Crónicas de una Generación Perdida XVI. Dos Cartas (2 de - TopicsExpress



          

Crónicas de una Generación Perdida XVI. Dos Cartas (2 de 2) Por Luis F. Brizuela Cruz New Jersey, USA 11 de junio de 2013 Estimado otro yo que se quedó: Después de haberla pospuesto en varias ocasiones durante los últimos dos años, hoy he decidido que es finalmente el día de escribirte esta carta en su totalidad. Coincide que hoy es el cumpleaños de mi esposa y se me ha ocurrido vincular para la posteridad dos eventos que considero muy significativos. He concluido además que pronto se abrirá otro tomo de la “Gran Novela Cubana”, como la vengo llamando desde hace algún tiempo, y tal vez ya pudiéramos dar caprichosa conclusión al “primer volumen” de una de las más complejas e infames historias sobre los odios –y hasta ciertas virtudes- de los hombres. Esta carta representa también la novena y última de unas crónicas que he venido escribiendo por años sobre un ser imaginario que soy yo si me hubiera quedado en Cuba a partir de 1971 cuando casi milagrosamente, ya cumplidos mis catorce, a nuestro núcleo familiar le llegó el telegrama de salida. Las he recogido bajo el título de “Crónicas de una Generación Perdida” y comienzan una mañana de abril de 1980, a solo unos días de tu (nuestro) 23 cumpleaños en que arribas (arribo) a la Plaza de Mercado de nuestro querido Sancti Spíritus, jaba en mano y “forrajeando” cualquier cosa comestible que apareciera en tu (nuestro) disfuncional mundo cubano. Al mismo tiempo, languidece en su lecho de una casa de la Calle Martí Sur tú (nuestro) padre mortalmente afligido por el cáncer de los huesos que pondría fin a su vida en noviembre de ese año. Lo asisten, en medio de deplorables y limitadas condiciones, nuestra madre y tía y por todo el pueblo se esparcen tenues voces de complicidad que comentan acerca de algunos cubanos que, en un acto de desespero, han invadido la Embajada del Perú en la Habana solicitando asilo político. Como sabemos, lo que siguió al incidente de la embajada peruana ya es histórico y -aunque el perpetuo cinismo comunista, castrista e internacional, aun insiste en disminuir y desmeritar su trascendencia- los sucesos de aquella nuestra “primera primavera” después de dos angustiosas décadas revelaron ante el mundo el fracaso de la implacable dictadura que aniquiló nuestra patria. El hermetismo fidelista había mostrado por vez primera un ápice de vulnerabilidad, el cual pondría en movimiento –casi imperceptible- la atropellada trasformación de nuestra ultrajada y desconcertada sociedad; cual azorado animal en cautiverio cuando advierte, por primera vez, la libre luz del día que se le negara por tanto tiempo. Fue precisamente por esos días que mi angustia de exiliado y la nostalgia del terruño, la cuales solía ahogar en mis versos de juventud, se fueron tornando en un profundo análisis y meticulosa revisión de nuestra historia. Comprendía además, cada día, la inmensidad de mi suerte de haber podido salir del infierno castrista y aquilataba con plena conciencia la oportunidad de poder crear, de construir, de poder decidir autónomamente mi destino -que debe ser el derecho inalienable de todo ser humano. Logré cursar estudios, constituir una familia, sentirme agraciado por la bondad de un país que me acogía en su seno y me daba la oportunidad de aspirar siempre a más, bajo la única condición de ser un ciudadano respetuoso, acatar las justas leyes de la nación y dar de mí, para mi propio beneficio y el de mi familia, mi mejor esfuerzo. Porque en la libertad de los países justos, el éxito de estos lo marca el triunfo individual de cada persona -al unísono y por añadidura- como en una magnífica orquesta sinfónica donde todo fluye en constante harmonía; donde todo responde a un orden dictado por la naturaleza intuitiva del hombre y que tanto contradice la incapacitante filosofía de la izquierda. Mucho he meditado sobre nuestro proceso cubano, sobre nuestra a veces paradójica idiosincrasia, remontándonos incluso a tiempos previos a la hecatombe fidelista. En ocasiones he decidido que fueron muchas las causas que conllevaron a tan catastróficos efectos y que pretender simplificarlo todo con retóricas como “de no haber ocurrido un diez de marzo no hubiera ocurrido un 26 de julio” nos disminuye y nos sigue atrasando como cultura. Sabes, dos de las cosas que más me maravillan de nuestra gente, antes y por supuesto mucho más después de la “desprogramación” a la que ha sido sometida por el castrismo, son la capacidad que tenemos de intuir soluciones a problemas cuya naturaleza apenas conocemos y la relativa facilidad con la que evadimos los temas sociopolíticos cuando agotamos nuestro argumento al respecto. De niño y de joven, tanto allá en Cuba como aquí en los Estados Unidos, siempre me llamaba la atención cada vez que alguno de nuestros mayores alegaba ser “apolítico”. Pienso que quizás ahí radica nuestra falla mayor y que de una postura tan simple tal vez dependiera nuestro fatídico destino sociológico. No logro entender como un pueblo con cierto desenvolvimiento intelectual se comportara tan renuente a aceptar cualquier forma de gobierno en épocas de la República, para después sucumbir ante el romanticismo hediondo que proponían unos facinerosos cuyas fachas contradecían el buen gusto y la elegancia del cubano tradicional. Recuerdo (quizás lo recuerdas) en una ocasión, cuando (éramos) niños que regresábamos de un viaje a Santa Clara y era la etapa cuando el gobierno fidelista obligaba a los choferes de vehículos privados a transportar a los milicianos que merodeaban los caminos si estos solicitaban ayuda para llegar a su destino. Ocupábamos un Chevrolet del 1955 un amigo de mi padre que manejaba, mis padres y yo (tu), cuando nos detuvieron tres individuos vestidos de verde olivo con rifles que caminaban hacia el poblado más cercano. Como solo teníamos espacio para una persona más en el asiento de atrás donde viajábamos mí (nuestra) madre y yo (tu), ahí se acomodó uno de aquellos individuos asquerosos y barbudos, colocando el fusil entre sus piernas. Durante el resto del viaje lloré (lloramos) desconsoladoramente aterrados por el pánico que infundía la presencia tan cercana de un ser que lucía como de otra galaxia. Tal vez por todas las difíciles e impactantes experiencias que tuviste que vivir desde entonces, puede que ni recuerdes el incidente, sin embargo yo que conocí la libertad a tiempo, me considero marcado por tal evento, al igual que otros que quedaron en mi mente y fueron cobrando mayor importancia y asombro en mi psique a medida que pasaron los años y el análisis de la barbarie ocurrida en nuestra patria se fue convirtiendo en mi derrotero. No te imaginas cuanto agonizo por ti, esa versión de mí que se quedó por el error que hubo con el anuncio de la llegada del telegrama de salida y que utilicé en mis crónicas para alterar mi destino ficcionalmente y sumergirme en la imaginación de cómo podría haber sido mi vida de haberme quedado en Cuba. Padezco también por cada cubano que quedó detrás pasada aquella primera válvula de escape del Mariel, aunque eventualmente lograra salir de la isla cautiva. Estimo que, especialmente desde ese instante, cada década de subsistencia en el castrismo fue agregando capas de penurias, desidia y deshumanización sobre el espíritu de nuestra gente. Estoy totalmente convencido que lo único que me separa del sentir, pensar y actuar de aquellos que arriban hoy a la libertad, o aquellos que aguardan aun los “cambios” futuros en la isla prisión, es el fortuito evento de mi éxodo. A veces condeno una acción o un comentario de algún compatriota recién llegado para después reflexionar y concluir que su parecer no es más que la respuesta a la reprogramación que ha sido sometido durante el proceso de uno de los experimentos sociales más maquiavélicos en los anales de la historia. Es indudable que ha habido diversos niveles de participación en la infamia del castrismo y que en todas las épocas y en todas las sociedades han existido personajes despiadados cuyas fechorías rebasan todos los parámetros de compasión y humanidad. Es cierto también que en la enorme confusión propiciada por seis décadas de opresión y unánime marginalidad de una sociedad -con escasos precedentes históricos- se hace igual de fácil confundir el perdón y la condescendencia con el repudio y la mala voluntad; tanto allá en la escena del delito donde una vez más se desaprovecha e ignora el liderazgo de valientes disidentes, como acá en la diáspora, a donde hoy arriban malhechores y antiguos esbirros del sistema comunista de los Castro y son vanagloriados y hasta cómodamente ubicados dentro de la estructura social cubano americana. Hasta la habilidad de razonar y discurrir nos ha robado la infamia comunista que cambió para siempre nuestra forma de vida. El método estalinista de mutua desconfianza y vigilancia por parte de los miembros de la sociedad, que tan magistralmente adoptaran las huestes fidelistas, nos persigue como un estigma indeleble hasta en el destierro. Y ese cubano de la actualidad, desprovisto de los más elementales conceptos sociopolíticos y convicciones cívicas, marcha en un limbo donde ni él mismo advierte su complicidad cotidiana con la perversión que lo ha hecho mutar en una criatura con características de zombi, delirante e inconscientemente útil a la misma monstruosidad que lo engendró. El advenimiento de ciertos cambios es una realidad innegable a la que resistirse sería tan incoherente como el mismo proceso que nos ha traído a la situación actual, tanto dentro como fuera de Cuba. Estos cambios habrán de incluir concesiones que escasamente lograrán sepultar la infinidad de resentimientos que saturan las páginas de la “Gran Novela Cubana”. Me parece hasta concebible, dada nuestra peculiar idiosincrasia, que las nuevas generaciones lleguen a tildar de anticuada y reaccionaria, o descartar por completo, cualquier postura con vestigios patrióticos o simplemente cívicos. En un mundo cambiante, de mentalidades indulgentes y objetivos frecuentemente superfluos, nuestra historia podría estar destinada a perecer en la oquedad de la que está hecho el olvido. Quizás hasta esa pena que nos une en la misteriosa memoria del tiempo y la íntima predilección de aquellos que nos aventuramos a tratar de dejar un testimonio de lo vivido, no sea otra cosa que un producto de nuestra mutua imaginación y su valor intrínseco solo habrá de prevalecer en la incierta relatividad de las cosas. De cualquier manera, espero que desde alguna dimensión puedas leer al menos esta carta que constituye el epílogo de mis crónicas y que quizás estas dos mitades que acaso solo ficcionalmente representamos resulten el estímulo de la motivación, o simple curiosidad, para algún otro ser en otro tiempo y otro lugar. Con un perpetuo anhelo que me hace buscarte, incesantemente, como a un destino, Tu otro yo que se fue. cubasegundomilenio Todos los Derechos Reservados
Posted on: Mon, 15 Jul 2013 13:23:37 +0000

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