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- MERKEL, EL CULTO AL ESTADO EN ALEMANIA Y LA GERONTOCRACIA ELECTORAL - (1ª PARTE) - Una amenaza para Europa. Lo primero que observamos ante la victoria electoral de Merkel es la euforia desorbitada de toda la derecha española, europea y norteamericana. Si miramos con más detenimiento, de los de 60 millones de electores un 25 %, 15.000.000 no han votado. Del resto, 45 millones, rondarán los 22 millones y medio los que han votado a Merkel, porque la otra mitad ha votado al bloque de las izquierdas. Si acercamos aún más la lupa y nos fijamos en qué tipo de electores han sido quienes han votado a Merkel resulta que en una parte importante son jubilados, junto con sectores de las clases medias. Los mismos en los que los valores tradicionales alemanes, fomentados por el luteranismo y el catolicismo desde la derrota de los campesinos en el siglo XVI, han imprimido carácter a la mentalidad del pueblo alemán. Que no hay que confundir con la nación alemana. El voto recibido por Merkel es un voto de una sociedad en parte demográficamente agotada, son jubilados, y por ello fundamentalmente conservadores, autoritarios e identificados con el tradicional culto al Poder del Estado, o Estados, alemanes. La derecha alemana, europea y americana son cada vez más gerontocráticas y representan cada vez menos los intereses de la pequeña y mediana burguesía. Porque sus intereses están concentrados en torno a la defensa del poder financiero y especulativo y de la seguridad de ciertos sectores de altos capitalistas y jubilados. El proceso de concentración de la riqueza y de proletarización de las clases medias, anunciado por Marx, sigue avanzando. Por lo tanto la euforia no deja de ser un juego de fuegos artificiales que ha dejado a la izquierda y las fuerzas del progreso hipnotizadas. Y sin embargo, el poder por su potencial sociológico, demográfico e ideológico está en las fuerzas de izquierdas y en las fuerzas progresistas. Esta debería ser la primera lección que deberíamos sacar de la situación equilibrada, que, si contáramos el 25% de abstenciones, sería favorable a las izquierdas. El triunfo de Merkel ha sido muy ajustado y muy por debajo de representar la voluntad de todos los alemanes. Pero es preocupante que ese 25% no se hayan movilizado contra Merkel porque esos millones son los más perjudicados por la política de recortes impulsada por esta mano de hierro, disfrazada bajo un guante de seda. En cualquier caso, la exaltación de la victoria de Merkel por toda la oligarquía financiera y especulativa ya nos indica por dónde seguirá avanzando la política económica y social alemana, cuyo modelo es el liberalismo salvaje de los Estados Unidos. Una economía que tiene como objetivo, ya lo vienen aplicando, la desintegración del Estado de bienestar y su sustitución por el “sálvese el que pueda”. Han creído, las derechas han creído, y por eso están eufóricas, que, tras el desplome del bloque soviético, el fantasma del comunismo que recorría y amenazaba sus intereses ha desaparecido. Y al creerse sin alternativa ni amenaza política que los eche del Poder se han lanzado, como posesos, a la desintegración del Estado de bienestar y a reducir, progresiva o brutalmente, todas las conquistas sociales representadas por: El poder adquisitivo de los trabajadores, la enseñanza gratuita, la sanidad y seguridad social, las pensiones, los servicios públicos y derechos sociales….., todo, absolutamente todo, están dispuestos a privatizarlo. La Europa del Estado del bienestar se ha convertido en la última frontera norteamericana. Esa hasta la que el poder del liberalismo económico tiene que expansionarse para que el Capital, concentrado, lo domine todo. Esa en la que la pobreza de millones de personas forme parte del paisaje urbano, social, político y moral-inmoral, como si fuera no sólo inevitable, sino como afirmó el papa León XIII en su encíclica “Rerum novarum”, algo propio de la naturaleza y no de la explotación de unas clases sociales por otras “En verdad, dijo este papa, que no podemos comprender y estimar las cosas temporales, si el alma no se fija plenamente en la otra vida, que es inmortal; quitada la cual, desaparecería inmediatamente toda idea de bien moral, y aun toda la creación se convertiría en un misterio inexplicable para el hombre. Así, pues, lo que conocemos aun por la misma naturaleza es en el cristianismo un dogma, sobre el cual, como sobre su fundamento principal, reposa todo el edificio de la religión, es a saber: Que la verdadera vida del hombre comienza con la salida de este mundo. Porque Dios no nos ha creado para estos bienes frágiles y caducos, sino para los eternos y celestiales; y la tierra nos la dio como lugar de destierro, no como patria definitiva. Carecer de riquezas y de todos los bienes, o abundar en ellos, nada importa para la eterna felicidad; lo que importa es el uso que de ellos se haga. Jesucristo – mediante su copiosa redención- no suprimió en modo alguno las diversas tribulaciones de que esta vida se halla entretejida, sino que las convirtió en excitaciones para la virtud y en materia de mérito, y ello de tal suerte que ningún mortal puede alcanzar los premios eternos, si no camina por las huellas sangrientas del mismo Jesucristo: "Si constantemente sufrimos, también reinaremos con El". Y ahora, este nuevo-viejo papa Francisco I viene y confirma estas declaraciones, justificando la miseria causada por la explotación capitalista por ser un fenómeno natural. Y lo afirma idealizando la pobreza, hacia la que avanzamos, con su cándida (¿?) expresión en la que afirmó “Cuánto le gustaría una iglesia pobre entre los pobres”. Pero si los pobres no quieren ser pobres, señor Papa. Podría citar a Calvino y su ética del enriquecimiento como bendición divina, o al católico Malthus, o a Max Weber en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, quienes justificaron, como este papa citado, el enriquecimiento de la burguesía a costa de los trabajadores que explota, que por cierto, nunca podrán llegar al cielo porque nunca podrán enriquecerse con su propio trabajo, con el que sí se enriquece la burguesía como signo de bendición divina. O podría citar a Lutero y por qué no a Hitler, Franco o Mussolini que defendieron las mismas teorías en defensa del interés general: El Estado, su instrumento de dominación de masas. Pero no es necesario. El triunfo de MerKel es el triunfo del Gran Kapital y la derrota de la Europa social y democrática. Así es como lo ha interpretado la oligarquía financiera ante el desconcierto de las izquierdas y fuerzas del progreso. Pero el triunfo es más, es el ataque a los derechos individuales y sociales. El ataque a la democracia desde el fortalecimiento autoritario del Poder de Alemania, subsidiario, todavía, del de Washington. Estamos inmersos en una oleada en la que “los mercados”, ese fantasma que recorre el mundo apropiándose la riqueza de los trabajadores para depositarla en sus arcas, la cueva de Alí Babá, está empezando a oscurecer la luz del sol. Y sin embargo se equivocan. La esperanza está de la parte de los millones de explotados por los depredadores del Kapital, cuando tomen conciencia de su situación y cuando tengan unas izquierdas que, lejos de colaborar con la consolidación del Kapitalismo de Merkel y del Poder de Alemania sobre sus súbditos europeos, decida elaborar un programa alternativo y posible, en el corto y en el largo plazo, para superar la política de la oligarquía capitalista. De la que, como he dicho podemos salir. Y esta afirmación no es una hipótesis, producto de una iluminación. Pero antes de entrar en ello quería rememorar los análisis de dos intelectuales, Bakunin y Reich, que nos ayudarán a entender la psicología de masas de los alemanes en su relación con la Autoridad o el Poder. Bakunin, quien anticipó con precisión matemática tanto la dictadura stalinista como la dictadura nazi, lo que parecería asombroso sino fuera coherente con la dialéctica hegeliana utilizada por el materialismo y no por el idealismo, afirmó en su enfrentamiento “Contra Marx”, en 1872: …..”, no ha sido Rusia, sino Alemania, desde el siglo XVI hasta nuestros días, la fuente y la escuela permanente del despotismo en Europa. De lo que en los demás países de Europa no ha sido más que un hecho, Alemania ha hecho un sistema, una doctrina, una religión, un culto: El culto del Estado, la religión del poder absoluto del soberano y de la obediencia de todo subalterno frente a su jefe, el respeto del rango, como en China, la nobleza del sable, la omnipotencia mecánica de una burocracia jerárquicamente petrificada, el reino absoluto del papeleo jurídico y oficial sobre la vida, en fin, la completa absorción de la sociedad por el Estado, por encima de todo esto, el buen placer del príncipe semidios y necesariamente semiloco, con la depravación cínica de una nobleza a la vez estúpida, arrogante y servil, presta a cometer todos los crímenes para complacerla y, por debajo, la burguesía y el pueblo dando al mundo entero el ejemplo de una paciencia, de una resignación y de una subordinación sin límites…..
Posted on: Wed, 25 Sep 2013 12:10:33 +0000

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