UNOS GOLPES EN EL BOLSO (VIII) 13 de noviembre de 2013 a la(s) - TopicsExpress



          

UNOS GOLPES EN EL BOLSO (VIII) 13 de noviembre de 2013 a la(s) 19:26 Quedé estupefacto después de oír la palabra que pronunció Rosalie: ¡huyo! Rápidamente la asocié con algo físico y no con una huida de sí misma o cosa parecida. Incluso creo que miré de soslayo, y temeroso, hacia la calle. Tardé unos dolorosos segundos en afianzarme y preguntar: ─¿Tiene qué ver eso con las cuestiones de trabajo a las que te has referido antes? Afirmó con una leve inclinación de cabeza. Respeté su silencio y no añadí nada. Ahora íbamos a entrar en un gran parque con descuidados jardines que estaba al final de la calle. Lo hice sin saber sí era, o no, lo apropiado; lo de la huida me había impactado tanto que no sabía muy bien qué era lo que debía hacer. Ella me tranquilizó: ─No temas, el momento aún no ha llegado, pero está cercano. Lo siento en mí, lo sospecho, lo palpo... Aquí he pasado un poco más de dos años de tranquilidad, escondida sí, pero bastante segura y serena. Aunque sabía que esa calma era pasajera y que un día u otro tenía que suceder... La verdad es que no entendía muy bien lo que decía, no me encajaba en nada conocido, no sabía qué decir. La dejé hablar a ella. ─Estuve casada con Petrov más de dos años, años de mal recuerdo. Mi marido era hijo de un ruso acaudalado metido en muchos negocios y algunos poco claros, por no decir nada claros. Acordamos el divorcio pero no quedaron muy bien para mí las condiciones de liquidación. Mi padre, desde Salzburgo, aunque nuestras relaciones no eran buenas, me recomendó a un amigo abogado en Moscú que me defendió y salí muy bien parada, con el suficiente dinero para vivir confortablemente el resto de mi vida. Cuando ya estaba separada, de hecho vivía en un apartamento no muy lejos de la legación alemana hice amistad con un empleado de ella. Se llamaba Moritz ─se sumió en un respetable silencio. No dejé de mirar por los alrededores con una fuerte dosis de desasosiego. Había un grupo de inocentes jardineros a los que observé con inquietud. Pienso que Rosalie se dio cuenta y me lanzó una sonrisa tranquilizadora. Otra vez no sabía qué decir, no me pareció procedente preguntarle nada. Comentamos algo sobre lo abandonado que estaba aquel parque: parterres rotos, hierbas crecidas por cualquier parte, pérgolas caídas, vegetación agreste... aquellos jardineros tenían bastante trabajo por delante. Siguió hablando como haciéndolo consigo misma. ─Moritz era un encanto, pasaba muchas horas con él en los últimos meses en la Ródina (Rusia), fue un excelente apoyo para mí. Cuando me faltaban apenas unos días para regresar a Viena con todos mis asuntos arreglados, me hizo una curiosa proposición, me dijo que si quería trabajar con él. Quedé sorprendida porque lo que menos me interesaba en esos momentos era dedicarme a ningún tipo de trabajo que no fuese administrar de la mejor manera posible el capital que había conseguido obtener con mi divorcio de Petrov. Me pareció que jadeaba un poco al hablar, como si le costase hacerlo pero que había algo que le impelía a hacerlo. Interrumpió sus reflexiones para decirme: ─Tengo cierta prevención al contarte estas cosas, podrían ser peligrosas para ti. ─¿Para mí? ─pregunté con exaltación. Miraba hacia adelante y lo hacía con majestad y poderío, parecía una escultura que tomaba vida y caminaba. Era impresionante. ─Temo que todo lo que diga a partir de estos momentos puede ser arriesgado para ti, no quiero que te pueda suceder nada, desearía que estuvieses totalmente al margen de esta historia. Es lo más seguro. Me tomé unos momentos. Quería responder con plena conciencia, había captado que había asuntos muy graves detrás de aquello que contaba, no quería expresar algo y que después me arrepintiese. Ella se sentó en un banco de piedra polvoriento y sucio, me mantuve de pie delante de ella a un metro escaso. ─¿Qué es lo grave que me puede ocurrir? ─hice la pregunta muy pausadamente. La miré a los ojos. Tenía el bolso colgado en bandolera, sobre el hombro derecho y las manos metidas en los bolsillos. Se levantó con agilidad sin sacar las manos y dijo: ─No sé. Ahora mismo no lo sé, pero te puede crear muchos trastornos... como mínimo. Se me ocurrió inquirir algo más de este modo: ─¿Y cómo podría evitar esos trastornos? ─creo que puse una cara de pícaro que le hizo emitir una apacible sonrisa. Me adelantó unos pasos, se dio la vuelta y me miró, con algo de impiedad, golpeando el bolso varias veces. La alusión, a lo que adiviné que el bolso contenía, casi me hizo dar un traspiés. Ignacio Pérez Blanquer
Posted on: Wed, 13 Nov 2013 22:52:22 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015