Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo Ciclo C 24 de - TopicsExpress



          

Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo Ciclo C 24 de noviembre de 2013 2 Sm 5,1-3 / Sal 121 / Col 1,12-20 / Lc 23,35-43. La última Misa del ciclo litúrgico es hoy. Culminamos el año diciendo con las proféticas palabras del Apocalipsis: -Digno es el Cordero que fue inmolado- si fue inmolado, pero va a recibir un galardón, es que vive- y utiliza el autor sagrado el número septenario para indicarnos que se le da la plenitud: Poder – Riqueza – Sabiduría – Fuerza – Honor – Gloria e Imperio; es decir todo porque venció no peleando con otro rey para arrebatarle un trono sino entregando su vida en la cruz. ¡Qué contrastes entre N. S. Jesucristo Rey y los reyes de la tierra; éstos derraman sangre ajena para sentarse en un trono efímero; El derramó la suya y reina para siempre; ellos en ocasiones heredan el puesto pero a veces lo usurpan, Jesucristo lo tiene por conquista; ellos lo ejercen unos años, Jesús lo posee por los siglos! Se concluye el año con la Solemnidad como reflejo de una realidad trascendente: Cristo es principio y fin; no sólo de la liturgia y de la Iglesia sino de la Historia y del Universo; sólo en Él está nuestra salvación y felicidad. Por eso decimos en el Gloria: Sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo, Jesucristo. Él es el único que vale la pena tener ante los ojos del alma; Hijo Único del Padre; Camino que conduce directo a la gloria. El único que vela cuando todos duermen, el que ama cuando los corazones se entibian, el que cuida el rebaño amenazado por los lobos, el que alimenta en tiempos de hambre, el que da la muestra más grande del amor al entregar su vida por todos. No tiene trono ni cetro; sí tiene corona y clavos; no capa real pero sí le cubre la espalda la roja vestidura de su sangre; no escucha alabanzas sino insultos; muchos se burlan y pocos lo acompañan y comprenden. ¡Así piensa Dios! Cuando amamos a alguien quisiéramos demostrarle el afecto con signos exteriores no sólo desde el corazón; y así en los hogares de muchos de nuestros familiares y amigos se entronizaba la escultura de Cristo Rey, enmarcado en un cuadro que luego se colocaba en un lugar céntrico y visible de la casa; se le ponía una repisa y, a veces, se agregaba una vela y alguna flor. Lo importante no era tenerlo ahí, decir alguna oración o jaculatoria esporádicas, sino que El, Cristo Rey, tuviera su trono en el corazón de cada uno de los miembros de esa familia. La intención era que aquella figura no sólo ilustrara la inteligencia sino moviera la voluntad a vivir la Realeza de Cristo que no vino a ser servido, sino que la manifestación de su amor, a diferencia de cualquier otro monarca, presidente o autoridad constituida, es por gastarse y entregarse por los demás. En otras palabras –como si dijera- Soy Rey pero mi misión es darme del todo, siempre y a todos. Un parlamentario polaco, Artur Sorski, del partido Ley y Justicia, apoyado por 46 colegas más del gobierno mismo han dicho: -“Queremos que Jesucristo sea nombrado Rey de los Polacos”. Polonia necesita más que nunca el liderazgo y la ayuda divina para enfrentar los nuevos tiempos. Y comentó a sus compañeros de dos partidos más que aprueban la idea: -Sólo puedo decir que desde que externé mi pensamiento he recibido más de 9,000 cartas de apoyo. Es cuestión, decía, de sensibilidad religiosa y respeto político.- El Ev. nos recuerda una escena dolorosa y a la vez esperanzadora. Dolorosa porque desde niño fue anunciado y adorado como Rey, en su predicación el Reino ocupó un lugar central, y ahora es Rey de burlas. Un letrero en tres idiomas conocidos de cuantos lo miraron con la cruz a cuestas o lo acompañaron al calvario; algunos lo acompañaron por compasión, otros por odio; y todos leyeron en sus lenguas respectivas la causa de su condena. Y en latín, hebreo y griego, alguien anónimo escribió por orden de Pilato: “Jesús, Nazareno, Rey de los Judíos”. Esperanzadora, porque Jesús que utilizó la montaña o la barca, la orilla del río o del mar, los caminos o los convivios, para predicar; hace al hombre arrepentido de sus errores y delitos, una promesa de un premio inmediato, le asegura el paraíso, lo canoniza ahí mismo. Se había nublado todo, pero en el alma de aquel que tuvo fe y esperanza, amanecía una alborada esplendorosa. En el buen ladrón no se sabe qué admirar más, si la sencillez de sus palabras, si su ausencia de ambiciones o si su vertiginosa fe. Pidió simplemente un recuerdo, una tremenda fe lo empuja a creer, sin la menor vacilación, que este moribundo acabaría triunfando. Un moribundo, dice Bossuet, ve a Jesús moribundo y le pide la vida; un crucificado le pide a Jesús crucificado y le habla de su reino; sus ojos sólo ven cruces pero su fe es un monumento. En el ladrón no hay confusiones. No espera otro reino ni otra realeza sino la que está al otro lado de la muerte. Se le dio mucho más de lo que pedía: ¡Hoy! ¡Qué prontitud! Estarás conmigo ¡Qué compañía! En el paraíso ¡Qué descanso! Alabado sea Jesucristo Mons. Juan José Hinojosa Vela
Posted on: Mon, 25 Nov 2013 05:56:14 +0000

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