EL AJUSTE _Tenía un margen de unos cien metros aproximadamente - TopicsExpress



          

EL AJUSTE _Tenía un margen de unos cien metros aproximadamente para desplazarse por la rivera, pero en un solo sentido. De pretender, Rigo, ascender en contracorriente, debía de sortear una densa cortina de vegetación verdinegra-ocre. Él no tenía, sin embargo, intención alguna por hacer eso. Le bastaba con la distancia de una cuadra. Ahí, en ese lugar, se sentía en casa. Era su sanctasanctórum personal y privado. Su segundo hogar..., sino el primero. Recorrió unos quince metros, pasando por alto un flamante reloj pulsera Casio que estaba a mitad de camino, no más que una franja de tierra del ancho de una cama individual, y se paró a realizar unos tiritos. Pasado unos diez minutos, recogió el sedal y continuó bajando, con el agua del Perca fluyendo a su derecha y la tupida barrera de árboles, arbustos y malezas a la izquierda. Los miserables peces estaban sin apetito por lo visto. Si hasta les había ejecutado una cochina cumbia y nada. Pensó que podía ser una señal, un augurio de cambios: mal en la pesca... Quizás se le daba en la Quiniela, con el número de "ese" día. Pensó que mal, mal-mal, no estaría. Cero en el río... y setenta pesitos en el bolsillo. A regañadientes, pero podía soportarlo. Volvió a detenerse. Atrás, entre unos yuyos mustios, quedó una lujosa billetera de cuero. Rigo ni siquiera se había percatado de su existencia. Volvió a arrojar la línea y esperó, jugueteando con el enser entre sus manos. El pucho asomaba en su boca como un cáncer futuro, cegándolo con sus volutas grises igualmente dañinas. Nada. Ningún mísero tironcito que avivara la jornada, tan paupérrima hasta ese momento como un personaje de Dickens. _Inopinadamente, otro avión surcó el cielo, en dirección al aeropuerto de la ciudad El Álamo Torcido, capital de la provincia Patagónica vecina, y desprendió efluvios de dolor malsano por su cabeza y corazón. Él conocía el nombre de la aerolínea, y lo aborrecía con todo su ser. "Aerolíneas Buena Fortuna." ¡Y un cuerno con la suerte! ¡Qué se lo preguntaran a su familia sino! ¡O a él! _Y de modo tan inopinado como el pajarraco metálico planeando por los aires, ahí estaba..., un maldito derrotero que no se sentía capaz de recorrrer ni en mil años luz, saliendo a la luz. _Empero, a lo mejor era el momento oportuno, se dijo. Dar el siguiente paso, y luego otro, y otro, y seguir caminando hasta que se le ampollaran los pies... ¿Si acaso no argumentaban los psiquiatras que era eso, justamente, lo que había de hacerse tras una pérdida? Le parecía que sí, le parecía que lo había leído en algún lado o visto por tevé. Seis pasos, eso era (negación, furia, culpa, tristeza, apertura, aceptación). Él no creía haber pasado del tercero aún, aunque lo salpicara el cuarto, y bastante. _"Eloísa y los niños". _Desde un trecho más abajo, desde el lado zurdo de su cuerpo, una voz plana y fría, sin matices de humanidad, comenzó a recitar una retahíla de palabras infantiles: "Tras trastabillar/ el truhan hizo trizas/ su triste retrato". Se repitió el trabalenguas, que él conocía tan bien como al funesto nombre de la puta aerolínea comercial, por tres veces consecutivas. Luego enmudeció. _Rigo García, con precaución aleatoria, emprendió la viajata que le defenestraría el aliento de los pulmones. Él no sabía nada de esto, huelga decir, por supuesto. Su mente perseguía recuerdos. Como un perro poco listo girando en torno a sí mismo para morderse la cola, sus sinapsis cerebrales fluctuaban en pos del pasado. Había llegado el momento de ajustarle las tuercas al mecanismo inserviblemente repleto de gigas denominado "memoria". ¡Ria, memo! ¡A la izquierda, carajo!, pensó. No sonrió. _Y: _-Tras trastabillar -entonó la vocecilla enlatada-, el truhan hizo trizas, su triste retrato. _Llegó entonces, Rigo García, al sitio desde donde provenía la impúber letanía. Para una mejor visibilidad, optó por dejar caer el cigarrilo de entre dientes. Este se resistió a soltar a su presa por unos oncológicos instantes, pero terminó por soltarse y caer al húmedo y negro suelo. El sol, en lo alto, le robó al moderno artilugio guiños de azaroso azar. En la negrura del suelo se camuflaba, como un murciélago en plena noche, un artefacto oscuro, ahora a sus pies: un teléfono celular: un Motorola V3. _Un aparato homónimo había sido el que él le obsequiara, por su cuadragésimo año de vida, a Eloísa. _Su mujer nunca pudo sumarle el palito a esa cifra. Ni el patito, ni el culo vertical, ni la silla patas para arriba, ni ningún otro dibujo numerativo. "Aerolíneas Buena Fortuna" se había encargado de ello. _Las burbujas, que hasta ese momento habían mantenido reas a sus pesadillas pretéritas, explotaban, ahora, en el interior de su cabeza. Millones de aviones de la "Buena Fortuna" en picada descendente: pumba, pumba, pumba. Un pañuelo lleno de mocos. Humo, adminículos en llamas, cuerpos destrozados y ardientes, nieve y fuego en la Cordillera de los Desvalidos, un cielo encapotado, y el olvido. Pero no "su olvido". Thomas García tenía ocho años, y ya no cumpliría más. Joaquín, con sus años por uno debajo de los de su hermano, tampoco. _"Vaya con Dios", había dicho Roberta. Y Él, en su infinita sapiencia, con el don de la vida en una mano y la guadaña en la otra, Él, que mueve los hilos ex profeso, el Marionetista del Universo, le había robado todo. Le había metido la mano en el bolsillo y hurtado el poco cambio que poseía: la calderilla pelusienta. La muerte no era determinante, porque La Muerte no era más que un adalid, un secuaz, parte del sequito adulador de Él. No era más que una miserable lameculos que, un 19 de marzo, se había disfrazado de "Buena Fortuna" y ¡¡¡KABUM!!! _"Él". _Contuvo un sollozo. Miró al teléfono. _-Hola, amiguito -le dijo entonces-. ¿Es para mí, cierto? -preguntó después-. La llamada, digo... -terminó por aclarar. _-...trastabillar... ...trizas... ...retrato... -balbució el teléfono. _Incontables de veces esas palabras -dulces y picarescas antaño, carentes de beldad alguna en la situación actual- habían llegado hasta sus oídos, pronunciadas por las risueñas voces de sus hijos, y semejantes a saetas esperanzadoras. Ya no contuvo sollozo alguno. Y con lágrimas resplandeciendo, desplazándose por su rostro y entremezclándose con el sudor, conformando un líquido caliente y salino, se agachó, dejó la caña a un lado y tomó el teléfono celular. "Cambio", pensó, y le gusto el sabor de esas seis letras. Un helado en una tarde de verano. Una manzana rebosante de dulzura. Recuperar el "cambio" robado. Equilibrar las cosas; equiparar, estabilizar, igualar..., AJUSTAR. ¡Sí, señor! _Pero el helado se derritió y la manzana se pudrió. _En cuanto abrió el celular, y como en una puesta en escena para una película de Tim Burton (con Johnny Deep enquistado, cómo no), todo se tornó monocromático y lúgubre. Había picado. Un pincho curvado escapó de la parte baja del teléfono, de la zona del receptor de voz, y se incustró, con brío y malicia, en la boca de Rigo. Barrió con los dientes de Rigo como una bola de boliche hace con los indefensos y estáticos palitroques: pumba. Un segundo aguijón, a troche y moche, emergió del parlante, arriba, en la tapa del V3. Este erró la cavidad, pero atravesó el lóbulo cartilaginoso de la oreja y se hundió luego, íntegro, en el cráneo de Rigo. El escarlata fluido corporal no se entretuvo en aspavientos, no parecía haber atolladeros en la ruta del bombeó sanguíneo, e hizo su aparición como si de una estrella de cine (Johnny Deep, a seguro) se tratara: locuaz y en constante movimiento, sonriendo para las cámaras de los paparazzi y firmando autógrafos. Con el lacerante dolor físico en su cabeza, y atenazado el corazón de recuerdos, de soeces añicos, Rigo reculó, hasta topar con la barrera de vegetación. Esos escasos pasos, esos austeros movimientos, detonaron el siguiente acto. Entre el agua y la cabeza de Rigo algo se tensó. Rigo presintió esa tensión, y lo supo diáfanamente. Claro que sí. Cómo no iba a entenderlo. Él no era ningún neófito, ningún principiante en materia de pesca. Y seguramente... Él tampoco. _"Vaya con Dios", le había dicho Roberta. Y Dios, ese día, estaba pescando. _Le quedó aún el tiempo suficiente para darse cuenta de que ya no regresaría a su casita de Los Pepinos, pero que también, que tal vez, que quizás, iría a casa, por fin. _Lo demás fue oscura humedad. EL OTRO DÍA: LOS NÚMEROS _Información extraída del diario "El Valle": (A la cabeza.) _Quiniela Nacional: 9091 _Quiniela de la Provincia: 5329 _Quiniela El Manzanar: 7804 _Nunca la había. ¿O sí? FIN
Posted on: Wed, 11 Sep 2013 06:33:19 +0000

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