UN RETAZO DE LATINOAMÉRICA Al principio, fue un sueño, con la - TopicsExpress



          

UN RETAZO DE LATINOAMÉRICA Al principio, fue un sueño, con la frescura de quienes tienen la vida por delante. Con un plan, construido a partir de mapas de Argentina, Bolivia, Perú y Chile. Desde Buenos Aires, pasar por Tucumán, Salta y Jujuy. Pasar a Bolivia por Villazón. Se vería. Había poca plata y tantas ganas de conocer... Nos habían dicho que no convenía realizar el viaje con carpas y mochilas. Era a comienzos de 1965. Era la confianza de mis padres. Unos adelantados... Conocer parte de Latinoamérica. Yo llevaba una libretita verde con espiral, que estará escondida entre papeles. Allí anoté mis impresiones, angustias, quejas. Cómo se vivía en cada lugar.... Lo que vi en museos de Cuzco y de Lima. Escribí sobre mercados y plazas. Cielos, cielos y montes... Hablé sobre grupos humanos de los cuales no sabía prácticamente casi nada. Recorrimos un camino sinuoso por nuestro noroeste. Bolivia, Perú, Chile. Desde Santiago a Mendoza, y desde allí, a Buenos Aires. La Quiaca... Algo pasí que nos hizo detenernos durante cinco días. En la pequeña iglesia compartimos el canto del misachico, que bajaba de los cerros. Cantaban a Dios, a la Virgen, a la Pachamama... Puesta en escena de la celebración que se repite cada año. Polleras multicolores, con nenes a la espalda ellas, con la tibieza del cuerpo de la madre y el hijito. Mis ojos se abrían y sumaban impresiones, emociones... Sitio de argentinos y bolivianos. De rostros oscuros y dientes blancos. Y turistas que pasaban nomás, sacaban algunas fotos y se iban. Polvareda. Monte al fondo de callecitas tranquilas. El silencio. Casas de adobe. Canté carnavalitos con mi guitarra varias veces en la plaza quiaqueña. Pero ellos me pedían temas de Palito Ortega. Nos invitaron a una comunión, y a la fiesta donde probamos comidas con sabor y perfumes de Oriente. Villazón... Pasadizo con los dos pies plantados en el mundo indígena que iba y venía, pasando a nuestro país como por su casa. Si son la misma América. Pueblos, pueblos. En viajes a dedo... Los muchachos del grupo dormían en comisarías y hospitales. Nosotras cuatro, en casas de familia que nos abrían sus puertas y compartían lo que eran... Y ponían el oído cuando les relatábamos nuestra experiencia que recién comenzaba. Llegamos a La Paz de noche. Desde el ómnibus, girar y girar hasta hundirnos en ese redondel lleno de luz... Misterio de lo desconocido. Casitas, casitas pobres. Muchas tenían en los techos dos cubos que contendrían algo en homenaje a la Pachamama, seguramente. Caminos. Un changarín, en una parada larga en una estación de tren, ajustó varias valijas con una soga. La ató a su cuerpo. Se acostó, fue levantándose lento..., y salió caminando con la cabeza gacha, con su carga a la espalda. En lugar de zapatillas, llevaba en cada pie, un trozo de goma de auto, atado con piolines. Es uno de los recuerdos más vívidos y dolorosos de aquel viaje. Lo humano arrodillado. Lo humano que se yergue dignamente trabajando. Ese monte Illimani boliviano querido, del que me habló una paceña en un viaje, mientras iba mirándolo, despidiéndose de su tierra, en busca de mejores posibilidades. Restoranes sencillos... En uno de ellos vi una repisa llena de latas grandes de manteca salada, con un cartel en cada una que decía "El pueblo de los Estados Unidos a sus hermanos de Bolivia y Perú." Choque de imágenes.... No entender tantas cosas... Pero es la vida nomás, y así se muestra. En una semana, en La Paz, como costaban poco, comí veintitrés sandwiches de huevos fritos bien sequitos. Nada me hacía mal... Discutíamos cada noche... Eran asambleas de los nueve. Cambiar la ruta o no... Lamentablemente, triunfó a veces el deseo de algunos de nosotros, de ir a comprar pantalones importados.... Así fue como me perdí el lago Titicaca, las ruinas de Tiahuanaco. Pero seguíamos, a pesar de los entredichos, rumbo a ese trozo de Latinoamérica que llegó hasta mis ojos de adolescente como una bendición. Palabras, maneras de decirlas. Regionalismos. Olores. Sabores. Ferias. Mercado en La Paz. Ajíes de todos los colores, papines, condimentos que llenaban el aire con su aroma. Mujeres que oficiaban de carniceras cortaban grandes trozos de carne con hueso apoyados en el suelo, con grandes hachas. Mientras sus hombres quitaban a las minas su tesoro, sabiendo que nunca sería suyo. En pueblos como Puno, nos alojamos en hoteles precarios... Recuerdo una noche... Fui al baño, y dos de mis compañeros me acompañaron hasta la puerta y esperaron atentos, por si aparecía alguien peligroso. Lástima Oruro, todavía no era tiempo de Carnaval. Seguir, tostados por el sol, más delgados, con frío o con calor. Recuerdo que en Perú recorrimos durante horas, hasta llegar a destino..., un trayecto larguísimo, acostados en un camión, sobre bolsas de portland. Y yo cantaba con mi guitarra compañera, con mi gente... Viajar en tren, en camión, en carro... Universidad de San Marcos, Lima. Invitación del rector, para los nueve... Compartimos dos bandejas enormes de papas fritas crujientes, y tomamos pisco, y pisco con jarabe de algarrobina. El rector nos contó luego que mujer que toma pisco con jarabe de algarrobina, pare mellizos. Esas papas al natural que pedimos una vez, eran papas a la huancaína, sabor inesperado y muy fuerte. Alguno las raspó para poder comerlas. El sabor de la chicha morada no se me fue nunca, y cuando lla probé después de años, en Buenos Aires, supe que no me había equivocado. Me falta pedir en un boliche sencillo de peruanos, los anticuchos, hechos con corazón de vaca, que comí varias veces en los quioscos callejeros de Lima. Museos maravillosos del oro y de la plata... Momias. Tumis. Una civilización que fue arrasada, pero que persiste. Iglesias. El barroco aquí y allá. Dorado a la hoja en los altares. Sincretismo. Mestizaje. Cambios de guardia pintorescos. Viví una semana en Lima en la casa de una familia con chicos y una abuela, y una chiquita de doce años que llamaba "madrina" a la dueña de casa, y a quien la abuela la escuché llamarla "china de mierda". Barrio de Miraflores. Playa de Ancón. Playa de Cantolao, con piedras redondeadas en vez de arena. Pura piedra, y un mar helado y transparente. Y en una playa, grandes estrellas de mar anaranjadas muertas, que aparecían cuando removíamos la arena. Viajar en un tren, en Perú..., en un tiempo en que, según decían, los indígenas atacaban las fincas. Viajar en un tren, y enterarnos de que los guardas, para que viajáramos seguros, habían cerrado con llave las puertas de nuestro vagón. Asombro. Asombro y rabia. Supe de la soledad y de la riqueza del oro que queda en los museos. Supe de tantas cosas como pasar de Perú a Chile: Tacna-Arica, y viajar desde esta última hasta Antofagasta, con cholas que hacían su pequeño contrabando de pilas de radio en latas de galletitas. Recorrimos desde allí durante tres días y sus noches, el desierto de Atacama... Paisaje siempre igual a sí mismo. En una pick up, encima de un gran camión a Santiago de Chile. Viajábamos en tres camiones, con tres de nosotros en cada uno. Época del presidente Frei padre, en Chile. Mi camión escapó del lugar por donde había mucha gente escuchándolo... Otros amigos del grupo llegaron a darle la mano... Mucho dependía del camionero y de su ideología, y de cada uno. Santiago, Valparaíso, Viña del Mar. La belleza. En Santiago fuimos a un restaurante. Todos pedimos "Bife a la Pobre". Tan enorme fue la fuente que recibió cada uno de nosotros, que de la alegría empezamos a hacer chistes. Yo dije que en otro viaje iba a pedir "Bife a la Miserable". En una de ésas nos servían una ración más grande todavía. No olvido, no puedo hacerlo, las flores de lavanda que crecían al costado del trencito de tres vagones que iba subiendo desde Cuzco a Machu Picchu. Y de aquella terraza roja, que se veía desde lejos, y que resultó llena de frutillas silvestres, que saboreamos con gran gusto. Miramos hondo esas alturas de Machu Picchu... Ventanas de piedra. Piedra ceremonial..., y cielo, cielo que se abría mostrando su grandeza. Tiempo y espacio sagrados. El enojo, la distancia que se fue estableciendo entre algunos del grupo, nos llevaron a que al pasar Las Cuevas, y entrar en nuestro país, por Mendoza, camináramos en dos grupos. Un grupito por una vereda, y el resto por la de enfrente, sin mirarnos. Nada de eso ha pasado para mí. Aunque no recuerde los nombres de lugares que , quedó en las manos lo que toqué. Quedaron olores, pasos, viento. Aguas del Pacífico. Adela L. Carabelli - Julio 2013
Posted on: Sun, 11 Aug 2013 01:14:33 +0000

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