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La importancia de ser llamado ‘licenciado’ Tags: Walter González Vargas 20 Septiembre 2013 La Plaza de Santo Domingo, en la ciudad de México, es un lugar muy conocido por los negocios ilícitos que están alrededor de ésta y, sin embargo, nadie hace nada por frenar la venta de su principal y lucrativo giro: la elaboración de documentos apócrifos, en particular títulos profesionales falsos. Pero el problema no lo es la Plaza de Santo Domingo, ni lo que ahí sucede en lo específico; ese lugar es solo un botón de muestra, una punta del iceberg de la verdadera problemática que ha ido avanzando, tanto por la demanda de esta clase de documentos, como por la incansable impunidad galopante pues la autoridad no persigue a los responsables involucrados en su fabricación. Esto hace suponer que las bandas delincuenciales tienen cómplices en las diferentes universidades públicas, pero especialmente en la UNAM o hasta en la Unidad de Profesiones de la SEP, pues los números y las claves, así como los hologramas, son realmente verdaderos Voces autorizadas en el tema, como la del ex-rector de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Rafael Urzúa Macías, han manifestado que este grave problema se ha incrementado en los últimos años, pues muchos quieren tener un título profesional para poder aspirar a mejores fuentes de empleo. Pero a esto se suma a los que ya estando en la vida laboral, se atreven a comprar un certificado falso, y creen que nadie los va a ubicar. Esto, muy probablemente le sucedió al actual Secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong. Esta semana se revivió un artículo aparecido en el prestigiado diario capitalino, el Universal en 2005, en aquel entonces en vísperas de la acreditación de Osorio Chong como gobernador del estado de Hidalgo, en donde se afirmaba que la documentación disponible mostraba que el actual secretario de gobernación de Enrique Peña Nieto sólo cursó hasta el quinto semestre de la carrera en la Universidad Autónoma de Hidalgo. Aunque en su certificado se lee que ingresó en 1983 y egresó en 1986, con mediocre promedio de 7.75 y que tenía dos años para titularse antes de que se venciera su certificado de pasante, su acta de titulación fue expedida, según parece, nueve años después. Según esta acta, la vía de titulación que Osorio Chong eligió fue la de hacer la especialidad en “Administración de Personal” En efecto, cursar una especialidad está considerado como una forma de titulación que no necesita tesis en aquella universidad. Sin embargo, de la nota del Universal de dice que no existen registros de su inscripción en aquella época, hay calificaciones de exámenes agregadas a máquina o con caligrafía diferente de la del resto de los estudiantes, y que nadie de su supuesto grupo se acuerda de él. De ser cierta esta noticia, el actual mega secretario de gobernación, quien ejerce el control de la seguridad en el país y ejercer su política interna, sería un licenciado pirata. O sea que básicamente inventó que había estudiado más de la cuenta para justificar una licenciatura que ni siquiera terminó. Tiempo después, el PRD interpuso una denuncia ante la PGR contra el entonces gobernador electo, por el delito de “usurpación de funciones”, misma que luego ratificó, pero que al parecer no procedió. El de la falsificación de títulos profesionales y certificados de bachillerato es en este momento un grave problema, que sencillamente no ha sido atacado realmente por el Ministerio Público Federal, pues en la calle Brasil, en Colombia y en Argentina, del DF, se encuentran a la venta los mismos y todo a la luz del día. Tal pareciera que la llegada del PRI a los Pinos revivió viejos fantasmas sobre este vergonzoso tema, vea usted el siguiente ejemplo: el pasado mes de junio, el secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, designó y tomó protesta a ocho funcionarios, entre los que destacan el nombramiento como director General de Televisión Educativa, Fausto Alzati Araiza; sí, ese mismo Fausto Alzati que, no contento con haber dirigido el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en los últimos años del salinato, en diciembre de 1994 tuvo la desfachatez de tomar posesión como secretario de Educación Pública ostentándose siempre como doctor en economía política y gobierno por la Universidad Harvard, para descubrirse después que el doctorado de Alzati era cachirul, o sea falso. Tras un primer intento de confundir a la opinión pública, argumentando que lo único que le faltaba para obtener el grado era un trámite (que resultó ser el examen profesional), el doctor Alzati ofreció una disculpa por el hecho de que “algunas amigos u otras personas me llaman doctor y no candidato”. (Éstas y las demás referencias provienen de la hemeroteca de “El Norte”. Como si se tratara de una comedia, sin embargo, pocos días después La Jornada reveló que tampoco la licenciatura en derecho que el doctor Alzati decía haber obtenido en la Universidad Autónoma de Guanajuato era verdadera. El remate, más bien cantinflesco, lo ofreció el propio doctor Alzati a principios de 1995: “Prefiero que me llamen por mi nombre —dijo a Norma Jiménez de Reforma el 13 de enero—, y en general me parece que deberíamos ir haciendo en este país un ejercicio de antisolemnidad porque nos va a ayudar a ser más democráticos e igualitarios.” Diez días después, fue despedido. (Sólo tres años más tarde, en 1997, obtuvo finalmente el grado que hoy lo adorna.) En retrospectiva, el comentario de Alzati asombra por su agudeza profética: si la inflación de títulos, promovida, entre otras instituciones, por la corrupción, ya era un problema hace casi 20 años, en la actualidad la espiral parece haber alcanzado proporciones verdaderamente enfermizas. Como la pulsión social por ostentar un título está en gran medida vinculada con el deseo o la necesidad de aspirar a un empleo mejor remunerado, y aunado a nuestra patética corrupción endémica, la cantidad de fraudes que infestan la vida académica en nuestro país no debería sorprender a nadie. Pero no se piense, sin embargo, que semejantes comportamientos han sido causados por la fragilidad de la civilización en estas tierras. Se recordará que apenas en febrero pasado Annette Schavan, ministra de educación del gobierno de Angela Merkel, renunció a su cargo cuatro días después de que la Universidad de Düsseldorf la despojó de su doctorado cuando se comprobó que había hecho pasar trabajo ajeno como propio en su tesis. Como hace una veintena de años en el caso del doctor Alzati, el problema de fondo es mucho más grave y está más extendido de lo que se piensa o deseamos reconocer: es la existencia de una estructura institucional, de una política toda, para la cual el ostentar un título es un fetiche: ¡díganme licenciado! y cada vez más un requisito para empleos que antes no lo requerían. La necesidad laboral de ser licenciado provoca en ocasiones funcionarios públicos de primer nivel con historiales académicos manchados. wagova71@hotmail
Posted on: Fri, 20 Sep 2013 23:41:22 +0000

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