El "valetero" orgulloso. Por Rafael Pérez Gay. No quiero ser - TopicsExpress



          

El "valetero" orgulloso. Por Rafael Pérez Gay. No quiero ser vanidoso, pero me jugué el pellejo. La breve historia empezó con Timoteo (iba a escribir Gimoteo) y los suyos en el camellón, un espacio público que los “viene viene” y lavacoches convirtieron en un círculo privado. La vida es muy rara: con el tiempo se convirtieron en mis aliados. Luego vino la casa vecina de las fiestas de paga, un escándalo de los mil demonios. Más tarde el primer restorán en la esquina de la casa de usted. Carnes argentinas, motocicletas para reparto a domicilio. Con el tiempo y un ganchito, el Primos con su cauda de guaruras al pie de camionetas donde podrían viajar 12 personas. Timoteo: guárdame un lugar. Sí, jefe. Timoteo: dile a Sutano que desaparezca su coche de mi entrada. Sí, jefe. Un mal día, en la otra esquina, a unos veinte pasos de mi puerta, un restorán de hamburguesas. Un éxito rotundo, el lugar se llena. Con él vinieron nuevos “valeteros”, el olor a carne asada día y noche, los problemas de estacionamiento. Timoteo: que no obstruyan la cochera. Sí jefe. Así llegamos a los botes de cemento. Frente a la ventana de la casa, uno de los “valeteros”, el más audaz, ha puesto el bote. Lo arrastra para allá, lo arrastra para acá. El “valetero” es dueño de la calle, me refiero al espacio público que ocupa un trozo de banqueta frente a la ventana de la sala de la casa. Timoteo: que quiten el bote. Sí, jefe. Timoteo: no quitan el bote. —No quieren, jefe. —¿No quieren? ¿Quién no quiere, Timoteo? —El “valetero” orgulloso —respondió Timo con ánimo de calentarme la cabeza. Y sí, me la calentó. Lo observé dos días en su oficio de tinieblas. Arrastra el bote, desarrastra, si pudiera decirse, el bote. A este hay que matarle el gallo, pensé. Así decía mi madre, se refería al hecho de poner un hasta aquí a alguien que se pasaba de la raya, hombre o mujer. Lo vigilé un día más. Debo actuar sin perder los estribos, pensé. El gran error de mi padre fue, precisamente, salirse de sus casillas en cualquier mal momento, un pronto, y a los madrazos. Yo usaré la inteligencia política, así dominaré al “valetero” orgulloso, con las armas de la razón. Una tarde de jueves, día en que la colonia se llena de bote en bote, si se me permite la figura alusiva al bote de cemento, el “valetero” orgulloso y yo entramos a escena. —No quiero más ese bote frente a mi ventana, lo quitas en el acto. El “valetero” orgulloso me ignoro. Soy capaz de mantenerme en mis estribos, pero me pareció una majadería de las grandes. Le repetí la frase con más intensidad. Los vecinos, que no votaron por el sistema de parquímetros por cierto, en las ventanas. El público influye, lo admito. Uno no es el mismo con público que sin público, la personalidad se altera. De mala gana y farfullando, el “valetero” orgulloso quitó el bote y me dio la espalda cuando le hablaba. —¿Me oíste? —le grité a sus espaldas. No me contestó. Lo seguí. Acompañé mis palabras de algunos insultos. Lo encaré. Entonces entendí por qué Timoteo le decía el “valetero” orgulloso. Me miró con orgullo y desprecio. Timo sabe del orgullo, pero no del desprecio. No lo oigo decir: el “valetero” desdeñoso no quiere mover el bote de cemento. Quizá Timo cree que el orgullo y el desdén son la misma cosa. —Na —profirió. Me acerqué a la esquina del restorán donde ha puesto una góndola la empresa de los “valeteros”. Más insultos, fuertes. Esto va a terminar a los madrazos, pensé sin impedir la ofuscación. El “valetero” tiene cuerpo de luchador, fuerte como un ropero. —Si vuelvo a ver el bote frente a mi casa, te rompo la madre —le dije como si yo fuera Chuck Norris. —Na —profirió de nuevo. Vi con claridad que cerraba un puño. Qué digo puño, un mazo de retazo con hueso. Si hubiera soltado un recto sobre mi rostro, no estaría escribiendo este breve relato de la vida urbana en el Distrito Federal. Salí por peteneras, aunque con cierto garbo. El “valetero” orgulloso y yo nos tenemos que ver al menos dos veces al día. Cuando salgo y regreso a la casa. Nos miramos como si veláramos las armas. No volvió a poner el bote. Le maté el gallo, ¿si o no? Me jugué el pellejo, ¿si o no? El Universal
Posted on: Thu, 12 Sep 2013 12:39:15 +0000

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