Viajo por tierra de Xalapa al Aeropuerto del DF maldiciendo la - TopicsExpress



          

Viajo por tierra de Xalapa al Aeropuerto del DF maldiciendo la música pegajosa que escucha el chofer. Voy leyendo a Mario Bellatin entre lamentos huecos, quejas idiotas de diferentes enamorados elementales que entonan por turno melodías previsibles con percusiones y cuerdas machaconas, ideas paupérrimas del amor mientras la voz Bellatin me llama como puede, imperiosa, a un lugar de mí misma que reconozco e ignoro al mismo tiempo. Ahí adentro se sufre observado, rodeado por discursos psicomédicos impotentes que revelan su absurdo pintoresco. Ahí adentro es un lugar: el monoambiente en la azotea a la que un paciente acude una y otra vez a ver si sirve de algo, porque allí lo esperan un psicoanalista con su esposa en silla de ruedas dispuestos a trabajar su enfermedad como si ese triángulo absurdo y claustrofóbico que dibujan no fuera parte del problema. Ahí adentro sólo existen el dolor, el disparate y una serpiente mordiéndose la cola que me hace reír y me angustia. Sin embargo el pasivo paciente lleva algo hasta ahí arriba, hace lo único que hace, lo único que sigue: escribe. Escribe y avanza por túneles al pasado infinito, avanza a un absurdo elemental, a una clave loca que sin embargo calma. Cura. También avanza mi autobús pero yo me detengo, releo varias veces un párrafo y pienso: deprimido, encerrado, entregado con paciencia al caos de enfermedad que lo trabaja como la gubia horada implacable a la madera, él paciente escribe y su escritura crece con impaciencia insólita, pegada al instante. Leo y releo un párrafo y pienso en pasadas depresiones en que yo también quedé inmóvil y negra pero mi escritura siguió, bullendo inconducente, registrando mi nada. Por la ventanilla el paisaje verde se sucede fotograma a fotograma como se suceden las palabras nuevas. Y en eso estoy, abstraída por fin de la música hueca cuando una voz porteña que conozco, tierna, delicada, se abre paso suavemente sobre una base remixada y repugnante: “Es un buen tipo, mi viejo”, entona Piero por sorpresa la viejísima canción de los años ’70 que lo hizo famoso. Mi viejo... Mi viejo amaba esa canción, nunca entendí por qué se sentía identificado si sus dos hijos no la asociábamos con él. Mi padre en ese entonces tenía tal vez mi edad hoy, no andaba solo ni estaba cansado ni éramos nosotros y él tan distintos. Era un profesional liberal culto, de izquierda, de clase media acomodada que sabía reír con ironía tierna del viejo bueno que arrastraba los pies en la canción. Siempre pensé en el viejo de Piero como un hombre gordo en camiseta y alpargatas que sale lentamente, mate en mano, del taller del fondo de su casa para entregar a su esposa el escobillón que acaba de clavar al viejo palo de escoba o la licuadora a la que recién le cambió la hélice. Y sonríe bonachón y mira a los hijos estudiando para la prueba del día siguiente y piensa que es como si estudiaran chino y se sonríe. Cosas así. Mi padre era lector, hablaba francés, a duras penas lograba cambiar una lamparita y ni siquiera le gustaba el mate. Me pongo a escuchar ahora, entonces, la canción de nuevo. Ahora acá, en otro hemisferio y cuarenta años más tarde me dispongo a descubrir el secreto. Porque también yo subí a mi azotea y recuerdo emocionada su emoción con Piero. ¿Será que él pensaba en su padre? Pero su padre era un dirigente judío comunista, también profesional, también lector, no tomaba ni un trago de vino tinto y practicó natación en la YMCA hasta enfermarse y morir. Nada sirve. Me propuse descubrir y no descubro nada. Pero hay algo, algo hay porque Piero sigue cantando y mi padre se aparece: sus ojos buenos. Tus ojos buenos. Algo hay porque de pronto estoy llorando y sacudiéndome y escondo la cara en la cortinita azul de la ventanilla para que los demás pasajeros no me vean, no se metan, no pregunten. No sé por qué mi padre insistía en conmoverse profundamente con “Mi viejo” de Piero. Sé que me conmueve profundamente a mí. Sé que en esta azotea del encerrado, enfermante, nutriente grupo familiar él ha saltado al vacío y quedé sola. Sé que ahora yo vivo en tu honor, viejo, y entonces viajo y soy tu tiempo. youtube/watch?v=x36zzkUB2tc
Posted on: Sat, 22 Jun 2013 23:35:51 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015