Venía casi todos los días por la mañana, muy temprano, apenas - TopicsExpress



          

Venía casi todos los días por la mañana, muy temprano, apenas abríamos la oficina y comenzaban a llegar los primeros clientes. Se asomaba por la ventana y hacía algunas señas con los dedos, como indicándole a alguien, a cualquiera que hubiera ahí dentro, que le abriera la puerta. Nosotros ya no reaccionábamos, es más, algunos ni la miraban. Ante el asombro de la clientela que se preguntaría el por qué de nuestra desidia, alg ajeno reaccionaba, pero apenas se movía en ademán de ir a abrirle, ella daba un paso y dejaba libre la ventana. El voluntario iba hasta la puerta, la abría y, en vista de que la mujer no entraba, salía a la calle, pero nunca la encontraba entre las pocas personas que transitaban a esa hora. Con cara de asombro cerraba la puerta y buscaba alguna respuesta en nuestros ojos, pero ninguno lo miraba. Seguíamos haciendo nuestras cosas como si nada hubiera pasado y eso le producía mayor desazón al que, ese día, había caído en el juego de Micaela y del que hacíamos parte todos en la oficina, volviendo locos a los clientes que regresaban a sus asientos en silencio tratando de entender que era lo que había pasado; qué era lo que habían visto. Parra, el de contabilidad, le puso Micaela, de hecho le tenía apodos a todos los de la oficina, algunos públicos y otros privados, que sólo conocíamos los más cercanos, siempre con la sospecha de que nos tuviera algún mote oculto a nosotros también. Decía que se le parecía a una profesora de ultimo año de primaria, de la que se enamoró al verla escribir los números en el tablero. -Micaela Borrero, -decía mientras suspiraba, y nos contaba cosas de aquel lejano año que perdió por andar mirando como conjugaba el contorno de sus caderas con las curvas de un dos dibujado en tiza rosada. A mi se me parecía a Patricia Ruiz, la que atendía en la miscelánea "Patty" donde iba por las tardes con los amigos del barrio a tomarme una gaseosa después del partido de fútbol de siempre. Yo no me enamoré de ella como Parra de Micaela, pero sí me producía un efecto adormecedor el verle todas las coquetas pequitas que rodeaban su nariz. Mientras terminábamos las bebidas, caminaba por todo el almacén tratando de encontrar uniformidad en lo que vendía Patty, pero cada cosa colgada en la pared o puesta en un mostrador no tenía relación alguna con la anterior. A veces nos sobraba plata y le comprábamos una hoja de totes de fósforo que ibamos a hacer explotar en la mitad del parque. -Tengan cuidado con eso, no se vayan a quemar ni se los vayan a tragar -decía mientras nos mandaba un beso con la mano extendida-. Vuelvan mañana. Yo hubiera querido ponerle Patty pero Parra fue más veloz y se quedó Micaela. A cada uno de los que trabajaba en la oficina Micaela le traía recuerdos del pasado. Recuerdos diferentes, de mujeres diferentes. Como los clientes, todos nosotros, sin ninguna excepción fuimos a abrirle la puerta la primera vez que la vimos, en mi caso fui varias veces intrigado por esas curiosas pequitas que le rodeaban la nariz y que no había visto en muchos años. Después ya no reaccionaba, la veía saludar y gesticular buscando que le abrieran la puerta y esperaba la reacción de la clientela. Algunos días de mucho trabajo ni siquiera la notaba. Parra sí, siempre la esperaba y venía a mi oficina y decía: -Ya vino Micaela, le dejó saludos. Por esas cosas de la vida, el jefe consideró que necesitábamos una secretaria, decía que el trabajo había crecido y las tareas operativas nos estaban superando, además, que este espacio de doscientos metros cuadrados divididos por paneles de vidrio donde estaban metidos tantos hombres, se había vuelto demasiado masculino y se requería de la mano de una mujer que diera sensacion de calidez así fuera con un par de rosas y un peluche colgado del lado de la pantalla del computador. Contrató a Rosita, su sobrina, que de inmediato comenzó a organizar las cosas y en menos de un día tenía las papeleras llenas de la basura que nosotros sólo acumulábamos sobre los escritorios. Puso jarrones de flores en dos o tres sitios estratégicos, pulverizó un ambientador y no sé qué mas hizo, pero al final de la jornada la oficina, de verdad, era otra. Los clientes asiduos del día siguiente lo notaron también. Micaela llegó, no había venido ni lunes ni martes, y se asomó por la ventana como era su costumbre, todos miramos a Rosita a ver qué hacía, esperábamos su reacción, su cara de "porqué nadie le abre la puerta a esta mujer", que se dirigiera a la salida y se encontrara con que no había nadie y nos imaginamos su cara de estupefacción. Nada pasó. Rosita no la veía aunque miraba hacia la calle a través el ventanal, esperando que el dependiente de la papelería le trajera unas resmas que había encargado. No la veía. Yo no sabía qué pensar ni qué sentir y, mientras trataba de que Parra, que estaba petrificado, me mirara, recordé en menos de dos segundos los cientos de veces que alguien le fue a abrir la puerta a Micaela y siempre había sido un hombre. Miré al jefe, porque Parra permanecía congelado y me di cuenta que estaba llegando a la misma conclusión porque caminó lentamente hasta donde estaba Rosita, la agarró del brazo y dicendole algo en voz baja la llevó hasta su oficina. En ese momento pude ver a Patty en la ventana, sus pequitas rodeándole la nariz estaban aún más hermosas que cuando yo era niño, su piel juvenil estaba más atractiva y tenía una mueca de maldad en su boca y una mirada de odio que atravezaba la oficina hasta donde se encontraba Rosita. Esta continuaba sin verla y, por ello, sin saber qué era lo que estaba pasando. Me pareció injusto con Rosita y le grité: -¡No, Patty! ¡No es lo que estás pensando!- Al mismo tiempo que cada uno de los que estaba allí gritaba algo parecido, entre ellos el pobre Parra que gritaba casi llorando: -¡Micaela perdóname! Hasta Felipe el de nómina, que casi nunca hablaba, se halaba el pelo y, desde el fondo de la oficina donde solía esconderse a hacer sus cálculos, miraba a la ventana que a Rosita y a las únicas dos clientes mujeres les parecía vacía y gritó aún más fuerte que todos: -¡María Laura, te juro que no he mirado jamás a Rosita, es la sobrina del jefe! Salimos corriendo todos hacia la puerta, forcejeamos para poder abrirla y cuando miramos afuera sí había una mujer parada ante la ventana. Tenía la misma mirada oscura y esa sonrisa de maldad, pero no era Patty. Nos miró por varios segundos y todos permanecíamos estáticos tocando la puerta como si fuera un talismán del que no debiéramos despegarnos. Se dio media vuelta y caminó calle abajo. La seguimos con la mirada hasta que volteó en la esquina y cuando dejamos de verla, me pareció que respiraba por primera vez en los últimos cinco minutos. Volvimos adentro, en silencio. Yo sudaba. Me desplomé en mi silla tratando de tener una idea coherente y permanecí allí tirado casi media hora. Comencé a recobrar la cordura y me acerqué a Parra que me dijo: -El jefe se llevó a Rosita. No la va a dejar volver a la oficina.- Asentí, me pareció lo más lógico. Seguí caminando hasta el fondo y Felipe, entre otros, todavía lloraba. Me miró y me dijo que el jefe le había pedido que reorganizara el horario de trabajo para que empezáramos hacia las 9 de la mañana, que cuadrara la nómina con esa nueva hora de entrada, para comenzar la jornada después de que María Laura hubiera hecho su ronda. Tambien me pareció acertado. Al día siguiente implementamos los cambios y Rosita no volvió ni de visita. Trabajé un año más en la empresa y tampoco volví a ver a Patty. Ya no le decíamos Micaela, sino que cada cual la llamaba por su nombre. Hace un par de meses me reuní con Don Jorge, quien fuera mi jefe, con Felipe y con Parrita, nos tomamos unas cervezas y yo les describí de manera muy detallada a la mujer que me encontré al salir a la calle. -Esa era María Laura -dijo Felipe. Y volvió a temblar como aquel día. El jefe, al parecer vio a Micaela, Parra vió a Patty y Felipe describió a la secretaria del papá de Don Jorge, de la que este estuvo enamorado toda su niñez. Cuando nos despedimos, Parra se quedó un minuto más conmigo. Sigue trabajando en la oficina. No ha vuelto a ver a Micaela, pero me contó que el celador del edificio de enfrente le dijo que una mujer se asoma por la ventana todos los días hacia las 8 de la mañana, se encoge de hombros y sigue su camino.
Posted on: Sat, 29 Jun 2013 04:06:09 +0000

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