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TIBiEZA ESPIRITUAL La literatura espiritual es unánime en señalar la tibieza como la enfermedad peligrosa del progreso espiritual. En el cuidado de la dirección se trata, más bien, de prevenirla, que es más fácil que curarla. a. Síntomas y signos.—El director espiritual tiene que estar atento a no identificar la tibieza con la simple aridez. La tibieza lleva consigo aridez, pero sin el afán consentido de desahogo en disfrutes del orden de los sentidos; es una aridez culpable, dependiente originariamente de su voluntad, consecuencia de actos suyos responsables. No es la sequedad o falta de fervor de quien aún no ha entrado por los caminos altos del espíritu, sino que tiene el matiz de «envejecimiento», de algo que se marchita, se comienza a hundir. Lleva consigo un sentido de «relajación», de necesidad de satisfacción inferior, junto con pesadez y desgana para, los valores espirituales como tales, especialmente para la oración y soledad espiritual, con aburrimiento en el cumplimiento del deber cotidiano vivido en su dimensión de servicio de Dios, dejándose invadir por una visión práctica y utilitaria y activista de la vida. Basta el menor pretexto para suprimir la oración; Dios y sus cosas están en un segundo lugar vital y se cumple con él cuando no hay otra cosa que hacer. En la oración, cuando la hace, falta la preparación, se nota irreverencia, languidece con aburrimiento y voluntarias distracciones. Se advierte en la víctima de este mal una disipación continua, ligereza de corazón y de sentidos, horror a entrar dentro de sí mismo. El sacrificio queda casi completamente descartado; tiene miedo de la mortificación. Actúa sin reflexión, por pasión y por respetos humanos, según el gusto, dando preferencia a la vanidad, sensualidad y amor propio. Desprecia las atenciones delicadas de la vida espiritual. Pero todo esto puede ser pasajero, momentáneo relativamente, un período de cesión y abandono. Entonces puede no tratarse de tibieza, sino de un período de tentación, o incluso, en algún caso, con cierta mezcla de procesos patológicos y de cansancio. Es importante no dictaminar demasiado rápidamente que se trata de tibieza, porque puede hundírsele a la persona. Para la tibieza tiene que darse un estado crónico vital habitual con aceptación frecuente del pecado venial deliberado. Tibio es, pues, aquel que, asustado por la dificultad que siente en el camino de la virtud y cediendo a las tentaciones, pasado el primer fervor del espíritu, deliberadamente determina pasar a una vida cómoda y libre, sin molestias, contento con cierta apariencia exterior, con horror a todo progreso en las virtudes, quizá con un compromiso de conciencia, tranquilizándola con el argumento de que no comete faltas mayores. No suele ser raro que este cuadro se complete con un sentimiento de cierta paz aparente del alma, sobre todo porque no siente muchas tentaciones y agitaciones. El mal espíritu favorece este estado y procura que sienta satisfacción en su modo de vivir para que, hinchado y soberbio, vaya creyendo que él entiende mucho de la sensatez de la virtud y llegue a convencerse de que va bien y no necesita otros esfuerzos, condenando a los demás con toda libertad. Así, crece el fastidio de lo espiritual y de todos los medios de progreso espiritual auténtico y va cayendo hasta el precipicio sin percatarse. b. Su naturaleza.—La tibieza, por su naturaleza, se suele relacionar con la acedía, vicio capital y fuente de tentaciones humanas y diabólicas ampliamente tratada en los grandes autores de la espiritualidad monástica, que frecuentemente la identificaban con el «demonio meridiano» (Sal 90,6), que ataca a las horas fuertes del mediodía 11 Pero en la tibieza no es sólo la acedía como momento o período de tentación, con sus variantes y con sus consecuencias viciosas de oscuridad, somnolencia, inquietud, vagabundez, inestabilidad de mente y de cuerpo, verbosidad, curiosidad 12, sino que se trata de estado de acedía con una estabilización de esos mismos resultados, que afectan al tenor de la vida. Por su misma naturaleza, se opone al fervor de la caridad. En efecto, la caridad, de suyo, tiende a ser ferviente, a llevar hacia lo mejor y activar las virtudes, con una radical oposición al pecado venial y a cuanto desagrada a Dios. La tibieza, en cambio, neutraliza la dinámica de la caridad, volviéndola lánguida, sin actividad, sin ilusión por progresar, sino resignada a su estado y fácil en admitir el pecado venial, con pérdida del sentido de generosidad. c. Génesis y medicina preventiva.—Frecuentemente, suele aparecer la tibieza, tras un período de fervor, por falta de constancia. Complaciéndose en lo que ha gozado y vivido, quizá se lo atribuye a sí mismo. Queda en sequedad, con inclinación al goce de los sentidos, y, contentándose en ese nivel, se va dejando dominar por una progresiva negligencia, sin mirar ya a la generosidad ilimitada para con el Señor. Cuanto tiende a romper o, al menos, a amortiguar el impulso generoso del amor, favorece la entrada lenta de la tibieza. Porque perder ese impulso es no estar ya al unísono con el dinamismo de la caridad. Esté el director atento para discernir si va introduciéndose una cierta negligencia en el cumplimiento de los deberes, aun de aquellos que son tentativamente poco importantes, y vigile con amorosa atención la fidelidad a los ejercicios espirituales, no dejando pasar omisiones no motivadas y reiteradas de ellos, así como tampoco la negligencia real en su cumplimiento. Tenga también presente que la fatiga física y moral de la monotonía suele ser factor ingrediente de una incipiente tibieza espiritual. Si el director se percata a tiempo de un proceso degenerativo hacia la tibieza, hará bien en instruir al dirigido prudentemente, pero con seriedad, sobre la gravedad de la tibieza y la dificultad de salir de ella, induciéndole eficazmente a que con valor renueve su diligencia espiritual y no deje pasar sus posibles fallos y negligencias sin una conveniente penitencia de reparación. Como directamente opuesta a la tendencia tibia, será eficacísimo el obtener que el dirigido renueve diariamente su resolución de generosidad. d. Remedios de la tibieza.—Cuando el director se encuentra ante una persona francamente hundida en la tibieza, debe ser consciente de que se trata de una enfermedad muy seria, que puede arruinar todas sus posibilidades espirituales. De manera especial, la curación ha de ser obra de la gracia y misericordia de Dios, que ha de comenzar por invocar él, mismo con una continuada y ferviente oración. Pero ha de prestar su colaboración, que en el caso se caracterizará por una firmeza unida a la inspiración de confianza. El tratamiento abarcará una sugerencia de actitudes espirituales antes de la aplicación de unos medios prácticos, que deberán estar precedidos y acompañados por aquellas actitudes. 1) Actitudes espirituales.—El director debe sugerir al tibio prudentemente, pero con firmeza, la gravedad de su situación espiritual. Esto es tanto más necesario cuanto, como acabamos de indicar, el tibio suele tener una aparente paz y auto-satisfacción, en la que se apoya incluso con una cierta soberbia. Hay que indicarle que su estado es preocupante, que su vida espiritual está paralizada y que su misión vital está frustrada. Que no puede resignarse a semejante nivel de vida, que está en contraste con la dinámica de la caridad y la profesión del seguimiento personal de Cristo propia del cristiano. Si estos argumentos repetidos y prudentemente sugeridos no fueran suficientes, tendría que ser firme el director en mostrarle los motivos serios de preocupación que ofrece su vida. Que su actitud presenta signos alarmantes que plantean una seria interrogación sobre su estado de gracia, ya que tiene obligación como cristiano de tender a la perfección; y se acumulan en él tantos pecados de temeridad, ignorancia, ceguera, error culpable, que con ellos, de hecho, puede pecar ante Dios, aunque no esté cierto aquí y ahora de que peca. Que puede ser mucho más culpable de lo que él imagina. Que la ceguera real que le aqueja y la dureza de su corazón ante los argumentos del amor son difícilmente compatibles con una vida de gracia, en la caridad de hijo de Dios. Pero ha de estar muy vigilante el director para no empujar a su dirigido hacia la desesperación o el desaliento, sino que debe abrirlo a la confianza de su curación. Cuídese, por tanto, de repetir las profecías pesimistas que demasiadas veces se proclaman. Frecuentemente, se ha presentado la curación de la tibieza como prácticamente imposible, como un verdadero milagro. La insistencia en esta dificultad insuperable ha podido hundir a no pocos en una ruina definitiva. Y no sólo el haberlo repetido, sino la persuasión misma que de ello tiene el director. No hay que olvidar que la persuasión personal profunda es lo que más se comunica en las entrevistas educacionales. Y nada hunde tanto a una persona como la persuasión radicada en quien le trata de que su caso no tiene remedio. Es probable que a veces se haya considerado en un sujeto como tibieza lo que no era todavía, y se haya acabado hundiéndole en ella por la persuasión de lo casi milagroso de la curación. Lo que le ha llevado a la ruina no era la gravedad real de su estado, sino el modo incauto de luchar con la tibieza y de superarla. Por tanto, ese argumento de la virtual condenación, si no media un milagro, no debe emplearse nunca en la dirección de la persona tibia. Al contrario, el director esté persuadido de que esa enfermedad tiene remedio, y comunique la misma confianza al dirigido. Una confianza que le abra al esfuerzo necesario de colaboración lenta y diligente. 2) Remedios prácticos.—Para cuanto se refiere al remedio de la acedía insistían los clásicos de la espiritualidad en el doble frente de la actividad y la oración 16 En ese doble frente se ha de actuar igualmente el remedio de la tibieza. Y, ante todo, la oración, la petición constante del remedio tanto por parte del dirigido como del director. Y, junto a la oración, la colaboración, que, partiendo de una actitud interior renovada, ponga los medios prácticos aun a pesar de la resistencia de la naturaleza, todavía desganada. Es preciso decidirse a comenzar una vida nueva, renacer de nuevo, tomando decididamente el camino de la generosidad; fomentar el amor y la caridad en el corazón, con un propósito diariamente renovado de entregarse del todo a Dios, unido al sacrificio eucarístico diario. Una actitud de arrepentimiento del estado en que se ha encontrado, renovado continuamente por un dolor de contrición sabrosa por los fallos que puedan seguir ocurriendo, y que está decidido a no dejar impunes. Trabajo de fidelidad a la gracia y mortificación de las pasiones con sacrificios discretos voluntarios y oportunos penitencia corporal. Fidelidad a los ejercicios espirituales y a la práctica más asidua de la dirección espiritual y confesión. Un esfuerzo serio por llevar diariamente una vida ordenada.
Posted on: Sat, 24 Aug 2013 12:06:47 +0000

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