#CONOCIENDOALMUNICIPIOINFANTE PLAZA BOLIVAR La plaza Bolívar de - TopicsExpress



          

#CONOCIENDOALMUNICIPIOINFANTE PLAZA BOLIVAR La plaza Bolívar de mi pueblo, crisol donde el vallepascuense funde su afecto con la más sublime añoranza y tradición, a diferencia de la usanza no asistió al nacimiento del sitio de Valle dela Pascua; principio por demás humilde, sin actas ni ceremonias de rigor y, menos aún, sin trazado de calles ni ubicación de iglesia, plaza y cárcel. Fue un nacer por propio impulso, allá en el hato Santa Juana, producto del amor al trabajo y a la tierra, de la perseverancia y la fe milagrosa de un grupo de hombres y mujeres que, con ardor y desfogue, se dedicaron a la actividad agropecuaria. El Párroco Dr. Don Francisco Roque Díaz, llegado al lugar cinco años después de la visita del Obispo Mariano Martí y tres de la conversión del sitio en Nuevo Curato de Nuestra Señora dela Candelariade Valle dela Pascua, fue quien, en tierra donada por el canario Juan González Padrón, construyó una iglesia decente, trazó las primeras calles así como la plaza de armas para que sirviera de escenario a hechos importantes para la comunidad. Allí comienza a latir el corazón de la ciudad, primero muy tímidamente, pues sólo se trataba de un espacio vacío con nombre rimbombante: “Plaza de Armas”, sin cerca y sin ningún distintivo que la hiciera parecer como tal, por lo que de hecho tenía más aspecto de predio sabanero que de plaza. Los moradores del sitio, en su mayoría gentes venidas de otros lugares, con su afán de buscar el bienestar colectivo dotaron la plaza de cerca de alambre de púa con puertas para el paso de las personas, las cuales eran frecuentemente derribadas por el ganado que no se mostraba muy dispuesto a ceder, a quienes no necesitaban, el pastizal. Esto obligó a construir mangas estrechas por donde no cabía el ganado, pero si permitían el tránsito de los vecinos, aunque sin mucha comodidad. Con el correr del tiempo y a medida que la aldea crecía, la plaza también mejoró su aspecto: ahora disponía de rejas metálicas terminadas en punta de lanza, las cuales se convirtieron en un verdadero peligro para la muchachada cuyo entretenimiento era saltarlas al tiempo que planteaban animadas competencias. Ante esta situación, el General Pedro Arévalo Oropeza, padre del General Emilio Arévalo Cedeño, las sustituyó por otras que no representaban peligro alguno y que cumplieron su función hasta 1912 cuando fueron cambiadas por otras que donó el Ejecutivo del Estado. Ese mismo añola Corporación Municipalcreó el cargo de jardinero de la plaza principal e instaló la iluminación, la cual se hacía mediante faroles de carburo, que un farolero, escalera al hombro, se daba a la tarea de encender antes que cayera la noche. En 1922, el Concejo Municipal, comprometido con el ornato de la ciudad, nombró una Junta integrada por los señores: Miguel Ignacio Méndez, Juan Zamora Arévalo, Juan Antonio Ledezma, Ricardo Sutil y Rafael Belisario para que procedieran a la recolección de fondos, entre los habitantes del pueblo, para reparar las barandas y construir ocho puertas para las avenidas de la plaza a fin de evitar el acceso de los animales, tarea que cumplieron a cabalidad. A la par del progreso, se mejoró la iluminación de la plaza, atrás quedaron los faroles de carburo o kerosén, y también se convirtió en pasado el aparato de gas acetileno, diestramente manejado por Don Manuel Piñero y mantenido por Don Julio Pérez, mecánico de la época. Se abrió paso a la energía eléctrica, instalada en 1929, cuando la municipalidad firmó contrato con los señores Juan Álvarez, José Lentini y Cristóbal Padilla, para el establecimiento del alumbrado público. El fluido eléctrico, aunado a los numerosos árboles y especies ornamentales que se plantaron, dio a la plaza una imagen diferente a la que los lugareños estaban acostumbrados. Era un buen augurio de que a nuestra placita la esperaban mejores días. Y efectivamente así fue. En 1983 el corazón de Valle dela Pascuarevive. Como homenaje al bicentenario del natalicio del padre de la patria, se remodeló la plaza: en las calles que le circundan se construyó un boulevard, snobismo heredado de Guzmán Blanco que es utilizado para jerarquizar algunas calles en pueblos y ciudades. En lo que respecta a las efigies que se han levantado en la plaza, se tienen noticias que en el año de 1831, como respuesta a la gran religiosidad de los Vallepascuenses y, para reafirmar el tratado de paz celebrado en su seno entre los Generales Páez y Monagas, surgió la iniciativa del conglomerado, alimentada por el hecho, de erigir en la plaza principal una imagen de “Nuestra Señora dela Paz”, llamada por el pueblo María dela Paz.Estabahecha de un asperón selecto extraído de una cantera de la selva de tamanaco y era un poco defectuosa: rolliza, de tamaño natural, usando vestido en lugar de la tradicional túnica y tenía en la mano izquierda una palma mientras que con el índice de la otra mostraba hacia abajo como indicándonos: aquí se levantará un próspero pueblo. Esta estatua se ubicó en el centro de la plaza y de allí partían avenidas, pavimentadas de ladrillos, por donde los visitantes caminaban sus pesares y contentos. Según lo expresado por el Historiador Guillermo Morón, en su obra Los Presidentes de Venezuela; el año 1876, respondiendo a su política de levantar estatuas, el entonces presidente, General Antonio Guzmán Blanco se erigió una suya, en la plaza principal de Valle dela Pascua, que fue inaugurada el 20 de diciembre de ese año con el nombre de Estatua dela Paz, coincidiendo con otra escultura pedestre que se inauguró en El Calvario-Caracas, a la que el pueblo capitalino, después de bautizarla como Manganzón, derribó en 1878, cuando el Guzmancismo llegaba al ocaso. Sin embargo, los antiguos moradores del lugar, testimonian con mucha certeza y precisión, que dicha estatua jamás existió en nuestra plaza y que la efigie de María dela Paz estuvo en ella hasta 1909 aproximadamente, cuando el General Juan Vicente Gómez giró ordenes al General David Gimón, presidente del estado Guárico, para que fuese sustituida por una del General José María Zamora, prócer independentista nativo de Valle dela Pascua. Lanoticia fue recibida con mucho agrado por Don Rafael Zamora Gil, Presidente del Concejo Municipal, institución ésta que había hecho la solicitud por iniciativa de un grupo de vallepascuenses. El pueblo vio el hecho como un justo reconocimiento al coterráneo que dio su vida por la libertad de la patria. Pero, la representación del indomable patricio vallepascuense también hubo de emigrar de la plaza, cediéndole el honor a quien una vez lo llamara “esforzado y valiente oficial”, al hombre grande de América, al Libertador Simón Bolívar. Efectivamente en 1937 la municipalidad, atendiendo una propuesta hecha tres años antes por el concejal José Ramírez Carpio, adquirió un busto del Libertador y lo instaló en el lugar sobre una columna de mármol donada por el General Emilio Arévalo Cedeño, Presidente del Estado Guárico para la fecha. Tal hecho se materializó después que el busto del General José María Zamora fue trasladado al salón de Sesiones del Concejo Municipal, de donde pasó, luego, al parque que lleva su nombre, en la intersección de la avenida Libertador con la calle Real. La instalación del busto del Libertador motivó a los Concejales del Distrito a cambiar el nombre de Plaza Principal a Plaza Bolívar, acuerdo que se aprobó por unanimidad en sesión extraordinaria del 20 de Abril de 1937. El busto del Libertador también fue cambiado; y la plaza Bolívar cuenta hoy con una estatua pedestre del padre de la patria, replica de la obra de Pietro Tenerani que se encuentra en la plaza mayor de Santa Fe de Bogotá, que espada en mano, y cobijado por centenarios árboles y con su mirada perdida hacia el noreste, parece decir a quien se le acerca: ahí está mi obra, no dejes que se pierda entre la desidia y el desamor por esta patria, por la que entregué mi vida y te dejé libre. ¡Continúala tu!” Mi vieja plaza, sin intención alguna, se convirtió en refugio de caminantes que venían a ella a mitigar su cansancio después de un penoso y largo viaje. En su entorno llegaban los autobuses del centro, recogían y bajaban pasajeros y proseguían su camino al oriente del país, y viceversa. Fue igualmente centro de tertulias de consuetudinarios visitantes, de reencuentro de viejos amigos, manantial de melancólicas melodías que surgían de los instrumentos de viento y percusión que tocaban, con armonía y deleite, los integrantes dela Banda Municipaldirigida por Don Emilio López y seguida, con verdadero éxtasis, por aquellas almas románticas y enamoradas que, de tarde en tarde y de domingo en domingo, asistían al obligado y mudo convite, donde una mirada fugaz, envuelta en un hasta luego hacía que, en muchos de los casos, floreciera un romance y que de aquel surgiera posteriormente el matrimonio. Pero la civilización, cual vendaval incontrolable, cambió el rostro de la plaza. Cortaron el cotoperí, aquel enorme árbol que estaba en la esquina noroeste de la misma, en la calle real, único sobreviviente de los cuatro plantados en ella; musa de inspiración de hermosas piezas musicales y sesteadero, en las tardes soleadas y calurosas del verano, para el personal de policía que laboraba en la prefectura. Igualmente, fue sitio de obligada espera para el viajero que llegaba allí, pues los vehículos por puesto de la ruta extra urbana tenían su oficina en la calle González Padrón, aledaña a ella. Además fue testigo presencial, por muchos años, del izamiento y arreo del pabellón patrio, teniendo como fondo las gloriosas notas del Himno Nacional entonadas por los agentes policiales y uno que otro civil que se dejaba llevar por cada verso del Gloria al Bravo Pueblo. Así mismo, se marchó, para no regresar jamás, el concierto canoro que por aquellos días alegraba, desde la frondosidad de los árboles, a las familias que habitaban en los alrededores de la plaza: la de Rafael Álvarez Romero, Vicente González Oropeza, Don Manuel Vargas, Dr. Alberto Aranguren, Don Ricardo Sutil, Don Juan Zamora Arévalo, Rita Romero, Epitacio Rodríguez, Los Ubieda, Los Rodríguez Celis, Silvestre Pérez, Rafael Belisario, Eusebia González y Ricardo Escobar, entre otros. Aquellos primeros vecinos, los mismos que fueron testigos de los cambios que se operaron en la plaza, envueltos en adioses a veces inapreciables y oscuros, también se partieron; pero llegaron otros, todos cargados de ilusión, energía y cariño, para ser atestantes del acontecer diario en sus alrededores. Se avecinan ahora: los Tovar, los Yanopulos, los Mathison, los Alayón y los Silva. Con los primeros, se marchó el estruendo y el humo contaminante que salía de los autobuses, ya no se verían más en la calle Guasco, por donde entraban y salían del pueblo. Por allá se fueron un día, llevándose sus transitorios compañeros de viaje con su vocerío y su carga de alegría. Por allá se fueron, dejando a orillas de la plaza la nostalgia por el ir sin regreso. princesaguariquena.wordpress/el-ayer-de-la-princesa/
Posted on: Tue, 20 Aug 2013 01:09:14 +0000

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