UN CAPÍTULO DE MI NOVELA EL CUARTETO DE CINCO A José - TopicsExpress



          

UN CAPÍTULO DE MI NOVELA EL CUARTETO DE CINCO A José Francisco Ortiz Morillo JAQUE I En su grave rincón, los jugadores Rigen las lentas piezas. El tablero Los demora hasta el alba en su severo Ámbito en que se odian dos colores. Adentro irradian mágicos rigores Las formas: torre homérica, ligero Caballo, armada reina, rey postrero, Oblicuo alfil y peones agresores. Cuando los jugadores se hayan ido, Cuando el tiempo los haya consumido, Ciertamente no habrá cesado el rito. En el oriente se encendió esta guerra Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra. Como el otro, este juego es infinito. II Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada Reina, torre directa y peón ladino Sobre lo negro y lo blanco del camino Buscan y libran su batalla armada. No saben que la mano señalada Del jugador gobierna su destino, No saben que un rigor adamantino Sujeta su albedrío y su jornada. También el jugador es prisionero (La sentencia es de Omar) de otro tablero De negras noches y de blancos días. Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza De polvo y tiempo y sueño y agonías? Poema “Ajedrez” de J. L. Borges –Jaque mate –dijo Pavel, por tercera vez consecutiva ese fin de semana. El profesor Azar se quedó por un momento pensativo, y, en vista de que miraba fijamente el tablero, cualquiera hubiese podido pensar que estaba repasando los movimientos que lo condujeron una vez más a la derrota. Pero no era eso lo que hacía. Independientemente de que aquella no había sido su mejor partida, estaba irritado por algo muy distinto, con lo cual no podía pelearse, al menos no en ese momento. Estaba irritado, pero también asustado, y él para todo eso junto no estaba preparado. Para desquitarse, le venía bien responder al eco chocante de las expresiones “jaque” y “jaque mate”, por más neutro, aunque cortés, que hubiera sido el tono en que fueron pronunciadas. –En alguna parte leí –comentó finalmente con un dejo de sarcasmo, poniéndose de pié y mirando a Paolo– que en ciertas ocasiones algunos jugadores, entre jaque y jaque mate, experimentan una especie de clímax, algo como un orgasmo, producto de la cópula entre el sadismo y la vanidad. –¿Te ha pasado alguna vez? –le preguntó Paolo a Pavel, mirándolo con aparente seriedad. En un primer momento, Pavel no podía creer que el cura le estuviera haciendo tal pregunta, pero enseguida, tras descubrirle la picardía en los ojos, optó por seguir el juego. –Naturalmente –contestó, simulando gravedad también él–. Sobre todo, últimamente. Digo “jaque” y me empiezan los temblores, y cuando digo “jaque mate”, es que ya estoy… No pudo terminar y soltó la risa al mismo tiempo que Paolo. El profesor, aunque en el fondo la salida le hacía gracia, se esforzó por no secundarlos y prefirió cambiar de terno para seguir en plan de pulla con su vencedor…, puesto que no podía hacerlo con el doctor Abdenago Prieto Hernández. Puso un dedo sobre el rey de Pavel y, antes de derribarlo, le preguntó: –¿Sabrá este bolchevique, al que, por más que finja, parece deleitarle tanto usarla, de dónde proviene la locución jaque mate? –Éste no le va a responder, porque está muerto –contestó Pavel, recogiendo al rey caído y disponiéndose a meter las piezas en su caja–. Primera lección de Historia y Teoría del Ajedrez, y lo sabe cualquier niño del segundo de elemental en la Unión Soviética, donde lo primero que enseñan es la historia primigenia del ajedrez. –¿Y lo segundo? –preguntó Paolo. –Lo segundo es la historia socialista del ajedrez soviético, que… –¿Lo sabes? –insistió el profesor. –¡Por favor, profe! –¿Lo sabes o no lo sabes? –Está bien. Viene del persa y del árabe y no del hindi como algunos podrían creer. –¡Ah!, lo sabes… –Claro que lo sé. ¿No hemos hablado de eso antes? Lo habían hablado, pero era evidente que el profesor, descartado que tuviera un repentino ataque de olvido, sólo quería fastidiar a Pavel. –Si lo sabes, dilo –terció Paolo. –Viene de shah mat, que significa “el rey ha muerto” –accedió finalmente Pavel–. En algunos tratados, en lugar de shah, aparece xah, pero es lo mismo. El viejo se limitó a asentir con un movimiento de cabeza mientras iba camino de la cocina. –En el seminario había un alemán muy engreído que insistía en que deriva de la expresión schachmatt, que en tudesco equivale a “muerte” –agregó Paolo. –Es al revés –aseguró Pavel–. Esa palabra híbrida europea tiene sus raíces en las otras. –Así es –dijo el profesor desde la cocina–. Lo que pasa es que a los alemanes y en general a los europeos occidentales, también a los rusos, les ha costado mucho reconocer que ese prodigio de ingenio que es el ajedrez, por más que le hubieran modificado algunas cosas..., no lo inventaron ellos Al profesor Azar del ajedrez le gustaba la anécdota. Con el juego-ciencia le pasaba lo mismo que con la guitarra, con la matemática y con muchas otras cosas: tenía las facultades, pero no la disciplina. Aprendió rápido y llegado a cierto nivel, el que le bastaba para divertirse y no hacer la mala figura en partidas más que ocasionales, en las cuales ganaba y perdía en similar proporción, no se preocupó por abundar en mayores conocimientos al respecto. Pensaba que estudiar ajedrez, leer libros sobre técnicas del ajedrez, en fin, era una bonita manera de perder el tiempo, tiempo precioso, que bien podía servir para oficios más agradables. Más para él, que nunca se planteó jugar en plan agonístico. Ni siquiera ahora al mover piezas con Pavel, quien lo superaba largamente, que no le hacía la menor concesión y que, cada vez que podía, articulaba con frialdad, aunque siempre sonriente, la expresión “jaque mate”. De modo que no era por eso por lo que ahora se mostraba disgustado. El motivo estaba en lo que le había dicho esa mañana en su consultorio el doctor Prieto Hernández, lo cual en clave de ajedrez era equivalente a ponerlo en jaque. No había podido dejar de pensar en ello ni aun cuando le mataban el rey con más celeridad que nunca antes. En el refrigerador, además, no había ni siquiera una cerveza que, aparte de un cigarrillo, era lo único que en ese momento verdaderamente deseaba. –¿Qué fue lo que le modificaron? –le preguntó Paolo. –Bueno, según los turcos y todo el mundo de Constantinopla para arriba, para quienes el ajedrez es una filosofía, la representación del campo de batalla de una guerra espiritual entre los ejércitos del bien y del mal que se libra en el alma de la gente, los europeos convirtieron a su visir en reina y a sus elefantes en obispos para devolvérselos en forma de ciencia y como si fuera una victoria del racionalismo occidental. –Es verdad –convino Pavel–, pero también es cierto que ellos después se acostumbraron sumisamente a jugar el ajedrez como se juega en Occidente… y como se juega en Rusia. –Porque les hicieron creer que en eso, como en muchos otros estigmas, consiste ser civilizados –sentenció el profesor. –Estabas diciendo algo acerca de la historia socialista del ajedrez… –observó Paolo, dirigiéndose a Pavel. –Sí. Se refiere, en general, al glorioso período de campeones juveniles, europeos, mundiales y olímpicos soviéticos, todos héroes de la URSS. En especial, a todo lo que tiene que ver con los grandes campeones del mundo. –Toda una larga hegemonía, ¿no? –Así es. La cual comenzó con Mijail Botvinnik, quien fue campeón tres veces: de 1948 a 1956, de 1958 a 1960 y de 1961 a 1963; De esa misma época, el efímero Vasili Smyslov, entre el 57 y el 58, y Mijail Tal, que tampoco duró mucho, del 60 al 61, quienes ganaron y perdieron el título con Botvinnik. Después vino Tigran Petrosian, uno de los más sólidos, que retuvo el título desde 1963 hasta 1969. Luego irrumpió el gran Boris Spassky, considerado un superdotado al que nadie podía derrotar hasta que declinó honrosamente ante un jugador excepcional, el norteamericano Bobby Fischer, en 1972… –La bestia negra para el ajedrez y el aparato político soviéticos –comentó el profesor. –Un excéntrico verdaderamente genial –agregó Pavel, eludiendo la provocación. –Y hasta ese momento llegó la leyenda de la imbatibilidad del ajedrez socialista soviético –cargó de nuevo el profesor, que no había tenido más remedio que servirse medio vaso de una especie de vino de mesa rebajado con agua, lo único semejante a licor que podía permitirse tomar–. Arrodillada ante el altar de un judío loco, encima, representante conspicuo del imperialismo. –Usted se equivoca, profesor –protestó Pavel, algo picado y sin poder disimular sus restos de incondicionalidad con la causa deportiva de su otra patria, si bien últimamente albergaba ciertas dudas respecto a la causa ideológica–. Por supuesto que fue un muy penoso revés y que dolió mucho. Nos dolió a todos, y cuando digo todos me refiero a todos los socialistas del mundo. Al principio fue una tragedia nacional, cómo no, pero rápidamente se comenzó a pensar en eso como en lo que era: un accidente en el camino. Y, aunque parezca paradójico, fue bueno que ocurriera. Sobre todo porque sirvió para la reflexión acerca de muchas cosas. Ese período fue una oportunidad para revisar y crecer, no sólo en el ajedrez, mientras se abrigaba la certidumbre de que recuperar el título y la primacía mundial… era sólo cuestión de tiempo. Fueron apenas tres años, en los cuales se trabajó duro para gestar el gran regreso, y vaya que fue un regreso apoteósico. Una revancha en grande. Y ahí tenemos al gran Anatoli Kárpov, que con sólo 22 años… –¡Un momento! –lo interrumpió el profesor– ¿Cuál regreso apoteósico? ¿No lo designaron campeón, sin competir, por incomparecencia de Bobby Fischer? ¿No es así? –Está bien, pero era el legítimo primer aspirante, ¿qué culpa tuvo Kárpov, y qué culpabilidad le cabe a la Unión Soviética de que el anormal de Fischer haya rehusado enfrentarlo? ¿Le parece poco que desde entonces, desde 1975, permanezca como campeón invicto, quién sabe hasta cuándo? ¿No acaba de reeditar brillantemente su título? No sea… injusto, profe. Algo más, profesor, aparte de que Kárpov no llega a los 30 años, tenga usted la plena seguridad de que, dada la abundancia de jugadores jóvenes de altísimo nivel, quien eventualmente lo suceda… también será soviético. Gari Kaspárov, por ejemplo… –De acuerdo, no te sulfures –respondió el profesor–, pero, dime… ¿por qué has dejado por fuera a Alexander Alekhine, el primer ruso campeón mundial, considerado por muchos entendidos el más grande ajedrecista de todos los tiempos? Tampoco mencionas, por cierto, a Víctor Korchnoi. ¿No hay algo de mezquindad en esa historia chucuta? –Profesor –aclaró Pavel, sonriente, después de pensar un poco en las palabras que necesitaba–, con todo respeto, no he mencionado a Alekhine como tampoco he nombrado a Mijail Chigorin, quien es tenido por el padre del ajedrez ruso; se sabe quien fue Alekhine y se le admira como jugador y por todo lo que fue capaz de hacer sobre un tablero. Eso nadie lo discute, pero aquí estamos hablando de la historia socialista del ajedrez… –Entiendo –lo interrumpió el profesor, con un dejo de ironía–. Y, claro, Alekhine no tuvo nada que ver con eso, fue un consentido del zar, se nacionalizó francés en 1917, tras el triunfo de los bolcheviques y, ¡pecado de todos los pecados!, se dedicó a hablar mal de la revolución socialista. –Así es, profesor, pero no sólo por eso. Alekhine nació en Rusia, pero, para el momento en que fue campeón mundial por primera vez, en 1927, no representaba a Rusia, ni a la Unión Soviética. Ya era francés, aunque en realidad, como buen oportunista, pudo haber sido cualquier cosa. Se vendió a los alemanes y traicionó al pueblo que le había dado albergue y entidad. Y no fueron los soviéticos, por cierto, quienes después lo marginaron por antisemita declarado y por haber sido colaboracionista y espía de los nazis en Francia durante la segunda guerra mundial: fue toda la comunidad ajedrecística mundial, con los norteamericanos a la cabeza. –Déjate de vainas. Todo se reduce a que no era comunista –agregó el profesor, poniéndose de pie–. Pero Korchnoi sí lo fue, o al menos se vio obligado a serlo, o a fingir que lo era, hasta que no tuvo más remedio que desertar. Que no fue campeón mundial, es cierto, pero fue cuatro veces campeón de la Unión Soviética, a la que representó en varias olimpiadas, fue finalista del Torneo de Candidatos al campeonato del mundo y ha sido dos veces subcampeón mundial, como hace poco, con brillantes exhibiciones, por cierto, ante Kárpov. ¿Recuerdas lo del 78, cuando en medio de todo tipo de acosos y tensiones, después de estar perdiendo 5 a 1, estuvo a punto de echarle una gran vaina al Kremlin, al “remontar”, como nunca antes había ocurrido, para perder apenas por un punto? Tuvo que parar un momento para lidiar con la tos y seguidamente aprovechó para tomar un sorbo de agua de vino. –Debería descansar, profesor –sugirió Paolo. –Eso sí que fue grande aun en la derrota –prosiguió el profesor, ignorando la sugerencia de Paolo–. Korchnoi es, hoy por hoy, al menos estadísticamente, el segundo mejor jugador del planeta. ¿Qué han hecho los geniales historiadores comunistas, esos magos del ocultamiento, con la página soviética de su brillante biografía deportiva? ¿La borraron, como han borrado de las fotografías a todos los caídos en desgracia? ¿Tú todavía te permites estar de acuerdo con eso? Pavel, que no dejaba de sorprenderse de lo informado que parecía estar el profesor acerca del tema, no contestó y, mientras éste iba de nuevo al refrigerador, le habló a Paolo sobre la conveniencia de marcharse, dada la actitud abiertamente beligerante del viejo. Paolo, que había estado revisando antiguos artículos de prensa sobre temas políticos, le dijo que prefería quedarse a leer un poco más. En realidad quería asegurarse, al menos por ese día, de que el profesor se tomara los medicamentos que le tocaban antes de irse a la cama. Pavel recogió su chaqueta y esperó de pié para despedirse. –Profesor, déjeme decirle algo –comenzó a explicarle, muy formal, pero ligeramente sonreído–: el asunto Korchnoi no es tan sencillo como a usted podría parecerle. Eso, en el fondo, acaso sea más geopolítica que ajedrez, y tal vez no sea más que el ajedrez de la geopolítica en el tablero de la tensión este-oeste. Esto es una guerra, profe, por más que eufemísticamente se le llame “fría”. En el territorio de la realidad estamos en el juego de la guerra y, como sugiere Borges en su poema, este juego, esta guerra, como en el juego-guerra figurado que es el ajedrez, es total y es infinito. ¿No le parece? –Sigue, sigue… –Korchnoi, méritos aparte –prosiguió Pavel–, en ese sentido, inevitablemente, ha terminado convirtiéndose en peón de un bando. Como usted comprenderá, todo eso, toda esa interminable intriga, se ha vuelto un tema muy sensible para los soviéticos y, en general, para quienes, para bien o para mal, seguimos creyendo en el socialismo. Presiento, por lo demás…, que acerca de eso nuestras posiciones son totalmente encontradas, y la verdad, profesor, es que no quisiera entablar con usted en este momento una discusión sin perspectivas. Usted, por otra parte y por alguna razón, hoy no está de buen genio, y yo estoy casi seguro de que no es ni por la partida que perdió, lo cual sería una tontería, ni por mi… estrujada versión de la historia socialista del ajedrez soviético... –¿Terminaste? –preguntó el profesor, con cierto aire de reto. –Aún no, pero dejémoslo así, mi profe. Prefiero marcharme en paz. ¡Ah!, en nombre de nuestra amistad, cuando se pueda, no deje usted de brindarme la oportunidad de experimentar una vez más… eso que, según no sé quién, se experimenta entre jaque y jaque mate. Eso fue una broma. Buenas tardes, profe. Nos vemos, Paolo. Le dieron ganas de reír por la cara de estupefacción que puso el viejo y se dirigió a la puerta sin darle tiempo de replicar. Antes miró a Paolo, quien hacía esfuerzos por contener la risa. Ya en el patio, escuchó la respuesta, no por tardía menos mordaz. –Ésta sí que es buena: “…quienes, para bien o para mal, seguimos creyendo en el socialismo”. ¡Qué bolas! ¡Cómo es verdad que el ajedrez sólo da inteligencia para jugar ajedrez! *** Pavel creía saber cuál era la razón del mal humor del profesor. Su abuela, que había llamado al doctor Prieto a mediodía, le había comentado que esa mañana en la consulta, después de revisar los exámenes y ordenar otros, el médico le había dicho al viejo, entre otras cosas, que tenía que prescindir del cigarrillo, enseguida y para siempre, bajo la advertencia de que en esa decisión se jugaban en definitiva sólo dos alternativas: vivir un tiempo más… o morir en breve. Tanto él como Paolo, a quien le había referido el asunto, se habían dado cuenta de que el profesor no había fumado en toda la tarde, pero, como si se hubiesen puesto de acuerdo, ninguno hizo comentario alguno al respecto.
Posted on: Sun, 03 Nov 2013 15:23:24 +0000

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