Un Dios gratuitamente benévolo Así se revela una diferencia - TopicsExpress



          

Un Dios gratuitamente benévolo Así se revela una diferencia fundamental entre el Dios de los Patriarcas y los dioses de las religiones naturales. A los dioses de Mesopotamia o Egipto se les consideraba como dioses posiblemente hostiles o celosos de la felicidad de los hombres, o envidiosos de sus bienes. Los hombres habían de ganarse el favor de los dioses con sacrificios y actos de culto. Era una religión basada en una especie de intercambio o transacción interesada, cuasi comercial: los dioses hacían sus demandas a los hombres y, en cuanto éstos las cumplían, les concedían sus favores. Este esquema de relación es muy frecuente en muchas formas religiosas y, por desgracia, se puede encontrar aún hoy en formas más o menos burdas o pervertidas de pseudocristianismo. Se proyecta a nuestra relación con los dioses el sistema de relaciones interesadas y de intercambios mercantiles que vigen habitualmente entre los hombres. Los poderosos otorgan sus beneficios a cambio de dones y de sumisión y vasallaje. Los hombres, que viven del dominio de unos sobre otros y del interés egoísta, son incapaces de concebir un Dios movido por pura gratuidad, por pura benevolencia y con un amor desinteresado. Y es precisamente un Dios así, ya desde un comienzo, desde la historia de Abraham, el rasgo más característico de la religión de Israel, el que marcará definitivamente toda la evolución religiosa de la tradición judeo-cristiana y que culminará, al final de la revelación, con la afirmación explícita de que «Dios es amor». Según la teogonía babilónica del Enuma Elish, los hombres habían sido creados solamente para ofrecer sus dones a los dioses, de modo que los dioses pudiesen vivir en la abundancia y en comodidad. Las peticiones de los dioses eran arbitrarias y caprichosas, y los hombres vivían siempre en la incertidumbre y en la angustia de no haber complacido quizá a los dioses. De manera parecida, los egipcios tenían unos dioses impositivos, lejanos e inasequibles -cosa que se refleja en la arquitectura e imaginería imponente de sus templos-, que requerían la sumisión y la resignación total de sus adoradores. Ni la angustia ni la resignación forman parte de la religión de Israel, porque su Dios es un Dios soberano y poderoso, pero a la vez cercano y benévolo, que no necesita a los hombres para nada, excepto para concederles gratuitamente su protección. Los hebreos encuentran en el servicio de su Dios su libertad y el sentido de su vida, porque es un Dios que interpela al hombre a realizarse, no por interés o necesidad del propio Dios, sino por el bien del hombre. No es un servicio esclavizante, sino estimulador, basado no en el servilismo, sino en la comunión. El hombre puede fallar en su responsabilidad y fidelidad a Dios, que es a la vez responsabilidad y fidelidad a sí mismo. Pero eso nunca le alejará definitivamente de Dios. Por eso la concepción israelita de la vida humana y de la historia es, en el fondo, optimista. Por encima de las vicisitudes históricas y más fuerte que todas ellas, está la benevolencia gratuita, y por ello incondicionada, de quien quería ser Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y de toda su descendencia.
Posted on: Thu, 04 Jul 2013 19:01:23 +0000

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