¡SI, ESTE ES EL HOMBRE DE MI PUEBLO! Pronto, desde los bordes - TopicsExpress



          

¡SI, ESTE ES EL HOMBRE DE MI PUEBLO! Pronto, desde los bordes del camino, los “hombres comunes” empezaron a apedrearnos con amenazas, insultos y calumnias. Los “hombres comunes” son los eternos enemigos de toda cosa nueva, de todo progreso, de toda idea extraordinaria y por lo tanto de toda revolución. Por eso dijo alguien “el hombre mediocre es el más feroz y más frío enemigo del hombre de genio”. Todo lo extraordinario es para ellos locura imperdonable, fanatismo exagerado y peligroso. Yo los he visto y los veo todavía mirándome “compasivos” y “misericordiosos” con ese aire de superioridad que los define... Nunca entenderán cómo y por qué alguien puede hacer una cosa distinta de la que ellos piensan ¡y nunca hacen nada que no sea para ellos! Lo vieron avanzar a Perón y primero se reían de él creyéndole y aún diciéndole loco. Pero cuando descubrieron que el loco incendiaba y que el incendio se propagaba por todas partes y ya les tocaba en sus intereses y en sus ambiciones, entonces se alarmaron y organizándose en la sombra se juramentaron para hacerlo desaparecer. No contaron con el pueblo. Nunca se les había ocurrido pensar en el pueblo ni imaginaron que el pueblo podría alguna vez por sí mismo hacer su voluntad y decidir su destino. ¿Por qué los hombres humildes, los obreros de mi país no reaccionaron como los “hombres comunes” y en cambio comprendieron a Perón y creyeron en él? La explicación es una sola: basta verlo a Perón para creer en él, en su sinceridad, en su lealtad y en su franqueza. Ellos lo vieron y creyeron. Se repitió aquí el caso de Belén, hace dos mil años; los primeros en creer fueron los humildes, no los ricos, ni los sabios, ni los poderosos. Es que ricos y sabios y poderosos deben tener el alma casi siempre cerrada por el egoísmo y la avaricia. En cambio los pobres, lo mismo que en Belén, viven y duermen al aire libre y las ventanas de sus almas sencillas están casi siempre abiertas a las cosas extraordinarias. Por eso vieron y creyeron. Vieron también cómo un hombre se lo jugaba todo por ellos. Yo sé bien cuantas veces él apostó todo a una sola carta por el pueblo. Felizmente ganó. De lo contrario hubiese perdido todo, incluso la vida. Yo, mientras tanto, cumplía mi promesa de “estar a su lado”. Sostenía la lámpara que iluminaba sus noches; enardeciéndole como pude y como supe, cubriéndole la espalda con mi amor y con mi fe. Muchas veces lo vi, desde un rincón en su despacho en la querida Secretaría de Trabajo y Previsión, él escuchando a los humildes obreros de mi Patria, hablando con ellos de sus problemas, dándoles las soluciones que venían reclamando desde hacía muchos años. Nunca se borrarán de mi memoria aquellos cuadros iniciales de nuestra vida común. Allí le conocí franco y cordial, sincero y humilde, generoso e incansable, allí vislumbré la grandeza de su alma y la intrepidez de su corazón. Viéndolo se me ensanchaba el espíritu como si todo aquello fuesen cielo y aire puros. La vieja angustia de mi corazón empezaba a deshacerse en mí como la escarcha y la nieve bajo el sol. Y me sentía infinitamente feliz. Y me decía a mí misma, cada vez con más fuerza: Sí, este es el hombre. Es el hombre de mi pueblo. Nadie puede compararse a él. Y cuando le veía estrechar las manos callosas y duras de los trabajadores yo no podía dejar de pensar que en él y por él mi pueblo por primera vez, daba la mano con la felicidad.
Posted on: Fri, 16 Aug 2013 00:46:51 +0000

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