Pocas cosas hay más placenteras para una madre experimentada, - TopicsExpress



          

Pocas cosas hay más placenteras para una madre experimentada, aquella que tiene dos o más hijos revoloteando a su alrededor, que sentarse plácidamente en la arena de la playa y ver cómo se desenvuelven los padres primerizos en territorio hostil. Te da cierta sensación de poder, de portar orgullosa unos galones adquiridos años ha, con esa arrogancia tonta que da haber pasado ya por ello y haber sobrevivido para contarlo. Lo más divertido de todo es ver cómo inician su acercamiento al mar, con una estrategia cuidada, meticulosa y un estudio detallado de la arena que ni Rommel, amigos. Nada escapa a la improvisación tratándose de padres primerizos. Los reconocerán ustedes porque son los padres más blancos y ojerosos de todo el litoral, llevan gran cantidad de sombreros superpuestos, una capa de crema de seis centímetros de grosor y un niño semidormido y sepultado por algún tipo de tela que impida su contacto con el sol. Podrán verlos avanzar por el paseo marítimo cargados con cientos de bolsas como si acabaran de desmantelar su puesto en el Topmanta: la cuna de viaje, el ventilador, la sandía, la yogurtera, el esterilizador de biberones y todo tipo de enseres completamente inútiles en una jornada playil. Pero ellos aún no lo saben, criaturitas. En algún momento se pararán y discutirán, modo común de comunicarse entre primerizos, acto seguido iniciarán la maniobra de alzamiento de carrito a cuatro manos, papá delante, mamá detrás, lo que desencadena un bamboleo rítmico susceptible de tirar al niño al suelo. Al niño o alguna de las bolsas que cuelgan del carrito, pero algo caerá, seguro. A mitad de trayecto pararán y volverán a discutir. Usted los verá avanzar como sherpas, sudando, oteando el horizonte y tratando de visualizar un hueco en la playa donde su cría no corra peligro alguno. Jamás acamparán cerca de adolescentes con camisetas flúor y ojeras de similar tonalidad ni de lugareños con gusto por el juego de las palas. Esto es así. Cuando encuentren hueco apto mirarán el reloj y se darán cuenta de que por ese injusto desfase entre los horarios del neonato y los del mundo en general, ya deben regresar a tierra. Pero antes rescatarán al niño del carrito un momento para hacerle cientos de fotos en la orilla, un posado robado que podrán enviar a la abuela en cuanto lleguen al apartamento. Para ello sacarán de las bolsas la cámara de fotos, la de vídeo y hasta la grabadora, porque con el sonido de fondo de las olas quedan más bonitas las quejas de un bebé abrumado por el entorno. En algún otro momento impreciso volverán a discutir, por lo que sea, ¿Le has dado crema? ¡Mójale la cabeza! ¡No le mojes más! y luego, cabizbajos, emprenderán camino de regreso a casa. Sentada sobre la arena, como testigo mudo y agotado por el lío que acabas de presenciar, los verás desaparecer por donde han venido, sonriéndote por su extremo cuidado y ese desvivir absurdo del que siente que tiene entre manos una bomba a punto de estallar. Es entonces cuando miras a tu alrededor y te das cuenta de que 1) se te ha perdido un hijo, 2) el otro anda asustando a los vecinos de toalla y 3) el tercero, ése al que no has hecho ni una sola foto en lo que va de verano, está triturando arena con sus recién estrenados premolares. Mientras te planteas cuestiones absurdas sobre si eres o no buena madre se te olvidará lo verdaderamente importante… ¿dónde leches han quedado los “verdaderos días de playa”?…
Posted on: Wed, 24 Jul 2013 13:23:00 +0000

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