UNA ÉPICA DE LO ABSOLUTO Carlos Mastronardi A Destiempo se - TopicsExpress



          

UNA ÉPICA DE LO ABSOLUTO Carlos Mastronardi A Destiempo se llama la nueva colección de poemas de Miguel Ángel Fernández, una de las más puras voces del Paraguay secreto y profundo. En una suerte de profesión de fe artística, su autor nos habla de las palabras y la poesía. Se trata de una grave página laminar donde abundan las alegorías de prosapia bíblica. Más allá de las fáciles palabras, el poeta nos invita a pronunciar la Palabra, irreducible y hondo signo del Ser. No pocos místicos y no pocos metafísicos, desde la remota Grecia hasta hoy, han visto en la Palabra el asiento y la morada de lo arquetípico, que por modo paradójico es también lo inefable. En todo caso, Fernández juzga que es preciso esperar con firmeza y humildad la visita del prodigio, la llegada de ese alto resplandor que no toma su origen en nuestra voluntad. De tal manera, la poesía viene a ser una especie de verdad revelada donde la belleza y la certeza se identifican. Ardua y severa es la doctrina que alienta en dicho texto inicial, por el que discurren, hermanadas, la norma ética y la norma estética. En el estimable poema “Las sombras”, de clara estirpe idealista, el mundo aparece como un fugaz episodio de la conciencia, como un regalo esquivo y carente de sustancia estable. Los hombres y sus actos vuelven a la nada original. El mismo sentimiento, pero animado por un soplo trágico que acrece su poder de convicción, advertimos en “Sueños de Dios”, acaso el mayor acierto del joven poeta paraguayo. En este poema, el universo se diría se diría el “animal agonizante” que el irlandés Yeats vio en cada uno de los mortales. Pero también se nos figura la fuerza ya sin brío y el subalterno reflejo platónico en que se agota el mundo de las apariencias. Así mirado, este mundo en desvelo rueda por el poema como si lo moviera una energía remota que excede al mismo Dios y que ya no tiene sentido: hace mucho que el pozo está seco pero la bestia sigue girando en la noria, sin razón ni provecho, quizás dócil a una divinidad fatigada que ya olvidó sus planes. Este breve cuaderno poético no pretende ser una relación de conflictos personales; tampoco se propone como un inventario de estados anímicos. Dicho de otro modo: se sitúa en una perspectiva que excluye la lírica pura, vale decir, los individuales acontecimientos psíquicos. Espejo de la nueva poesía, si bien acoge experiencias, desborda los cauces de la experiencia inmediata y raras veces se allana a ser confesional. En sus páginas no tienen cabida las imágenes visuales, ni forma alguna lograda por la vía de la intuición sensible. No obstante titularse A destiempo, la modernidad de esta obra es evidente. La poesía de los últimos años, en la medida en que se confronta con lo absoluto y no quiere ser relato de “emociones terrestres”, excluye toda connotación voluptuosa. Donde ayer se desplegaban suspirantes abanicos y delicadas sedas, hoy se despliegan el ser y el no ser, la infinitud del tiempo y la soledad de todo destino, la zozobra existencial y los absurdos fundamentos sobre los cuales reposa la condición humana. Antes que sensual, la nueva poesía se revela metafísica. Los versos de Fernández, sin perjuicio de sus originales matices, la sostienen y corroboran. En su raíz, esta poesía es vívida experiencia, pero su objeto nada tiene de tangible o sustantivo. Nos hallamos ante una propensión experimental que no apunta a las personas ni a las cosas, sino a la misma vida como dramática conjunción de ser y de no ser. Ubicada en ese plano supremo, es natural que las peripecias y circunstancias exteriores no resuenen en su ámbito severo. Aun en aquellos poemas donde aparecen, con el del poeta, otros destinos, la emoción supera el reino de lo particular y contingente para abrirse hacia perspectivas universales. Así en “Un signo”, donde el esplender de la playa de Leblón, que los primeros versos nos proponen como escenario de la magia erótica, pronto se desvanece para dar paso a un reclamo profundo, a una especie de angustiada protesta contra todo lo que es fugacidad y perdición. En el trémulo pero sobrio poema citado, de espaldas a la anécdota y como desasido de lo inmediato, el poeta recurre al poeta: “Ser o no ser: he aquí la cuestión”. Lo mismo cabe decir de “El marinero borracho”, donde el elemento narrativo, apenas insinuado, no tarda en volverse alucinación terrible y abismática fantasía. Hemos hecho mención de dos piezas donde lo particular y concreto, siquiera con levedad, están presentes, pero al margen de estas excepciones corresponde señalar que Fernández tiende a lo genérico y se complace en prestar voz a esas realidades que abarcan todas las latitudes y todos los tiempos. El caso particular sólo es un punto de apoyo para emprender el vuelo. Así lo demuestran, de modo muy acentuado los títulos de no pocos de sus poemas, entre otros “La palabra”, “Hombre”, “Espacio” y “El muro” (Fácil es inferir que el muro es aquí símbolo de incomunicación y soledad). Un estilo conciso y ascético, del que fueron voluntariamente excluidas las metáforas, sirve de vehículo a la emoción de Fernández. Puede afirmarse, pues, que la naturaleza de los temas encuentra justa correspondencia en el recato y el decoro de los medios expresivos. Descartado lo sensorial, esta noble y franciscana especie de poesía no necesita acudir a las imágenes. En consecuencia, fondo y forma constituyen una fuerte unidad indivisible. Digna de encomio es la economía de recursos con que alcanza sus fines el autor de estas intensas páginas, donde las palabras, justamente para que pueda sentirse lo entrañable, se quieren poco visibles y jamás acceden a lo ostentoso. Apartado el poeta de la liviana fruición verbal, puede andar con patética vehemencia el camino que lleva a las realidades últimas. En suma, cabe sostener que en sus versos alienta, no esa eventual felicidad o ese verboso infortunio que Bernard Shaw desestimaba, sino una verdadera épica de lo absoluto. [Revista SER, Entre Ríos, número 5, año V, 1966]
Posted on: Mon, 04 Nov 2013 14:41:49 +0000

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