HISTORIAS DEL PUEBLO HOTEL CENTRAL- Pellegrini y - TopicsExpress



          

HISTORIAS DEL PUEBLO HOTEL CENTRAL- Pellegrini y Lavalle Corría el año 1850 y muy lentamente, las manzanas delineadas por el fundador comenzaban a poblarse. A esta esquina llegó, como poseedor, un desconocido Saturnino Argañaraz, , dispuesto a levantar su rancho Diez años después de la compra le había dado otro aspecto a su solar y con gran esfuerzo lo mejoró bastante. Cuando vendió a Lucrecio Osuna el terreno tenía “edificio de paredes de material cocido, techos de cinc y dos ranchos más, con paredes de adobe crudo, techos de paja, todos los árboles que se hallan bajo zanjeado que señala y cerca”, un gran adelanto edilicio para la esquina, que el comprador se esforzó en mejorar. Comenzaba a tomar forma el nuevo edificio que, con sucesivas ampliaciones a través del tiempo, conoció Bragado prácticamente todo el siglo XX. El frente estaba tachonado de ventanas, diez en total, con tres puertas que permitían el acceso. Por el Boulevard Independencia ese frente se prolongaba hasta la mitad de cuadra, límite del solar, y doblando por Lavalle, continuaba en la misma forma, y lo cortaba el enorme portón de entrada de carruajes. Desde 1877 a 1934 la propiedad perteneció a la familia de José Michat, que siempre dio el inmueble en alquiler. La edificación era muy importante. Ocupaba, prácticamente, todo el solar y sus especiales características influyeron en el destino que siempre se le dio: hotel y confitería. ♥ A fines del siglo XIX quien explotaba el hotel era Segundo Zubieta y lo llamó Gran Hotel Español. A comienzos del siglo XX el nuevo propietario fue Peregrin Goyena, que trasladó su Hotel Lincoln a este nuevo sitio, frente al Mercado Alsina. Conciente de la importancia del lugar debió efectuar “grandes refacciones”, imprescindibles para que su hotel fuera considerado de primera categoría. Además de pasajeros, recibía pensionistas y sus precios módicos, el esmero puesto en el trato y la higiene de los salones y cuartos, lo convertían en el mejor hotel de Bragado. El “Hotel Goyena” era visitado por la gente más destacada del pueblo y hasta el caudillo conservador “Pito” Blanch, en la etapa más importante de su poder político, alquilaba los dos mejores cuartos sobre Pellegrini, donde tenía sus oficinas. En 1937 se instaló Carmen Abriola. El cambio de dueño significó también cambio de nombre. El nuevo propietario lo llamó Hotel Roma y no introdujo grandes innovaciones, pero la propaganda periodística hacía hincapié en sus “habitaciones frescas y ventiladas”, como su flamante adquisición: una Frigidaire, que le permitía brindar bebidas casi heladas en época de verano. A fines de 1945 el hotel volvió a cambiar de dueño y de nombre. Su propietario fue Andrés Caletti y se lo conoció por su apellido. Hombre progresista, introdujo mejoras que consideró muy necesarias para dar nueva vida al viejo edificio y mantener la primera categoría. Caletti era cocinero de profesión y logró imponer la calidad de su cocina. El hotel tenía dos comedores. El de primera estaba ubicado en el sector del salón con frente a la avenida Pellegrini y a través de sus ventanales, los comensales podían observar el intenso movimiento de la calle principal. Amoblado con mesas y sillas de muy buena calidad, se ofrecía comida a la carta. Era un sector privilegiado, para gente de buena posición económica. En este sector estaba el bar. El comedor de segunda ocupaba el sector de calle Lavalle y contaba con menú fijo. Pero no desmerecía la calidad de la comida, muy rica y variada. Ese menú fijo comprendía una entrada de fiambre y dos platos y para pensionistas, el precio de almuerzo y cena era de 38 pesos por mes. Un grupo de hombres jóvenes, solteros la mayoría, procedentes de otras localidades, eran algunos de los “pensionistas” del hotel y ocupaban una ruidosa mesa redonda del comedor de segunda. Sus apellidos son casi desconocidos hoy, Salinardi, Curccio, los hermanos García, venidos de Alberti y alguno más. Uno de ellos, Aníbal García, fue el que rememoró esta etapa de su juventud. ♥ Uno de los platos más exquisitos que aparecían en el menú era “ranas a la Provenzal.”. En el corralón, Caletti había hecho cavar un pozo de regulares dimensiones, siempre con agua, al que iban a parar las ranas que semanalmente proveía José Martínez, el famoso Remolera recordado por Julio Molinari en sus poesías. Charlatán, agrandado y mentiroso, Remolera había hecho buenas migas con el guardián nocturno, controlador de la ancha puerta de entrada de dos hojas, existente en la calle Lavalle, que utilizaban pasajeros y empleados después del cierre de actividades en el bar y restorán. Esa alianza no era gratuita. Tenía un conocido sabor económico y permitía a Remolera entrar en el edificio cuando todo el mundo dormía. Portando una bolsa, un palito, un hilo y un trapo rojo el hombre se deslizaba por los corredores hacia el corralón y en el pozo ranero iniciaba la pesca de algunas ranas que, al día siguiente, volvía a ofrecer al dueño del hotel. Sin imaginar la treta, Caletti hacía contar las ranas en existencia ese día y como ya faltaban unas cuantas concretaba la compra de las que, durante la noche, habían desaparecido. Sin embargo, un día el trato se rompió y también la relación entre los pícaros, quizás por la negativa de otra “coima” y el guardián no vaciló en contar a Caletti los ardides de Remolera. Cuando el desprevenido vendedor llegó para ofrecer mercadería fresca Caletti, hecho una furia, se abalanzó sobre él y hubo que sujetarlo para evitar una golpiza mayor. Dicen que, por esa causa, el fino plato de ranas a la Provenzal desapareció del menú. ♥ A fines de la década del cuarenta entró en escena Alberto Ossemani, que impuso el Hotel Central. ♥ Fue una época gloriosa del hotel, convertido en un centro importante de la actividad social de Bragado. Ossemani no introdujo mayores innovaciones, salvo abrir tres enormes ventanales, dos sobre Pellegrini y el restante hacia Lavalle y la construcción de algunos baños para completar el servicio de varias habitaciones, de las veintiuna existentes. Contaba con agua caliente pero la falta de red de gas, que tardó diez años en llegar, durante los meses de invierno obligaba a calefaccionar los cuartos con estufas Volcán a querosene y el calor del verano se mitigaba con ventiladores de pie y de techo. Desde 1958 el restorán estuvo a cargo de dos puntales del oficio, Antonio Starna y Raúl Corazza. Reuniones, agasajos, despedidas, todas tenían como punto de recepción, el hotel. Los fines de semana se organizaban bailes con orquestas locales y en muchas oportunidades su dueño contrataba números artísticos, que movilizaban a la gente joven y también a quienes habían dejado de serlo, los que colmaban el gran salón comedor. El público se deleitó con pianistas como Pocho Depanis, Fito Del Búe, Raúl Muñoz, bailó con las orquestas de Caselli, Ildarraz y Larrea. Siguió la época en que cantaba tangos Bebo Caval y soñadores boleros “Mota” Román y, para los más jóvenes, la música de jazz surgía poderosa del enorme tocadiscos Phillips de raíz de nogal, que diestramente seleccionaba Golo Starna. El anochecer del día domingos marcaba el inicio del “paseo”, inocente diversión masiva que llevaba a las jóvenes a pasear por calle Pellegrini, desde Lavalle a Mitre, principalmente la vereda de los números impares, correspondiente a las confiterías de moda. Mientras las niñas iniciaban la marcha y recorrían las dos cuadras elegidas, multitud de muchachos se apostaba en el cordón de la vereda o en el frente de los edificios, para contemplar el paso de las jovencitas, tránsito repetido tres o cuatro veces, siempre con el mismo vigor e idéntico entusiasmo, como si se tratara de una pasarela, aunque el frío endureciera los músculos y coloreara la nariz o el calor insoportable se pegara a la ropa e hiciera transpirar copiosamente. El desfile no era desinteresado. Tenía por objeto hacerse notar, demostrar con la presencia que las futuras casaderas estaban allí. Al mismo tiempo, descubrir entre esa multitud de cabezas la del muchachito que ya había sido elegido o captar un rostro nuevo, desconocido hasta ese momento, que con una mirada diferente permitiera interpretar la intención. Porque la mirada habla silenciosamente y envía mensajes, capaces de decir más que muchas palabras. Mientras tanto, los más decididos, los más osados, rivalizaban en el arte de improvisar los mejores piropos.... El verano desalojaba la confitería del interior y la trasladaba a la calle y ese sector de Pellegrini se cubría de mesas. Al aire libre los habitués descansaban de los rigores del día, mientras paseantes y automóviles cumplían la ronda habitual, hasta que Pellegrini se convirtió en peatonal y las mesas avanzaron sobre la calzada. El patio interior, con una enorme palmera en el centro, solía convertirse en lugar de baile y diversión cuando se organizaba el Patio Tropical, a la luz de la luna, con el ritmo cadencioso y suave de los boleros. ♥ Pero el progreso, a través de toda nuestra historia, siempre estuvo empujando y empujando; tanto, que un buen día el conocido y vetusto edificio del hotel desapareció de la vista. Quedó reducido a montones de escombros y, entre los cascotes, se desmoronaron los recuerdos. El último propietario, una sociedad anónima formada por Francisco Roberto Vaccaro, redujo a polvo el Hotel Central y levantó en su lugar el moderno edificio de seis pisos llamado Torre Centro. Para que el olvido no sepulte tanta historia van estas páginas y fotografías que pudieron rescatarse.
Posted on: Thu, 19 Sep 2013 14:43:45 +0000

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