Tuve en mi pago en un tiempo hijos, hacienda y mujer, pero empecé - TopicsExpress



          

Tuve en mi pago en un tiempo hijos, hacienda y mujer, pero empecé a padecer, me echaron a la frontera, ¡Y que iba a hallar al volver! tan solo allé la tapera. Sosegao vivía en mi rancho como el pájaro en su nido, allí mis hijos queridosa iban creciendo a mi lao... sólo queda al desgraciao lamentar el bien perdido. Mi gala en las pulperías era, en habiendo mas gente, ponerme medio caliente, pues cuando puntiao me encuentro me salen coplas de adentro como agua de la virtiente. Cantando estaba una vez en una gran diversión, y aprovecho la ocasión como quiso el Juez de Paz... se presentó, y ahi nomás hizo arriada en montón. Juyeron los más matreros y lograron escapar: yo no quise disparar, soy manso y no había porqué, muy tranquilo me quedé y ansi me dejé agarrar Allí un gringo con un órgano y una mona que bailaba, haciéndonos rair estaba, cuanto le tocó el arreo, ¡tan grande el gringo y tan feo, lo viera cómo lloraba!. Hasta un inglés zanjiador que decía en la última guerra que él era de Inca-la-perra y que no queria servir, tambien tuvo que juir a guarecerse en la sierra. Ni los mirones salvaron de esa arriada de mi flor, fué acoyarao el cantor con el gringo de la mona, a uno solo, por favor, logró salvar la patrona. Formaron un contingente con los que del baile arriaron, con otros nos mesturaron, que habían agarrao también, las cosas que aquí se ven ni los diablos las pensaron. A mí el Juez me tomó entre ojos en la ultima votación: me le había hecho el remolón y no me arrimé ese día, y él dijo que yo servía a los de la esposición. Y ansí sufrí ese castigo tal vez por culpas ajenas, que sean malas o sean güenas las listas, siempre me escondo: yo soy un gaucho redondo y esas cosas no me enllenan. Al mandarnos nos hicieron mas promesas que a un altar, el Juez nos jué a proclamar y nos dijo muchas veces: muchachos, a los seis meses los van a ir a relevar. Yo llevé un moro de número ¡sobresaliente el matucho! con él gané en Ayacucho mas plata que agua bendita: siempre el gaucho necesita un pingo pa fiarle un pucho. Y cargué sin dar mas güeltas con las prendas que tenía: jergas, ponchos, todo cuanto había en casa, tuito lo alcé: a mi china la dejé medio desnuda ese día. No me falta una guasca -esa ocasión eche el resto-, bozal,maniador, cabresto, lazo, bolas y manea... ¡el que hoy tan pobre me vea tal vez no creerá todo esto!. Ansí en mi moro, escarciando, enderecé a la frontera. ¡Aparcero si uste viera lo que se llama cantón!... ni envidia tengo al ratón en aquella ratonera. De los pobres que allí había a ninguno lo largaron, los más viejos rezongaron, pero a uno que se quejó en seguida lo estaquiaron, y la cosa se acabó. En la lista de la tarde el jefe nos cantó el punto diciendo: -Quinientos juntos llevará el que se resierte; lo haremos pitar del juerte, mas bien dése por dijunto-. A naides le dieron armas, pues toditas las que había el Coronel las tenía, sigun dijo esa ocasión, pa repartirlas el día en que hubiera una invasión. al principio nos dejaron de haraganes criando sebo, pero después... no me atrevo a decir lo que pasaba... ¡barajo!... si nos trataban como se trata a malevos. Porque todo era jugarle por los lomos con la espada, y aunque usté no hiciera nada, lo mesmito que en palermo, le daban cada cepiada que lo dejaban enfermo. !Y que indios, ni que servicio; si allí no había ni cuartel! nos mandaba el Coronel a trabajar en sus chacras, y dejábamos las vacas que las llevara el infiel. Yo primero sembré trigo y después hice un corral, corté adobe pa un tapial, hice un quincho, corté paja... ¡la pucha que se trabaja sin que le larguen un rial!. Y es lo pior de aquel enriedo que si uno anda hinchando el lomo se le apean como un plomo... ¡quién aguanta aquel infierno! si eso es servir al gobierno, a mi no me gusta el cómo. Más de un año nos tuvieron en esos trabajos duros; y los indios, le asiguro dentraban cuando querían: como no los perseguían, siempre andaban sin apuro. A veces decía al volver del campo la descubierta que estuvieramos alerta, que andaba adentro la indiada, porque había una rastrillada o estaba una yegua muerta. Recién entonces salía la orden de hacer la riunión, y caibamos al cantón en pelos y hasta enancaos, sin armas, cuatro pelaos que ibamos a hacer jabón. Ahi empezaba el afán -se entiende, de puro vicio- de enseñarle el ejercicio a tanto gaucho recluta, con un estrutor... ¡que... bruta! que nunca sabía su oficio. Daban entonces las armas pa defender los cantones, que eran lanzas y latones con ataduras de tiento... las de juego no las cuento porque no había municiones. Y un sargento chamuscao me contó que las tenían pero que ellos la vendían para cazar avestruzes; y asi andaban noche y día déle bala a los ñanduses. Y cuando se iban los indios con lo que habían manotiao, salíamos muy apuraos a perseguirlos de atrás; si no se llevaban más es porque no habían hallao. Allí sí, se ven desgracias y lágrimas y afliciones; naides le pida perdones al indio: pues donde dentra, roba y mata cuanto encuentra y quema las poblaciones. No salvan de su juror ni los pobres angelitos; viejos, mozos y chiquitos los mata del mesmo modo: que el indio lo arregla todo con la lanza y con gritos. Tiemblan las carnes al verlo volando al viento la cerda, la rienda en la mano izquierda y la lanza en la derecha; ande enderieza habre brecha pues no hay lanzazo que pierda. Hace trotiadas tremendas desde el fondo del desierto; ansí llega medio muerto de hambre, de sé y de fatiga; pero el indio es una hormiga que día y noche esta despierto. Sabe manejar las bolas como naides las maneja; cuanto el contrario se aleja, manda una bola perdida, y si lo alcanza, sin vida es siguro que lo deja. Y el indio es como tortuga de duro para espichar; si lo llega a destripar ni siquiera se le encoge; luego sus tripas recoge, y se agacha a disparar. hacían el robo a su gusto y después se iban de arriba; se llevaban las cautivas, y nos contaban que a veces les descarnaban los pieces, a las pobrecitas, vivas. ¡Ah! ¡si partía el corazón ver tantos males, canejo! los perseguíamos de lejos sin poder ni galopiar; ¡y qué habíamos de alcanzar en unos vichocos viejos! nos volvíamos al cantón a las dos o tres jornadas, sembrando las caballadas; y pa que alguno la venda, rejuntábamos la hacienda que habían dejao rezagada. Una vez entre otras muchas, tanto salir al botón, nos pegaron un malón los indios y una lanciada, que la gente acobardada quedó dende esa ocasión. Habían estao escondidos aguaitando atrás de un cerro... ¡lo viera a su amigo Fierro aflojar como un blandito! salieron como maiz frito en cuanto sonó un cencerro. Al punto nos dispusimos aunque ellos eran bastantes; la formamos al instante nuestra gente, que era poca, y golpiándose en la boca hicieron fila adelante. Se vinieron en tropel haciendo temblar la tierra. no soy manco pa la guerra pero tuve mi jabón, pues iba en un redomón que habia boleao en la sierra. ¡Que vocerío! ¡Que barullo! ¡que apurar esa carrera! la indiada todita entera dando alaridos cargó, ¡jue pucha!... y ya nos sacó como yeguada matrera. ¡Que fletes traiban los bárbaros! ¡como una luz de ligeros! hicieron el entrevero y en aquella mezcolanza, este quiero, éste no quiero, nos escogían con la lanza. Al que le daban un chuzazo, dificultoso es que sane. En fin, para no echar panes, salimos por esas lomas, lo mesmo que las palomas al juir de los gavilames. ¡Es de almirar la destreza con que la lanza manejan! de perseguir nunca dejan, y nos traiban apretaos. ¡Si queríamos, de apuraos, salirnos por las orejas! Y pa mejor de la fiesta en esa aflición tan suma, vino un indio echando espuma, y con la lanza en la mano, gritando: -Acabáu critiano, metáu el lanza hasta el pluma. Tendido en el costillar, cimbrando por sobre el brazo una lanza como un lazo, me atropelló dando gritos: si me descuido... el maldito me levanta de un lanzazo. Si me atribulo o me encojo, siguro que no me escapo: siempre he sido medio guapo, pero en aquella ocasión me hacia buya el corazón como la garganta al sapo. Dios le perdone al salvaje las ganas que me tenía... desaté las tres marías y lo engatusé a cabriolas... ¡pucha...! si no traigo bolas me achura el indio ese día. Era el hijo de un cacique, sigun yo lo averigüé; la verdá del caso jué que me tuvo apuradazo, hasta que por fin de un bolazo del caballo lo bajé. Ahi no más me tiré al suelo y lo pisé en las paletas; empezó a hacer morisquetas y a mezquinar la garganta... pero yo hice la obra santa de hacerlo estirar la jeta. Allí quedó de mojón y en su caballo salté; de la indiada disparé, pues si me alcanza me mata, y al fin me les escapé, con el hilo de una pata.
Posted on: Mon, 02 Sep 2013 01:47:51 +0000

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