Ya son dos años sin ti, extraño tu cariño y tu comida abuela - TopicsExpress



          

Ya son dos años sin ti, extraño tu cariño y tu comida abuela querida: Retrato de mi abuela por Elizabeth Romero Betancourt ¿Quién puede dibujarla?, ¿quién podría perfilar esta muchacha real para completarla con la leyenda de sí misma? Ella se recuerda animosa, contenta, valiente, arrojada. Se sabe poco agraciada (las fotografías la desmienten) y sin embargo, se recuerda y difunde su cintura de 28 pulgadas. Cuenta de sí misma que montaba a caballo y en burro, si era necesario, que manejaba camión de redilas, que tiraba con rifle, que jugaba a “ensartar la argolla”. Ordeñaba vacas y cuidaba la hortaliza; andaba por el pueblo vendiendo leche, ayudaba a su madre a vender en la tienda. Quería ser bailarina de flamenco y montaba un templete en las fiestas parroquiales y hacía teatro para entretener a los feligreses; cantaba y reía mostrando unos dientes blancos y parejitos. Era seguida por su carisma y bonhomía, porque su alegría era contagiosa, porque su caridad comenzaba con la sonrisa y continuaba con los oídos abiertos a cualquier pena; invitaba a participar y la gente entusiasmada acudía a su llamado. Bronca, tosca y gritona hacía todo con sus propias manos y por ello sabía mandar, lo mismo tocaba las castañuelas que disparaba un 22, entendía de mecánica y bordaba manteles, desparasitaba niños y descubría espías nazis. Cocinaba y hacía pan, pero sabía andar entre hombres, usaba pantalones y era “bien machetona”. Muy joven tuvo que hacerse cargo de la casa de Velardeña, pues su madre había partido a Torreón para criar ahí a los nietos que estaban en edad escolar. Así que era ama y señora y debía cuidar y hacer producir el patrimonio familiar: criaba marranos, gallinas y borregos, ordenaba la casa y mantenía un huerto que se regaba con agua de la mina. Cuando cosechaba, disponía el consumo doméstico y luego salía muy de mañana a vender ya las calabacitas, ya los tomates a los pueblos cercanos: Pedriceña y Veinte Amigos, acompañada por un séquito de chiquillos que la asistían en el pregón y el pesaje. Volvía a Velardeña a rematar en el mercado local, luego pagaba a los niños y aún contaba con un resto para regalar al necesitado. No requirió la corona y cetro de reina de la fiesta local, su reinado duró muchos años y hubo quien deseaba postularla para presidenta municipal. Atenta a la vida del pueblo era quien mejor conocía a autoridades y empresarios locales y regionales tanto como a los mineros y sus familias. Era bien recibida en las casas, y la iglesia la contaba como su mejor voluntaria. Junto con su padre se ocupó e impulsó mejoras al pueblo y su gente. Conoció su territorio –cerros, playas, jagüeyes- y su entorno –escuela, plaza, hospital-. Su geografía no se limitó a los majestuosos y desolados paisajes inmediatos, pues viajaba a Nazas y Cuencamé (la cabecera municipal); y también a Tampico, Mazatlán, El Paso y Laredo. Su horizonte era tan ancho como su risa y su voluntad. Elegante y distinguida para el baile y el salón, inteligente y oportuna para los negocios; cálida y piadosa con el débil, también ejercía el mando sin ayuda y sabía poner el alto cuando era necesario. Atrevida y valerosa, podía vencer a diez jinetes en una suerte de a caballo y bailar con la mayor gracia un pasodoble o un swing. Se hallaba a gusto en crinolinas, terciopelos y tocados, igual que en pantalones y botas de montar. Beatriz su nombre. Tichi de cariño. Bellatrix –como la estrella- en la fantasía de quien la admiró.
Posted on: Fri, 04 Oct 2013 18:35:53 +0000

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