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- Eso no se ve – me susurró a la oreja, cual si se tratara de un grandísimo secreto –. Se siente. Esto me intrigó aún más. A la sazón se me ocurrió que ella no podía andarse con rodeos conmigo y que tenía que aclararme la duda. A la sazón se me ocurrió jugar con el Destino y adelantarme a él antes de que Él mismo se me revelara con su encaprichamiento hacia mí. Bueno, en el fondo esa era una de las ventajas de tener una vidente, ¿no? - Bah… Bueno, no sé… Oye, respóndeme a esto: ¿yo le voy a gustar alguien de aquí poco? Quiero decir, ¿tendré novia de aquí nada? Ella se desternilló de risa, tapándose la boca con la mano para atenuar inútilmente el ruido que estaba provocando. Eso me tocó la fibra. Era como burlarse de mí, como decir . Seguro que se le estaba cruzando eso mismo por la cabeza. - Hijo, ¿te urge acaso saberlo? Es mejor que tengas intriga y que esperes, que todo eso llegará. Ella se incorporó, dispuesta a marcharse. La furia me embargó entonces, pues era como si hubiera perdido la batalla ante ella. - ¡Venga, va! ¡Dime algo del futuro! Porfa… - rogué. Me erguí de cintura para arriba y la miré sin reservas ni timidez. Quería que me dijera algo. ¡Tenía que decirme algo! - ¿No dijiste hace poco que es mejor no saber las cosas que pasarán? – inquirió –. ¿No dijiste que el Destino era incambiable y que por mucho que nos adelantáramos no sacaríamos nada? - Sí, pero… - musité. - Pues hala, aguántate entonces un poco. Di un golpe a la cama mientras ella ejecutaba los primeros pasos hacia la puerta. La llamé justo cuando cruzaba el umbral. - ¿Qué? - Que estoy un poco intrigado… que me sentiría bien si me dijeras algo… venga… Sólo alguna cosita. - Todo a su tiempo, Edgar. Si algo he aprendido, es a saber ser paciente. Con el Destino no se juega – sentenció. Pero yo no iba a desistir. ¡Con lo obtuso que era yo! - Venga, ¡dime algo! ¿Tanto te cuesta? Siempre vas diciendo a la gente lo que les va a ocurrir y a mí nunca me dices nada… Ella me sonrió. Fue una dulce sonrisa que significó que me venía algo bueno. - Te viene algo muy bueno. Mira: te veo el color negro a tu lado. Siempre que veo ese color pasa algo bueno. - ¿Novia? - Quizá – Y desapareció de mi vista. Exclamé un ¡Dios! mientras mi cuerpo caía sobre el lecho. Estiré los brazos. Probablemente en ese momento yo era el más feliz sobre la faz de la Tierra. ¡Tendría novia! ¡Y sería Sonia! La cosa estaba clara: el Destino no me depararía tan mala vida. Algo bueno debería suceder en mi vida, ¿cierto? ¡Y sería algo buenísimo! Imaginaos: Sonia y yo, juntos de la mano, ella amándome, yo loco por ella; juntos de la mano, mientras muchos machos ibéricos me desdeñaban y me mostraban en su mirada toda la celosía que se podía expresar; juntos de la mano y yo pensando que era un hombre afortunadísimo. Quizá os sonará demasiado romanticón y típico de novelitas del siglo diecinueve, a lo Mujercitas, una especie de imaginación “demasiado imaginativa” donde sólo la felicidad tenía cabida. Quizá luego aparecían problemas a los que deberíamos afrontar y de los que deberíamos aprender, como en Mujercitas; pero poco me importaba eso ahora. ¡Estaba tan, tan… contento! Soñar es gratis, decían. Soñar es de tontos, también decían. Quizá llevaran razón, y lo más probable fuera que estuvieran en lo cierto, mas yo, de momento, me resistiría a darles la razón. Soñaría y me repetiría para mis adentros hasta la extenuación que todo eso se volvería realidad. Luego dejaría de pensarlo, porque ya se habría hecho realidad; y finalmente, lo aprovecharía hasta que el Destino tornara a cebarse conmigo. Mientras tanto, estaría a la espera y rondaría cerca de Sonia lo máximo posible.
Posted on: Sun, 11 Aug 2013 11:44:08 +0000

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