Volví mis ojos hacia la sonrisa torcida de la luna, que, - TopicsExpress



          

Volví mis ojos hacia la sonrisa torcida de la luna, que, incompleta, apenas alcanzaba a iluminar nada más allá de su faz desfigurada, y me sentí tan menguado como ella e incapaz de prevalecer sobre las tinieblas que me rodeaban. Estaba triste y demasiado cansado para habérmelas con problemas teológicos que ni doctores ni padres de la Iglesia habían podido resolver, de modo que quizá por eso mi mente enferma de aegritudo amoris comenzó a divagar de nuevo sobre la reina Arda. La imaginé en aquel momento tendida en un lecho de flores, en una casa con vigas hechas de cedro y artesonados de ciprés, los labios destilando como panal de miel, miel y leche bajo su lengua, y el olor de sus vestidos como el olor del Líbano, huerto cerrado, fuente sellada, con renuevos de paraíso de granados, de flores de alheña y nardos, de azafrán, caña aromática y canela; y supe entonces por qué no es bueno que los enamorados miren a la luna, pues corren el peligro de que por su enfermedad acaben convirtiéndose en lobos. Comenzaba yo a notar los síntomas, pues eran los mismos descritos por Al Razi, o sea vista débil, lengua seca, ojos hundidos y sin lágrimas y eterna sed, y temí acabar mis días aullando de noche en los cementerios. Espantado, quise apartarme de la tronera para retirarme a mi celda, pero un resplandor que surgió de pronto del atrio de Nuestra Señora La Mayor me lo impidió. Era la luz de una linterna. Consideré extraño que alguno de los canónigos del hospital abandonase la protección del edificio por la noche, así que me pudo la curiosidad y seguí mirando. Hoy mis ojos ya son viejos y tengo las córneas tan endurecidas y gastadas como el resto del cuerpo; hasta al lado de los mejores ventanales y a la luz del mediodía me cuesta leer bien el contenido de mis pergaminos, pero por entonces tenía la vista aguda como la de un halcón e incluso en la distancia pude distinguir por sus vestiduras a las gentes que salían de la basílica: el que portaba la lámpara debía ser el rector Gerardo, al que reconocí por el sayo agustino con que se cubría ornado con cruz blanca sobre el corazón; e iba acompañado de un noble cuyo porte enseguida identifiqué como el de aquel barón catalán que nos escoltara desde Cesarea, el caballero Hugo de Baganis, y de otro hombre que al principio confundí con mi maestro por sus ropas blancas y su gran estatura, pero que sólo un instante después acerté a adivinar. Y si mal era mi estado creyéndome sólo un momento atrás presa de la licantropía, cuán grande sería mi aflicción al comprender de improviso las extrañas y malignas alianzas que estaba contemplando. ¿Qué diabólica conjura era aquélla que unía a hombres temerosos de Dios con sus sacrílegos enemigos? ¿Qué visión blasfema, qué escena grotesca estaba teniendo lugar ante mí, donde pares del reino confraternizaban con el infiel contra el que debían combatir? Y no uno cualquiera, sino el mismo siniestro sarraceno con el que en tantas ocasiones ya me había topado, como si un hado perverso y no la casualidad quisiera unir nuestros destinos con quién sabía qué oscuros propósitos. Temblé con la posibilidad de compartir algún lazo obsceno con aquel demonio de piel quemada que parecía ir siguiéndome por las calles de la ciudad santa, némesis cruel y burlona que me martirizaba con la amenaza de su inevitabilidad; pero aquel malestar se convirtió en pavor cuando creí ver que, a pesar de la distancia que nos separaba y la oscuridad que me mantenía oculto en aquella, por demás, estrecha abertura del muro, el infernal lémur se volvía en mi dirección para mirarme. La sangre entonces se me heló en las venas y me aparté para no enfrentarme a sus ojos. Sentí que, de pronto, después del frío, me invadían unas fiebres que llenaron mi cuerpo de sudor, por lo que temí haber sido envenenado como asegura Isidoro Hispalense que pueden envenenarte los basiliscos, que con la fijeza de los ojos les es posible matar, y recordé que los hechiceros tienen también la mirada ponzoñosa como esas bestias. Tal vez era así como se asesinaba a los caballeros y ahora el calor de mi sangre se esfumaría y todo yo me volvería azul como una estatua de zafiro, congelado por la malignidad que destilaban las pupilas de aquella sombría criatura. Empecé a sentir cómo se me agarrotaban los miembros, pero no podía saber si por causa de algún encantamiento o debido al miedo que me tenía aferradas las entrañas. Por la tronera silbó una ráfaga de viento del exterior que mi imaginación desbocada convirtió en el aliento de una sierpe acercándose furiosa hacia el escondrijo tras el que me parapetaba, y entonces sí, pude romper mi inmovilidad y salir corriendo por la galería, que me pareció larguísima y repleta de sombras que se movían persiguiéndome. Creo que lloraba, pues incurriría en pecado de vanidad si asegurara que no lo hacía sin estar convencido de ello. Oía aleteos tras mis pasos sin pensar que podía ser sólo el ruedo de mi túnica, y me pareció escuchar chasquidos de mandíbulas hambrientas dispuestas a devorarme allí donde tal vez sólo estuvieran los extremos de mi cíngulo golpeándome las piernas, pero ésas son reflexiones que uno se hace después y en la tranquilidad de su celda, no cuando corres pensando en salvar la vida y quizá hasta el alma; entonces sólo atendía a las espuelas del pánico y sus insinuaciones malévolas, involuntarium enim veniam meretur (*). No me detuve hasta llegar a mi habitación, pero sólo para apoyar con fuerza la espalda contra la puerta con la intención de evitar que el brujo pudiera entrar. Bien sabía que aquella débil hoja de madera poca barrera representaba para esa larva infernal, pues aseguran los sabios que entienden sobre el mundo incorpóreo, como Proclo, Basilio y Pselo, que, siendo todas las criaturas de las regiones lunares de naturaleza sutil y vaporosa, allí donde pudiera penetrar el aire podrían entrar ellas, así que prorrumpí en rezos temblorosos con la esperanza de que los versos sagrados la espantasen y se marchase. (*) Lo involuntario merece perdón. De fide orthodoxae, San Juan Damasceno. TIERRA DE DIOS LEM RYAN
Posted on: Mon, 11 Nov 2013 11:19:36 +0000

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