“¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?” - TopicsExpress



          

“¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?” Un mensaje de Jaime Rivera Cosme Con el corazón contrito por el impacto brutal de la noticia infausta, a uno le parece ininteligible que seres de la especie nuestra, la humana, fueran capaces de segar las vidas de dos sacerdotes, el padre Bernardo Echeverry Chavarriaga y el padre Héctor Fabio Cabrera, que hoy ingresan al mausoleo de los mártires de la Iglesia. No conocí al joven Vicario de la Parroquia de San Sebastián, el padre Héctor Fabio, pero por lo que he alcanzado a leer, se trataba de un servidor de Cristo que ejerció su corto ministerio con alegría, bondad y verdadero apostolado. En cambio, al padre Echeverry lo conocí en los bancos del colegio “Belisario Peña Piñeiro” en 1957, cuando ingresé a primero de bachillerato, y él cursaba el año tercero. Se distinguía por su dedicación al estudio y su acrisolada conducta, cualidades muy distintas de, por ejemplo, nuestro amigo Mario Llanos Hoyos. Por eso el uno se hizo sacerdote, y el otro un político. Las maneras bien puestas de Bernardo eran herencia de la auténtica familia antioqueña que encarnaba su padre, don Bernardo, hombre dedicado al comercio, desde su almacén “El Topacio” que quedaba en la esquina oriental de la cuadra de la Iglesia, y apreciado por su espíritu cívico y su disposición para la amistad, además de su reconocido “Laureanismo” que era valorado por tratarse de un pueblo homogéneamente Conservador. Lo mismo debe decirse de su tío, el médico Gabriel Chavarriaga, quien tanto sirvió a la comunidad. También debo recordar que mi entrañable amistad con don Bernardo, padre, y su familia, surgía de mi condición de condiscípulo de Gabriel, otro hermano del padre Bernardo. Creo que terminado el cuarto de bachillerato, Bernardo se retiró del colegio, porque su progenitor decidió radicarse en Medellín. El círculo social de Roldanillo, que era muy importante en la época, fue pródiga en amistosas despedidas para esa distinguida familia, como era la usanza. En 1962 se inauguró la Diócesis de Cartago, al mando del inolvidable Obispo José Gabriel Calderón, quien abrió Seminario para la formación de los sacerdotes. Allí ingresó Bernardo Echeverry, donde se ordenó, y fue destinado a la Parroquia de El Águila, de donde fue trasladado a Roldanillo, para regocijo de esta feligresía. Para todos sus coetáneos fue muy grato el regreso de Bernardo, ya convertido en soldado de Cristo. En este ministerio estuvo algunos años, hasta cuando, seguramente por decisión o intercesión del Obispo, fue escogido para adelantar estudios en Roma. Por esos días, ya conocida la noticia en el pueblo, recuerdo que una noche, cuando empezaba la tertulia cotidiana de la Banca del Parque en la que oficiaban Carlos Rebolledo, Evelio Gómez y Luis Quintana, entre otros, el padre Echeverry tuvo que pasar por entre los chismosos de esa banca cuando iba rumbo a la Iglesia, y después de saludarnos, fue interceptado por “Trespelos”, nuestro amigo Hernando Mayor, quien le pidió una medallita. Bernardo le dijo, “y para qué voy a darle una medalla a un sinvergüenza como tú”. Hernando, con esa chispa automática que tenía, le respondió: “Padre, es para que, cuando esté viejito, yo pueda decirles a mis nietos: esta medalla me la regaló el Papa cuando era Párroco en Roldanillo”. Bernardo viajó a Roma, en donde no sé qué cursó, pero seguramente fueron estudios de Teología, y regresó a la Diócesis, cuyo Obispo lo designó Párroco de Ansermanuevo, de donde retornó a Roldanillo a su antiguo cargo de Párroco. Allí pude saludarlo nuevamente en el 2009, con ocasión del cincuentenario de la muerte del poeta Carlos Villafañe, en compañía del doctor Luis Antonio Cuéllar y demás acompañantes de la Academia de Historia del Valle. Pues bien; hoy ante el féretro que contiene el cuerpo del sacerdote al lado de su Vicario, y viendo las imágenes de todo un pueblo compungido y lloroso, que colma el parque principal y el atrio en actitud de pesar, rabia y asombro, viene a mi memoria esa frase de Lope de Vega, que es la única que encuentro en mi escaso repertorio, para explicar lo que veo: “No sé yo que haya en el mundo palabras tan eficaces ni oradores tan elocuentes como las lágrimas”. Los hombres desalmados, sin Dios ni ley, que cometieron el crimen atroz, nos hacen ver que es cierto que en la humanidad hay especímenes que vinieron a este mundo a desolarlo y a causar daño a los demás. Ya lo había escrito Sófocles hace 2.500 años en Antígona, cuando un Coro dice -seguramente dirigiéndose a Creonte-: “Cosas terribles siempre ha habido, pero nada tan terrible como el Hombre”. Y, entonces, ¿Cuál es la explicación social a un hecho tan absolutamente abominable y execrable? ¡Respuesta difícil! Si ahora algún forastero en la “Tierra del Alma” preguntara, a la manera de Hemingway, ¿Por quién doblan las campanas?, habría qué contestarle: no es por Bernardo; no es por Héctor Fabio. Es por la sociedad colombiana -enferma, indolente y permisiva-, que ha dejado que nuestra Nación haya regresado a la barbarie. Doblan por la sociedad colombiana que impávida dejó que líderes Liberales y de izquierda hace veinte años, o más, taladraran los cimientos de la República para convertirla orondamente en un Estado Laico, desterrando a la Iglesia de las escuelas y colegios públicos para impartir una enseñanza desprovista de valores morales, de los fundamentos de la religión y del Santo Temor de Dios (que no es tenerle miedo, sino que, como don del Espíritu Santo es TEMER OFENDERLE), para no hablar de la ausencia de educación en valores patrióticos, cívicos y de urbanidad. Esa pobre educación que remplazó la de las generaciones anteriores, es la que está produciendo unos colombianos patanes, irrespetuosos y hasta criminales. Por eso esa catastrófica obra alcanzó un escalón mayor en 1991, cuando los Constituyentes de ese año erradicaron de la Constitución Política de Colombia el nombre de Dios como fuente suprema de toda autoridad. Ahí están los resultados. En los últimos 30 años, en Colombia han sido asesinados dos Obispos y 84 sacerdotes católicos. El crimen de Roldanillo, sacude nuestras fibras más íntimas. Quién sabe qué desgracia nos deparará el destino, pues éste es implacable y justiciero. Lo refrendó la nunca dejada de lamentar tragedia de Armero, con la avalancha de 1985. Los abuelos armeritas sobrevivientes del desastre, recordaron en el noviembre nefasto la maldición que pesaba sobre ese pueblo del Tolima, en donde el 10 de abril de 1948 las turbas liberales enfurecidas, so pretexto del dolor por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán ocurrida el día anterior, sacaron de su iglesia al Párroco Pedro María Ramírez y lo asesinaron en plena vía pública, quien, en medio del tormento, alcanzó a pronunciar el terrible anatema: “De este pueblo no quedará piedra sobre piedra”. Ya, pues, horas antes de que los cuerpos de estos ciervos de Dios sean conducidos a la morada final, evoco las conmovedoras palabras postreras del discurso de José María Vargas Vila en el sepelio de Diógenes Arrieta en el cementerio de Caracas, cuando dijo: “Aquél que gritó ¡Lázaro, levántate y anda!, no ha vuelto a tocar puertas de sepulcros. Por lo tanto, descansa en paz”. Bogotá, D.C., 28 de septiembre del 2013.
Posted on: Sun, 29 Sep 2013 20:51:11 +0000

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