TRAS LA ESTELA DEL “DREAM” Dónde está la tierra que mis - TopicsExpress



          

TRAS LA ESTELA DEL “DREAM” Dónde está la tierra que mis pies no tocan solo veo un cielo preñado de estrellas qué largo el camino que hasta aquí me trajo y qué duro el destino que marcó mi meta. Tierra, cielo, camino y meta conjugáis vosotros mi existencia entera sin darme opción de elegir, siquiera si yo estoy dispuesto a vivir en ella. El frío me invade; me abruma la ausencia, nadie me acompaña; y a mi lado... nada; lejos... las estrellas. Aunque estén tan lejos quiero irme con ellas Javier Bilbao Elizondo TRAS LA ESTELA DEL DREAM Estas son las notas halladas en un viejo cuaderno bajo el colchón de una litera entre los despojos de un más viejo barco velero de no más de siete metros de eslora. No pude encontrar ningún dato que permitiese identificar el origen de la embarcación destrozada entre las rocas de una playa perdida en una pequeña isla del Pacífico Me costó trabajo traducir el texto deteriorado y manuscrito en inglés y aunque el tiempo y los elementos habían respetado una buena parte de la libreta, desgraciadamente el resto –varias hojas del principio y bastantes del final– se perdió para siempre. La palabra: “DREAM”, aparece en un pasaje del manuscrito en mayúsculas; ¿podría tratarse del nombre de la malograda embarcación?. Leyendo lo recuperado he ofrecido un sentido homenaje al desconocido navegante solitario que se entregó en cuerpo y alma al más íntimo abrazo de su mar querida. Los retazos de sus memorias aquí expuestos, a no pocos, estoy seguro, nos ayudará a soñar. (Sobre las versificaciones que aparecen he tratado de introducir los sinónimos más apropiados para, respetando su espíritu, conseguir una rima aceptable, que se perdía en la traducción. Por supuesto se conservarán íntegros en una posible edición del original) ☼☼☼☼☼☼☼ (Cinco páginas ilegibles……………..) …………………. «Hoy te escribo sobre el mar, sobre las olas rompientes que deshacen mis palabras, las convierten en espuma y los vientos las esparcen. ¡Que resbalen por tu cara y cuando a tus labios lleguen que te lleven el sabor de las aguas que me invaden!» « …… Se confunden las nubes con las olas sin que el peso supiera separarlas; suben las unas mientras las arrastran las otras, y yo con ellas disfrutándolas; y yo con ellas sin poder, sin querer, sin poder abandonarlas hasta que el tiempo decida por mi; dándole cara al destino; frente a frente. No es el momento de la verdad frente al enemigo; son las horas eternas ante la nobleza caprichosa y fiel de la Naturaleza. No trato de vencerla; ella tampoco. No es una lucha; es un acuerdo para el recuerdo. Porque si yo no la olvido, tampoco ella se olvida de mí; y me ama, posiblemente más aún de lo que la amo yo. Soy una parte importante de su grandeza. Después, la calma; la maravillosa, reparadora o insoportable calma que se prolonga durante siete días… y siete noches durante las cuales solo el reloj se mueve artificialmente, como un pecado de intromisión; “¿qué pintas aquí? ¿qué me estás marcando? ¿no ves que mi corazón sigue su paso sin tu ayuda?; ya no confío en ti; mi tic-tac es más certero. Me dan ganas de tirarte por la borda pero temo que, quizás, yo te siguiera… obedeciendo tu ritmo”. «No hay nada que hacer; cualquier idea se desvanece antes de tiempo. Por la noche me esfuerzo por oír a las estrellas pero la música de la luna me lo impide… y contemplándola me duermo. Se me aparece Isha en los sueños. Me reaviva los recuerdos; los recuerdos inolvidables que disfruto compartiendo. No tengo inconveniente en entregárselos porque siento que ella también los vive; para eso sirven los recuerdos; para nada más.» «Recuerdo aquel olvido que me hizo recordar los infinitos olvidos que tú me recordaste. Y olvido, al fin, aquel recuerdo pertinaz que empeñado en olvidar, de recuerdo me dejaste. Hoy lo olvido; ya no quiero recordar… para poder... olvidarte. » ………………………..…………(tres páginas prácticamente ilegibles)…………………………………..……………. «Trabajando fui feliz; jugaba a trabajar. En serio; nunca fui un “profesional”; jugué a serlo. Nunca me convertí en dibujante; yo jugaba con los planos. Nunca me hice escultor; el mármol, el granito y las piedras, millones de años más viejas que yo, me aceptaron en su juego y participé con gusto. Fue un privilegio que no me exigía entrenamientos agotadores. Si me puse un buzo de trabajo fue porque así me sentía mas integrado en el equipo. Y como recompensa gané mi libertad. No podía imaginar que mi libertad midiese solo siete metros. Un barco tan pequeño cargado con toneladas de ilusión dispuesto a dejarse acariciar por el viento». «Dos pares de calcetines gordos,, un par de calzoncillos, un bañador (prescindible), dos pantalones de abrigo, dos camisetas finas para protegerme del sol, dos jerséis o chaquetas de abrigo, un traje de agua completo, un pantalón corto (para gestiones en puerto), un gorro de lana y otro ligero, traje de neopreno, aletas y máscara de buceo, una armónica y mi acordeón, mis recuerdos y mis sentimientos; renovados, cada día, cada hora, incluso los que me definen. Jabón, cepillo y pasta de dientes. Es todo lo que necesito transportar para ¿seguir siendo yo? en cualquier lugar…. No ha sido fácil calcular el equipamiento; el peso de mis ilusiones crece sin orden ni previo aviso; mis setenta kilos de tara apenas han oscilado en veinticuatro semanas, sin embargo las toneladas de ilusiones, en imparable aumento, hacen peligrar en no pocas ocasiones la continuidad de mi travesía. Muchos miles de kilos van quedando en cada isla pero son reemplazados por sentimientos mucho más difíciles de transportar. Hago grandes esfuerzos para no convertir los unos en los otros. E intentaré regresar con las suficientes ilusiones para volver. Mucho estoy dejando pero me traigo mucho más, y aunque mi intención nunca fue hacer un balance, así resulta». «Me entrego a la mar enamorado, confiado, consciente e ilusionado. Siempre fuimos amantes; ella mucho mayor que yo, en edad, saber y extensión; yo mayor que ella en voluntad. La mar no tiene voluntad propia; la mar, el mar, actúa por reflejo. Se queja, se tranquiliza, protesta, se enfurece, siempre por causas ajenas, y por lo tanto siempre se lo justifico todo; es lo que tiene el amor. Y todo ello me asombra y ante todo muestro mi admiración; siempre he sido así y los años no han impermeabilizado mi piel ni mis sentidos ante cualquier manifestación del milagro de la vida, y es que el milagro es la vida misma. Por eso dejo que ella marque mi rumbo; ella es mi piloto; a veces se lanza en un veloz vuelo, a veces se detiene, otras gira y retrocede?, caprichosa… pero nunca equivocada». «Temo (es lo único que temo) al regreso a tierra, donde los pies puedan echar raíces y me inmovilicen. El amor de la tierra es posesivo, el de la mar es solo amor; mar de amor, amor de mar, y su amor me atrapa sin ataduras. En la mar no puedes detenerte sin recurrir a la tierra; en ella, en la tierra, que siempre se encuentra más abajo, tienes que afianzar el ancla si te quieres detener… y si ella, la mar, te lo permite, porque cuando su respiración –el viento– se agita adquiere la fuerza suficiente para romper cualquier cadena. Eso es “la mar”: cuerpo y alma, agua y viento; “el mar” es solo su cuerpo: se ve; la mar se siente… incluso cuando se queda dormida, por eso es difícil sentirte solo en ella; acompaña a tu cuerpo y dialoga con tu alma. A veces, muchas veces, parece que habla pero no es así; eres tú mismo que respondes a sus preguntas –que siempre son las tuyas; las que no habías tenido tiempo de responder– y escuchas sus consejos –que son los tuyos; los que no habías tenido fuerza para seguir–. Es tu propia compañía la que encuentras mientras te arrullan sus senos». «Y me siento rico. Inmensamente rico. Soy de esos muchos ricos desconocidos que lo tenemos todo; todo lo que no se puede comprar con dinero: el infinito amor por todo lo que me rodea; por mis recuerdos; por mi presente; por lo que pueda venir; por lo que he hecho y por lo que me queda por hacer; por mis errores pasados, presentes y futuros; por la vida, en fin; una vida a la que amo tanto que siento que no me pertenece y a la que no me importa perder; porque ella es libre, y con ella yo. No me importa si estoy equivocado o no; es mi decisión y he decidido que la decisión sea de ella; y, paradójicamente, así me siento más libre: cediéndole a ella mi propia libertad. Sólo en la soledad más absoluta se puede sentir tan infinito amor. Estoy enamorado y solo quien se haya enamorado de verdad –o de mentira; nunca se está seguro– me puede comprender». «Soy consciente de que es un viaje sin retorno, por eso nunca mis experiencias podrán transmitirse a nadie y eso las hace más íntimas; absolutamente íntimas. Si un día llegan a ti éstas anotaciones no te servirán para nada; vienen de otro mundo. Incluso para mi, si algún día regreso a tu mundo, presiento que no las identificaría. No tendrán más valor que el relato de un sueño, y quizá te sirvan para soñar; solo para soñar». «Llevo dos cuadernos. En uno anoto, rutas, rumbos y lugares con su nombre y localización geográfica y temporal. Es lo que se llama el Cuaderno de Navegación. En el otro, en éste, nada de eso encontrarás; solo las sensaciones ilocalizables por viajeras e intemporales por duraderas. No te voy a contar, pues, aquí, de qué colores es el mar cuando lo ilumina el sol, la luna, las estrellas o su misteriosa luz propia. No te mediré la altura o profundidad de las olas ni la tensión relajada de un perfecto espejo hasta mas allá de todos los horizontes; esas cosas no caben en un cuaderno, como no cabe en ninguna foto la desnuda sinceridad con que se viste la sublime humanidad de los habitantes de los mundos–isla que he visitado con un respeto reverencial y con temor a contaminarlos solo con mi presencia. Nunca enseñaré tales fotos; las dibujaré una a una para permitir que mis emociones conduzcan al lápiz dotando de sus vibraciones a cada trazo. Quizá, estoy seguro de ello, más de una lágrima emborronará la silueta de algún cuerpo de mujer. Los recuerdos, a veces, se manifiestan físicamente de esa forma. Me gustaría tener un microscopio para poder comprobar si en una lágrima caben tantas imágenes. Sé que caben muchos sentimientos, pero los sentimientos no tienen cuerpo, solo pesan. Por eso no se van con las nubes ni se los lleva el viento que besa, acaricia o agita mis velas, y quedan anclados a mí. A veces tratan de arrastrarme con ellos pero la cadena, aún a mi pesar, resiste, y en muchas ocasiones se lo agradezco». «Aquí todo es de verdad, en la medida en que la verdad exista, la alegría y la tristeza. Pero yo no quiero la tristeza de la verdad. Es triste la verdad cuando nos vuelve triste el alma. Por eso existe la mentira, que hace que la vida sea soportable; razón suficiente y necesaria por lo que la justifico. Se que un día moriré, como todo ser humano: eso es una triste realidad, pero no hoy, no ahora; ¡ahora no moriré!: construyo ésta mentira porque no quiero que aquella verdad se apodere de mí. No quiero que la verdad tenga siempre razón porque quiero seguir siendo feliz. Tampoco quiero tener razón yo, porque quiero seguir siendo feliz, y estoy abierto, dispuesto, esperando la mentira. La necesito sin rectificación: ¡Miénteme!; pero miénteme siempre; hazme creer, te lo ruego, que me amas, incluso cuando ya dejes de hacerlo… si alguna vez lo has hecho, para que yo siga siendo feliz. …………..Y vive tu libertad, mientras tanto yo seguiré disfrutando de la deliciosa mentira de tu amor. Habrás colaborado en la creación de un mundo para mí, tan real o tan ficticio como el tuyo; Te seguiré queriendo cada vez más por eso. Nunca podré pedir eso a los peces ni a las gaviotas que me rodean y me visitan; su voluntad está limitada; la tuya no; la tuya te pertenece. No es su voluntad servirme de alimento aunque a veces lo parezca –hay noches en las que los peces voladores o pequeños calamares caen en la cubierta después de chocar con mis velas– y yo entonces les arrebato la vida, para convertirla en mía. Para que tú me sigas alimentando siempre debes de conservar la tuya, y en toda su plenitud. ¡Miénteme!, te lo suplico ¡pero miénteme siempre!». «Es gratificante sentir el abrazo y los besos de una mujer cuando me encuentro solo en alguna parte del Océano. Un abrazo cálido, íntimo, integral y henchido de amor, y saboreo sus besos en mis labios, en mis ojos y en cada poro de mi piel, y a ellos me entrego. Su nombre es Brisa –(Breeze, en el original)–, y a brisa huele su intimidad, y su perfume me impregna acompañándome durante toda la noche; lucho contra el sueño para disfrutar durante su fecundación siendo ella la que me penetra. Y el milagro se realiza: gravidez ingrávida; preñada mi feminidad, me vence el sueño. Ahora soy Dios y Diosa hecho hombre, convertido en Dios; ahora creo en Dios; ahora creo en mí. Me siento nuevo; soy nuevo. Aún no se si sigo siendo un hombre, mujer, niña o niño. Solo sé que «soy», y que tengo todo por aprender; es la única consciencia que decido conservar de mi vida anterior. Acabo de nacer como consecuencia de una fantástica noche de amor entre mi vieja persona y una eterna, pero siempre nueva, brisa marina en el arrullo del silencio y la luminosa penumbra de la soledad. No hay nadie más; no existe nada más. Agua infinita, a la que llamaré Mar. Aire azul infinito, que llamaré Cielo, y un asombroso disco de luz y calor, al que llamaré Sol. Presiento que seremos amigos los cuatro y que de su amistad saldré beneficiado, pues yo necesito a los tres y a ellos no puedo reportarles nada, así que desde ahora les prometo todo mi respeto… y amor. Tendré también que aprender qué significan respeto y amor. Si algún concepto perdura en mis genes heredados quiero olvidarlo, para que todo sea nuevo; todo me pertenezca y nada sea mío. Me siento feliz; no me preguntes por mi felicidad; no te la puedo explicar; me la acabo de inventar. Déjame disfrutarla. Quizá luego quiera, necesite, compartirla contigo». «¿Qué han hecho con nosotros, que nos avergüenza confesarlo cuando somos felices?» «He sentido una extraña sensación de abandono cuando el gran disco de luz y calor, al que he llamado Sol, me ha adelantado en mi camino y se va acercando de nuevo al agua, a la que he llamado Mar. ¿Y si se va para siempre?. ¿Quizá no he sabido seguirlo y eso era lo que esperaba de mí…?. Creo que juega y eso me infunde esperanzas, pues antes de desaparecer completamente, ha ido dejando tras él algún pequeño punto de luz que poco a poco se multiplica por miles; ¿se habrá ido rompiendo por el camino? ¿o se ha deshecho en infinitas chispas al sumergirse en el agua?. No se cómo actuar y decido disfrutar del sublime espectáculo, hasta que, horas después, el Sol se reconstruye de nuevo tras de mi estela, y reaparece, completándose, hasta alcanzar todo su esplendor, y el sueño me vence, y ante él me rindo… agradecido. Ya sé lo que es el día… y la noche. Me gustan. Quiero más días y más noches». «Veo tierra a unos veinte grados a estribor; es un archipiélago. Recojo el contrafoque de la amura de estribor, y despliego, con precaución la vela mayor. El barco se escora a babor cuando pongo rumbo al noroeste. Me hace ilusión pisar tierras desconocidas. Sin saber porqué ni para quien, silbo con fuerza soplando entre los dedos. Solo las focas me oyen sin aparentar ninguna sorpresa. El sol está alto y ellas retozan tranquilas, indolentes. Solo cuando me acerco a nado y me pongo en pié sobre la arena los grandes machos se inquietan y miran preocupados. Y amenazantes consiguen preocuparme a mí. Bordeo la comuna para observarlas. Ninguna huella en la playa delata la presencia de un humano. Miles de miles de pisadas palmeadas de gaviotas, cientos de cientos de anchas estelas desperfiladas tras el arrastre de las focas y zigzagueantes canales floreados por los vientres y las uñas de las iguanas, pero no hay señal de pies humanos. Lucho ante la tentación de pretender que mis pisadas queden allá atestiguando mi presencia, y lucho ante la tentación de ponerme a barrerlas de forma compulsiva. Al fin opto por que sean ellas, las dueñas de la isla las que se encarguen de difuminarlas; probablemente ni tendrán que tomarse esa molestia pues el cielo… (¿iba a decir amenaza?) esta construyendo una tormenta para liberarse de toneladas de agua acumulada en oscurísimos nubarrones. Si me doy prisa podré reponer mis depósitos de agua dulce. Vuelvo a nado al barco y regreso con dos bidones de veinte litros y una pequeña pala de zapador. Con prisa y tras varios intentos fallidos por la aparición de roca bajo la arena, consigo enterrar los bidones en lo más alto de la playa y extiendo una lámina de plástico de cuarenta metros cuadrados sobre la maleza que continúa en pendiente ascendente. Como aún no ha reventado la tormenta me apresuro a levantar una protección, seguramente inútil, que evite que el mar agitado inunde mis bidones, y regreso a mi refugio. La tormenta pasa de largo». «Ha sido un día lleno de sol convertido en una tarde de nostalgia. Todo se ha vuelto gris y frío… fuera de mi cuerpo. Son mis versos los que aquí te escribo; léelos pues aún son míos, y no los quiero. ¿Para qué; para quién los digo? Para ti; para ti yo escribo: son tus versos, si los has leído. Y ahora los quiero; son mis versos, en tus versos convertidos. ¿Será esto el egoísmo? ¿El auténtico y frío egoísmo, sentir la necesidad de ser querido solo por el placer de sentirse querido? ¿Cuando nada tienes ya por aportar? ¿Cuando solo eres capaz de recibir? ¿Ni siquiera eres capaz de dar? ¿Cuando ya nadie necesita de ti y, aún así, te aferras a la vida?. ¿No es la vida un intercambio? ¿Un “ser”; no un “estar”? ¿No es “estar” el único verbo intransitivo de verdad? y la vida es tránsito; sosegado o explosivo tránsito. Todos los seres asumen su ciclo con dignidad… excepto el hombre, que incluso consciente (¿consciente?) de su inutilidad e inconsciente de su ofensiva existencia persiste en apropiarse de la vida». «Me dices tú: Con los pies en la tierra, te quiero, amor; con los pies en la tierra, te quiero yo. “Con las alas cortadas…”–respondo yo– “con las alas cortadas, nadie voló. Y volando, cariño, seremos dos. Sube a mi barco; zarpemos juntos. Cédele al mar tu voluntad, que el viento es sabio y siempre va en busca de un sitio en paz”». «“Al andar se hace el camino…” ¿Para qué quiero caminos, si lo que quiero es andar? ¡No hay caminos en la mar! La mar, el mar, mi mar; Mí mar…, mimar el mar… Tu mar. Tomar el mar, –como tomas el sol, el aire, la libertad– donde no hay caminos equivocados porque el destino es andar, y donde no es fácil volver a tropezar con la misma piedra; me cuido mucho de no tropezar; amo a mi DREAM (*), que es mi verdad; mínima tierra donde apoyar mis pies descalzos, sin el peligro de echar raíces, viviendo el riesgo de naufragar, pero ¡viviendo!; donde lo amado no queda atrás porque mi proa puede encontrar miles de formas de regresar, aunque lo amado no espere ya. (*) Deduzco que se trata del nombre del barco Y nada reprocho; de nada te culpo. Fue tu vida y es tu vida; eres así, me guste o no. Nunca se abandona a quien respetas. Nunca abandonamos a un pájaro, que nació libre, por dejarle la jaula abierta; ¡nunca debimos de cerrarla!. Pero tampoco interpretes como un ejercicio de amor el devolverle la libertad; no lo es. A veces cuesta mucho desprenderse de lo ajeno; yo lo sé». «En soledad, con el viento, como único infiel compañero, empecinado en entrar… para no quedarse, y obsesionado en salir para volverse a marchar... sin concederme el placer del abandono ni ofrecerme el favor de acompañarle. Ahí está. Ahí ha estado toda la noche dejándose oír. Y ahora sigue ahí dejándose ver. Y desde ahí me acosa; salvaje, zarandeando las velas, se desuella en las rendijas y golpea en la escotilla; brama, gime, implora, exige, se lamenta y huye; se doblega, regresa, cede y llora, y al instante se enfurece, vuela y vuelve cabalgando en su violencia y blandiendo su amenaza. ¬¡No te necesito! ¡No me haces compañía! ¡Tú, te acompañas solo, como un borracho desesperado! ¡No quiero ser testigo de tus fechorías!» «Al fin he descubierto lo que me ocurre: estoy enfermo. Enfermo de una extraña enfermedad que me ha convertido en un ser único; como tú, y por lo tanto tan diferente a ti. Esto me condena a vivir aislado. Quizá es lo que deseaba. Sea como sea es lo que me toca y no voy a hacer nada por curarme. Siempre podré pensar que son los demás los que están enfermos, aunque la razón –y las estadísticas– se empeñen en demostrarme que estoy equivocado. No es ningún problema. No existe ningún problema cuando, simplemente, no buscas ni necesitas resolverlo: “«Hallar el valor de x para la siguiente ecuación…»” ¡No quiero!. ¡No necesito; no me interesa el valor de “x”; ya tengo el valor de “y”; de la “y” de mi “yo”!. Si todos conociésemos el valor de nuestras “y” nos preocuparían menos los valores de “x”. Quizá descubriéramos el valor de “y” para “x” igual a infinito, para todos los valores de “x”, y quizá nos sorprendiera que también “y”, la “y” de nuestro “yo” podía alcanzar el valor del infinito; de un infinito irreal, imaginario, entero, fraccionario, o infinitamente decimal. Quizá nos conformáramos con alcanzar a comprender que, simplemente, podemos… asignarle un ¡valor!». «Hoy ha amanecido un buen día. Como no se lo que durará voy a intentar aprovecharlo cuanto antes. Llamamos un buen día al día soleado y lo suficientemente cálido como para no precisar de ropa que nos cubra, pero la Naturaleza no se ha creado para nosotros, solo para nosotros, y todos los días son buenos para ella. El sol es tan necesario e imprescindible como la sombra, las nubes, la lluvia, el calor y el frío; gracias a su alternancia la Tierra es habitable. Tampoco el estado de ánimo de las personas es siempre el mismo pero eso carece de importancia cuando se disfruta de la soledad». «Llevo unos días comiendo muy poco; no tengo hambre; no siento hambre; por lo que pienso que es suficiente mi alimentación. Y no estoy enfermo; no, al menos, físicamente; simplemente no consumo tanta energía; quizás debería de hacer más ejercicio para que mis músculos se mantengan en activo. He jugado y me he divertido con las focas y con los delfines, pero temo a los tiburones y a las rayas manta que rodean a mi barco. Me gusta verlos devorar los excedentes de mis pescados aunque eso les anime a continuar haciéndome compañía; al fin y al cabo estoy ocupando su espacio y me siento un intruso entre ellos, sin otra razón para mi presencia que sentirme feliz. Pienso que ser feliz es un derecho cuya satisfacción debería ser de obligado cumplimiento. Así se aprende a amar… y a sentirse amado; amar a la vida y ser amado por la vida. Y eso es Dios; cuando tú eres su Creador… si lo necesitas. Yo ahora creo que no lo necesito; tengo lo suficiente». «Hoy es un día para la tristeza. Si no le planto cara, hoy puede conseguir vencerme. Pero no sé si debo rechazarla y enfrentarme al riesgo de ser derrotado o dejar pacíficamente que me acompañe y aprender también de su sabiduría. La tristeza no es desesperación; ni mucho menos. En la tristeza hay pasividad pero también en los momentos más felices he disfrutado de una pasividad absoluta; porque no apetece hacer nada y nada es necesario hacer. Hoy es un día para la tristeza. La tristeza debería estar incluida en la relación de fenómenos atmosféricos que nos proporciona las predicciones meteorológicas: “mañana nubes de evolución sobre tal zona, y tristeza persistente sobre tal otra”, porque la tristeza no es un estado de ánimo exclusivo de las personas; el vuelo de las gaviotas es triste; tristes son sus gritos, cuando hay tristeza en el ambiente. El mar está triste y no saltan los delfines. Suelto las drizas de las velas y éstas oscilan tristemente, y las nubes, que lo cubren todo, se vuelven de un color gris triste. ¿Serán ellas las que transportan la tristeza?». **** LUNA ¿Luna Nueva?, ¡Falso!: la misma Luna. ¿Luna oculta?, ¡Incierto!: Luna en sombras. ¿Luna oscura?, ¡Nunca!: si el Sol la alumbra, ¡que tú no ves! ¿Qué te gusta ver en la Luna?, ¿Su sonrisa… o tu esperanza?... O su desdén Me reencuentro con la luna; llena, nueva por llena, espléndida, y se me ofrece desnuda, entera y la tomo; la acepto con amor. Me ha esperado: siempre espera, y siempre se ofrece a quien quiere aceptarla. Tiene fama de mentirosa, pero son los celos de mujer los que la insultan; no hay una más sincera y fiel. A su manera es fiel: me acompaña toda la noche. Me conoce tan bien que no preciso contarle nada; no creo que le importe; ella sí que me habla a mí… siempre en silencio. Las palabras no sirven para decir verdades; las deforman; las trastocan y las malinterpretan. Las verdades no se pueden decir ni escribir; solo se sienten y solo sirven para uno mismo, aunque, a veces, no nos gusten. Es lo que tiene la verdad. Ha amanecido. Ahora es el sol el que se ha travestido de luna a través de la niebla. Ocupa su lugar pero sufre por imitarla: le cuesta mucho disimular su potencia masculina y en cuanto desaparezca el velo se mostrará en su plenitud. Vivificador, amable, implacable, cruel, para luego desaparecer dejando siempre un rastro de nostalgia. Nostalgia y esperanza. La nostalgia se alimenta del pasado, la esperanza del futuro. ¿Hay presente?. Sin pasado y sin futuro es difícil situarlo; y yo necesito manejar distancias. El triángulo es preciso en la localización del espacio; la distancia necesaria en el tiempo. Basta la distancia; sin ella oscilo en la recta entre sus dos extremos, y puedo arrastrar conmigo al espacio: es mi espacio. Ayer estuve cerca de ti, y mañana puedo acercarme aún más, pero hoy puedo estar muy, muy lejos, y aún así, el ayer, el hoy y el mañana permanecen unidos por la recta del tiempo. Navego, sigo navegando con rumbo al luego con las velas desplegadas para que las empuje el tiempo, que es un viento constante, continuo, y de fuerza imprevisible. Atrás queda el pasado, siempre queda atrás el pasado donde aún persiste la estela de mi paso; de nuestro paso. Una larga travesía ininterrumpida de cuarenta y tres años en la que abusé –abusamos- demasiado del piloto automático… Automático. Y aquel mar, al que no volveré, al que no volveremos, merecía más atención. Allí estaba también la luna, la misma luna que ahora me enamora, y el sol, el mismo sol que ahora intenta someterme, y los vientos, y las mareas, las tormentas que ahora me esfuerzo por superar sin experiencia a pesar de los cuarenta y tres años de navegación. Pero bien o mal, volando o en calma sigue el rumbo al luego, en solitario, en la plenitud del solitario, con la vehemencia del solitario. Confío en no volcar, y si ocurre, con paciencia se restablece el orden. Solo el hundimiento es definitivo. El naufragio es el fracaso que hay que evitar a toda costa. *** «Si, definitivamente creo que es el sol, ese disco blanco que recién he descubierto, quien nos da calor, luz y alegría para la vida. Y como sé que está ahí, sobre las negras nubes, esperaré a que reaparezca, tratando de convencer a las gaviotas, al mar, a los delfines y a mis velas de que así será; yo poseo sobre todos ellos el don de la esperanza. Y mi acordeón lo sabe aunque me respeta con su melancolía; no podía ser de otra forma porque su canto, su lamento, lo forma el mismo aire que yo respiro. Aspiro aire puro, limpio, impregnado de la tristeza meteorológica; mi acordeón también. Y expulso aire desoxigenado, envenenado, convertido en CO2; él, en cambio, expulsa el mismo aire puro que ha inspirado, pero ahora enriquecido además con sus vibraciones, con sus suaves acordes de música dulce que mis torpes dedos acaricia lentamente». «A primeras horas de la tarde el cielo ha cedido abriendo grandes claros de un límpido azul que, de inmediato, se ha derramado sobre el mar, y el sol ha demostrado su benéfica presencia. Todas las criaturas hemos respondido agradecidas dejándonos desbordar por la alegría contenida. Pequeñas nubes evanescentes se disuelven sobre la cubierta y cuando pasan bajo el sol solo lo filtran tenuemente acentuando los dorados salpicados sobre el mar, sobre la mar engalanada con brillos más puros y preciosos que los del oro metálico que aquí carece de todo valor». ***** «He pasado ésta noche en tierra; una pequeña isla asombrosamente poblada de árboles extraordinariamente frondosos y variados. Paz, sosiego, calma y silencio. Los fantasmas de la noche huyen vestidos de tenues y sutiles gasas blancas sobre la tersa superficie del mar a los primeros rayos del sol que aún no asoma sobre el horizonte. Me envuelve el silencio del canto mudo de cientos de pájaros que llega a mis oídos sordos. Los veo cantar y recuerdo su sonido; eso me basta para sonreír y saludar al día que comienza sin despertar aún a los árboles; duermen con la liviana rigidez de un cuadro y espero pacientemente su lento despertar. Las hojas más jóvenes del fresno comienzan a desperezarse como niños deseosos de jugar, pero el silencio de mis oídos les aburre y vuelven a dormitar. Al parecer la grave presencia del plátano y la impresionante quietud del moteado álamo les infunden respeto. Vuelven a agitarse pero solo juegan entre ellas, calladas… ¿o quizá canten también como los pájaros y yo no recuerde su voz? A mi ruido llamo silencio y a tu ausencia, soledad. ¡Qué bien has hecho, ave de paso de alzar en vuelo tu libertad! Pero si vuelves, te lo suplico, pasa de largo; que yo no oiga tu voz cantar. Déjame solo, sigue volando …………………….» (a partir de ésta línea, el resto está ilegible) ✹✹✹✹✹✹✹ Durante el resto de mi travesía, el mar, la mar, cambió de voz. ¿Se sentiría culpable…?, ¿o solo emocionada disfrutando de su compañero, para la eternidad? ******* javier bilbao elizondo
Posted on: Wed, 16 Oct 2013 19:24:34 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015