26 De igual manera, también el Espíritu viene en ayuda de - TopicsExpress



          

26 De igual manera, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Porque no sabemos qué hemos de pedir para orar como es debido; sin embargo, el Espíritu mismo intercede con gemidos inexplicables. 27 Pero aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el anhelo del Espíritu, porque éste intercede, según el querer de Dios, en favor de los santos. ¿No podemos engañarnos en nuestra esperanza? ¿Cómo sabemos que nuestra esperanza no nos induce a error, cuando esperamos «lo que no vemos»? (v. 25). La respuesta no puede reducirse simplemente a que no hacemos más que esperar y aferrarnos a un futuro, a cualquier futuro. Si confiamos en el Espíritu, que nos guía (v. 14), nuestra esperanza no carece de dirección, sino que es «según el querer de Dios» (v. 27). Es precisamente esa confianza en el Espíritu, que se nos ha dado como «Espíritu de adopción» (v. 15), como «primicias» (v. 23), lo que se nos reclama, por cuanto «no sabemos qué hemos de pedir para orar como es debido», pues «el mismo Espíritu intercede» (v. 26). Ello no quiere decir que la oración del cristiano sea superflua, sino que adquiere una mayor hondura en el sentido de una confianza en el Espíritu. En la plegaria podemos presentar ante Dios los anhelos y necesidades de nuestra existencia; nuestra fe nos alienta a esperarlo todo de Dios y de su gracia. Pero el hecho de que incluso en nuestra oración, en nuestros anhelos y esperanzas dejemos que Dios sea totalmente Dios, que nos entreguemos de lleno con nuestras aspiraciones más caras a ese Dios que justifica y otorga la salvación y el hecho de que no recurramos a ningún otro dios sustitutivo, requiere el concurso del Espíritu que «viene en ayuda de nuestra debilidad» y que «intercede con gemidos inexplicables», en los cuales no sólo se incluyen el gemido y el anhelo de la creación sino hasta sus mismas esperanzas no siempre plenamente conscientes. Es así, con el apoyo del Espíritu de Dios, como nuestra esperanza adquiere su certeza peculiar. 28 Sabemos además que todas las cosas cooperan al bien de quienes aman a Dios, de quienes son llamados según su designio. 29 Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que éste fuera el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, también los llamó, y a los que llamó, también los justificó, y a los que justificó, también los glorificó. La certeza de nuestra esperanza nos permite soportar con paciencia «los sufrimientos del tiempo presente» (v. 18). Por lo que hace a la parte que nos afecta de esos sufrimientos sabemos con esa certeza que «todas las cosas cooperan al bien» nuestro. Lo cual no significa que para los cristianos todo resulte más fácil de como puede aparecer desde una consideración meramente naturaL ni que les resulten más llevaderos que a los demás sus padecimientos y penalidades. Por el contrario, los sufrimientos son siempre sufrimientos, aun cuando se integren en la esperanza del cristiano. La esperanza cristiana no permite superarlos tan fácilmente como una y otra vez han creído erróneamente los carismáticos exaltados. Por consiguiente, Pablo no predica una indiferencia estoica frente a las experiencias penosas de la vida, sino la certeza de la esperanza en todos los sufrimientos. Esta certeza encuentra en el v. 28 un mayor relieve desde un doble aspecto. Es la certeza de quienes «aman a Dios» y que han sido «llamados» según el decreto misericordioso de Dios. Que nosotros amemos a Dios no es mérito nuestro ni tampoco producto de nuestro esfuerzo; no es fruto de nuestra inclinación y buena voluntad, sino que es «el amor de Dios... derramado en nuestros corazones» (5,5), el amor con que Dios «viene en ayuda a nuestra debilidad» (8,26) y que en nosotros se convierte en la postura de los «hijos de Dios», (8,16s) que todo lo supera. Quienes aman a Dios no son ciertamente distintos de aquellos a los que Dios ha llamado en su voluntad salvífica precedente y universal. Cómo Dios ha trazado esta vocación y cómo la ha llevado a término lo exponen los versículos 29-30 en una especie de eslabonamiento. Cada uno de los eslabones de esta cadena 36 está unido a los otros de tal modo que desarrollan la única acción salvífica de Dios en favor de los hombres en sus diversos aspectos. Se parte de la vocación que Dios ha hecho llegar a los hombres por medio de Jesucristo (v. 28 y 30). Es la llamada que se escucha y a la que se responde con la fe de los cristianos y con la conducta según el Espíritu. La vocación de Dios es universal como también es universal la fe, en cuanto los hombres aceptan de hecho esa llamada que se les dirige y llegan así a la fe. Desde esta orientación, universal por esencia, de la acción de Dios que llama a la salvación no hay que esperar que los eslabones de la cadena mencionados en los v. 29 y 30, al igual que los anteriores y los siguientes, expresen una limitación de la salvación a determinados hombres o grupos de hombres, que han podido aportar ciertos requisitos para obtener esa salvación. Por el contrario, las primeras expresiones sobre la presciencia y la predestinación atribuyen a Dios de tal manera la acción salvífica y vocacional, que en definitiva la vocación experimentada en la fe sólo puede entenderse como un acontecimiento salvífico que no está en la mano del hombre sino quo depende sólo de Dios. Pero al hablarse en este contexto de la predestinación, se puede entrever en ella de modo especial el objetivo de la acción salvífica de Dios de cara a la imagen cristiana de la salvación. Dios ama a los creyentes como a hijos suyos, y por lo mismo también como a hermanos de Cristo. En la llamada que Dios hace a los creyentes están incluidas la justificación y la glorificación de éstos (v. 30). Pues por la fe a la que hemos sido llamados por Dios, y sólo por medio de esa fe, somos justificados (cf. 3,27.28; 5,1). Resulta sorprendente que el despliegue de la acción salvífica de Dios sobre los creyentes abarque también la glorificación, y de tal modo que aquí esa glorificación aparece ya como realizada, en tanto que 5,2 y 8,18 la prometen como futura. Pero en el pensamiento del Apóstol el bien futuro de la gloria de Dios se les comunica ya ahora a los creyentes inicialmente, junto con «las primicias del Espíritu» (v. 23) y, lo que viene a ser lo mismo, con la justificación del pecador ya realizada. Es precisamente esta inclusión la que permite poner en claro cómo el futuro esperado no nos aporta un bien salvífico distinto del que ya se nos ha otorgado por medio de Jesucristo, y cómo Dios, según afirma el v. 32, de hecho nos lo «ha dado todo» al darnos a su Hijo.
Posted on: Sat, 26 Oct 2013 20:10:39 +0000

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