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— ¡Bueno, bueno! Tómese el tiempo que quiera, Dantés; la descarga del buque nos sellará seis semanas largas de talle y no levaremos anclas antes de 3 meses... Solamente de aquí a 3 meses es preciso que esté ud aquí. El Faraón —continuó el armador tocando el hombro del joven marinero —no podrá partir sin su capitán. — ¡Sin su capitán! — excalmó Dantés, con los ojos brillantes de alegría —. Piense bien lo que dice, señor Morrel, porque acaba ud dar respuestas a mis más secretas esperanzas de mi corazón. Realmente es propósito suyo nombrarme capitán del Faraón? — Si fuese yo solo, le tendería la mano, querido Dantés, diciéndole: "Esta hecho", pero tengo un socio a quien consultar. El asunto está ya a medias resuelto, puesto que de 2 votos, tiene ud 1. Confíe en mí para obtener el otro, pues pondré los mediso necesarios. — ¡Oh, señor Morrel! — Exclamó el joven con los ojos bañados en lagrimas y asiendo las manos del armador—. ¡Mi gratitud eterna en nombre de mi padre y de Mercedes! — ¡Bien está, bien está, Edmundo! ¡Hay un Dios en los cielos para las buenas gentes! ¡Que diablo! Vea ud a su padre, vea también a Mercedes y vuelva luego a encontarme. — Pero no quiere ud que le deje en tierra? — No gracias; me quedo para arreglar mis cuentas con Danglars. Esta ud satisfecho por su conducta durante su viaje? — Según el sentido que dé ud a la pregunta, señor Morrel, si es como buen camarada, no, porque estoy seguro de su malquerencia, desde el día que, a causa de una disputa que tuvimos, hice la tontería de proponerle que nos detuvieramos en la isla de Montecristo para ventilarla; proposición que, confieso, hice mal en presentarle, y que él tuvo razón de rehusar.Si es como sobrecargo, creo que no hay nada que decir y quedará ud satisfecho del modo que ha cumplido con sus obligaciones. — Pero — insistió el armador — veamos, Dantés, si fuese ud capitán del Faraón, vería con gusto a Danglars a su bordo? — Capitán o segundo — respondió Dantés— tendré siempre los mejores miramientos para quienes posean la confianza de mis armadores. — Vaya, vaya, Dantés, veo que es ud un buen muchacho en todos los terrenos. No le retengo más porque veo que le abraza la impaciencia. — Puedo hacer uso del permiso? — interrogó el marino. — Si ya se lo he dicho. — Me permite que tome su canoa? — Con mucho gusto. — Hasta la vista entonces, señor Morrel, y gracias mil veces. — Hasta la vista, querdio Edmundo, y buena suerte. El joven saltó a la canoa, fue a sentarse a popa y ordenó abordar a Canebiére. Dos marineros se encorbaron en seguida sobre los remos y la embarcación se deslizó tan rapidamente como era posible hacerlo, en medio de los mil barcos que obstruían la especie de estrecha calle que conduce, entre dos filas de navíos, de la entrada del puerto al muelle de Orleans. El armador le siguió con benévola mirada hasta que saltó al muelle y se perdió en medio de la abigarrada multitud que desde las 5 de la mañana hasta las 9 de la noche, polula por esta famosa calle de la Canebiére, que constituye el supremo orgullo de los focenses, pues con la mayor seriedad del mundo y con el acento que tanto carácter da a lo que dicen, sostienen que: "si París, tuviera la Canebiére, París sería un pequeño Marsella". Al volverse, el armador vió a Danglars que en apariencia, esperaba sus órdenes; pero que, en realidad, había seguido como él, con la mirada, al joven marino. Sólo que había una diferencia grande en la expresión de esta doble mirada que seguía al mismo hombre.
Posted on: Wed, 19 Jun 2013 04:32:59 +0000

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