! - Lo entiendo doctor – argumentaba Laura – sin embargo, la paciente ya está aquí en la ciudad y necesita los medicamentos, le ruego que apruebe que surtan la receta. Malhumorado, el médico extendió aquella firma tan imprescindible. Con las cajas de medicamento para quince días en la parte de atrás de la camioneta, ambas tomaron el camino hacia la vecina ciudad de El Paso, Texas. Ambas rogaba a Dios porque no las descubrieran los agentes de inmigración estadounidenses al cruzar el Puente Internacional de las Américas. No solo pudiera suceder que les quitaran el medicamento, sino que descubrieran que Laura, con visa de turista, estuviese viviendo en Estados Unidos de forma ilegal. Afortunadamente ninguna de estas dos tragedias sucedieron y ambas amigas agradecieron a Dios entre oraciones y risas. Los años habían pasado y las amigas ciertamente no eran ya unas escolares, la madurez que se consigue con los años de experiencias vividas las habían hecho de alguna manera más sabias, mas precavidas, menos impulsivas; pero esos mismos años no se habían llevado la actitud impetuosa de sus espíritus libres y menos en esos momentos en que amenaza la vida con irse y separarlas, quizá por muchos, muchos años. - Me voy a comer lo que cocines, no quiero que te pongas a hacerme comidas especiales. - Bien, no lo haré. - Voy a fumar contigo le dijo con firmeza. - ¡Eso no! Te puede hacer daño… - Nada me hará daño, nada – le dijo segura – ¡Dios ya me dijo que me iba a sanar y lo va a hacer! Era difícil creer lo que Pachita afirmaba pero Laura no quiso contrariarla en nada, entendía de alguna manera que era el final de los tiempos en la historia de ellas y que una amistad, un cariño como el que se tenían les exigía complicidad, consentimiento con el fin de sublimar lo inminente. Pachita no medía más de un metro con cincuenta y cinco centímetros, estaba más frágil que nunca, su piel apenas cubría su osamenta y estaba pálida y seca, aquella cabellera que tenía cuando estudiante, larga hasta la cintura, ahora estaba corto y ralo dejando al descubierto algunas partes de de su cráneo. El brillo de sus ojos había desaparecido, estaban hundidos bajo sus cuencas y se achicaban tanto cuando reía que se perdían en medio de los surcos de la piel pálida y quebradiza de su rostro. Nunca antes como ahora, Francisca permaneció la primera de las tres semanas que duró su última visita tan bromista, animosa y platicadora. Las amigas duraban horas y horas charlando sobre sus vidas, reflexionaron las decisiones tomadas y encontraban juntas las razones circunstanciales que ayudaron a tomarlas. - ¿Sabes? – le argumentó a Laura – Ahora sé porque nunca me casé ni tuve novio siquiera… - ¿Por qué? - Porque yo soy de Dios, le pertenezco completamente. - Y si es así, ¿por qué nunca te hiciste monja? - ¡No, claro que no! Yo no soy digna de esa vocación. Laura, aunque no estaba de acuerdo, supo que su amiga deseaba abrirle su alma y se dispuso a escucharla. - No sabes – Le dijo con absoluta seguridad – Dios me ha dicho que me va a sanar, y lo va a hacer pues sus promesas se cumplen. Todos estos años le he ofrecido mis sufrimientos por los favores que le pido y estoy asombrada de saber cómo Dios atiende mis peticiones; siempre me concede lo que le pido. Ahora quiero que sepas que siempre estaré rogando por ti, por tus necesidades, por tu familia. Miró fijamente a su amiga y le dijo – Quiero darte las gracias por tu amistad, por tu cariño de todos estos años, tu afecto es mi mayor tesoro, tú y tu hermana Alejandra han sido mejor que mis hermanas y le agradezco infinitamente a Dios por haberlas puesto en mi camino, por haberlas conocido, ha sido un privilegio muy grande. - ¡Y tú para mí, para nosotras! Te quiero mucho y lo sabes, ¿verdad? Se unieron en un fuerte abrazo; ambas limpiaron de sus mejillas el llanto que sale del alma cuando los sentimientos trastocan el corazón. A inicios de la segunda semana, Pachita experimentó intensos dolores a causa de la inflamación del peritoneo, membrana que sirve de filtro para la diálisis peritoneal ambulatoria que se realizaba cuatro veces al día. El drenaje del las soluciones medicinales liquidas en cada ocasión requería de veinte minutos y la fusión de la nueva solución otros diez minutos aproximadamente. Prácticamente utilizaba dos horas del día para suministrarse el tratamiento; sin embargo el tiempo para recuperarse de tan traumatizante condición era mucho más. - ¡No aguanto más, por favor llámale a tu cuñada para que me inyecte morfina! - ¿Pero, cómo consigo la morfina? - Yo la traigo en mi maleta. De inmediato y sin perder mayor tiempo, Laura se comunicó con la esposa de su hermano, ella sabía aplicar inyecciones y vivía cerca. No habían pasado más de cinco minutos cuando Pachita comenzó a mostrar alivio, su rostro se relajó, parecía que flotaba pues sus ojos se cerraban y abrían intermitentemente. Queriendo bajar aquella tensión, Laura comenzó a bromearle - ¡Ándale chiquita, ahorita si te saco la sopa, suelta todo lo que sabes! Pachita sonrío y no quiso quedarse atrás, así que solo le mostro el cuerno que hizo con su mano, como diciéndole “toma tu cuerno chiquita, no hablo porque no hablo”. Pero para Laura aquel momento de angustia, viendo a su mejor amiga sufrir al grado de recurrir a tan temerosa droga para calmar sus dolores resultaba muy grave. Se tomó un tiempo refugiándose en su habitación para intentar recuperar el ánimo, luego regresó a la recámara donde su amiga se hospedaba, la encontró sentada en la cama y se le arrimo sentándose enseguida. No dijo palabra alguna pero no pudo contener el llanto. - ¡No llores, no llores! – le indicó a su amiga - ¡Yo no estoy sola pasando por esto, Jesús, mi amigo, está aquí conmigo y nunca me deja sola! Dos días después volvió el ataque de dolor pero esta vez parecía que se asfixiaba, apenas podía emitir palabra, como pudo le pidió ayuda a su amiga. Laura llamó a un amigo paramédico que vivía en el sector; luego de revisarla le sugirió que la trasladara de inmediato a un hospital pues estaba realmente grave. El sonido de la sirena de la ambulancia era ensordecedor y Laura, quien iba como pasajera en el asiento continuo del paramédico, le tuvo casi que gritar a Pachita para que escuchara pues yacía en la camilla localizada en la parte de atrás - ¡Aquí vengo contigo Pachita y no te dejaré sola! Luego de una semana internada los médicos especialistas dieran de alta a Pachita. Durante su estancia las enfermeras comenzaron a llamarle “la chiquita” asegurando que era una persona muy bella y llena de paz, “es una santa” llegaron a decir en varias ocasiones. Los últimos tres días en casa fueron difíciles pues aunque podía caminar con dificultad, no mostraba ánimo alguno, pudiera decirse que su espíritu comenzaba a separarse del cuerpo adolorido y mallugado por los tres últimos años de decadencia, luego del coma diabético que sufrió cuando se enteró de la muerte repentina del esposo de su hermana mayor el mismo día de su cumpleaños, al regresar del festejo. Para Francisca, su cuñado, médico de profesión, había sido como un padre para ella y sus hermanos menores ya que auxilió a la familia en todo lo que pudo. “Nunca más me vas a tener que llevar a un hospital” le dijo a su amiga como si conociese el destino que le esperaba. Laura la ayudó a empacar, cargó sus maletas a la camioneta el último viernes; observó con tristeza que Pachita sacaba del refrigerador los dos pequeños frascos de insulina que solía mantener para utilizarlos durante su estancia y los echaba dentro de su bolso. Era curioso ya que durante todas sus visitas anteriores, ella siempre dejaba su medicina en la casa de su amiga para usarla la siguiente venida; fue como decirle sin palabras que ya no volvería. Casi no hablaron durante el camino al aeropuerto de ciudad Juárez, no sabían qué decirse, no querían despedirse; era como intentar impedir el adiós que no promete un “hasta luego” Aquel sábado 9 de julio de 1994 sonó el teléfono por la mañana, el esposo de Laura lo descolgó y escuchó la noticia mientras Laura lo miraba temerosa. – ¡Gracias por avisarnos!, colgó la bocina y le dijo – Pachita acaba de morir. Necesitaba con urgencia respirar el aire de afuera, salió al patio y se hincó llorosa sobre el piso del porche, unió sus manos en señal de oración y mirando al cielo buscando a Dios le dijo - ¡Gracias Dios mío porque ya no habrá más sufrimiento para ella! Rentaron un auto en León y llegaron a la capilla donde su familia y amigos estaban velando a Francisca; la hermana menor les contó que tuvieron que internarla en el Hospital unas horas después de que llegó en el avión acompañada de su amiga Lupita – Venía muy mal y ya no se recuperó. Estaba sufriendo mucho, en momentos el dolor la hacía reclinarse sobre la cama pero no se quejaba, su mirada parecía puesta en “alguien” al que solamente ella veía, inclusive en una de las ocasiones abrió sus brazos como si esperase reunirse con esa persona; por otro lado su madre mencionó que suplicaba por agua pero solo podía mojarle los labios con un algodón húmedo pues tenía prohibido ingerir líquidos y alimentos. El féretro en donde la habían colocado era blanco, parecía que era una niña la que estaba dentro. Laura se acercó a mirarla y al verla sin vida sintió enojo, tal vez con ella por no haberle dicho que moriría, que ya nunca más se encontrarían y es que el tiempo entre ellas se había terminado; ahora se sentía sola en el desamparo de Pachita quien había sido por años su confidente, su aliada, su consejera y por otro lado, ya no podría cuidarla, estar al pendiente de ella, recibir sus cartas y enviarle las suyas. - ¿Por qué me haces esto? ¡Te fuiste sin despedirte de mí! – Le dijo en voz baja. Por el camino al cementerio, Alejandra le contó que la había soñado cuando se echó a dormir luego de la noticia de su muerte. “Estaba tan bonita, ¿te acuerdas cuando vivía con nosotras?, pues igualita… Se acercó y nos dijo que se quedaría tres días con nosotras y luego se iría con Dios. Nos enseño una argolla matrimonial que traía puesta y nos dijo - ¡miren, vean, me casé con El Señor¡ Luego fuimos las tres a misa y comulgamos; pero antes, vi cómo el sacerdote no lograba consagrar la hostia porque había mucho humo en el altar y una mujer vestida de negro caminaba alrededor del sacerdote, finalmente la mujer desapareció y pudimos comulgar… después desperté. En la pequeña capilla que hay en el cementerio se celebró la “misa de cuerpo presente”, como le llaman, el sacerdote que ofició era primo de Francisca. Habló de su vida de entrega y servicio a su familia y nos dio palabras de consuelo a todos. Lo extraordinario de esto fue que el sacerdote no se percato a tiempo que el copón donde las hostias debían de estar para ser consagradas, no había ninguna, se disculpó contrariado por el hecho y lo que hizo fue tomar las hostias, introducirlas al vino consagrado y darnos la comunión. Ese evento tan inesperado significó para Laura que el sueño de su hermana era una revelación de Dios, fue entonces que comenzó a sentirse en paz. En el cementerio la gente comentaba entre sí sobre la vida de Pachita, una persona dijo que ella estaba en el cielo pues la Santísima Virgen había prometido a quien rezara el rosario a diario durante su vida y muriese en sábado, estaría con Dios. Por la tarde se reunieron las hermanas con varias amigas y compañeras de Pachita; parecían consolarse unas a las otras recordando anécdotas vividas con ella. Al siguiente día las hermanas tomaron el avión de regreso. La vida continuaba pero nunca sería la misma, la ausencia de su amiga calaba recio sobre su ánimo, de pronto por las noches mientras todos dormían, solía imaginársela sentada frente a ella y le hablaba, le contaba las novedades, pero aquello era un monologo, la voz de Pachita ya no volvería a sonar en sus oídos. Uno de esos días, Laura abrió el refrigerador para sacar los alimentos que iba a preparar a su familia y sorpresivamente notó que aun estaban los dos frascos pequeños de insulina que Francisca usó; pensó que tal vez se había figurado que Pachita los había sacado de allí y puesto dentro de su bolso, pero al preguntarle a la Nana de sus hijos, quien se encontraba en la cocina cuando sucedió aquello, ésta le confirmó que efectivamente Pachita se había llevado los frascos con ella. Ambas se quedaron azoradas de tan inexplicable suceso. - Pachita me dijo antes de irse contigo al aeropuerto, que Dios le había dicho que la iba a sanar, “pero no aquí, allá”; lo dijo señalándome el cielo. - Entonces es cierto, Pachita sabía que era su tiempo para morir… Después de algunos días, mientras Laura se estaba vistiendo luego de haberse bañado, intempestivamente dejó de escuchar la radio que solía encender mientras se duchaba para percibir una voz que le decía: “A unos les doy y otros les quito; a los que les quito son míos y tienen mi gracia y a los que les doy, les doy para que lo den y se ganen con ello mi gracia” – Arrebatada por esa voz, Laura supo que Dios le estaba respondiendo a la pregunta que por años le había hecho: ¿Por qué permitía que Pachita pasara por tanto problema, por tantos sinsabores, por la falta de afecto y no tener su propia vida, su propia familia? La respuesta ya se la había dado antes Pachita… ¡Yo soy de Dios! Laura sigue aún imaginándose la figura de su querida amiga sentada frente a ella, charlando, en ocasiones habla en voz alta y le hace saber lo mucho que la extraña y lo mucho que le hace falta para seguir; pero la lección de vida que Pachita le dio nunca la olvida, “hay que sublimar el dolor, la soledad, la injusticia y el maltrato que se puede presentar en nuestras vidas en cualquier tiempo y para lograrlo, no cabe duda, la fe en Dios es indispensable. En un trozo de papel Laura escribió: “Viajo mi destino con la fuerza del viento que impulsan mis alas, esas alas eres tú amiga del alma”, lo pegó en una de las puertas de su armario y no deja de leerlo, especialmente cuando necesita fortaleza. CPA Laura Arroyo de Padilla
Posted on: Wed, 25 Sep 2013 22:15:35 +0000

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