ANDANZAS DE SAN DIEGO DE ALCALÁ Y DE LA MULA MORITA EN LA FERIA - TopicsExpress



          

ANDANZAS DE SAN DIEGO DE ALCALÁ Y DE LA MULA MORITA EN LA FERIA DE TENDILLA. ________________________________________ Autor: Doroteo Sánchez Mínguez, Maestro Nacional. 17 de diciembre de 2004 FRAY DIEGO DE SAN NICOLÁS, más conocido como San Diego de Alcalá, estuvo en el Convento franciscano de La Salceda a mediados del siglo XV. Allí sirvió de hortelano, viviendo en una cueva y practicando intensamente la oración. La vida y andanzas del buen fraile tuvieron que causar un gran impacto en los vecinos de Peñalver y en los de los pueblos limítrofes, que recogieron multitud de historietas, trasmitidas oralmente de generación en generación y que sufrieron la lógica deformación de este tipo de relatos, que da a estas narraciones un carácter de total intemporalidad. En el mes de febrero se celebraba la Feria de Tendilla. Durante todo el mes se daban cita en el cercano pueblo un gran número de mercaderes, procedentes de todas las regiones españolas, incluso comerciantes extranjeros, que venían a vender sus productos, atraídos por el renombre de dicho mercado. También acudían, ¡cómo no!, tratantes, chalanes y labriegos para vender los frutos de sus cosechas y para trocar o mercar sus animales de labor. Entre las bestias de labranza que tenían en el convento –tres borriquillos-, que acompañaban a los frailes en sus periódicas salidas mendicantes por los pueblos vecinos, dos yeguas de vientre y cuatro mulas que ayudaban en los menesteres de la huerta, destacaba una muleta de cuatro o seis dedos por encima de la marca, fogosa como un garañón, negra como una mora, con el pelo suave como la seda y brillante como el azabache. No todo podían ser perfecciones y tanta belleza exterior encerraba un talante y un genio tan intratable, que convertían al precioso animal en una aventajada copia de la "mula de Belén", famosísima por su tradicional falsedad. Ningún fraile la había puesto los hábitos encima. Lo intentó fray Juan de San José, un peñalvero joven, alegre, osado y resuelto, que fue despedido por los aires en cuanto intentó montarla. Los frailes le tomaran cierta prevención –rayana en el miedo- y no volvieran a intentar domeñar al arriscado animal que, bien comida y mejor descansada, llegó a ser una pesadilla para todos los hermanos, pues entraba a saco en la huerta pisoteando y arrollando los cultivos. Tanta permisividad, tanto ocio y tan abundante comida habían conformado la más perfecta mula falsa de los contornos. Y esta "joya" fue el encargo que encomendaron a Diego para que intentara venderla en la antedicha feria. La mañana de San Matías, Diego se dirigió a la cuadra para recoger al animal, dispuesto a cumplir el difícil mandato. La Mora, al ver al hermano hortelano, "guiñó" las orejas y dio un respingo, capaz de arrancar la argolla, donde estaba atado el resistente ramal. El fraile no se inmutó y, tragándose el miedo, con una tranquilidad pasmosa, dijo con la voz más dulce y persuasiva que pudo lograr, al tiempo que acariciaba el poderoso cuello del animal: -Hermana, me han encargado que te lleve a la feria y allí te venda. No sabes cuánto lo siento… Aunque no lo creas te tengo afecto…, pese a tu contumaz desobediencia, con la que correspondías a mis cuidados… Los cultivos, que respetaban los conejos y todas las animalías, tú los arrasabas, porque sí…, sin sacar provecho alguno a tu mal proceder… Si hasta las salvajinas más feroces convivían pacíficamente con nuestro ganado, dándote un ejemplo de armonía y respeto… El buen fraile, invadido por la emoción del momento, guardó silencio, mientras limpiaba y abrillantaba, con la carda, -almohaza- el pelo azabache de Morita. Sin abandonar la tarea de aseo, prosiguió: -Fíjate, hermana, el aprecio que te tenía y que te tengo, que, cuando alguien, hablando de tí, te llamaba acémila –uno de los nombres con que se conoce a tus congéneres- me sentía dolido, pensando que lo hacían para ofenderte… Pero..bueno, bueno… me estoy poniendo sentimental… Me gustaría que estuvieras siempre con nosotros… Pero "quien manda manda"… No tengo más remedio que intentar venderte… Así que pórtate bien…Te voy a echar mucho de menos… Las palabras y las caricias de Diego, poco a poco, fueron tranquilizando a la muleta, que todavía con cierta desconfianza, dando nerviosos resoplidos, se fue dejando poner una historiada cabezada, adornada con bonitos clavos dorados y una albarda, casi nueva, sobre su vigoroso lomo. Concluida la faena, salió del establo llevando del ramal a la mula, bajo la mirada incrédula del resto de sus hermanos; cruzó un pequeño barranco por un puentecillo de madera y, después de dar agua al animal en la fuente conocida, más tarde, como de San Diego, se encaminó a Tendilla. En dos o tres ocasiones, a lo largo del camino, salió a relucir la índole insumisa –más que de condición, de mala crianza- de la mula, casi reducida, aun a regañadientes, a la obediencia, utilizando la dulzura y la firmeza. Llegados que fueron al peaje, fraile y mula, se llevaron las miradas de todos los feriantes, por lo insólito de la escena: un fraile alto y apacible, llevando del ramal una briosa mula de preciosa estampa, un tanto nerviosa por el guirigay del ferial y la presencia de tanto desconocido. Ambos ocuparon el primer lugar que vieron libre, no muy lejos del Convento de Santa Ana. Para tranquilizar al asustado animal, acarició el arqueado cuello y golpeó cariñosamente la redonda grupa de la muleta, sin dejar de dirigirle palabras dulcemente entonadas. Al momento, se acercó un chalán, conocido por todos los feriantes a causa de sus pillerías y truhanadas, atraído por la soberbia prestancia del animal y por el aspecto bonachón y aparentemente cuitado del fraile, presa fácil, pensó, para sus artes embaucadoras. -Buenos días, padre –saludó melosamente-. ¿Está en venta el animal? –dijo señalando a Morita. -Efectivamente. Pero no soy padre, solamente soy hermano, -aclaró humildemente. -Será buena la mula, ¿verdad? -Si la mula fuera buena, en la comunidad falta hiciera –contestó mansamente el fraile-. Pero que no sean mis palabras las que te induzcan a error, hermano, examina cuanto quieras al animal y, si te has de confundir, que seas tú y no mis palabras de alabanza las que te engañen e inclinen a su compra. -No parece mala la mulilla, no- exclamó con un tono aparentemente desdeñoso, en tanto dirigía una mirada de admiración al espléndido cuerpo de Morita. El animal, parece que captó la velada descortesía; estiró las orejas, enarcó el pescuezo, giró la poderosa grupa y, a punto estuvo de iniciar una briosa corveta. Recordando, tal vez, las recomendaciones del fraile, se contuvo a duras penas, resopló y se dispuso a aguantar todo lo que quisiera decir y hacer el pícaro tratante. Éste, con todo detenimiento y desconsideración, comenzó un exhaustivo examen: -Cogió el belfo superior y dejó al descubierto las marfileñas palas, con el fin, innecesario a todas luces, de averiguar la escasa edad de la joven muleta. -Con los sucios dedazos separó los párpados de sus negros ojos, en un intento infructuoso de descubrir una nube o cualquier otra anomalía inexistente. -Minuciosamente examinó sus extremidades y cascos, en busca de esparavánes, aguaduras u hormiguillos, que pudiera tener. -Pasó la mano por su encrespada crin y golpeó su esplendorosa anca y tuvo la osadía de palpar el amelguillo –parte inguinal- y hasta la de levantarle la cola. Si ni la misma mula se creía lo que estaba soportando con tantísima paciencia, más asombrado estaba el fraile, testigo incrédulo de tan anómalo comportamiento. Terminado el detenido registro, dijo el satisfecho tratante: -Y bien, ¿cuál es su gracia? Diego intentó aprovechar la buena disposición del chalán, entusiasmado por el magnífico trapío de la mula y por su excelente comportamiento y, un poco asustado, pidió a cambio del animal, tres veces el precioacordado por toda la comunidad. Sin ni siquiera un regateo, el feriante cerró el trato, sellando el mismo con un apretón a la diestra del fraile, al que intentó besar la mano, por la alegría de haber conseguido un animal de bandera por mucho menos dinero del que pensaba sacar por él. -¡Mía es, padre! No pago el alboroque, porque supongo que no beberá vuestra merced. Pero a cambio tome esta limosna para la comunidad. ¡Pidan vuestras mercedes por mí, que buena falta me hace! El fraile, agradecido, sepultó el dinero en las profundidades de una limosnera de cuero y no consintió que el chalán cambiara, por una fea jáquima, la hermosa cabezada de la mula. Ésta, junto con los lomillos, se los regaló al comprador. Enternecido por la increíble docilidad del, hasta entonces, arisco animal, abrazó, con lágrimas en los ojos, el fuerte pescuezo de la mula. Ésta correspondió, bajando y subiendo repetidas veces su cabeza, restregándola, casi mimosamente, por la parda estameña del hermano, en una especie de tierna y cariñosa despedida. Apenado por la venta de la mula, confuso por su extraño comportamiento, pero satisfecho por el feliz desenlace de la gestión encomendada, se dirigió a los puestos de los mercaderes, donde compró, a unos arrieros maragatos, varias libras de abadejo salado y seco, base de la parquísima comida propia de la penitencial y recientemente comenzada cuaresma y unos bollos, que vinieran a mitigar y endulzar los duros ayunos y las prolongadas vigilias.
Posted on: Thu, 10 Oct 2013 10:19:41 +0000

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