El niño gato Rubén estaba muy contento. Era sábado y no había - TopicsExpress



          

El niño gato Rubén estaba muy contento. Era sábado y no había que ir al cole. Es más, su mamá le había dicho que iban a ir al pueblo en cuanto comieran. ¡Eso sí que le gustaba! Además de ver a sus abuelos, a los que quería mucho, siempre había tesoros por descubrir. ¡Corre, Rubén! Te voy a enseñar un secreto – Dijo su primo Alberto, sin darle tiempo ni a bajar del coche. Repartió los besos a boleo y se metieron rápidamente en el establo. - ¡Qué bonitos! ¡Yo quiero uno! ¡Este, el rubito! - ¡No los toques! Si lo ve su madre los esconderá y ya no los volveremos a ver. ¡Para mí el gris! – Ya se habían repartido el botín sin preguntarle a los gatitos si querían cambiar de casa o de mamá. Durante toda la tarde, Rubén no pudo centrarse en el juego. Todo su pensamiento estaba en el momento de montar en el coche, abrazar a su gatito y, en cuanto arrancaran, ya sería suyo para siempre. No creáis que esos amores le duraron mucho tiempo. Una vez en su casa lo lanzó al lo alto para celebrarlo. ¡Pobre gatito! Aún no había aprendido a caer y se dio un buen golpe. Maullando y dolorido corrió a buscar un lugar seguro - ¡Miau, miau! – Se oyó en medio del salón. - ¡Qué raro! Si el gato se ha escondido debajo de la cocina ¿cómo es que se le oye aquí? – Pensó extrañada mamá - ¡Qué gato tan horrible! ¡Fuera de aquí! – Dijo papá lanzándolo escaleras abajo. - ¡Papá que soy Rubén! – Decía mientras lloraba y se sujetaba los chichones que las escaleras le iban haciendo. Pero el lenguaje de los gatos no es entendido por los humanos y papá entró tranquilamente en casa. Mientas el Niño Gato estaba acurrucado, lamiéndose para que se le pasara el dolor, le vino a la cabeza la travesura que le había hecho a su Copito – Nombre que le había puesto por la mancha blanca que cubría su frente – y comprendió lo mal que lo estaría pasando pues el golpe no había sido pequeño. En ese momento el niño apareció otra vez. - ¡Rinnnnng, rinnnnng! - ¿Qué hacías en la escalera? – Dijo papá asombrado de que fuera Rubén el que llamara. - Me has tirado tú. - ¿Yo? ¡Qué imaginación tiene este niño! Entra que vamos a comer. - Antes tengo que buscar a Copito. – Pensó mientras se dirigía derecho a la cocina. No le costó mucho trabajo encontrarlo. Era tan chiquitín que no había adquirido la picardía de esconder bien todo su cuerpo, y allí había dejado su rabito asomando. - ¡Ven a comer! – Decía Rubén tirando de él con todas sus fuerzas. - ¡Ven a comer! – Decía papá tirando de lo que él creía que era el brazo de Rubén y no era más que el rabo del Niño Gato. – ¿Otra vez aquí ese gato feo? ¿Por dónde habrá entrado? – Abrió la puerta volvió a echarlo a la escalera. Qué comportamiento más extraño tiene hoy mi padre. No sé qué balbuceos se trae que no hay quién los entienda… gato feo o no sé qué… pero que yo termino en la escalera. Después del primer momento de asombro, Rubén llegó a darse cuenta de que cada vez que era malo con el gato, sucedía algo increíble: él mismo se convertía en gato y le tocaba aguantar en sus propias carnes la falta de consideración que tenía por los animales. - ¿Cómo haría yo para que Copito sepa lo que quiero sin hacerle daño? – Se preguntaba mientras su padre, extrañado, le abría la puerta por segunda vez. Rubén era un chico listo y enseguida inventó una serie de sonidos y de gestos para cada una de las órdenes. Poco a poco se fue creando entre los dos una especie de amistad confiada Copito no volvió a esconderse más. Todo lo contrario. En cuanto el niño aparecía por la puerta, salía el gato a saludarle con sus ronroneos esperando una caricia o su bocado favorito.
Posted on: Wed, 07 Aug 2013 15:03:33 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015