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UN POCO DE HISTORIA... Mucho se ha discutido sobre el origen de nuestro deporte: El rugby. Cuenta la leyenda que una tarde de Noviembre de 1823, un estudiante ingles que cursaba la tesis en Teología en la escuela pública de la Ciudad de Rugby, durante un partido de fútbol tomó la pelota entre sus brazos y corrió con ella, dando origen al juego del rugby. Ese joven era William Webb Ellis. En aquel entonces nadie protestó pese a la evidente trasgresión. Y no solo ello, muy pronto su gesta tuvo entusiastas imitadores en otros colegios y universidades inglesas. Esa historia-leyenda, mezcla de ficción y realidad, encuentra sustento en varias crónicas y textos de la época. A decir verdad, existen en la historia muchas otras corridas como las de William Webb, pero indudablemente fue ésta la que generó adhesión y magnetismo entre los presentes, sentando los gérmenes de un nuevo y grandioso deporte. William Webb Ellis había nacido el 24 de Noviembre de 1806 en la Ciudad de Salford, Inglaterra. Si bien es considerado el inventor del rugby por su gesto inmortalizado en leyenda, una vez egresado del Colegio del rugby no volvió a tener contacto con ese deporte. En 1825, dos años después de aquella recordaba tarde, ingresaba en la universidad de Oxford, donde se convertiría en un eximio jugador de cricket. Fue la escuela de rugby, gracias la consideración deportiva de sus directores como Thomas Arnold donde el rugby creció en adeptos y en consideración pública. Leyenda o realidad, esta claro que la obra iniciada por Ellis hubiera sido incapaz por si sola de transformar la realidad deportiva de entonces y de producir cambios tan profundos como los que se sucedieron en aquella época con el surgimiento del rugby. Si el nacimiento de nuestro juego fue obra del joven William Webb Ellis, no hay dudas que el artífice del desarrollo y difusión del juego fue merito del inglés Thomas Arnold. Tras estar casi una década formando alumnos en la Universidad, ingresó como Director de la Escuela de Rugby entre 1828 y 1841. Fue ordenado diácono de la Iglesia en 1818, en Laleham, Inglaterra. Sus fuertes convicciones religiosas le hicieron transformar por completo la pedagogía de la institución, construyendo un modelo diferente al de las demás escuelas públicas. Arnold concibió el deporte como un medio eficaz para que los jugadores se conviertan en buenos cristianos. Así, utilizó al rugby como instrumento para la consecución de sus propósitos y objetivos. Desde su lugar logró producir una verdadera revolución educativa, en una época caracterizada por el desapego a las reglas y la poca disciplina imperante. Su reforma en la enseñanza alcanzó tanto prestigio y notoriedad que fue adoptada por el estado inglés. A partir de allí muchos otros países adhirieron a esos métodos. El grado de magnetismo y adhesión que generaron sus ideas desembocaron en la creación de una especie de secta denominada “Escuela de cristianismo muscular”. En efecto, la vinculación del deporte y religión supuso el surgimiento de un movimiento nuevo representado por la labor de los antiguos alumnos de los colegios públicos dedicados a fundar clubes deportivos. Los clérigos desarrollaron el deporte como medio para controlar la disciplina y el comportamiento de los alumnos. De allí que, durante el siglo XIX, la mayoría de los clubes deportivos ingleses fueran fundados por instituciones religiosas o se establecieran en torno a parroquias o iglesias. Debido al auge experimentado por el nuevo deporte, quienes lo practicaban se vieron en la necesidad de reglamentar el juego. Los alumnos del Colegio de Rugby lo oficializaron como deporte dictando algunas reglas en 1841. El 7 de Septiembre de 1846, los alumnos de la Escuela de Rugby se reunieron en una asamblea y elaboraron las primeras reglas escritas sobre el juego, las cuales fueron luego adoptadas por diferentes colegios y universidades. Fueron tres alumnos de entre 16 y 17 años llamados William Delafied Arnold (hijo del rector Thomas Arnold), WW Shirley y Frederick Hutchins que redactaron las primeras reglas en el Colegio de Rugby en representación del comité de ocho alumnos que se encargó de establecerlas. Pero como sucede en otros ordenes, el juego dividía aguas en los colegios ingleses. Para algunos seguidores despertaba entusiasmo y fanatismo, pero para otros algún que otro rechazo y desaprobación. Para entender a un sector de la sociedad que se oponía a la práctica del rugby bien vale la pena un ligero repaso sobre el fútbol en aquellos tiempos. Por ese entonces los jugadores podían impulsar la pelota con cualquier parte del cuerpo y debían llevarla hasta la línea de fondo del terreno rival. La pelota podía ser llevada hacia adelante de cualquier manera, e incluso se la podía tomar con las manos, aunque tan solo para detenerla y luego patearla. Se permitían los puntapiés y zancadillas (siempre por debajo de la rodilla) y muchas veces terminaban formándose grandes montoneras (o scrums), en las que disputaban la pelota ambos equipos. Los jugadores más grandes y fuertes llamados “caballos de batalla” eran los encargados de esa tarea. A su vez, quienes esperaban la obtención de la pelota para correr con ella hacia la meta contraria se los denominaba “brigada ligera“. Cuando el rugby nace y se prolifera, había muchos sectores reacios al cambio y ejercían una tenaz resistencia porque entendían que los alumnos comprometidos con ese deporte perderían coraje y virilidad. Vale la pena también, detenernos en observar el panorama que presentaba el rugby en esta primera época. En aquel entonces el juego se practicaba con idéntica pelota que el fútbol tradicional, en terrenos gigantes y entre centenares de integrantes de cada equipo. Hará falta esperar hasta 1850 para suplantar el balón redondo por el ovalado, formado por una vejiga de cerdo hinchada y cubierta por una envoltura de cuero. Otra innovación importante se produce en torno al referato en 1871. Al comienzo el árbitro contaba con poca autoridad y por ende su figura tenía escasa importancia. Tan solo contaban para su tarea con un pañuelo blanco (o banderín) en la mano, el cual se agitaba cada vez que el jugador cometía una infracción. Además llevaban consigo una libreta de penalizaciones. La introducción del silbato le otorgó al árbitro una herramienta inigualable para hacerse escuchar e impartir autoridad durante un partido. Tal innovación data del año 1883.
Posted on: Thu, 25 Jul 2013 01:58:21 +0000

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