TEPEYANCO DE LAS FLORES Crónica de Cándido Portillo Abrazado - TopicsExpress



          

TEPEYANCO DE LAS FLORES Crónica de Cándido Portillo Abrazado por la hondonada de la cordillera proveniente del norte, y vigilado por su guardián el cerro Tzompitecatl, asiento de su población prehispánica, se encuentra Tepeyanco, en otro tiempo, la Babilonia de Tlaxcala, con sus jardines llenos de flores, donde Maxixcatzin, solía descansar. Tierra natal del valeroso Chichimeca Tecuhtli, aquel temible guerrero que arrebató, en combate, la bandera de los españoles y que el 28 de abril de 1521, al inicio del sitio a Tenochtitlán, dejara a la posteridad, el siguiente mensaje: Conviene que ahora mostremos nuestro valor y nuestro esfuerzo, y que solos, sin los cristianos, combatamos hoy (a los mexicas), para que estos perros entiendan, que sin la ayuda de los cristianos somos, como hemos sido, más poderosos que ellos, aunque ellos (sean) muchos más que nosotros, y los cristianos conozcan que también sin ellos podemos pelear y vencer. (1) El sitio terminó el 12 de agosto, con la captura de Cuauhtémoc, y donde Chichimecatecuhtli, junto con Axotecatl Cacomitzin, Señor de Atlihuetzia, fueron los reales vencedores. Así lo reconoció el mismo Hernán Cortés. Ambos Comandantes, por no aceptar la religión cristiana, fueron ahorcados en 1527. En el barrio Cadenatla vivió Tenamamazcuicuiltecuhtli, Señor de Tepeyanco y Comandante de escuadrones de los guerreros de Quiahuixtlán, en el Ejército de Xicohténcatl. Durante el inicio de la Alianza Tlaxcala-España, figuró en la Segunda División al lado de Cristóbal de Olid, que atacó por Coyoacán, cuando se sitió a Tenochtitlán. Su escudo era un águila plegada con una saeta en el pico, pero los franciscanos le agregaron el Agnus, representado por un cordero y una cruz de la que pende un colofón. En la jamba de la puerta de lo que fue su residencia, aparecen estas figuras simbólicas. Su hijo Tenamamazcuicuitecatl, heredó la riqueza, poder y títulos de su padre, siendo tratado con honores a su alto rango, incluso por los franciscanos. De Cadenatla al convento había 300 metros de distancia, conocido como Calzada Real, que recorría Tenamamazcuicuitecatl, rodeado de gran lujo. Cuando concurría a las ceremonias religiosas, era transportado en una litera hasta el atrio, desde donde entraba al convento, sentado en un sillón cubierto de cortinaje color carmesí, precedido de la cruz alta y los ciriales. A su muerte le tributaron grandes funerales. Los religiosos inventaron el cuento, de que al ser enterrado en el interior del templo, al día siguiente, su cuerpo se hallaba a flor de tierra, teniendo que sepultarlo nuevamente, pero reapareció de nuevo. Como era de esperarse, dijeron que “el diablo se lo había ganado por los múltiples pecados que cometió con sus 20 esposas.” Su cuerpo fue puesto en angarillas y conducido por dos de sus criados y un religioso, al cerro de Cuacuauhtla, en cuya cima se abre el abismo Pico del Buitre, que le sirvió de sepulcro. Se alarmó diciendo que este abismo tiene gran profundidad, quienes trataron de penetrar, no encontraron el fondo. Mensaje oscurantista que sirvió de instrumento para la conversión. Tepeyanco de las flores, población de renombre, por sus frondosas huertas, el follaje de sus árboles frutales eran tan tupidos, que en algunos casos, las haces de la luz solar se proyectaban como reflectores, los pájaros turbaban la monotonía con sus alegres cantos, y saltaban de rama en rama. Las mariposas revoloteaban sobre las húmedas arenas, luciendo el azul rey o el oro amarillento de sus alas. Las flores abundaban en variedad y color. Las aguas para el riego de sus fructíferos campos provenían de Acuitlapilco y de cientos de manantiales que manaban sus aguas cristalinas. Encauzadas por acueductos, de los cuales aún hay ruinas, tenían un color perlado, debido a las sustancias de las margas que recogen en la trayectoria del subsuelo. De aquella belleza paradisíaca del Tepeyanco de las flores, con lo que aún queda, puede percibirse la belleza natural y el placer espiritual que proporcionan sus raudales. “De aquella grandeza quedan los muros ruinosos del monasterio fundado en 1540-1554, tomando en cuenta que del mismo tamaño de la grandeza prehispánica, fue la importancia del nuevo asiento hispano. Aquí se educaban los hermanos seráficos, quienes, después de concluir su misión, retornaban al claustro, donde terminaba su vida. Organizaron centros de trabajo para explotar y catolizar a los indios. Los productos agrícolas eran llevados al granero de “La Santa Recolección de San Francisco de Tepeyanco,” edificio ubicado en las afueras del pueblo, del que en 1935, existían algunas ruinas. Los franciscanos atendieron la parroquia durante 1524-1643, año de la llegada del Obispo Palafox y Mendoza, quien nombró como Párroco al Lic. Joaquín López Durán. Sus arcadas, hacen recordar los arcos del triunfo del imperio romano. Todavía en 1935 asombraban su triple arquería de medio punto, que limitaba, por el norte, con la antigua explanada del convento, convertido en cementerio. En el fondo se levantó otro arco solitario, cerrado al meridión de la explanada. Es indudable que durante su esplendor en el siglo 18, estuvo guardado por una muralla que enlazaba las arcadas mencionadas, muralla desapercibida para dejar descubierto el panteón. La fachada del convento, de acuerdo a la tradición franciscana, mira al poniente, el frontispicio, al igual que las fortalezas ibéricas de la época de la conquista, es sobrio: Se trata de un murallón altísimo, desprovisto de ornamentación, con dos ventanales, arriba de la portada; el superior está coronado por un arco conopial. Dos muros flanqueantes, hacen las veces de torreones, custodian tan severo frontispicio. El monasterio debió ser enorme, a juzgar por la extensión que cubren sus ruinas, dice el Ing. Antonio Sosa, en 1959, agregando que “era casa de oración para los frailes y aula de estudio para hijos de los indios, morada de piedad para el pueblo y reducto de defensa para el naciente virreinato.” (2) Ostentoso lugar donde se prometió la riqueza del cielo, mientras en la tierra, frailes y conquistadores, despojaron a los indios de sus tierras. En este 1935 se conserva la iglesia deteriorada y abandonada por dentro, en el fondo del presbiterio aparecía una cuarteadura en un muro, el coro estaba desierto, los altares casi vacíos. En uno de sus retablos laterales había una inscripción que decía: “El Dr. Alejandro Fernández de la Cruz, Obispo de Puebla, concedió cuarenta días de indulgencia a quien dixere ante esta soberana imagen, las siguientes palabras: “Ave filia dei patris. Ave adatet et dei filis. Ave spota spud Sancta, ave templum totius trinitatis sanctisima.” Año de 1686. Estaba en ruinas, pero aún da señas de haber tenido largos dormitorios, numerosas celdas. Las ventanas viéndose están. El claustro derruido y por los suelos, no se pudo, ni aún por encima de los escombros, penetrar. Por fuera su fachada dice ser de las primitivas, friso como la de Cholula y similares, lo mismo por los costados, todos almenados, las ventanas con grandes derrames en igual disposición, vestido de magníficos sillares. Por dentro tristón, desmantelado y no del todo libre de estorbos y enseres. Podía distinguirse la gran tribuna con su celosía. No se podía distinguir el coro. Impresionan sus robustísimos muros, sin contrafuertes al exterior, sin pilastras o medias cañas al interior, para sobreponer techumbre de madera, y sin duda la tuvo, como el de Tlaxcala. Las bóvedas que se ven son casi de arista, cañón a tramos cortos, con lunetas de penetración, asentando ligeros arcos en repisas o mochetas con voluta inferior; rollo, no bola, ni piña, más modernas a todas luces.” Describía en 1959 el Ing. Sosa. (3) La parroquia de San Francisco, inconclusa por fuera en 1959, -faltan las torres- mira hacia el oriente con un frontis admirable de joya bizantina, luciendo complicados dibujos de azulejos. El interior estaba renovado recientemente. Excede a toda belleza imaginable, el decorado es de lo más rico, los motivos artísticos de la bóveda y los muros de la nave, son magníficos. En 1935, Luis del Refugio comenta que en “el interior hay ricos altares, el oro centellea doquier, y no solo lo antiguo, (lo) nuevo también. Barandillas niqueladas con bronce dorado, sobre graderías de mármol y bruñido tecali. Tiene el altar mayor 20 metros de elevación y por anchura 10, el largo de la nave es de 45. Dotados de estofadas estatuas grandes, muy regulares, en el nicho central San Francisco, estofadas las ropas, hábito y manto azul. Ciprés moderno, retablo de 3 cuerpos, armado en estípites, no en columnas, hacen un conjunto variado de singular perspectiva. La sacristía conservaba un baldaquín de plata maciza cincelada para la custodia y una pesada cruz argéntea, de hechura plateresca primorosa. El retablo churrigueresco del altar mayor es obra perfecta que pocos la superan. Cada detalle de las 21 estatuas, pinturas, columnas, arabescos, etc. sorprenden por su perfecta ejecución. San Francisco de Asís es venerado en excelente y antigua escultura de talla entera,” decía el Obispo Vera y Zurita en 1919. La piedra utilizada es cantera andesita o basáltica oscura, difícil de labrar, ruda en su aspecto, pero de duración a prueba de siglos. La capilla El Calvario es otra construcción de interés, se encuentra al sur, en la cima de una colina árida que domina el entorno de vista espléndida. Es posible que sea del mismo tiempo en que se construyó el convento, por aquella costumbre de contar, en las afueras de su recinto, de preferencia en un lugar elevado, como el Gólgota en Jerusalén, con una capilla, donde recordar el drama de la crucifixión. Es una capillita humilde y pobre, que tiene el mérito de su antigüedad y del soberbio panorama que atalaya. Los vecinos, desconociendo el valor histórico, la han deformado, adosándole en su fachada una horrible losa de concreto. En 1743, estaba integrado por los barrios Tecpanecatl, Cuahutequitl, Tlacochcalco, Chichimecatecuhtli, tal vez en honor de aquel valeroso Capitán; Ayapanco, Tizatlán, Ixquitlán, Xoquila, Atlamaxac, Tehuatzinco y Axoxotzinco. Además del monasterio y la parroquia, había dos capillas con sus cantores y sacristanes. Gobernado por su Alcalde Ordinario que en este año era Don Matías Juárez, cuyos colaboradores tenían el título de Oficiales de República, la clase popular era conocida como Naturales. (4) Actualmente tiene una extensión territorial de 20 920 km2 y es cabecera municipal y distrital. El tocado de sus danzantes es admirable. En la cabeza portan un taburete con enorme penacho de bellas plumas, cual sombrilla abierta de múltiples colores. Cuelga por detrás un gran lienzo de seda doblada en forma de romboide, con escarola en el centro, de la cual penden muchos listones de diversos colores. El pantalón es corto, regularmente de terciopelo negro bordado a colores, portan una chaquetilla corta, también bordada con hilos de oro o seda de varios colores, sobresaliendo el motivo decorativo que llevan en la espalda. Las mujeres también participan en la danza luciendo enaguas de seda blanca. Para reafirmar el origen prehispánico de su danza, bailan El Tlaxcalteco, y La Culebra, que semeja el movimiento de este reptil, en diversas direcciones, haciendo contorciones. Seguramente estas danzas se sincretizaron en 1870, cuando invadió en la Nueva España el baile popular llamado Polka. El traje es parecido al de los Charros de Papalotla. Encontramos los siguientes versos: Ochipitzahuac del alma mía/ Donde me llevas al medio día/ Ochipitzahua del corazón/ Donde me llevas a la oración. 1. - Andrea Martínez Baracs Tlaxcala, Textos de su Historia. p. 125, 1998. 2. -Antonio H. Sosa. Sol de Tlaxcala, 4 de enero de 1959. 3. - Luis del Refugio de Palacio. Joyas Franciscanas. México D. F. 1944, p. 50-56 4. - Tlaxcala Cultural. Tlaxcala, Tlax. , marzo-abril de 1971. p. 3.
Posted on: Thu, 08 Aug 2013 14:11:40 +0000

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