1911, Campos de Chihuahua, Pancho Villa. De todos los jefes - TopicsExpress



          

1911, Campos de Chihuahua, Pancho Villa. De todos los jefes norteños que han llevado a Madero a la presidencia de México, Pancho Villa es el más querido y queredor. Le gusta casarse y lo hace a cada rato. Con una pistola en la nuca, no hay cura que se niegue ni muchacha que se resista. También le gusta bailar el tapatío al son de la marimba y meterse al tiroteo. Como lluvia en el sombrero le rebotan muy temprano: - Para mi la guerra empezó cuando nací. Era casi un niño cuando vengó a la hermana. De la muchas muertes que debe, la primera fue de patrón; y tuvo que hacerse cuatrero. Había nacido llamándose Doroteo Arango. Pancho Villa era otro, un compañero de banda, un amigo, el más querido: cuando los guardias rurales mataron a Pancho Villa, Doroteo Arngo le recogió el nombre y se lo quedó. ÉL pasó a llamarse Pancho Villa, contra la muerte y el olvido, para que su amigo siguiera siendo. 913, Campos de Chihuahua. El norte de México celebra guerra y fiesta. Cantan los gallos a la hora que quieren. Se ha puesto esta tierra loca y ardiente; y todo el mundo se alza. -Ya nos vamos, mujer, nos vamos a la guerra. -¿Y yo por qué? -¿Quieres que en la guerra me muera de hambre? ¿Quién va a hacerme las tortillas? Bandadas de zopilotes persiguen por llanos y montañas a los peones armados. Si la vida no vale nada, ¿cuánto vale la muerte?. Como dados se echan los hombres a rodar, que se vino el alboroto, y rodando en el tiroteo encuentran venganza o encuentran olvido, tierrita de alimento y cobija. -¡Viene Pancho Villa! -celebran los peones. -¡Viene Pancho Villa! -se persignan los mayorales. -¿Dónde, dónde está? -se pregunta el general Huerta, Huerta el usurpador. -En el norte, sur, este y oeste; y también en ninguna parte -comprueba el comandante de la guarnición de Chihuahua. Ante el enemigo, Pancho Villa es siempre el primero en arremeter, galopando hasta meterse en las humeantes bocas de los cañones. En plena batalla, ríe risas de caballo. Como pez fuera del agua le boquea el corazón. -El general no es malo. Es emocionadito -explican sus oficiales. Por emocionadito, y por pura alegría, a veces despazurra de un balazo al mensajero que llega a todo galope trayendo buenas noticias desde el frente. 1913, Culiacán, Las balas. Hay balas con imaginación, que se divierten afligiendo carne, descubre Martín Luis Guzmán. Él conocía las balas serias, que sirven al furor humano, pero no sabía de las balas que juegan con el humano dolor. Por tener mala puntería y buena voluntad, el joven novelista Guzmán se convierte en director de uno de los hospitales de Pancho Villa. Los heridos se amontonan en la mugre sin más remedio que apretar los dientes, si tienen. Recorriendo las salas repletas, Guzmán comprueba la inverosímil trayectoria de las balas fantaseadoras, capaces de vaciar un ojo dejando vivo el cuerpo o de meter un pedazo de oreja en la nuca y un pedazo de nuca en el pie, y asiste al siniestro goce de las balas que habiendo recibido orden de matar a un soldado, lo condenan a nunca más dormir o nunca más sentarse o nunca más comer con la boca. 1913, Campos de Chihuahua. Una de estas mañanas me asesiné, en algún polvoriento camino de México, y el hecho me produjo una honda impresión. No ha sido éste el primer crimen que he cometido. Desde que hace setenta y un años nací en Ohio y recibí el nombre de Ambrose Bierce hasta mi reciente deceso, he destripado a mis padres y a diversos familiares, amigos y colegas. Estos conmovedores episodios han salpicado de sangre mis días o mis cuentos, que me da los mismo: La diferencia entre la vida que viví y la vida que escribí es asunto de los farsantes que en el mundo ejecutan la ley humana, la crítica literaria y la voluntad de Dios. Para poner fin a mis días, me sumé a las tropas de Pancho Villa y elegí una de las muchas balas perdidas que en estos tiempos pasan zumbando sobre la tierra mexicana. Este método me resultó más práctico que la horca, más barato que el veneno, más cómodo que disparar con mi propio dedo y más digno que esperar a que la enfermedad o la vejez se hicieran cargo de la faena. 1914, Ciudad Jiménez. El cronista de pueblos en furia. De susto en susto, de maravilla en maravilla, anda John Reed por los caminos del norte de México. Va en busca de Pancho Villa y lo encuentra, en otros, en todos, a cada paso. Reed, cronista de la revolución, duerme donde lo sorprenda la noche. Nunca nadie le roba nada, ni lo deja nadie pagar nada que no sea música de baile; y nunca falta quien le ofrezca un pedazo de tortilla o un lugar sobre el caballo. - ¿De dónde viene usted? - De Nueva York. - No conozco Nueva York. Pero le apuesto a que allá no se ven vacas tan buenas como las que pasan por las calles de Ciudad Jiménez. Una mujer lleva un cántaro en la cabeza. Otra, en cuclillas, amamanta a un niño. Otra, de rodillas, muele maíz. Envueltos en desteñidos sarapes, los hombres beben y fuman en rueda. - Oye, Juanito, ¿Por qué tu gente no nos quiere a los mexicanos? ¿Por qué nos llaman grasientos? Todo el mundo tiene algo que preguntar a este rubio flaquito, de lentes, con cara de venido por error: - Oye, Juanito, ¿Cómo se dice mula en inglés? - En inglés, mula se dice: cabezona, testaruda, hija de la chingada... 1914, Torreón. Sobre rieles marchan al tiroteo. En el vagón rojo, que luce su nombre en grandes letras doradas, el general Pancho Villa recibe a John Reed. Lo recibe en calzoncillos, lo convida con café y lo estudia un largo rato. Cuando decide que este gringo merece la verdad, empieza a hablar: - Los políticos de chocolate quieren triunfar sin ensuciarse las manos. Estos perfumados... Luego lo lleva a visitar un hospital de campaña, un tren con quirófano y médicos para curar a propios y ajenos; y le muestra los vagones que llevan a los frentes de guerra el maíz, el azúcar, el café y el tabaco. También le muestra el andén donde se fusila a los traidores. Los ferrocarriles habían sido obra de Porfirio Díaz, clave de paz y orden, llave maestra del progreso de un país sin ríos ni caminos: no habían nacido para transportar pueblo armado, sino materias primas baratas, obreros dóciles y verdugos de rebeliones. Pero el general Villa hace la guerra en tren. Desde Camargo lanzó una locomotora a toda velocidad y reventó un ferrocarril repleto de soldados. A Ciudad Jiménez entraron los hombres de Villa agazapados en inocentes vagones de carbón, y la ocuparon al cabo de unos pocos balazos disparados más por júbilo que por necesidad. En tren marchan las tropas villistas hacia las avanzadas de la guerra. Jadea la locomotora trepando a duras penas los desollados lomeríos del norte, y tras el penacho de humo negro vienen crujiendo con mucho meneo los vagones llenos de soldados y caballos. Se ven los techos del tren cubiertos de fusiles y sombrerotes y fogones. Allí arriba, entre los soldados que cantan mañanitas y tirotean el aire, los niños berrean y las mujeres cocinan: las mujeres, las soldaderas, luciendo vestidos de novia y zapatos de seda del último saqueo. umbus. América Latina invade los Estados Unidos Llueve hacia arriba. La gallina muerde al zorro y la liebre fusila al cazador. Por primera y única vez en la historia, soldados mexicanos invaden los Estados Unidos. Con la descuajaringada tropa que le queda, quinientos hombres de los muchos miles que tenía, Pancho Villa atraviesa la frontera y gritando ¡Viva México! Asalta a balazos la ciudad de Columbus. 1917, Campos de Chihuahua y Durango. La aguja en el pajar. Una expedición de castigo, diez mil soldados y mucha artillería, entra en México para cobrar a Pancho Villa el insolente ataque a la ciudad norteamericana de Columbus. - ¡En jaula de hierro nos vamos a llevar a ese asesino! -proclama el general John Pershing, y le hace eco el trueno de sus cañones. A través de los inmensos secarrales del norte, el general Pershing encuentra varias tumbas -Aquí yace Pancho Villa- sin Villa adentro. Encuentra serpientes y lagartijas y piedras mudas y campesinos que murmuran pistas falsas cuando los golpean, los amenazan o les ofrecen en recompensa todo el oro del mundo. Al cabo de algunos meses, casi un año, Pershing se vuelve a los Estados Unidos. Se lleva sus huestes, larga caravana de soldados hartos de respirar polvo y de recibir pedradas y mentiras en cada cabeza del cascajoso desierto. Dos jóvenes tenientes marchan a la cabeza de la procesión de humillados. Ambos han hecho en México su bautismo de fuego. Dwight Eisenhower, recién salido de West Point, está iniciando con mala pata el camino de la gloria militar. George Patton escupe al irse de este país ignorante y medio salvaje. Desde la cresta de una loma, Pancho Villa Contempla y comenta: - Vinieron como águilas y se van como gallinas mojadas. 1923, Campos de Durango. Pancho Villa lee "Las mil y una noches", deletreando en voz alta a la luz del candil, porque ése es el libro que le da mejores sueños; y después se despierta tempranito a pastorear ganado junto a sus viejos compañeros de pelea. Villa sigue siendo el hombre más popular en los campos del norte de México, aunque a los del gobierno no les guste ni un poquito. Hoy hace tres años que Villa convirtió en cooperativa la hacienda de Canutillo, que ya luce hospital y escuela, y un mundo de gente ha venido a celebrar. Está Villa escuchando sus corridos favoritos cuando don Fernando, peregrino de Granada, cuenta que John Reed ha muerto en Moscú. Pancho Villa manda parar la fiesta. Hasta las moscas detienen el vuelo - ¿Qué Juanito murió? ¿Mi cuate Juanito? - El mero mero Se queda Villa entre creyendo y no creyendo. - Yo lo ví -se disculpa don Fernando-. Está enterrado con los héroes de la revolución allá. Ni respira la gente. Nadie molesta al silencio. Don Fernando murmura: - Fue por tifus, no por bala. Y Villa cabecea: - Así que murió Juanito. Y repite: - Así que murió Juanito. Y calla. Y mirando lejos, dice: - Yo nunca había escuchado la palabra socialismo. Él me explicó. Y en seguida se alza y abriendo los brazos increpa a los mudos guitarreros: - ¿Y la música? ¿Qué hay de la música? ¡Ándale! 1923, Ciudad de México. Un millón de muertos puso el pueblo en la revolución mexicana, en diez años de guerra, para que finalmente los jefes militares se apoderen de las mejores tierras y de los mejores negocios. Los oficiales de la revolución comparten el poder y la gloria con los doctores desplumadores de indios y los políticos de alquiler, brillantes oradores de banquete, que llaman a Obregón el Lenin mexicano. En el camino de la reconciliación nacional, toda discrepancia se supera mediante contratos de obras públicas, concesiones de tierras o favores a bolsillo abierto. Álvaro Obregón, el presidente, define su estilo de gobierno con una frase que hará escuela en México: - No hay general que resista un cañonazo de cincuenta mil pesos. 1923, Parral. Nunca pudieron amansarle el orgullo. Con el general Villa se equivoca Obregón. A Pancho Villa no hay más remedio que matarlo a balazos. Llega a Parral en auto, de mañanita. Al verlo, alguien se frota la cara con un pañuelo rojo. Doce hombres reciben la señal y aprietan los gatillos. Parral era su ciudad preferida, Parral me gusta tanto, tanto y el día que las mujeres y los niños de parral corrieron a pedradas a los invasores gringos, a Pancho Villa se le saltó el corazón, se le desbocaron los caballos de adentro, y entonces lanzó un tremendo grito de alegría: - ¡Parral me gusta hasta para morirme! Eduardo Galeano - Memoria del fuego 3.
Posted on: Wed, 05 Jun 2013 16:53:50 +0000

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