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ahora comparto este pequeño texto, espero y les guste La chica con olor a fresa Subí al camión, ahí estaba ella sentada en los asientos de mero atrás. Busqué algún lugar cerca de la puerta de acceso, pero el camión estaba lleno, sólo quedaba un lugar y ése estaba justo al lado de ella. Parecía que el destino me estaba haciendo un favor, o jugándome una muy mala broma. Caminé hacia ella, mi corazón parecía que se iba a salir, mis manos sudaban en frío; yo iba pensando miles de frases con las que pudiera empezar una plática con ella, mas de pronto me miré frente a ella, no pude decir nada, sólo me senté a su lado. Yo la miraba de reojo y sentía cómo mi corazón brincaba a lo tonto, quería hablarle pero no pude decir nada, la miré de reojo varias veces, mire sus labios gruesos y carnosos, unos labios tan lindos que me decían “bésame”. Ella volteó y se dio cuenta que yo la miraba, ella sólo sonrió, y como por arte de magia mi miedo desapareció. Ella y yo empezamos el juego de esquivar nuestras miradas, todo estaba a mi favor; el sol estaba ocultándose y poco a poco el camión quedaba más oscuro, la gente no cesaba, algunos bajaban y otros rápidamente ocupaban su lugar. Los asientos del camión seguían ocupados. De pronto mi mano se posó en su pierna, ella quiso levantarse y quitarla, pero se bloqueó porque no quería que la gente se diera cuenta, a lo mejor pensaba que la iban a criticar o quizá… sólo con un movimiento discreto de su mano retiró la mía, sin embargo yo volví mi mano hacia ella, pero ahora se empezó a colar por debajo de su falda. Ella me miró pero no me dijo nada, sólo sentí que su respiración cambiaba, volvió a intentar alejarme pero fue en vano, no decíamos nada, sólo nuestros ojos se encontraban y se esquivaban a la vez. Ella volteaba para todos lados, parecía que se sentía culpable, mas poco a poco empezó a darme entrada. Sus piernas se separaron lentamente, parecía que bailaban al son de una canción, fue cuando pude empezar a recorrer el contorno de su pantaleta, sentía las costuras, el encaje y juro que hasta su color. Ella ya no decía nada, sus ojos estaban cerrados, la gente seguía en sus asuntos, nadie volteaba para atrás. Sentíamos que estábamos solos, los acelerones y los enfrenones trataban de hacernos caer en nuestra realidad, pero los evadíamos, mi respiración estaba a la par que la de ella, poco a poco mis dedos empezaron a hacer un juego de movimientos que bailaban a la par con el vaivén de su cadera, algunos largos, otros cortos, algunos con presión y otros sin presión, poco a poco nos sentíamos más libres, ya no nos importaba el lugar. Cuando volvimos en sí me di cuenta de que sus pantaleta ya estaba a la mitad de sus muslos, sentía el calor de su pasión en mis dedos, ella presionaba mi mano como si me dijera que no parara. De pronto sentí cómo su respiración se detuvo por algunos segundos, sus piernas se estiraron y después de eso recobró el aliento con un suspiro largo y profundo. Retiré mi mano y ella subió sus pantaletas. No nos dijimos nada, sólo nos miramos, ella volteó su mirada hacia la ventana, sus pómulos estaban sonrosados, tenía la marca de sus dientes en su labio inferior, su piel radiaba un brillo especial, quise preguntarle su nombre pero no lo hice, creo que fue mejor así. Me bajé del camión y poco a poco miré cómo se alejaba a lo lejos, sólo sé que fue: “la chica con olor a fresa.” Profr: Manuel Alejandro Rosales Torres
Posted on: Thu, 15 Aug 2013 04:02:30 +0000

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