El pesar de James -¡James, James! ¡Vamos James, despierta ya!- - TopicsExpress



          

El pesar de James -¡James, James! ¡Vamos James, despierta ya!- decía un muchacho de corta edad, alto y morocho, vestido con una túnica negra con el escudo de un león. -Ya, ya. ¿Qué te sucede? -Ya es tarde, debes desa… no, ni siquiera tenemos tiempo para eso ahora. ¡Te has quedado dormido, tonto!-su voz denotaba enfado. -¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Qué día es hoy? -Hoy es la lección oral de Lupin. ¿Te lo olvidaste?- el chico emitió un sonido de queja y se llevó las manos a la cabeza. -¡Cierto! ¡Oh Dios! Se levantó rápidamente de la cama y fue directo hacia su baúl, para buscar un par de medias. Mientras se las ponía, echó una mirada alrededor; no había nadie en el cuarto circular de la torre de Gryffindor; las camas se encontraban tendidas y ordenadas; las cortinas rojas, descorridas; los baúles cerrados; y al sol le faltaban apenas unos minutos para presentarse en su punto más alto. Su compañero lo miraba, impaciente, jugando con unos pergaminos; de vez en cuando los miraba de reojo, pero luego quitaba la vista y la depositaba en el techo, pensativo. -Ya estoy listo -anunció James, y ambos salieron corriendo atravesando la habitación y luego la Sala Común. Cuando salieron por el orificio del retrato, la Dama Gorda les gritó burlona: -¡Llegan tarde, jovencitos! Mientras corrían por el pasillo, camino al segundo piso, James preguntó: -¿Por qué no me despertaste antes? -¡Lo hice, idiota! Antes de ir a desayunar, es decir una hora y media antes, te dije que te levantaras para ir al Gran Comedor, y me respondiste que no tenías hambre y entonces te quedarías ese tiempo en la cama. -¿Y me hiciste caso? ¡Ni lo recuerdo porque estaba dormido! -Ya basta, James. Es tu culpa, no la mía, que lleguemos tarde a una de las lecciones más importantes del año. Y tras haber dicho esto, doblaron a la izquierda, pasando la armadura con los labios pintados, y se detuvieron en seco ante una puerta doble. Se miraron, y James golpeó antes de entrar. El salón presentaba la misma forma de siempre, la misma forma que había tenido cuando su padre estudiaba allí, o incluso su abuelo, y otras generaciones más antiguas. Los huesos de dinosaurio colgando del techo, la gran araña, los numerosos cuadros en las paredes, los grandes ventanales, la pequeña escalera que conducía al despacho del profesor, los asientos para los alumnos, el pizarrón, y el escritorio; la única excepción era que sus compañeros estaban parados formando una hilera en el frente, y algunos sentados en sus respectivos bancos. -Vaya, vaya. Nuestros queridos niños se decidieron venir. ¿A qué se debe el honor de esta tardía visita? -Lo… lo lamentamos, profesor. Nos hemos…-su compañero le dio un codazo disimulado, en actitud de reproche -perdón, me he quedado dormido, pero aquí estamos ya. –la última frase la terminó con una sonrisa, con el fin de intentar suavizar la severa mirada del profesor. -De acuerdo, señor Galenus, pase y fórmese en la hilera. Y cambiando el tono, casi en forma lastimosa, se dirigió a James: Tú, espérame en mi despacho en una hora –dijo mirándolo a los ojos. -Sí, señor. El profesor cerró la puerta. James, fue resbalando por la pared hasta quedarse sentado en el piso. Luego, se levantó y se dirigió hacia el Gran Comedor para desayunar, dado que en ese momento se dio cuenta del hambre que tenía. Cuando llegó, no había mucha gente, sólo unos pocos leyendo el diario, jugando al ajedrez mágico o estudiando y haciendo deberes; la mayoría de los estudiantes, que no se hallaban en clase, se encontraban en los jardines del castillo debido al excelente tiempo que hacía, era una mañana fresca, soleada y agradable. Le sorprendió el hecho de que no hubiera restos de comida en las mesas, pero en seguida vio a un elfo doméstico pasar con un montón de bandejas y platos sucios y lo detuvo. -Oye, ¿podrías traerme un par de tostadas y un jugo de calabaza? Realmente me muero de hambre y no he podido desayunar –le pidió al elfo educadamente. Él sabía cómo debía tratarlos, dado que su tía Hermione tenía una organización internacional que defendía los derechos e intereses de ellos. Había logrado muchas cosas, entre ellas, había logrado que se les pagara un sueldo, no eran más esclavos. -Lo lamento señor, pero la hora del desayuno ha terminado y los cocineros ya están preparando el almuerzo. Si quiere puedo pedir que le traigan un plato con patatas, carne de res, ensalada y jugo de calabaza. –el chico afirmó con la cabeza. -Gracias, eres muy amable. ¿Tan tarde era? Con razón el profesor no lo había dejado tomar el examen, con justa razón. Y además había arrastrado a Alecto a eso, pero por lo menos a él lo había hecho pasar. ¿Cómo le habría ido? Se sentía mal con él mismo, y con el profesor; lo conocía desde la infancia, había estado en su nacimiento y bautismo, y para empeorar las cosas, era uno de los dos mejores amigos de su padre, Harry. El otro, era Ronald, el tío Ronald. Hasta en varias ocasiones le había dicho tío a Adriel, Adriel Lupin, el hermano más joven de Remus Lupin. También se sentía avergonzado; le había fallado, en el examen más importante del año. Para peor, era su materia preferida, y él, su profesor preferido. Y lo que más rabia le daba, era que ni siquiera había tenido que estudiar para la lección, mientras todos sus compañeros estaban aterrados; él no, era algo natural, es decir, debería ser natural, pensaba él, todos deberían saber cómo defenderse, si te encuentras a punto de morir tienes que usar tus habilidades e ingenio, no consultar un libro. Estaba absorto en sus pensamientos, pero el elfo lo interrumpió cuando le llevó el almuerzo. Le respondió con un gracias, y comenzó a comer. Había pasado alrededor de media hora o cuarenta y cinco minutos; todavía faltaba para su cita con el profesor. Cuando terminó de almorzar, se levantó, pero se detuvo porque vio una lechuza color café, que volaba hacia él con una carta. Esperanzado, abrió rápidamente el sobre, esperando que fuera su padre, o su madre. Pero no. Sólo era la confirmación de la escoba nueva que había pedido, la suya estaba bastante vieja ya, una hermosa pero antigua saeta de fuego. Y como ese año competían por la copa de Quidditch, no podía competir con una escoba lenta que, en sus primeros años, había sido la más rápida de todas. Así que respondió la carta, se la entregó a la lechuza, muy parecida a la de su familia, y se dirigió hacia los jardines. Se sentó bajo la sombra de un árbol y esperó. Miró a los estudiantes pasar, leyó una redacción que debía estar terminada para ese día para la clase de Pociones y luego consultó su reloj… faltaban cinco minutos para su cita con el profesor, así que se paró de un salto, recogió sus cosas, se arregló el pulóver y emprendió la marcha corriendo. Al llegar, cruzó el salón deshabitado, subió la pequeña escalera y llamó con los nudillos. Una voz desde adentro dijo “pase”. De modo que entró, cerró la puerta tras de sí y contempló al profesor, que se hallaba parado detrás de su escritorio. -Siéntate, James –éste obedeció, y él también se sentó. -¿Qué haré contigo? No te puedo desaprobar. Nadie ha sacado extraordinario, ni siquiera un supera las expectativas, sin embargo, tú lo habrías sacado sin necesidad de estudiar o leer. ¿Me equivoco diciendo que no has estudiado nada, James? –el muchacho negó con la cabeza. –Eres un alumno estrella, no te puedes dar el lujo de no presentarte. Eres como un sobrino para mí, ¿qué dirá Harry? El único de sus hijos que quiere seguir el camino que él eligió, ser un auror, y no se presenta a la lección más importante del año. James, ya tienes diecisiete años, eres un alumno de éxtasis. El mejor en mi materia, en encantamientos y en pociones. Tienes todo lo que se requiere, pero tu cabeza debe estar sobre tu cuello, no perdida en cualquier lugar. –James tenía la mirada clavada en sus zapatos, abochornado.- Te dejaré tomar el examen –levantó la cabeza- pero sólo porque no te puedes perder esta oportunidad. -¡Profesor, muchas gracias! –exclamó James lleno de euforia, no sólo porque lo dejaría decir la lección, sino porque su tío Adriel lo había perdonado; y se levantó. -Espera, James, no he terminado, vuelve a sentarte. ¿Hay algo, que quieras decirme? James vaciló unos momentos, contemplando serio a Lupin, y sorprendido. -No, señor, nada. Lupin lo miró unos segundos y lo dejó irse. ¿Cómo sabía él que algo le perturbaba la mente? Su padre nunca había dicho que su amigo era un legeremántico. Porque si era así, inmediatamente tendría que pedir ayuda a Rose Weasley, su mejor amiga junto con Alecto. Encontró a Alecto, tirado en uno de los sillones junto al fuego. -¿Te pasa algo? ¿Cómo te ha ido? -Estoy cansado nada más. Saqué un aprobado. Y tú, ¿qué te ha dicho? -Emm… me dejó tomar el examen. -Y sí, era de esperar, pero me alegro por ti amigo. -Gracias. Oye, ¿no has visto a Rose? -Creo que dijo que se iría a la biblioteca. ¿Por qué? -Necesito que me instruya sobre la oclumancia. ¿Me acompañas? -Lo siento, pero creo que me iré a acostar un rato, de veras me siento cansado. Luego me cuentan. -Está bien, adiós. Nuevamente pasó por el orificio del retrato y se dirigió a la biblioteca. Tal como había dicho Alecto, Rose se encontraba detrás de una muralla de libros. -¡Hola Rose! Me alegro de verte. –la saludó. -¡Hola James! A mí también. ¿Necesitas algo? -Sí, necesito algo… -Bueno, ¿qué es? -Es… algo…-le encantaba impacientar a su amiga. -Está bien, cuando te decidas qué es lo que quieres, házmelo saber. O por lo menos, déjame terminar este párrafo. James se sentó a su lado, en la silla continua, mirando atentamente cómo ella trataba de poner atención a su lectura. -Bueno dilo de una vez –dijo, impaciente, moviendo su pie derecho de arriba abajo. James rió. -Está bien, tranquila. Necesito que me digas como usar la oclumancia. -¿Oclumancia? -Si, es para Lupin… -¿Sabe algo acaso?-lo interrumpió alterada. -Lo ignoro, no creo que sepa exactamente, pero sospecha algo. -De acuerdo, pero no lo sé, James. Requiere mucha concentración. ¿Por qué no se lo pides a McGonagall? -¿Estás loca? Me empezará a preguntar cosas que no podré responderle, y le parecerá sospechoso. -Hum, tienes razón. Pero James, yo sólo he leído, nunca la puse en práctica. Aún así lo intentaré. James la miró unos segundos. -¿Sabes qué? Déjalo nomás. No… no lo haré. Simplemente trataré de evitar a Lupin. -James, no me parece que sea la solución, no puedes evitarlo por el resto de los días que nos quedan en el colegio. Además, se dará cuenta y hablará con tus padres o con McGonagall. -¿Y qué? Si utilizo la oclumancia más cuenta se dará de que trato de ocultarle algo. -Sí, supongo que tienes razón. Pero entonces, ¿qué harás? -Eso que te dije, no me queda más opción Rose. -Está bien. Oye, debo irme, tengo clase de Runas. Se dieron un beso en la mejilla y marchó con sus libros hacia su clase de Runas Antiguas. Los siguientes días en el colegio no fueron tan fáciles, al menos para los del último año. Los chicos estudiaban como si tuvieran exámenes todos los días; y debían hacerlo, debido a que los finales se acercaban. De este modo, James y sus amigos no tenían mucha oportunidad de frecuentar con Lupin, McGonagall o algún profesor, sólo en las clases, ya que la mayor parte del tiempo se hallaban en la Sala Común. James se estrujaba el cerebro tratando de pensar qué significaba su problema, pero sólo conseguía dolores de cabeza. Sus amigos no le daban mucha importancia al asunto, y él creía lo contrario; no a muchos estudiantes les pasaba lo que a James le pasaba. Sólo escuchaba sus pasos, todos debían estar en el Gran Comedor cenando. Veía su sombra perfectamente dibujada en el suelo o en las paredes al cambiar de pasillo, por la brillante luz de las antorchas que lo acompañaban en su recorrido nocturno. Como prefecto, debía asegurarse de que todos los estudiantes estuvieran en sus Casas o en el Gran Comedor, pero no paseando por los pasillos. De repente, vio un joven de unos diecisiete años, calculó él, caminando tranquilamente. -Oye tú, no deberías estar caminando a estas horas. -Tranquilo Potter, yo también soy prefecto.-respondió sin darse vuelta. -¿Ah sí? Pues yo nunca te he visto por aquí así que ve a tu Sala Común o tendré que llamar a algún directivo. -Ay por favor, Potter –se dio vuelta- ambos sabemos que nadie te creerá. James lo observó; era alto, delgado, de cabello color castaño con algunas ondulaciones, ataviado con una túnica con el símbolo de Slytherin, muy arreglado y sumamente atractivo. No lo conocía. -¿Quién eres? –preguntó, tomando una postura seria, aunque en su interior percibía que algo andaba mal. -Lamento no poder contestar a esa pregunta –se disculpó el alumno. -Vamos, ¿acaso eres nuevo en el colegio? Porque a decir verdad nunca te había visto. -Digamos que es todo lo contrario –y tras decir esto dobló a la derecha, pasó por delante de Barnabás el Chiflado enseñando ballet a los monstruos con tutú y desapareció. James se quedó completamente paralizado. ¡El joven había desaparecido! Y según las reglas del colegio no se podía aparecer dentro del castillo. Decidió hacer el mismo trayecto que hizo el desconocido. No lo había visto entrar en la Sala Multipropósito, pero quiso hacer el intento de buscarlo allí. Pasó tres veces por delante de la puerta y pensó “donde se ha escondido ese joven”. Pero nada pasó. Sin desanimarse, pensó de nuevo en su petición: “un lugar para ocultarse”; y para su sorpresa se fue dibujando una puerta en la pared hasta parecer real. Asió el picaporte y entró. No había nadie allí, todo estaba sumido en una oscuridad desgarradora, ni el menor sonido se oía. A pesar de ello, decidió dar unos pasos más. -¡Lumos! –exclamó. Pudo ver apenas miles y miles de estanterías llenas de diversos objetos; el lugar era tan inmenso que parecía una catedral, vieja y abandonada. Se preguntó que podían ser todos esos materiales y pensó que quizás eran de generaciones y generaciones de alumnos que habían escondido sus cosas allí. Decidió adentrarse, mirando entre los pasillos que se habían armado, si estaba ese muchacho. Pero de repente, una luz roja intensa iluminó todo el lugar, era fuego, pero a él no lo quemaba, lo traspasaba. Vio cómo todos esos objetos ocultos se quemaban, desintegraban y desaparecían en cuestión de segundos. De un momento a otro, ya no había nada, y el fuego desapareció. Sólo quedó él en la inmensa sala. Presa del espanto, salió apresuradamente, cerró la puerta y comenzó a respirar agitadamente. Se hallaba de nuevo en los pasillos de Hogwarts. Ya estando en la Sala Común, comentó con todos los detalles de su pequeña aventura en la Sala Multipropósito. Rose y Alecto escuchaban con atención. -Pero James, ¿no te dijo su nombre aquel chico? ¿O no lo recuerdas? -Rose, estoy muy seguro de que no lo mencionó, era extraño, ¿saben? No parecía de… verdad. Rose y Alecto se miraron, un tanto confundidos y perturbados por la descripción de James. -Oigan, no estoy loco. Sé lo que vi. Es más, me atrevo a decir que ese chico es muy parecido al de mis visiones, o como quieran llamarlo. Sólo que, en ellas, parece más grande, y menos humano. Ya se los describí. -Mira James, no lo sé. Todo esto es muy raro, creo que de verdad deberías contárselo a alguien. –opinó Alecto. -Sí, supongo que tienes razón. Mañana hablaré con McGonagall. -¡James! ¿Por qué con McGonagall? ¡Habla con Lupin! Es como de tu familia y…-exclamó Rose. -No, justamente por eso. Si yo se lo cuento, hablará con mi padre. –la interrumpió. -¿Y qué problema tienes en hablar con tu padre? -Nada, es sólo que no quiero preocuparlo. A la mañana siguiente, tal como lo había prometido, James se dirigió al despacho de McGonagall, en el séptimo piso. Le dijo la contraseña a la gárgola que custodiaba la escalera, ya que como prefecto la sabía. Y comenzó a subir en espirales hasta encontrarse con la puerta color caoba con aldaba de bronce. Tantas habían sido las veces que había tenido que ir allí, ya sea por reuniones con la directora, como denuncia de alumnos que no cumplían las normas y muchas otras cuestiones; que podría describir perfectamente los detalles de esa gran puerta con los ojos cerrados. Tocó con los nudillos, pero nadie le respondió. De modo que entró al despacho. Echó un vistazo. El despacho circular presentaba el mismo aspecto de siempre, los retratos de antiguos directores y directoras de Hogwarts colgados, los armarios de pie y la amplia biblioteca repleta de libros recubriendo las paredes de piedra, las mesas de delgadas patas con sus extravagantes instrumentos de plata zumbando y chasqueando, y el escritorio, detrás del cual debería estar sentada la directora, pero en ese momento estaba ausente. Decidió esperarla y sentarse en una de las sillas delante de la mesa, en la que innumerables veces se había sentado su padre. Mientras observaba con interés el columpio donde antes se hallaba el fénix, una voz le habló. -Buenos días, James. Él miró en derredor buscando el posible cuadro que le había hablado, y lo encontró, en frente suyo, el más grande de todo el despacho. -Buenos días, profesor Dumbledore. –saludó al cuadro con extrañeza. -¿Qué te trae por aquí esta vez, James? -Oh, nada en especial, profesor, sólo vine a ver a la profesora McGonagall para… hablarle sobre unas cuestiones. -Sí, ya veo –dijo Dumbledore. –te ves preocupado. -¿Preocupado yo? No, señor, para nada.- mintió. -¿Sabes algo? Eres igual a tu padre –Dumbledore sonrió.- Él también me ocultaba las cosas pero luego desistía dado que sabía que yo era un gran legeremántico. –dijo indirectamente. James sabía a qué se refería. Harry les había contado todo a él y Albus. Quería que supiesen toda la verdad, y lo que había pasado. Dumbledore continuó: -¿Hay algo, que quieras decirme? El joven lo miró, tal como había mirado a Lupin cuando le preguntó exactamente lo mismo, y con las mismas palabras. -La profesora McGonagall no se encuentra en el castillo, así que tenemos todo el tiempo del mundo. –siguió diciendo, animándolo a hablar. -De acuerdo –aceptó James. –se lo contaré. >> Ya hace un tiempo que estoy teniendo visiones, o sueños, o no sé como llamarlos. Aparecen en mis sueños pero son tan reales, señor. Todos los sueños son iguales, son repetidos, son lo mismo, nada cambia. Lo único que veo es a un hombre deteriorado, blanco y con una serpiente enroscada en el cuello. Me mira fijamente a los ojos, y me empieza a doler la cabeza. Luego, aparece el hombre en otra escena; está caminando, con la varita en mano, hasta que llega a una casa, nunca logro ver nada muy bien, así que no sé qué casa es ni dónde se encuentra; y cuando llega a la casa, abre la puerta, mata a otro hombre al que no logro ver la cara, luego sube la escalera y hay una mujer( los rostros de todos parecen desdibujados), quien grita ¡Harry!, se ve una luz verde y después todo se desvanece, todo queda en negro. Y me despierto con un terrible dolor de cabeza. Eso lo sueño todos los días, señor. Dumbledore lo miraba aterrado, no tenía palabras para responder a lo que James le había contado, sin embargo, buscó las correctas y habló: -James, todo esto se parece mucho a lo que tenía tu padre a tu edad, dos años más joven. Él también tenía visiones de ese tipo, pero, eran reales, realmente estaban pasando. Yo no creo que lo tuyo esté realmente pasando porque es imposible. ¿Sabes quién es ese hombre de tus sueños? –El chico negó con la cabeza. –Es Voldemort. A James se le erizó la piel. No podía ser, era imposible. ¡Su padre lo había derrotado! -¿Y sabes qué es esa escena? –nuevamente negó con la cabeza – Es lo que pasó, cuando Voldemort asesinó a tus abuelos e intentó asesinar a tu padre, y supongo que ya sabes porqué razón no pudo hacerlo. –Esta vez, James afirmó. -Pero señor, entonces, ¿qué significa todo esto? –preguntó confundido el pobre muchacho. -Me temo que no lo sé –le respondió Dumbledore negando con la cabeza. –Yo creo que es mejor no hacer caso a esos sueños. -Está bien, señor. Pero hay algo más. –confesó James, y le contó lo que había visto en el pasillo la otra noche y en la Sala Multipropósito. -En efecto creo que te has topado con un fantasma, pero no uno cualquiera. El fantasma de Tom Riddle –explicó Dumbledore como si estuviera diciéndole a alguien el estado del clima. -¿Quién es Tom Riddle, señor? Dumbledore lo miró extrañamente, ¿acaso Harry no le había contado la historia completa? -Tom Riddle, James, es el nombre verdadero de Lord Voldemort, el original. Tras pronunciar las últimas palabras, James, abrió los ojos como platos y se dejó caer en una de las sillas. Se tomó la cabeza con las manos y miró hacia el suelo. Dumbledore lo miraba compasivo, intentando entender cómo se le había pasado ese pequeño detalle a su mejor aprendiz. -Yo, debo irme –anunció James con un hilo de voz. El retrato de Dumbledore asintió con la cabeza. -Luego volveré para que me explique todo esto, profesor. Si le parece. El anciano profesor nuevamente asintió con la cabeza. James se levantó de la silla, un tanto confundido, y cerró la puerta tras de sí. -Phineas, comunícame por favor con Grimmauld Place. Ni bien llegó a la Sala Común les contó todo a sus amigos, quienes lo habían esperado de su supuesta cita con McGonagall. Ambos estaban perplejos. -O sea, -razonó Alecto –tu padre te ocultó información valiosa. -Sí –se lamentó James. –puede haber miles de cosas que yo no sé. ¿Y por qué no me lo cuenta? Según él para protegerme. ¿Para protegerme de qué? ¡Voldemort ya está muerto! Es injusto, ¿saben? Dumbledore se lo transmitió todo cuando apenas tenía dieciséis años, ¡y yo tengo un año más! Sus amigos miraban atentos el monólogo de James. De vez en cuando intercambiaban miradas de compasión. -Mañana iré de nuevo a hablar con Dumbledore, y le exigiré que me cuente toda la verdad. A la mañana siguiente, lo que James había estado planeando, es decir, qué preguntar exactamente, cuándo, y cómo, no se pudo concretar. Harry llegó a la escuela. James no lo podía creer, ¿acaso Dumbledore había revelado lo que habían conversado? Estaba alteradísimo; enojado; y no dejaba de pensar en qué le diría a su padre. Pero luego pensaba: no le puedes decir nada tonto, ¡porque todavía no has descubierto la verdad! Sin embargo, su padre se había quedado en el invernadero hablando con el profesor Neville, entonces, James aprovechó para escabullirse de allí e ir al despacho de McGonagall. Cuando irrumpió en el despacho, descubrió que la directora todavía no había vuelto de su viaje al Ministerio. Todo parecía ir bien, no se había encontrado con nadie, el despacho estaba vacío, pero se encontró con un problema: el retrato de Dumbledore estaba dormido. Mientras James se preguntaba qué hacer, si despertar al cuadro o no, alguien más entró en el despacho. Rápidamente se escondió en un armario espacioso. Se dejó unos centímetros de la puertilla abierta para observar quién había entrado. Era su padre, Harry Potter. Dumbledore abrió un ojo, y al comprobar que era la visita que estaba esperando, lo saludó. -Harry Potter –dijo Dumbledore con una gran sonrisa y extendiendo los brazos, como si fuera posible traspasar el lienzo y abrazarlo. -Profesor Dumbledore –lo saludó Harry también con una sonrisa dibujada en el rostro, y con algunas lágrimas resbalando por las mejillas. Se acercó y se sentó en la silla donde tantas veces se había sentado en su juventud, en frente al más grande hechicero del mundo. Dumbledore indicó, con la mano que una vez estuvo ennegrecida, quemada y marchita, el armario donde se hallaba oculto James. Harry, con un movimiento de varita, abrió el objeto de par en par, y de esa forma su hijo quedó al descubierto. James salió con la cabeza alta del armario. Dedicó una mirada fría a su padre y luego contempló a Dumbledore, esperando que pasara algo. Éste miró a Harry y asintió con la cabeza; entonces él se levantó y se dirigió a un pequeño armario, del cual extrajo un recipiente no muy grande, y lo depositó en el escritorio; luego buscó unas botellitas dentro de las cuales se arremolinaba un líquido que no era gaseoso ni líquido, de color dorado; y las puso al lado del pensadero. Vertió el contenido de una en el extraño recipiente e hizo un gesto a James para que se acercara. Éste lo hizo, su padre le tomó la mano, y juntos se metieron en el primer recuerdo que Dumbledore le mostró a Harry años atrás: la casa de los Gaunt. Luego de ese se sumergieron en otro, y después en otro, y así hasta terminar la lista de recuerdos. Finalmente, para el mediodía, James había entendido todo, había encontrado las partes faltantes del rompecabezas que una vez empezó su padre por él. -Pero no lo entiendo. ¿Por qué no me lo habías contado todo? -Verás, James, no todo es tan fácil. Todo llega a su debido tiempo. -¡Pero el profesor Dumbledore te lo mostró a ti cuando tenías un año menos! -Era cuestión de vida o muerte. Dentro de poco tiempo, debía morir. No había otra alternativa –explicó Dumbledore. –Aparte, para él esa información era vital. -Sí, ahora ya todo se acabó. Por eso no te relaté con lujos de detalles. -Hum, con respecto a eso, Harry, creo que hay algo que deberías saber. -¿Qué sucede? –preguntó él mirando al anciano profesor. -Yo no había previsto algo. El fantasma del joven Riddle ha quedado en el castillo. -¡¿Qué?! –exclamó Harry con voz de asombro y asco al mismo tiempo. -Me temo que sí. -¿Pero no pueden hacer nada para sacarlo o evitarlo? -Sólo hay una manera. -¿Cómo? -Hay que darle algo, a cambio de que se vaya del castillo; desaparezca. -Pero, ¿cómo lo sabe? Y, ¿qué quiere? Dumbledore miró de reojo a James, quien estaba parado al lado de Harry escuchando la conversación. Al ver que Dumbledore se había quedado callado, James lo miró y tragó saliva. -He tenido sueños…- comenzó James -Oh por Dios –dijo alterado levantándose –eso quiere decir que… se llevó las manos a la cabeza. –Pero no, profesor, destruí todos los horrocruxes, lo maté; ¡Todos vieron cuando quedó el cadáver sin alma en el Gran Comedor! -Tranquilo, Harry. –lo tranquilizó Dumbledore –Por favor, siéntate. Harry obedeció al instante y se tapó los ojos con las manos. -No es el tipo de sueño que tú crees. –siguió el profesor. >>Verás, cuando James nació, tú le transmitiste miedos, virtudes y habilidades, dado que es el primogénito. De modo que a Albus y Lily no les pasará nada, no tendrán problemas de este tipo. Entonces, esa visión, ese sueño, que es el que constantemente tiene James, fue transmitido, y a tu hijo se le grabó en la memoria, como si él mismo lo hubiera vivido. Así como también tiene la habilidad de hablar pársel. –Harry asintió con la cabeza. -Sí, pero no entiendo qué tiene que ver James con el fantasma de Riddle, y qué tiene que darle a cambio. -Bueno, –empezó Dumbledore –el asunto es bastante fácil, lo que es complicado es el hecho, cómo lo haremos. Según lo que James me contó, vio al fantasma de Riddle entrar en la Sala Multipropósito. Entonces es sólo una cosa: el fantasma no sabe que su preciada diadema fue destruida, y quiere recuperarla. Voldemort fue derrotado sin saber que todos sus horrocruxes habían sido destruidos. Ahora, lo que el fantasma quiere, es la diadema, para poseerla. Pero es muy ingenuo, porque no se da cuenta de que sólo es un fantasma, es decir, la huella del difunto; no un trozo de alma que anda vagando por el castillo. Está confundido. James miraba a Dumbledore con miedo. No vivió lo que había vivido su padre, sólo escuchó el relato; por lo tanto no tenía idea de cuánto horror había pasado y cuánto podría hacer Voldemort para llegar al poder nuevamente. -Entonces, –siguió Dumbledore – lo que tenemos que hacer es tenderle una trampa, y hacer desaparecer el fantasma de Riddle. -Pero, ¿podemos hacer eso? –preguntó Harry un tanto confundido. -Sí, claro que si. Pero no nosotros, él mismo. Debemos darle la satisfacción de tener su objeto preciado y así desaparecerá. -Porque él cree que podrá poseer la diadema, dado que no sabe que es un fantasma –razonó James. Dumbledore asintió con la cabeza. -Entonces –prosiguió –lo que debemos hacer es engañarlo, dándole una diadema falsa, para que crea que es la verdadera, ya que, con sólo pensar que ha conseguido lo que quería, se esfumará. -Una explicación perfecta –corroboró el anciano profesor sonriendo. Esa misma tarde, Harry se marchó del colegio, pero con la promesa de volver para la noche. Todavía no sabían bien cómo lo harían, pero necesitarían la ayuda de Hermione. Luego de que Harry le explicó todo a su amiga, emprendieron la marcha para el colegio. Quedaron en encontrarse en frente del cuadro de Barnabás el Chiflado enseñando ballet a los monstruos con tutú, luego de cenar. Hermione había conseguido una réplica de la diadema de Ravenclaw y la había llevado. Cuando estuvieron todos allí, se pusieron en sus respectivas posiciones y escondites. Y esperaron, a que se hiciera la hora. James patrullaba los pasillos contiguos. Tenían que esperar hasta la media noche, hora en la que murió Voldemort. Exactamente cuando James pasó por delante del tapiz vio al alumno, quien se dio la media vuelta para observarlo, y lo siguió. Traspasó la entrada de la Sala Multipropósito y James lo imitó. Pasó tres veces por delante, concentrando todas sus fuerzas en pensar el lugar correcto, y lo consiguió. Tras entrar a la enorme Sala, parecida a una catedral, encendió una luz con una lámpara de aceite y enseguida divisó el fantasma; lo había estado esperando. Harry, quien se hallaba del otro lado del pasillo, salió corriendo rápidamente para escabullirse entre la puerta, pero no llegó; ésta se cerró justo cuando le faltaban unos centímetros para pasar. Adentro, James escuchaba atentamente al fantasma: -¿Tienes mi diadema? El muchacho miró la diadema que tenía entre las manos, luego a Voldemort, y respondió: -Sí, la he traído. -Pues dámela. Recuperaría mi poder. Podríamos hacer cosas grandiosas, tú y yo. James lo observó con desconfianza y le tendió el objeto, pero en ese momento se escuchó el sonido de una bomba y la pared explotó en mil pedazos; Harry y Hermione corrían hacia ellos. -¡No se la des, James! El muchacho retiró rápidamente la diadema del alcance de Voldemort, pero éste voló y trató de quitársela de las manos, sin embargo al tocarla se hizo más transparente de lo que era. Miró a James con cara de alivio, seguida de una de odio. -¡Noooooooo! –gritó, su cara irradiaba odio y terror. Terror porque sabía que desaparecería para siempre de esa vida; y traspasó el cuerpo del muchacho, obligándolo a caer al frío suelo. Pero luego de eso se esfumó en el aire, y la diadema falsa cayó, partiéndose en varios fragmentos. Harry corrió rápidamente hacia el cuerpo de su hijo, tirado en el suelo, tenía los ojos entreabiertos, miró a su padre, que lo contemplaba con orgullo, y los cerró. Días después, James se despertó, para su sorpresa, en la enfermería. Se apoyó con los brazos sobre la cama y miró alrededor. Se tocó el pecho, en el lugar donde el fantasma de Voldemort lo había traspasado, y no sintió dolor. Sonrió. A su lado se hallaban Rose, Alecto, Lupin, Harry y Ginny; todos hablando entre sí, sin darse cuenta de que él había despertado. -Papá, -dijo con un hilo de voz. Todos los presentes rápidamente se dieron vuelta para verlo- esta vez ya no soñé más eso… -terminó, tratando de hacerle entender a su padre a qué se refería. -No, hijo –le respondió Harry con una sonrisa. –Se ha ido, ya no hay nada que tenga que perturbarte. James sonrió, con una renovada tranquilidad, y sintió paz. Miró a todos y se alegró una vez más de estar ahí. Después de todo, era nada más y nada menos que el hijo primogénito de Harry Potter. #IriPotter~
Posted on: Thu, 15 Aug 2013 01:04:19 +0000

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