Los sueños, sueños son El kirchnerismo ha sido el gobierno que - TopicsExpress



          

Los sueños, sueños son El kirchnerismo ha sido el gobierno que mejores posibilidades ha tenido de producir un cambio estructural en el país quizá desde hace más de un siglo. Para eso sólo bastaba dejar de lado su caudillismo santacruceño y adoptar el camino de las reformas económicas y la renovación política, ya que ha tenido recursos de sobra para realizarlas. Sin embargo, prefirió trasladar su caudillismo a la Nación y disfrazarlo con el discurso de una revolución imaginaria. losandes.ar/notas/2013/8/25/suenos-suenos-734070.asp Los sueños, sueños son Por Carlos Salvador La Rosa - [email protected] “Yo tengo un sueño: que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo. Creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales.Yo tengo un sueño: que un día, en las coloradas colinas de Georgia, los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos a la mesa de la hermandad... Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada caserío, desde cada Estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día cuando todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, sean capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo spiritual negro: ‘¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!’”. Martin Luther King, agosto de 1963 “¿Saben con lo que yo sueño?, Con una Argentina que esté lo suficientemente bien informada para que nadie vuelva a meterles el perro”. Cristina Fernández de Kirchner, agosto de 2013 “Crear dos, tres, muchos Vietnam”. Ernesto “Che” Guevara, 1967. “Necesitamos muchos más Chevron”. Miguel Galuccio, 2013 Las citas precedentes no pretenden comparar tiempos y hechos históricos incomparables, pero sí que nos ayuden a discernir las contradicciones entre el relato oficial y la realidad en la Argentina actual. Entre una pretendida revolución que se nos quiso vender y el minúsculo destino a que nos han ido llevando con esa revolución imaginaria. Un discurso que, en vez de levantar las proclamas de reconciliación en base a la libertad, la igualdad y la justicia como soñaba Martin Luther King, trata de reducir la Argentina y los argentinos todos, al sueño particular de Cristina Fernández: la de ser, además de Presidenta, editora de periódicos, para que la prensa deje de mentir. Un sueño muy módico pero, además, imposible de ser trasladado desde la mente de Cristina y sus seguidores más fanáticos hacia un pueblo que -como todos los pueblos- está más cerca de los sueños universales de Luther King que de los sueños minúsculos de editar periódicos oficiales para que la prensa no oficial deje de seguir atontando gente. En nombre de consignas “revolucionarias” como aquella del Che Guevara de crear muchos Vietnam por el mundo, viajó la presidenta a dicho país y comparó a Ho Chi Minh con San Martín, viaje previo a su escala en las islas Seychelles, suponemos que por razones menos guevaristas. Hasta llegar al día de hoy, cuando el cristinismo debió cambiar la consigna de crear muchos Vietnam en el mundo por la de crear muchos Chevron en la Argentina. Y eso a pesar de que hace apenas unos pocos meses estatizó YPF bajo el método revolucionario de tomar por asalto sus oficinas; copiando al Lenin que ocupó en Rusia el Palacio de Invierno zarista, aunque en su versión argentina lo único que hicieron los cristi-kicillofistas fue echar de sus oficinas a un par de pacíficos directivos de Repsol que estaban almorzando. Todas metáforas de un discurso político grandilocuente que siempre estuvo alejado de la realidad (o que, más bien, jamás tuvo en cuenta la realidad) y que ahora, en su agotamiento por reiteración, remplaza sus consignas épicas de ficticia grandeza por los sueños infinitamente más módicos de prohibir algún diario o asociarse con otras Chevron. Una revolución de papel donde sus actos simbólicamente más significativos consisten, entre otros, en tener la audacia de decir bobo, tonto e ineficaz al primer ministro británico; expulsar de un hangar aeronáutico a los chilenos; considerar “causa nacional” el corte de una ruta a Uruguay; confiscar -con un alicate- un avión a los norteamericanos; firmar un convenio con Irán para joder al imperio; tirar abajo una estatua de Colón; prohibir billetes con la firma de Julio Cobos; poner el nombre de Julio De Vido a una calle y poner el nombre de Néstor Kirchner a casi todas las calles; hacer un asado en la ESMA; comparar una manifestación pacífica del campo con los “comandos civiles” de 1955 y con los “grupos de tareas” de la última dictadura militar; acusar a una periodista de tener las manos manchadas con sangre por el solo hecho de trabajar para un medio que el gobierno odia; decir -literalmente- que “el secuestro de goles” en el fútbol televisado hace acordar al “secuestro de personas” de los años ’70; acusar de golpista o retrógrado a todo quien no piense como el gobierno e indultar a todo golpista o retrógrado que sí piense como el gobierno; sostener que gracias al modelo K hoy la Argentina está mejor que Australia, Canadá y Estados Unidos. Y, en todos los casos, negar que dijeron lo que dijeron y echar la culpa a la prensa. En fin, una lista interminable de chiquilinadas seudo revolucionarias por los deseos de una élite política de ser y parecer lo que no es. Una revolución de Puerto Madero. Una teatralización de la vida que algunos, los nostálgicos de los ’70 (los menos), ven como una segunda oportunidad que les dio la vida para revivir los sueños de la juventud, eso sí, ahora con enemigos imaginarios, sin peligro alguno o, como máximo, algo similar al riesgo que implica subirse a la montaña rusa o al trencito fantasma. Mientras que otros (los más) ven esta simulación como la mejor forma de ascenso social individual en nombre de ideales colectivos. La revolución real es una tragedia que suele devorar a sus hijos mientras que la revolución imaginaria es una farsa, aunque también produce daños. Quizá no se devore a nadie pero deviene un monumental obstáculo, un cepo ideológico que ciega a sus cultores y les impide realizar las cosas posibles en nombre de otras, imposibles. Si bien desde el principio del kirchnerismo muchos de estos delirios ya estaban en gestación, también el nuevo gobierno se encontró en 2003 con oportunidades increíbles. Néstor Kirchner vacilaba entre un sendero feudal que significaba trasladar a la Nación lo hecho en Santa Cruz versus un sendero reformista y modernizador capaz de suplantar al caudillismo autoritario que había gestado en su provincia. Pero no; en vez de cambiar feudalismo por renovación, eligió sumar feudalismo más setentismo, para así concentrar todo el poder posible bajo la excusa de una supuesta revolución que le permitiera hacer capitalismo de amigos por abajo y socialismo nacional “pour la galerie”. Y fue al poco de asumir Cristina su primera presidencia que se optó definitivamente por el peor camino, con el enfrentamiento provocado por el gobierno contra el campo, eligiendo el sendero de la revolución imaginaria en vez de la reforma posible. Una lástima, porque el kirchnerismo fue el que tuvo la mejor oportunidad en décadas de lograr un cambio profundo y estructural del país, no sólo porque contó con más dinero que ningún otro gobierno sino porque también tenía con quién hacerlo. Aunque no la haya iniciado, el kirchnerismo dio un gran apoyo a la modernización agraria pero, cuando ante un desencuentro menor el camino razonable era el de negociar y potenciar fuerzas entre gobierno y campo, se eligió la guerra simbólica. El kirchnerismo no inventó la clase media pero fue capaz de sacarla del pozo en que habían caído muchos de sus miembros con la crisis de 2001. Pero apenas esta clase social le negó algún apoyo electoral, la transformó en otra gran enemiga a la que consideró el gran obstáculo cultural -junto con los medios- para concretar su revolución imaginaria. El kirchnerismo fue capaz de dar al país una -si no la mejor- de las mejores Corte Suprema de Justicia que haya tenido el país, tanto por la calidad como por la independencia de sus miembros. Sin embargo, bastaron un par de fallos en contra para que la quisiera destrozar y cambiar por otra obsecuente, como había hecho el menemismo. O sea: el campo, la clase media, la Corte (y la lista podría seguir) fueron sujetos políticos, económicos e institucionales en los cuales el gobierno K podría haberse apoyado para construir un nuevo país. En cambio, los eligió como los principales objetos de sus diatribas. El campo fue la oligarquía, la clase media el medio pelo y la Corte, la cabeza de una Justicia destituyente. Pura antigualla. En síntesis, para imaginar su falsa revolución, el kirchnerismo se enfrentó con las mismas criaturas que él mismo había creado o estimulado y se apoyó en sus peores defectos: el caudillismo y el setentismo. Pudiendo abrirse al progreso, al mundo y al futuro, eligió aislarse de todos. No obstante, algún día alguien, en vez de otra vez hacer borrón y cuenta nueva, deberá recuperar, para todos, aquellas extraordinarias potencialidades argentinas que el kirchnerismo pudo concretar y no quiso.
Posted on: Sun, 25 Aug 2013 11:53:21 +0000

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